martes, 28 de agosto de 2007

Vida acuática

Pese a mis rotundos “NO”, se salió con la suya.
Una soleada mañana de primavera lo vi armando un complicado artilugio de filtros, luces, mangueras, esponjas y piedritas. Y allí estaba la tan temida adquisición: una flamante pecera de setenta litros, lista para albergar a los coloridos pececitos que nadaban asustados en una bolsa de plástico al costado de la heladera.

H: ¿Te gusta? Da trabajo, pero va a quedar hermosa.
M: No puedo creer que la compraste. ¡Te importa un pito lo que yo diga!
H: Pero mirá qué lindos son los pececitos… Siempre quise tener una pecera.
M: La vas a limpiar vos.

Debo reconocer que me ganó la curiosidad. A los pocos minutos luchábamos a brazo partido con la redecilla atrapa-peces pretendiendo mudar a los incautos bichitos a su nueva mansión acuática. Nadaban contentos, explorándolo todo. Al negro de ojos grandes lo llamamos Polo y al anaranjado con reflejos dorados le pusimos Nemo (no se parecía ni en la sombra pero ya que teníamos pecera, “Nemo” debía ser indudablemente el personaje principal). El más chiquito vino de regalo. Nunca supimos si era nene o nena, pero la bautizamos Jolie en homenaje a Angelina porque era bocona y de ojos grandes. Era una miniatura juguetona que dormía adentro de la vasija de barro y a veces debajo del puente. Hasta que un día no quiso comer, parecía triste, no quería jugar y pasaba horas acurrucada en un rincón lejos de sus hermanitos. De golpe se empezó a hinchar. Estaba cada vez más gorda, inflada como un globo, y las escamas se le pararon como púas. Desesperados consultamos a Dr. Pet quien, con esa sonrisa de autosuficiencia que detesté desde el primer momento, sentenció: “Es hidropesía. No tiene cura.” Y no hubo nada que hacer. Al día siguiente Jolie apareció flotando panza arriba y lloré cuando H la envolvió en papel higiénico y la tiró por el inodoro.

H: Bueno, no te preocupes. Compramos otro pececito y listo.
M: No… ¡Nadie puede reemplazar a Jolie! Guaaaaa…..

Pero por supuesto nuevos personajes vinieron a turbar la paz del hogar: una vieja del agua que permanecía oculta bajo las piedras hasta que un día la atrapó el aireador y hubo que desarmar todo el mecanismo para sacarla en pedacitos ante los ojos atónitos de los niños que querían ver “cómo era el pez por dentro”; los caracoles manzana, esos que deambulaban sin cesar babeando el vidrio de la pecera y que, según el veterinario, se alimentaban de los residuos (caca) y mantenían la casa limpia; un camarón absolutamente apático que se mimetizaba con el paisaje y que dimos por muerto un centenar de veces aunque siempre aparecía vivito y coleando; y muchos peces de colores, algunos más grandes de lo debido, todos saludables y glotones.

Y un buen día alguien le cumplió el sueño a mi marido. Cuando llegó, traía una bolsita sospechosamente pesada. “Uhhh, más peces…”, pensé.

H: ¡Mirá lo que compré! Me lo dejaron más barato porque venía fallado…
M: ¿Qué cosa?
H: ¿No adivinás…? ¡Un cangrejo!

Ah bueeeeno…. Como éramos pocos... A punto estuve de estallar en improperios cuando me detuvo la imagen del monstruito inspeccionando tímidamente su nuevo hogar. La falla era que le faltaba una tenaza. Pobrecito… Alguien se la había arrancado y ahora era un cangrejo manco. Se lo veía indefenso y solitario. Tan chiquito… Le tomé cariño al instante y rogué a H que le armara una casita bajo las algas donde pudiera dormir tranquilo y a salvo. Con el tiempo notamos que le empezaba a crecer una tenacita nueva. Como a las lagartijas cuando les arrancan la cola y les crece de nuevo. Ya no es manco sino deforme. Y camina torcido espantando a los barre-fondos que pretenden robarle su comida.
Ayer hubo limpieza de pecera, impostergable y necesaria. Por un momento creímos que al camarón se lo había chupado la bomba de succión y H sufrió una crisis de angustia hasta que la supuesta víctima emergió entre las piedras como si nada, con esa cara de Pan Triste que no convence a nadie. Tras el acomodo de juguetes, adornos y plantas, los pececitos volvieron a ser dueños de su espacio y heme aquí, muy a pesar mío, alimentándolos y hablándoles a través del vidrio, llamando a cada uno por su nombre y haciéndole mimitos al cangrejo que se cayó de espaldas y ahora es todo un embrollo de patitas tratando de ponerse en pie.

Quisiera ser un pez
para tocar mi nariz en tu pecera,
y hacer burbujas de amor por donde quiera.
Oh oh oh oh, pasar la noche en vela mojado en ti.

lunes, 27 de agosto de 2007

Menú de lunes

Tengo una uña pintada de rosa (el color que odio) como recordatorio de que mi perro está en peligro de morir de inanición y debo comprar sin falta sus 18 kilos de alimento balanceado ultra nutritivo que probablemente acabe con mis últimos recursos monetarios en lo que va del mes.
También debo revolver esas cajas tan coquetas que compré en Easy para almacenar sin orden ni concierto las miles de partituras que amarilleaban en la biblioteca y encontrar, si la suerte me acompaña, los dulcísimos y entrañables Marienlieder de Brahms que espero estén como los dejé allá por 1998.
Afuera brilla el sol y todo es azul y luminoso.

Me voy corriendo porque es tarde, despeinada y sin bufanda, masticando una tostada con manteca todavía crujiente. Aprieto con fuerza entre mis brazos el tesoro que me confiaron y que estoy deseosa de desempolvar. Porque es hora de arrojar un poco de luz sobre estas letras que duermen en un placard desde tiempo inmemorial. Necesito un título, se me ocurren muchos pero ninguno encaja correctamente.

viernes, 24 de agosto de 2007

Espadas, patines y orgasmos

Sweet is pleasure after pain…

Me metí en la cama bien arropada con el firme propósito de terminar el libro que me tiene prisionera, aunque ya sé quién mató al marqués de los Alumbres y ella, con su cicatriz misteriosa y esos modales varoniles, no me cae nada simpática.
Vuelta de página para entrever la caída estrepitosa de Marixa Balli que dejó sin habla a más de uno y escuchar que la Carrozo, con su dudosa fama recién adquirida, no se cansa de disputar con el soñador ese mísero minuto de protagonismo.
Son más de las dos.
Sigo pasando las hojas pero leo sin entender ni retener. Se me cierran los ojos…
Esta noche mis sueños estarán poblados de estocadas y asesinos enmascarados. Y nadie me va a despertar para regalarme esa cantidad indefinida de orgasmos que me hace tan pero tan feliz. Hoy no… tal vez mañana.

jueves, 23 de agosto de 2007

Menstruation

Que me expliquen esa necesidad enfermiza de las madres de querer contarle a Dios y a María Santísima que “¡la nena es señoriiiiita!” Por un momento se olvidan de la palabra “discreción” y eufóricas salen al mundo a dar parte de lo que para ellas constituye el acontecimiento del milenio. Y hasta el verdulero se termina enterando… No pueden cerrar la boca ni a cachetazos, ni siquiera las detiene la cara roja de vergüenza de la víctima que se pregunta qué es lo que vamos a festejar si me estoy desangrando como un chancho. Y después hay que aguantar las felicitaciones de toda la parentela, vecinos, amigos y conocidos recientes que se han sumado al baile sin saber por qué, y una tiene que poner cara de “ya-soy-señorita-y-qué-feliz-me-siento” tomando conciencia de que a partir de ahora nada, pero nada nada, será igual.
¿Por qué no habré nacido hombre? Si los hombres no menstrúan, no tienen que parir, no se depilan (bueno… algunos sí, pero todavía son la excepción)… Si tienen un harem son “re capos” y nadie los tilda de “prostitutos”, no se ponen tetas, con un buen traje lo arreglan todo y no necesitan vestidos de diseño ni una inversión millonaria en maquillaje y cremas anticelulíticas.
Sí, menstruar me pone los pelos de punta. Mamá le contó a todo el mundo y yo morí de vergüenza. Pensar que Patricia P se desesperaba porque a los quince años todavía seguía sin novedad… Pero lo de Araceli H fue peor. Pidió permiso para ir al baño en plena clase de Geografía y al cabo de cinco minutos entró al aula pegando alaridos, envuelta en llanto, inconsolable… “Ara, ¿qué pasó? ¿Te lastimaste? Tenés rojo ahí…” Entonces supimos que más temprano que tarde todas terminaríamos igual. Y la mirábamos raro a Araceli, porque “eso” la hacía distinta.
Entonces no se me ocurría que algún día podría escribir sobre esto y reírme y hasta evocar con ternura el momento en que me puse el primer tampón, que quedó a medio camino y me hizo sufrir dolores espantosos como si me estuvieran violando.
Entonces sólo pensaba que menstruar era un castigo. Ahora también, pero de a poco le voy tomando cariño.
Y ahora que lo pienso bien, el día que tenga una hija… la podría bautizar MENSTRUACION.

martes, 21 de agosto de 2007

Love is a game

Todo gira,
en la vida,
y la historia del Amor
vuelve a empezar...

Van diez días de espera interminable, deseo, necesidad, reclamos… y tengo la espina de la angustia clavada bien adentro. Porque quiero, quiero todo y mucho, pero no puedo y me siento observada, controlada, perdí la libertad y la osadía. Y ahora, vos también.
Sra. Tecnología hace lo que puede pero no alcanza...
Porque no estamos solos. En este escenario que montamos tan cuidadosamente los actores entran y salen, bailan, juegan, algunos se quedan, observan y estorban. Es la vida en movimiento. Y en el medio vos y yo buscando lo que todos ambicionan, a cualquier precio, aún a riesgo de destruirnos.
Pero ya no tengo miedo. Porque queremos lo mismo.

Todo gira,
en la vida,
y a nosotros el Amor
nos va a acercar.


domingo, 19 de agosto de 2007

Pasta nostra

“Harina, huevos y, si la masa está seca, se agrega un poco de agua”. Así de fácil. Y qué relajante resulta meter las manos en la masa y hacer el bollito, para acá y para allá, hasta que está bien redondito y amarillo y listo para estirar.
Papá me regaló una máquina de pastas italiana, dos en realidad: la de los fideos y una raviolera que todavía miro con respeto y no me atrevo ni a desembalar. Una manera de hacerme saber cuánto extraña las pastas caseras de la abuela… ¿Y quién no? Son cosas que no se olvidan, aunque una tuviera tan sólo cuatro o cinco años y la cabeza llena de pajaritos.
Los sábados a la tarde la cocina estaba envuelta en una nube de harina. Sobre la mesa de madera descansaban los tallarines cortados a cuchillo que la abuela amasaba por toneladas. Después los colgaba en el palo de escoba, a la sombra, para secarlos. Y mientras tanto, yo jugaba con un pedacito de masa que al cabo de pocos minutos estaba duro como un cascote.
En el patio, apilados contra la pared, había siempre un montón de tomates perita bien maduros destinados a hacer conserva. La abuela, como buena tana, gustaba de lo casero y solía llenar enormes frascos con su deliciosa conserva de tomates que era la envidia de todo el barrio. Claro que los tomatitos tan panzones y rebosantes de jugo eran una verdadera tentación. El sólo verlos desataba en mí la necesidad imperiosa de estrujarlos entre mis manos y que el jugo escapando a borbotones dibujara curvas increíbles sobre la pared inmaculada. Ahhhh… ¡Qué felicidad! Uno tras otro, con malicia, explotar tomates era mi mayor placer… Hasta que la abuela, furiosa y provista del palo de amasar, salía corriendo de la cocina vociferando en dialecto palabrotas irreproducibles y yo corría a refugiarme en brazos de mi abuelo siempre listo para calmar las aguas. No siempre salía bien parada. A modo de castigo, he pasado horas cepillando la pared en cuestión que, pese al empeño, con el tiempo fue adquiriendo un tono rosado más que sospechoso.
Los almuerzos domingueros constituían el gran evento familiar. El abuelo presidía la mesa larga cubierta con el típico mantel a cuadritos. Excepto esa vez que vino de Italia el tío Francisco, un viejo centenario con pinta de capo mafia al que sentaron en el lugar de honor y que me dejó jugar con su reloj de oro mientras pasaba revista a los miembros del clan.
La abuela arremetía en medio de la charla con su fuente rebosante de fideos con tuco (a veces ravioles y juro que nunca he vuelto a comerlos tan sabrosos) y no cesaba de llenar los platos. A veces algún distraído tiraba la copa de vino sobre el mantel y entonces el abuelo mojaba indefectiblemente una miga de pan y se la comía diciendo “Salud”, una costumbre que mi mamá deploraba con toda razón.
Recuerdo una vez que el abuelo se atragantó con un pedazo de longaniza y hubo que arrancarle la dentadura postiza cuando ya casi estaba morado y a punto de fallecer. Fue un almuerzo accidentado. Guardaba la dentadura en un vaso, sobre la pileta del baño. Y yo me negaba a hacer pis “¡porque estaban los dientes del abuelo!”.
Mientras los chicos alborotados y “bien comidos” corríamos entre los macetones de piedra ocultos bajo enormes helechos, los mayores seguían de sobremesa gran parte de la tarde. Después del postre, el abuelo descorchaba algún licor casero de esos que queman la tráquea y al rato empezaba a cabecear. Y cada domingo revivía el ritual de la pasta nostra.
Mis tallarines caseros no tendrán el encanto de aquéllos que amasaba “la nona” pero me alcanza ver la cara de felicidad de mi papá para saber que voy por buen camino.
Andiamo! Andiamo! Che la pasta é pronta! A tavola!

martes, 14 de agosto de 2007

Vocación vs. Profesión

Hay gente que define su vocación a muy temprana edad. Como mi hermana que siempre quiso ser veterinaria. En realidad es bióloga, pero por ahí anduvo la cosa. Ella quería operar elefantes y jirafas pero en esta Argentina progre vio claramente reflejado su futuro en una triste peluquería canina de Barrio Norte (con suerte) y es por eso que hoy prefiere lidiar con hongos y germinaciones.
Yo quería ser bailarina. A los cuatro años debuté en el pequeño escenario del colegio con un tutú rosa con voladitos de gasa que mamá bordó de lentejuelas durante tres noches seguidas y zapatillas de punta rosas que me sacaron las primeras ampollitas. Pero era tan grande mi dicha que no
sentí dolor hasta ver todo mi vaporoso atuendo colgando de una percha en el placard de las cosas viejas, con una buena dosis de bolitas de naftalina que asegurarían su inviolabilidad por muchos años. Entonces supe que jamás de los jamases volvería a vestir el tutú rosa que por si fuera poco olería espantoso hasta el fin de los siglos.
Claro que fue éste el comienzo de mi “carrera artística”, por así decirlo. Con los años siguieron innumerables tutús, incluído el de “Don Quijote” que alquilé en una boutique especializada y causó sensación. Año tras año, mientras practicaba mis “pirouettes” y “pliés relevés”, mamá se perfeccionaba en el arte de pegar lentejuelas. Y debo reconocer que se volvió una verdadera experta armando complicados rodetes que luego adornaba con plumas de avestruz de vistosos colores, previo apuntalamiento con cientos de horquillas pinchudas y toneladas de spray que me dejaban la cabeza hecha un enjambre, por dentro y por fuera. Y sí… la danza, cuando no es un placer, es un martirio.
Y duró lo que tenía que durar… Un día mi mamá dijo que podría seguir estudiando ballet, música, pintura o lo que corno fuera… “SIEMPRE Y CUANDO HAGAS UNA CARRERA SERIA”. ¿Y qué es una carrera seria? Fue un bombazo. A los dieciocho años, próxima a terminar la secundaria, promedio respetable y enormes aspiraciones propias y ajenas… me encontré de buenas a primeras sin saber qué rumbo tomar. Daba lo mismo estudiar arquitectura, medicina, periodismo o ikebana. Atrás quedaron las zapatillas de punta y los diplomas que me gané con sangre, sudor y lágrimas (tómese al pié de la letra, no exagero).
Ahora tengo un placard lleno de tules, plumas, gasas, lentejuelas y enaguas almidonadas con olor a naftalina. Y una pila de libros de “carrera seria” porque soy UNIVERSITARIA, como quería mamá.
Tal vez si hubiera seguido mi vocación… no digo bailar con Julio Bocca, pero tal vez treparme al caño de Tinelli. Uno nunca sabe…

domingo, 12 de agosto de 2007

Volver a empezar



Una mañana espléndida.
Mientras espero, una lenta recorrida entre los puestos de cosas curiosas que rodean la plaza Dorrego. Fotos antiguas, ceniceros de cristal de Murano, estatuas, un molinillo de café para restaurar que ya me está tentando y cientos de azulejos pintados a mano, exóticos, únicos en su estilo.
Y allí lo veo. El auto está tan sucio que ha perdido el color. Pero le gusta así… y a mí también.

-Quiero enseñarte a manejar.
-No, no quiero. Otro día.
-¿Por qué no? No vas a encontrar a nadie más paciente que yo.
-Grrrr… Mejor vamos a caminar. Está hermoso el día…

Y caminamos. Mucho. Un paseo largo bajo el sol, a la orilla del río. Y un café bien calentito acompañando esa charla que nos hace tanto bien.

-Podrías tener todo conmigo.
-Sí… Pero siempre está el miedo de volver a empezar. ¿Y si no resulta? ¿Si no es lo que uno espera? Es la vida: un constante volver a empezar. Hay que animarse, nada más.

Es tarde. El tiempo se evapora, se nos escapa de las manos y hay tanto que decir y que hacer… Como siempre. Como cada nuevo encuentro que intentamos vivir a pleno. Porque de eso se trata.

viernes, 10 de agosto de 2007

Desde "La Boca" con amor


-¿Me vas a cantar? Por favor…
-No.
-¿Por qué no? Pongo la música bien fuerte y cantamos juntos.
-¿Qué música?
-Escuchá…

Somos novios
Pues los dos sentimos mutuo amor profundo
Y con eso ya ganamos lo más grande
De este mundo
Nos amamos, nos besamos
Como novios
Nos deseamos y hasta a veces sin motivo y
Sin razón, nos enojamos

No importa la gente, ni el ruido, ni el frío, ni el señor del estacionamiento que se pregunta nervioso por qué todavía no bajamos del auto. Porque estamos cantando. Por eso. Y nos encanta.



Para hablarnos
Para darnos el más dulce de los besos
Recordar de qué color son los cerezos
Sin hacer más comentarios, somos novios.

Un sol invernal asoma detrás las nubes y Caminito estalla en mil colores. La feria, los artesanos, las cantinas, los turistas, el río… “y a los lejos la voz del bandoneón”. Deambulamos sin rumbo entre cientos de paseantes, a la sombra de los conventillos, buscando tango y un sombrero de cuero. Y escucho otro capítulo de la misma historia, la que nos une y desune y alguna vez será tan sólo un recuerdo.
Es tarde. El hambre se hace sentir y flota en el aire un aroma parrillero que impide razonar. El restaurante de la esquina se llama “La perla”. Franquean la entrada Gardel y Troilo y puertas adentro una ráfaga de historias, nostalgias de una casa de citas del 1900 desde cuyas ventanas se observa el paseo ribereño. No puedo despegar la vista de las fotos en blanco y negro que cuelgan en desorden aquí y allá. Fidel Pintos, Nélida Lobato, Minguito, Olmedo, Hugo del Carril, Tita Merello… y cientos de publicidades antiguas y cosas curiosas.
Nos sentamos muy juntos, uno al lado del otro. Todavía me cuesta y me resisto hasta que por fin, al calor de una larga charla y un rico plato de pastas mediante, empiezo a sentirme libre, con ganas de compartir esas cosas que durante tanto tiempo guardé sólo para mí.
Un antiguo teléfono de colección pende de la pared, muy cerca. Con un movimiento rápido lo descuelga y no puedo evitar sonreír, mezcla de sorpresa y satisfacción, al escuchar el diálogo imaginario: “Lo que vos no le das, se lo voy a dar yo”.
Y a lo lejos un tango en la voz de Castillo…
Con el último acorde, un beso largo y miradas que lo dicen todo.
De alguna manera siento que todo empieza a acomodarse.

martes, 7 de agosto de 2007

Salir corriendo

Al final será cuestión de resignarme y culpar a mi mala estrella por no encontrar un puto taxi vacío cuando más lo necesito. “Pero si son apenas nueve o diez cuadras…”, acotará alguna voz envidiosa a modo de reproche, como si quien suscribe se creyera la reina de Babilonia esperando la carroza por no ensuciar la suela de sus zapatos. Pero te la regalo… No son “nueve o diez cuadras”, son doce. Cuadras adoquinadas, poceadas, llenas de energúmenos que caminan a zancadas empujando, más bien atropellando en su afán de cruzar la calle en el último segundo a riesgo de sucumbir aplastados bajo la mole de un camión con acoplado que no amaga a frenar pero atrona el aire con su bocinota al mejor estilo BJ McKay. Le falta el mono y cartón lleno. Y los guarangos que sobran en todos lados, infaltables… “¡Vení, mamita, que te la chupo toda!” Asqueroso, jeropa inmundo, subnormal. ¡Chupá arsénico, infeliz! Y el semáforo que corta justo cuando estoy atrapada en el medio de la avenida…
No es mi día. Hace frío. El viento helado me hace tiritar porque en el fragor de la huida olvidé campera, bufanda, guantes y gorro de lana y aquí me ven desprovista de todo mi arsenal, víctima indefensa de cuanto virus anda pululando en esta hermosa ciudad. Y no es cues
tión de andar de paseo porque para colmo de males me demoré más de la cuenta y ahora es tardísimo. Una verdadera carrera de marcha por las calles de San Telmo en hora pico… Los tacos me perforan la base del cerebro y ya ni siento los pies. Es grotesco, tragicómico.

-¿Por dónde andás?
-Ya llego.
-¿Me comprás cigarrillos cuando subís?
-Grrrr….

domingo, 5 de agosto de 2007

My own gift


Despertar y embriagar el alma con el sonido de una voz única... Un deseo que es casi un capricho. Porque sí, porque es un buen comienzo, porque me hace feliz.

(Luciano Pavarotti: Nessun dorma - Giacomo Puccini)

viernes, 3 de agosto de 2007

El beso



Arena, mar, sol y un calor que agobia. Brasil… el verano pasado.

H: Qué linda esa mina… ¿Qué le habrá visto al gordo del marido?
Yo: La billetera… ¿qué le va a ver? Y vos… ¡le estás mirando el culo!
H: ¿Qué querés que haga? Mirá el hilito que se puso… Todos la miran.
Yo: No es tan linda.
H: Se parece a Kim Basinger.
Yo: Pssse… No tanto. Tiene pinta de gato de acá a Pakistán.
H: Está buena.

Cada mañana a la misma hora la pareja dispareja aterrizaba en la exclusiva playa del hotel y, mientras el marido gordo permanecía prendido a su celular de última generación, el clon de Kim Basinger tomaba sol en tetas con total desparpajo. Cada tanto cruzábamos alguna que otra mirada de curiosidad.
Hasta esa noche en el cyber, donde para variar me escapaba de a ratos perdidos para chatear a solas con mi entonces elegido y único amigo especial que ahora anda por ahí muy silencioso, tal vez algo enojado, olvidándose de mí y yo sin atreverme aún a levantar el teléfono… Esa noche, envuelta en una nube de perfume caro y con un vestidito ultra ajustado que no me hubiera puesto yo ni a los quince años cuando era más flaca que un tallarín, la susodicha Kim Basinger franqueó la puerta del cyber y se instaló en el box vecino. Lucha de titanes con la clave que bloquea el acceso a Internet (se ve que no era muy ducha, pobrecita) y supe que tendría que acudir en su auxilio.

Ella: Isto não é tão fácil assim… ¿Vocé pode me ajudar?
Yo: ¿A ver? ¿Qué pasa?
Ella: Vocé é argentina, ¿certo?
Yo: Sí, porteña. Perdón… no entendés un joraca, ¿no? De Buenos Aires.
Ella: Ah, Buenos Aires…
Yo: Prestame la tarjeta de Internet. Ponés el numerito que dice acá y te conectás. Ya está… ¿Ves qué fácil?
Ella: ¡Muito obrigada! Eu não entendo nada de computadores…
Yo: (Sí, ya me di cuenta….) Todo bien.


A los cinco minutos siento los ojos de Kim clavados en mi nuca. ¿Y ahora qué? Cierro todo y me dispongo a partir. "Chau, suerte". "Chau, obrigada". No me gustó cómo me miraba. Por las dudas me fui cantando bajito, rápido y sin volver la vista atrás.

Intercambio amable de saludos durante el desayuno. El marido gordo mastica sin pausa y las miguitas de las tostadas quedan adheridas al celular. Ella es sólo un elemento decorativo, lo sabe y lo acepta. A juzgar por la vestimenta, parece que se van.

Yo: Voy a la habitación a buscar la cámara. ¿Necesitás algo?
H: No, nada. Te espero en la pileta.


Corro por las escaleras para bajar las medialunas con dulce de maracuyá que engullí sin cargo de conciencia, encuentro lo que estoy buscando y se me da por esperar el ascensor. Otra vez la ola de perfume y descubro sorprendida que Kim está allí, detrás de mí, como una sombra. Se cierran las puertas del ascensor y no tengo tiempo de respirar siquiera. Es más alta que yo, más fuerte y sabe lo que quiere. Me besa en la boca. Ay, Dios… Primera vez en la puta vida que me besa una mujer. Y yo en estado catatónico, sin saber qué hacer. La miro incrédula mientras se aleja caminando despacio, muy sonriente, sin pronunciar palabra.

H: Estás pálida… ¿Te sentís bien?
Yo: Sí… Estoy bien.
H: Parece que se fueron el gordo y la minita.
Yo: ¿Ah sí?
H: Jejeje… No te quería decir porque te ibas a poner celosa, pero ella me miraba de una manera…
Yo: No me digas…

Todavía me quema la boca y su perfume se impregnó en mi pelo. Y lo curioso es que no me desagrada… aunque cueste admitirlo.