domingo, 29 de junio de 2008

El oráculo

Me reconoció al primer vistazo. Yo nunca olvidé su cara ni su pelo rubio ni sus largas uñas esculpidas ni el olor intenso de los sahumerios que amenazaban con desmayarme. La primera vez fue hace ya muchos años, la angustia no me dejaba respirar y entonces acudí a ella haciendo oídos sordos a la diosa Razón que gritaba desde el fondo de mí ¡Son tonterías, no creas nada de lo que te dice! Sin embargo su voz suave calmó las aguas y me devolvió algo de la luz perdida.
La segunda vez fue más bien por curiosidad. No había nubes en el horizonte, apenas un par de caminos cruzados. Pero la tercera, que es la vencida, marcó el rumbo de mi última década. Y entonces creí, porque no es casual que los hechos se desencadenen en estricto orden y secuencia según anuncian los arcanos… Al fin y al cabo ¿qué tanto me conocía esta mujer? ¿Cómo sabía que Fulano y Mengano…? No es posible. Para bien o para mal, las predicciones se cumplieron.
Hace cuestión de semanas volví a verla. Se había mudado a un lugar chiquito y oscuro, atestado de imágenes de santos, velas y amuletos de todas formas y colores, y en el aire el mismo olor a incienso que tace tambalear.
Extendió sobre una mesa el manto rojo de las Doce Casas y me dejó sola mezclando la enorme baraja en sentido antihorario, meditando sobre mis muchos interrogantes.

“Elegí doce cartas, siempre con la mano izquierda, y colocalas de a una sobre cada Casa”

La Rueda de la Fortuna dice que debo tomar una decisión, el Mago anuncia el éxito, la Luna habla de amor, la Muerte es la transformación… Leo con ascendente en Tauro. El Fuego busca la Tierra… Sólo sé que my beautiful life está patas para arriba, la cuestión es cómo elegir el rumbo.

“¿Trajiste fotos? Las voy a mirar con el péndulo…”

Hum… No es nada fácil la elección, los arcanos dicen que debo esperar y evitar la confrontación, pero brilla una luz al final del camino.

-¿Significa que voy a ser feliz alguna vez?
-¡Por supuesto! Las crisis siempre representan un cambio, en tu caso es para bien, eso es lo que veo. Dame tres cartas más… ¡Ah! ¿Tenés hijos?
-No…
-Vas a tener, en un futuro cercano. Mirá esta carta de la mujer acunando a un bebé bajo la luz de la luna. La Luna simboliza la fertilidad, es Venus, ligada al amor y al mundo femenino. Y está en la Casa de los “proyectos”, es decir que se va a concretar.

No me animé a preguntar lo obvio, aunque no hizo falta. Lo dijo ella, lo afirmó con certeza y ahí quedé completamente enmudecida con la vista fija en el bebé egipcio que no era más grande que una hogaza de pan y parecía tan contento.

-Guardás muchos secretos.
-Esteeee…
-Sé sincera con las personas que amás, no tengas miedo. No es bueno callar siempre.
-No sé, no es tan fácil.
-Soltate más, abrí tu alma pero sólo a quien lo merezca. Hay enemigos entre los amigos…

Dijo que tengo el tercer ojo tapado, ¿o sea que estoy perdiendo mis dotes perceptivas…? Tal vez debo ir al oculista con urgencia, no sé. Estoy como bloqueada, sí, esa es la palabra, ergo no puedo ver más allá. Qué graciosa… Para eso vine, para que ella “vea más allá” e interprete para mí los designios del oráculo.
I’m so afraid…
Madame Aliza contestó a todas mis preguntas, incluso la más temida, la que a veces no me deja dormir, pero de eso no quiero hablar. Me devolvió las fotos luego de mirarlas largamente, como si quisiera extraer algún otro mensaje.

-¿Querés saber algo más?
-No… está bien así.
-Vas a estar bien… Sí, muy bien.

viernes, 27 de junio de 2008

Veritas Veritatis

Hay días más grises que otros, tan opacos que no dejan pasar la luz. Hoy, por ejemplo… mejor me hubiera quedado en la cama.
El primer error, gravísimo, irreparable, dirán que fue un descuido pero yo sé que no es cierto, lo guardé sin precauciones porque no tenía tiempo de buscar la cajita y ahí quedó hasta que lo olvidé, hasta hoy cuando abrí el cajón con la torpeza que me caracteriza y el abanico de la abuela se rajó de un lado a otro como si fuera papel de seda, en un segundo, todo
sucedió tan rápido que me costó asimilarlo.
Fue terrible… Como si se hubiera desgarrado algo dentro de mí. Porque no soy fuerte como todos creen, no soy inmune a los pinchazos ni a la mentira ni a los caprichos de la moda, no brilla
ninguna estrella sobre mi cabeza y me desmorono al menor soplo de viento. Como cualquiera… ¡peor que cualquiera!
Odio mirarme en el espejo y enfrentarme a la imagen de esa mujer que no quiero ser, la que se culpa y lamenta, con la nariz paspada y cara de haber estado llorando.
Hoy nada me hará reír, las lecturas han dejado de complacerme, perdí el deseo y las ganas.
Mañana será otro día… espero.

lunes, 23 de junio de 2008

Señorita maestra

“Alumno de cuarto grado golpea a su maestra y la deja en cama por 3 días.”

Así reza el titular de un conocido diario digital, un tanto amarillento para mi gusto. Cómo puede una criatura de nueve años golpear tan fuerte a un adulto hecho y derecho para obligarlo a hacer reposo ¡tres días! es algo que no logro explicarme.
Docentes eran los de antes, como la srta. Zunilda con su corazón de tiza y pizarrón, que a muy temprana edad entregó el alma a la enseñanza y en algún lugar andará todavía dando golpecitos de puntero mientras recita hasta el cansancio “trigo nuevo de la trilla tritura el vidrio del trino” sin que se mueva uno solo de sus cabellos meticulosamente endurecidos con spray.
Y no estoy justificando al niño, faltaba más. Desgraciadamente la violencia infantil se ha instalado en las escuelas, no hay duda. “Señoritas” que se tajean la cara a traición, “angelitos de Dios” que se roban los álbumes y las figuritas, criaturitas que pegan duro y con saña, se burlan de las sanciones, no reconocen límites ni castigos, imponen su propia ley. El reino del revés.
Claro que todos, alguna vez, habremos deseado propinarle un buen puñetazo en la nariz, un piquete de ojos o quizá un modesto codazo en el estómago, al hijo de p… que nos bochó, el que amenazaba con citar a los padres e informar al rector. Y no es que nos dejáramos amilanar por una veintena de amonestaciones, había respeto, códigos.
Qué ganas tuve de hacerle una zancadilla a la profesora de Aduanas y que rodara por las escaleras despojada de toda su almidonada mesura, cuando dijo que “mis conceptos no estaban suficientemente claros” y me puso esa nota vergonzosa, la última, la que iba a ser la frutilla de la torta y terminó desmoronando mi pulcra estantería, lanzándome de cabeza a la dura realidad, pensando que quizá había elegido mal.
No admito la violencia bajo ninguna circunstancia, pero tomarse tres días de licencia por un golpe en la cabeza que no la desmayó, ni la dejó ciega ni amnésica, a lo sumo un chichón, parece un tanto exagerado. Ni que el pendejo fuera el gordo Samid, che… ¡Que lo pongan de patitas en la calle y listo el pollo! Hay que cortar por lo sano, qué tanta psicología barata y zapatos de goma.
Encima el colegio que disfraza los hechos. ¿De qué lado están?
Tampoco hay legítima vocación para la docencia, eso es lo que pasa. Ni autoridad, ni disciplina, ni compromiso. Se acabó el respeto, los chicos actúan libres de escrúpulos y los maestros no saben ganarse el lugar. Y todo se resume a un grave problema educacional.
Ser docente no es plantarse al frente del aula con cara de autosuficiencia a dárselas de Maestra Ciruela, no es asumir el derecho inapelable al regalito, los interminables meses de licencia y el cese de actividades arbitrario e injustificado. Si elegís ser docente, sabés lo que te espera, hacelo con convicción y conocimiento de causa, aprendé para saber cuánto exigir después, ganate el respeto y la confianza, da el ejemplo, hacé honor a la vocación y al sacrificio.
Y si no, andá a laburar a una oficina ocho, diez, a veces hasta doce horas diarias, no sueñes que te liquiden las extras, ni se te ocurra mencionar la palabra “licencia” y aguantate la cara de orto del jefe que hoy se despertó cruzado y quiere que trabajes el feriado.
Erradicar la violencia de nuestras aulas… Docentes comprometidos, plenamente capacitados y bien remunerados… La panacea.

lunes, 16 de junio de 2008

Desencuentro

No hay mejor manera de inaugurar el feriado que bajar a tientas la escalera arrastrando los pies somnolientos, desencajando la mandíbula en un último y prolongado bostezo y sin previo aviso sumergir la media de toalla en el vómito del perro, mezcla heterogénea de huesos, Eukanuba y medialunas de manteca a medio digerir, que el inocente ha plasmado para tu exclusivo disgusto en el medio de la cocina. “Es mi culpa”, repito sin cesar recordando que anoche me empeñé en que durmiera adentro porque hacía un frío espantoso y el perrito temblaba y, pese a sus cuarenta kilos de amor y pelos, para mí es y será siempre un bebé.
No importa, hay cosas peores que no se pueden limpiar con un trapo.
Todo mal, rigurosamente mal.
El dueño de mi corazón se recluyó en la tierra donde hasta las parabólicas duermen la siesta, no da señales de vida y todo es tan confuso que me angustia irracionalmente. Incomunicados. En plena era tecnológica no me vendría mal un cursito acelerado de señales de humo o tal vez podría pedir prestada la lechuza de Harry Potter a falta de email.
Mensajes sin respuesta, muchos… no sé si quiere y no puede o definitivamente no quiere.
Yo sólo sé que no soy la misma cuando él no está.

domingo, 15 de junio de 2008

Un día como hoy, hace mucho tiempo

Mi hermana no quiso participar. Dijo que éramos unos tontitos, que ella ya tenía su regalo preparado y le importaba un comino lo que hiciéramos. Lo dijo con ínfulas de princesa rusa, por eso la dejamos hablando sola y nos dedicamos al arqueo de la caja chica. Muy chica, por cierto… Catorce australes con veintitantos centavos. Nos miramos con preocupación pero para ese entonces no había nada que hacer, no teníamos tiempo de recaudar fondos extra y urgía comprar el regalo.
Un par de días atrás, Luisito y yo habíamos sellado el pacto de honor. No había más remedio, aunábamos esfuerzos o pasábamos a la historia como los hermanitos desagradecidos, los que se olvidaron de festejar a papá en su día… y peor aún, mi hermana arrasaría con los laureles porque ella “ya tenía el regalo” y la muy turra no quería largar prenda así que ni siquiera sabíamos contra qué competíamos.
El sábado salimos temprano. Había un sol espléndido y el cielo inmaculado era un buen augurio. Mamá nos entregó la lista de las compras con las recomendaciones de rutina, incluida la de llevar el changuito a lo cual nos opusimos terminantemente, en parte para no despertar sospechas con la inusual muestra de colaboración pero en especial porque no hay recompensa suficiente que justifique exhibirse vergonzosamente con el changuito de los mandados traqueteando a los tumbos sobre los adoquines.
No habíamos revelado a nadie nuestro plan, tenía que ser una sorpresa. Luego de concienzudas cavilaciones, decidimos que no habría nada más sofisticado que un perfume. Papá se pondría contento y Ceci estallaría de rabia, arrepentida de haberse negado a compartir la gloria de nuestro plan perfecto.
Caminamos unas diez cuadras hasta la perfumería, para ese entonces cargados de papas y zanahorias en cantidad respetable.

-¿No podemos tomar el colectivo?
-¡No, nene! ¡Después no nos va a alcanzar la plata para el regalo!
-Pero estoy cansado…
-Callate y caminá que falta poco.

Observamos la vidriera con detenimiento. Los perfumes sofisticados superaban con creces nuestra capacidad de consumo. Algo apenados empujamos la puerta que chirrió espantosamente y un señor gordo, de sonrisa ancha y ademanes exagerados vino a nuestro encuentro.

-Hola, chicos. ¡En qué puedo ayudarlos?
-Esteeee… Queremos un perfume para hombre.
-¡Claro! ¿Es para papiiii?

Nos miramos confusos. El perfumero no nos caía nada bien pero allí estábamos y no era momento de echarse atrás. Nos mostró una variedad de frasquitos que nos dejaron con la boca abierta, no tanto por la elegancia del envase sino por el precio que nos impuso esa sensación de culpabilidad por no haber ahorrado lo suficiente para comprar un buen regalo.

-Hum… ¿No habrá algo más barato?
-Bueno, tengo esta línea… Es un producto nuevo, a tu papá le va a encantar. Desde sesenta australes pero a ustedes les puedo hacer cuarenta y cinco.
-Ah… y esteee… ¿Algo más baratito?

El gordo perdía la paciencia y la amabilidad al tiempo que mis cachetes adquirían el color de las frambuesas maduras.

-Bueno, a ver, la hacemos corta, ¿Cuánta plata tienen?
-Catorce australes…
-Y veinte centavos…


Al tipo se le transformó la cara, se le derritió la sonrisa dejando paso a una máscara deforme, mezcla de decepción, enojo y vergüenza ajena. Enseguida se sobrepuso y habló con tono paternal, elogiando la buena voluntad de los dos niñitos que sacrificaban sus ahorros para comprarle el regalito a papá. Llamó al socio que tomaba mate en la trastienda y entre los dos nos dieron un sermoncito sobre lo caro que estaban las cosas y que no alcanza con las buenas intenciones y que a lo más lejos que podíamos aspirar era una colonia de Heno de Pravia que mejor te la metés donde no da el sol, gordo puto!!
Nos fuimos con la cabeza gacha, destilando bronca mientras a nuestras espaldas se apagaban las risas de los dos viejos que habrán conservado la anécdota para toda la cosecha. Por un rato largo no hablamos hasta que, al cabo de dos cuadras y media, nos invadió la desesperación.
No quedaban muchas opciones. Pensamos pedirle prestado a mamá pero el orgullo nos lo impidió. Luego de mucho discutir, llegamos a la conclusión de que papá no necesitaba un perfume, de hecho él no se perfumaba. Entonces… ¿qué mejor que un par de medias?
Con la esperanza iluminando nuestras caritas inocentes corrimos a la tienda, más conocida como la fábrica de las bombachas, donde atendía Rosita que era amiga de mamá. ¿Cómo no se nos ocurrió antes…? Y casi nos sentimos Rockefeller comprando dos pares de medias y una camiseta, la preferida de papá, musculosa blanca de esas que se estiran hasta el infinito y el agujero de la manga te llega a las rodillas. En fin… ¡misión cumplida!
No sé si a papá le habrá gustado el regalo pero lo cierto es que se le piantó un lagrimón cuando mamá le susurró al oído que lo habíamos organizado todo nosotros solos, a escondidas, y que lo pagamos con nuestra plata. Por una vez nos sentimos orgullosos, valió la pena.
A propósito… El regalo misterioso de mi hermanita era una colonia de Heno de Pravia que al cabo de veinte años continúa cerrada herméticamente.
¡Feliz día, papá!

miércoles, 11 de junio de 2008

El lado oscuro

Supe quién era en cuanto la vi. Bueno, quizá no exactamente… pero me asaltó esa sensación inconfundible cuando la vi subir la escalera con la agenda inflada de papelitos, el pelo mojado y la pollera muy corta. No era como las demás o por lo menos ninguna otra me despertaba inquietud, ni siquiera curiosidad.
Toda esa cosa de la intuición que me hace ver más allá de donde me propongo. No quiero pero está ahí, simplemente sucede. ¿Hereditario? Puede ser… No es que sea vidente ¡claro que no! Aunque mal no me vendría en estos tiempos que corren. Tuve la misma sensación cuando saqué la plata del plazo fijo una semana antes de la debacle total, no consulté a nadie, lo hice y zafé, y con algo de culpa me conté entre los escasos privilegiados. No me pregunten cómo, prefiero no saber, tampoco estoy esperando que me pase, sencillamente sucede en el momento exacto y la imagen borrosa de lo que “podría ser” adquiere la certeza de un axioma.
Ella hablaba con desparpajo, parecía simpática. Retuve su nombre e imaginé hasta dónde podría hurgar sin levantar la perdiz. Al sentarse vi su marca, la vi por primera vez, no es que supiera que la tenía… Definitivamente no daba el perfil pero aún así no dudé, fue como un fogonazo, el alerta.
Volví a verla otra tarde, nos cruzamos un par de segundos, lo suficiente para mirarnos frente a
frente y grabar la imagen. Sentí una punzada de celos, más fuerte esta vez, en especial porque yo me iba y ella se quedaba, siempre se quedaba, nunca parecía apurada.
Maquiné excusas para facilitar la indagación pero obtener datos fehacientes sin generar sospechas se hacía prácticamente imposible. Al cabo de un tiempo dejé de insistir hasta que una noche, una de esas noches que se anuncian perfectas y felices, mientras caminaba distraída con la cabeza en las nubes, un auto frenó bruscamente a centímetros de mis pies. Era ella. Me miró muy seria, asustada o enojada, no sé. Seguí mi camino, la sonrisa se perdió en la neblina. Venía a verlo a él.
La última vez que la vi salía de la estación de servicio, en una mano el celular y en la otra un atado de cigarrillos. La odié, odié su libertad, odié no poder estar en su piel esa noche cuando durmiera con él.
Finalmente logré reunir algunas piezas del rompecabezas pero no era suficiente. Demasiados interrogantes, cosas que no encajaban, alguien mentía deliberadamente.
Entonces no imaginé cuán cerca estuve de la verdad, lo supe tarde y de la forma menos pensada, casi con violencia. Y cada día un poco más, un dato nuevo que se agrega para revelar otra parte de la historia, aunque a esta altura ya es más de lo mismo. A veces quisiera no saber, no enterarme, no quiero más esta sensación que despierta toda mi ansiedad y me vuelve paranoica, peligrosamente toc.
Ya sé quién es ella, lo extraño es que no hayamos vuelto a cruzarnos. Me pregunto si al verme intuirá… es posible.

domingo, 8 de junio de 2008

La Sconosciuta



Me gusta el cine italiano. No sé, será la sangre que tira o la nostalgia que me devuelve al pasado de la mano de la nona, quizá la dulzura encerrada en esas palabras pronunciadas con exquisita simpleza que son parte inseparable de mi infancia.
Hacía rato que una película no me provocaba la sensación de haber viajado lejos, muy lejos, a la sombra de una inmigrante misteriosa que recorre el presente y el pasado como dentro de una galería de espejos, un pasado inquietante que se revuelve sobre sí mismo y busca respuestas, descanso.
Dos horas lejos de mí misma, inconsciente de la realidad, atrapada, dejándome seducir por ella, la rusa, que brilla con luz propia bajo el genio indiscutido de Tornatore y las cálidas melodías de Morricone.
Sin palabras. Así salí de la sala, en estado de hipnosis total, sin deseo de intercambiar opiniones por temor a perder ese instante de magia completamente mío.

viernes, 6 de junio de 2008

Impressive instant

Es una tarde preciosa de sol. La brisa que golpea las ventanas me hace sentir aún más a gusto, chapoteando en mi baño de espuma calentito, relajante, con aroma a prados rebosantes de jazmín y gardenias. De a ratos intento dilucidar quien mató a la mujer del cuarto amarillo, pero hoy Leroux no logra cautivarme.
Qué lindo es disfrutar de esos ratos robados a doña Rutina… El privilegio del ocio bien merecido.
Y todavía es temprano… Podría hacer tantas cosas, simplemente no tengo ganas.
Este mal humor que me persigue desde hace días ha alcanzado la masa crítica, es mejor
mantenerse a distancia. Soy como un erizo pinchudo y muy peligroso, tanto así que temo causar heridas irreparables.
Después de una larga media hora, emerjo de las aguas como un Kraken arrugado y, envuelta en el mullido toallón color salmón que tomé “prestado” del Marriott, voy peregrinando rumbo al dormitorio, regando la alfombra de gotas cristalinas que son como perlas diminutas.
Siento ese impulso fugaz de escribir cosas sin sentido, o tal vez es la necesidad de estrenar la flamante notebook que espera silenciosa sobre la cama.
La enciendo con respeto, expectante. Los dedos rozan apenas el teclado, pero no escribo. Las palabras no fluyen como quisiera, se han escondido en algún rincón neblinoso y se niegan a salir. Curiosamente no siento frustración, el día es demasiado bello para eso.
Las sábanas me hacen mimitos en un despliegue de caricias inocentes, me dejo llevar… el olor levemente perfumado de la piel desnuda me tienta y todo parece tan divinamente apropiado…
Apago el celular… sólo por unos instantes.

miércoles, 4 de junio de 2008

Soy tu fan – Capítulo IV

Caprichos y fugas

La Misa terminó minutos antes de las ocho. Inmediatamente la atmósfera fría de la Iglesia se tiñó de mágicas estridencias, como un llamado celestial. Caminé hacia el fondo con paso seguro y me detuve allí donde una puerta elevada y angosta comunica el templo con un salón enteramente recubierto en piedra que desemboca en la escalera más alta y desvencijada que vi en mi vida. Vacilé unos instantes recordando las palabras de Ralph: “La escalera cruje como si se fuera a partir cada escalón pero no temas, aguanta una manada de elefantes africanos en celo”.
Subí los primeros peldaños. En la mitad, el corazón se me salía por la boca. Pánico, vértigo… No sé cómo logré llegar a la cima, especialmente considerando que la escalera del horror culmina en una suerte de balcón con vista panorámica a un abismo insondable y para colmo de males ¡se tambalea! ¡Por Dios! Un escalón más y llego al Reino de los Cielos sin pagar peaje.

Afortunadamente elegí el camino correcto ya que la puerta de la derecha conduce al campanario y, dicen las malas lenguas, que está invadido de ratas del tamaño de un caniche adulto.
Al cruzar el umbral las cosas se ven diferentes, como si se tratara de dos mundos paralelos. La vista es magnífica y el sonido es puro, vibrante, estremecedor.
Allí estaba Ralph, esperándome. Sonrió al verme y de algún modo supe con certeza que algo había cambiado en mí para siempre.
Ocupé el que sería desde entonces mi lugar de honor, los pies bailando sobre la pedalera, al lado de mi genial organista, para quien mis deseos son órdenes impostergables. Será por eso que satisface todos mis caprichos musicales, no importa cuántas veces deba retomar los entreverados compases de la fuga de Liszt o agotar al público con una décima repetición de la
Sortie que me apasiona.
Adoro el sonido de las trompetas y la tuba… Apoyar la espalda sobre la consola del órgano, cerrar los ojos y sentir… sentir con el cuerpo, con cada centímetro de piel, desde la coronilla hasta la punta de los pies… Es lo más parecido a un orgasmo legítimo.
Ralph es mi amigo más talentoso y lo sabe. Yo soy su musa, según sus propias palabras, y la admiración es mutua. Tan distintos y tan afines… como debe ser.

lunes, 2 de junio de 2008

Soy tu fan – Capítulo III

Ralph

Los pasillos del Seminario, habitualmente silenciosos, eran un mar de gente. Los chicos jugaban a la mancha venenosa escondiéndose debajo de las mesas, los mayores parloteaban con la boca llena y el cura estaba rojo como una sandía pero no le aflojaba al tinto.
Salí a tomar aire al jardín. Marisa R pasó a mi lado como una tromba, me estampó un beso hueco y sonoro que casi me deja la cabeza hecha un trompo y siguió de largo como si la persiguiera la Montada. Estaban los de siempre… La Parroquia genera esa sensación de pertenencia, se apropia hasta de los rasgos de los feligreses, de sus hábitos, su charla, sus olores… es como un circuito cerrado con identidad propia.
Me alejé un poco, lo suficiente para ahogar el bullicio y respirar. Sonaron unos pasos a mis espaldas, no me volví pero atisbé la imagen reflejada sobre el amplio ventanal y la emoción me dejó sin aliento. Fueron sólo dos segundos. Respiré hondo, giré sobre mis talones y clavé la mirada en esos ojos que, sin ser bellos, poseen la frágil transparencia de las aguamarinas.

-Yo… yo… soy tu… tu admirado-do-ra… desde siempre.

Se quedó de piedra. Debí considerar que tamaña franqueza apabullaría a una momia inca pero, aunque sorprendido, esbozó una sonrisa cómplice y dijo:

-Nunca imaginé tener una admiradora tan joven y linda… ¿Cuánto es “desde siempre”?
-Esteeee… mucho. Bah, desde que tengo memoria…


De a poco fui bajando a la tierra. Ralph era inteligente y sagaz, un tipo brillante. Charlamos un rato largo, quiso saber de mí, hizo muchas preguntas y no parecía estar apurado. Se ve que le caí bien porque me invitó a conocer el órgano y elegir la música que tocaría para mí. Maravillada es poco… Quedé flotando en la nube de Valencia contando los días que faltaban para el próximo sábado cuando, al anochecer, comenzaran a desfilar las novias una tras otra y yo en lo alto, muy cerca del paraíso, me deleitara escuchando el canto espléndido del órgano.