sábado, 29 de noviembre de 2008

Sola y en penumbras

Mojarme con la lluvia como el otro día y llegar a casa helada, hambrienta y de mal humor, la gata enroscándose mimosa entre mis piernas, el celular taladrándome la cabeza, la llave que no encaja y por si fuera poco… ¡NO HAY LUZ! ¿Pero cómo puede ser? Cosa e’ Mandinga, che… ¿Será para que no extrañe el country? Justo hoy que me prometí pollo picante con arroz thai, guaaaaa… Con suerte una sopa instantánea y, si queda, un bon-o-bon, uno solo porque el botón del pantalón amenaza con soltarse e impactar con la fuerza de un proyectil en alguna ventana que saltará hecha añicos.
No sé por qué todo me sale al revés. Lo rescatable es que esta noche la bronca taponó el miedo y por primera vez puedo caminar por mi bello hogar completamente a oscuras, como lady Macbeth con una vela en la mano y la mirada extraviada, pero sin remordimientos.
Y se me ocurren interesantes opciones para hacer de ésta una velada muy original…

domingo, 23 de noviembre de 2008

Nos volveremos a ver

En el plazo estipulado, ni un día más ni uno menos, Signor Pittore ha dado por finalizada la obra maestra y al fin mis bellas paredes lucen espléndidamente luminosas, de un blanco inmaculado y radiante.
Me dio tristeza despedirme, claro que después de tres semanas de asidua convivencia e infinitas rondas de tereré uno empieza a sentirse como en familia, se comparte todo, las llaves, el baño, la heladera... El otro día olvidé las toallas dentro del lavarropas y él personalmente se ocupó de tenderlas al sol, alimentó a la gata que permanecía oculta bajo la mesada vigilando sus movimientos y atendió mis llamadas como la más eficiente de las secretarias.
Pero cuando ya me había acostumbrado a su compañía se aleja, me abandona a mi suerte, no
veré más la huella de sus alpargatas sobre el piso flotante, ni los rodillos colgando de la reja del balcón, aireándose en la brisa nocturna como pequeños peluches esponjosos. Justo ahora que empezaba a dilucidar el guaraní, mi Picasso paraguayo se va cantando la Galopera a los brazos de otro amor, otras paredes lo cobijarán, otros ojos lo mirarán con ternura, otros labios alabarán su arte.
¡Adiós, Signor Pittore! Me ha hecho usted muy feliz, ha pintado mi vida de nuevos colores, me ha devuelto la luz… ¡Nunca, nunca lo olvidaré!

viernes, 21 de noviembre de 2008

El encuentro tan temido

Con el último bocado corrí cuesta abajo, los minutos contados, el celular echando chispas, el cliente necio y caprichoso que se cree más vivo que todos los vivos que le chupan la sangre seguía empacado en sus trece, y esta vez casi pierdo el don, no encontraba manera de convencerlo… “¡Si no aflojás te van a meter preso por pelotudo! ¡A mí no me mientas! ¡Así no te puedo ayudar!” Pero no había caso.
A regañadientes subí a la combi que me depositó en el aeropuerto, frente al edificio del antiguo hotel. Apagué el Ipod, sacudí mi envidiada cabellera y me entretuve saludando a los viejos conocidos, las mismas caras de siempre que van y vienen ininterrumpidamente, se sienten dueños, son parte de la fauna local, no sería lo mismo sin ellos.
Busqué a mi salvador, el que oficiaría una vez más de interlocutor, haría las presentaciones del caso y me dejaría a solas con el mafioso de turno, el que luego de explicar “cómo hay que hacer las cosas” embolsaría una buena cantidad, lo suficiente para unas cortas vacaciones bajo los cocoteros. La solución rápida que no deja secuelas, después nos quejamos, pero es el país que tenemos y alimentamos…
El imbécil mentiroso insistió con rebeldía, casi echa todo a perder, hasta que por fin entró en razones y el dinero cambió de manos. Asunto terminado, firma, sello y autorizada la salida.
Esperé a que cerraran las puertas del camión, quizá en otro momento hubiera enarbolado el pañuelo blanco a modo de despedida, pero hoy por hoy mi cuota de sarcasmo está francamente en baja.
Caminé aliviada rumbo al espigón. Un café, nadie que me diga lo que tengo que hacer, sin horarios ni compromisos, sola.
Me sacudió la nostalgia de verme como en sueños despachando la valija, rumbo al paraíso, tiempos más felices, sin duda. Lo bien que me haría un buen descanso, hasta ahora no había caído en la cuenta…
No sé cuánto tiempo habré estado mirando el monitor de vuelos, envuelta en una nube de mariposas, tan absorta en mis pensamientos que no lo vi llegar.
Caminó a mi alrededor y se detuvo a escasos centímetros. Recién entonces tomé conciencia, percibí su olor, su presencia, su increíble magnetismo que pese a todo no logra desagradarme. Elegante como siempre, una raya más en su uniforme azul anuncia que ahora es comandante, el tipo es exitoso.

-Hola.
-Hola.

No puedo explicar por qué se me llenaron los ojos de lágrimas, si no había motivos, excepto que últimamente todo me desborda, no alcanzo a ver el horizonte, temo haberme equivocado.
Pasado el instante de sorpresa, comprendió, no dijo nada, me abrazó y esperó a que llegara la calma. Caminamos juntos hasta la salida, sin hablar, no hubo reproches ni explicaciones ni preguntas odiosas, simplemente estábamos ahí, la vida nos reencuentra cíclicamente en los momentos “especiales”, como si estuviera escrito, predestinado.
No hubo necesidad de contarnos nada. Él sabe, yo sé, nos conocemos, no hay secretos entre nosotros. Ahora entiendo que tampoco hay lugar para el rencor, no caben más que los recuerdos de un pasado que cruzó nuestros caminos de una vez y para siempre, prevalece el sentimiento, el afecto.

-Cuando quieras… sabés como encontrarme.
-Sí.
-Que estés bien.
-Vos también. Cuidate.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Mundo cruel

Para vos...

Que cada vez que lavás el auto se larga a llover.
Que después de la comilona te desabrochás el botón del pantalón, previo eructo de campeonato.
Que coleccionás bolsitas de Coto para tirar la basura.
Que siempre te toca la bombilla tapada.
Que esperás a que la torta se enfríe antes de probarla.
Que parás todos los taxis ocupados.
Que nunca en la vida aprendiste a hacer el repulgue de la empanada.
Que estrenás los zapatitos de tela bajo la lluvia de Santa Rosa.
Que jamás te sentás en inodoro ajeno.
Que cuando llegás a la Caja… ¡se cayó el sistema!
Que no te avergüenzan los “aujeros”, las “alverjas” y las “almóndigas”.
Que seguís insistiendo con la “cita a ciegas”.
Que cuando la panza te delata declarás impunemente: “Estoy hinchado”.
Que revisás meticulosamente todas las fechas de vencimiento.
Que no hacés nada sin antes leer las instrucciones.

Sabelo...

Un día va a volver el Uno a Uno.
Un día vas a ser vos el garca, el cafishio, el presidente.
Un día vas a nadar en el triángulo de las Bermudas.
Un día vas a revolear el panqueque y no se va a estampar contra la pared.
Un día vas a encontrar tu talle al primer intento.
Un día va a aparecer el hada madrina.
Un día vas a cobrar por escribir todas estas tonterías en el blog.

Y mientras tanto... ¡fumá!


martes, 18 de noviembre de 2008

Multiuso

H: Fijate que atrás hay dos mangueras. La más grande va al desagüe, la otra se conecta a la canilla de agua fría… friiiiiiiiia, no calieeeeeeente. ¿Entendiste?
Yo: Psé… ¿Y cuál es el desagüe?
H: Dejá, lo hago yo.

Los hombres son todos iguales. Se creen que una es tarúpida que no puede conectar la manguerita al desagüe. Más de uno no sabe ni ponerla y hay que enseñarle y una le tiene paciencia porque quizá está nervioso o ansioso y en el apuro ha perdido el rumbo… Una entiende y calla y nunca pero nunca le reprocha la falta de orientación.
En cambio los hombres se creen los reyes del universo, especialmente cuando de plomería se trata, como si fuera para ellos una habilidad innata destapar cañerías, una tarea propia de su género donde las mujeres no están llamadas siquiera a opinar.
Volviendo al tema… por "desagüe" entiendo el agujero ese que asoma en la pared en el lugar privilegiado donde “todo el mundo” ubicaría el lavarropas. A dónde conduce el agujerito no tengo la menor idea, pero seguro ha de ser ese el famoso desagüe.

Yo: ¿Cómo trabo la manguera?
H: No hace falta, metela todo lo que puedas y listo.
Yo: ¿Y si se sale?
H: No se va a salir.

Lo dijo con ese tonito de superioridad que saca lo peor de mí y encima resopló aburrido, como si mi ignorancia lo agotara. “Ya vas a ver cuando se te peguen los fideos y vengas a pedir consejo... De mí, ni el consuelo vas a tener.”

H: Ahora tenés que conectar la entrada de agua.
Yo: …
H: ¿Ya está? Acordate de sacar el pico de la canilla.
Yo: ¿Qué pico?

Ahora me doy cuenta que no sirven de nada los títulos universitarios ni los profesorados de
Danzas Clásicas ni haber cantado Berlioz sobre las tablas del Colón… ¡si no puedo conectar el lavarropas a una canilla de mierrrrrda! ¡La rep(@#&·$/&”·/&%!”·$ que lo re mil parió!
No sé para qué me meto en estos bretes. Saqué el pico, conecté la manguera, la enrosqué lo más fuerte que pude pero, cuando abrí la canilla, la desgraciada se soltó y entró a dar coletazos como una cobra furiosa. La cocina presa de la catástrofe y mi maltrecha humanidad chorreando en medio del desastre mientras intentaba contener la inundación, todo en cuestión de segundos.

H: ¡Te dije que la ajustaras bien!
Yo: La ajusté bien pero se soltó… ¡guaaaaaa!


Soy una ingrata al pensar que puedo sola con todo. ¡No puedo! ¡No puedo! Necesito un HOMBRE que solucione todos mis problemas, que conecte el lavarropas, que tome tereré con los pintores, que cambie las pilas del control remoto, que me conceda todos los caprichitos y me mande a dormir con muchos, muuuuuchos orgasmos.
Pero los hombres están fallados, ninguno cumple TODOS los requisitos, ni siquiera Mr. Músculo que bien podría ponerse a fregar en vez de andar por ahí con esas calzas brillosas pregonando las bondades de la limpieza a gatillo.
¡Puajjjj! Todos cortados por la misma tijera…

domingo, 16 de noviembre de 2008

Los borrachos y el castrato

Da lo mismo si el ensayo general se ve demorado irremediablemente por los caprichitos del cura que pretende casar a la embarazada en pleno mediodía, en medio de un circo de personajes que vociferan como la barra brava de Arsenal. No importa si las trompetas atronan el aire con estridencias imposibles de digerir, trompetas “naturales” por cierto, lo cual equivale a excusar cualquier imperfección alegando que su interpretación es de una dificultad extrema. Es igual si la soprano no está especialmente inspirada y olvida la parte una y otra vez, contribuyendo con su desidia a encrespar aún más los ánimos ya revueltos de nuestro adorado maestro S que reconoce estar al borde del suicidio.
A veces pienso que cuantos más contratiempos hay, más se disfrutan los conciertos que a pulmón ofrecemos a un público fiel que de a poco se convierte en parte inseparable de nuestra gran familia.
La puesta del Diocleciano desbordó magia, talento y el carisma inigualable del director que vaya
si sabe cómo lograr lo que quiere.
En especial el número de los borrachos que es ya un clásico en nuestro repertorio, porque si no está escrito lo inventamos, la cosa es cantar en curda. Al principio fue Baco, “nuestro” Baco, que para calentar la garganta empina el codo en cada intermezzo.
Pero Purcell escribió ese número tan gracioso de dúo, solo, trío y pandemónium que termina convirtiéndose en una auténtica orgía alcohólica, y el maestro S no perdió la oportunidad, se lo dejaron servido…

Make room, make room, make room
For the great God of Wine.
Give to everyone his glass, give…
Then all together clash, clash, clash…

Nuestros solistas serios, profesionales, estructurados, por una vez perdieron la compostura en aras de la creatividad, cedieron al impulso y se los vio radiantes, cómodos, divertidos, borrachos y entusiastas. El público aplaudió de pié y pidió el bis.
Pero lo más destacado de la jornada fue sin duda la presencia de nuestro exclusivo Farinelli luciendo un elegantísimo frac, tan joven y con esa voz majestuosa que envidian las sopranos más avezadas.
Qué deleite escucharlo… y qué raro suele parecer a los oídos poco acostumbrados que terminan preguntando siempre lo mismo “Che, el tipo ese que canta como una mina… es puto ¿no?” ¿Qué importa si es puto? Canta maravillosamente bien, that´s enough!
Se lució, brilló como las estrellas y recogió un mar de suspiros enamorados además del ramo de rosas que la desubicada de Martita puso en sus manos al finalizar el concierto. ¡Un poco de tacto, por favor!
Como sea, hasta el maestro S sonreía feliz, exultante, soberbio, con su acostumbrado desaliño y ese aire de genio alienado que le es tan propio.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Home

No puedo quejarme. Puntual, prolijo, rápido y escrupulosamente aséptico, ni una marca en mis paredes cero kilómetro, ningún espejo rajado y, contrariando las más nefastas predicciones, la caja de Pandora fue la primera en llegar. Demás está decir que la abrí con disimulo y palpé el contenido en busca de “eso”. Felizmente lo hallé intacto y me volvió el alma al cuerpo.
Claro que aún no logro encontrar mis sweaters extra gordos y el florerito que me regaló H y mi taco de cuchillos Tramontina que bien podría emplear, de ser necesario, en un caso extremo de autodefensa ahora que estoy sola y desamparada en este barrio arrabalero.
La mudanza agotó mis últimas reservas de energía dejando un saldo de innumerables moretones y ampollas, un sarpullido de lo más misterioso en el codo derecho que pica como los mil demonios, los talones insensibles y las manos más secas que lengua de loro, amén del terrible dolor de espalda y un cansancio que me haría dormir una semana seguida si no fuera porque carezco de la paz mental necesaria para cerrar los ojos y olvidar hasta mi nombre.
Al menos recompensa el hecho de ver otra vez cada cosa en su lugar, el piano recién lustrado resonando con ecos distintos en su nuevo hábitat, los libros cuidadosamente ordenados, la estrambótica lámpara de pié que a nadie agrada brillando para mí
en la penumbra del anochecer.
Sólo falta algo para que el cierre sea perfecto, lástima que a veces las cosas no salen como uno espera y mi rey de Corazones no vendrá a enredarse en mis brazos como deseo y desea, hoy no.
Me adormece su voz tierna en el teléfono mientras estreno el sommier rodando de lado a lado, el ventilador de techo gira lentamente y un aire cálido me acaricia la piel todavía húmeda después de un baño reparador.
Ahora sí me siento a gusto… Hogar, dulce hogar.

jueves, 13 de noviembre de 2008

¡Me dejó por otra!

Justo ahora que empezaba a ver la vida color de rosa…
Justo cuando ya me estaba entusiasmando con el cambio…
Justo cuando se me aclara la mente y comienzo a planificar mi futuro con plazos y objetivos concretos…
Justo ahora… ¿será posible?

Rogué, supliqué, imploré al borde del llanto, sólo faltó ponerme de rodillas y arrastrarme cual peregrina al Monte de los Olivos dejando de lado la dignidad y las buenas costumbres.

“¡Por favor, no me deje! ¡Guaaaaaaa!”

Pero tal parece que Signor Pittore tiene otros compromisos, uno en particular con una vieja platuda de Palermo Chico que le anda arrastrando el ala desde hace tiempo y ahora ¡exige! que se ocupe de ella, que haga honor a su palabra y le pinte el dormitorio como prometió, y nada de interponer excusas. La vieja es capaz de ir a buscarlo personalmente si es necesario y llevarlo de las orejas, brocha en mano, esclavizándolo hasta que termine el trabajo.

-Siniora, no se priocupe que io me escapo a la tardecita y le hago el comedor.
-Sí… Pero yo pensé que ya terminaba esta semana…
-Y usté vio como e’ esto… Pero quédese chanquila que va a quedar hermoso.
-Grrrrr…

En fin. Aquí estoy sola, rodeada de mis escasas pertenencias en un departamento que luce demasiado grande y vacío, esperando que “Miguel Angel” retorne a finalizar la obra faraónica, si es posible antes de que llegue Papá Noel…

lunes, 10 de noviembre de 2008

SuperMint

-Mirá, te la hago corta. Este el precio que consigo en MercadoFree, mismo modelo, misma garantía, mismos resortitos, con el pillow del orto y un almohadón de regalo. Haceme el mismo precio y te lo compro a vos.
-Hum, no sé…
-Lo seño ya mismo.
-Te puedo hacer un quince… Y eso da…
-Y quiero dos almohadas duritas para que no me duela la cabeza cuando me levanto a la mañana y ese puf tan monono que tenés ahí… ¿Viene con pespuntes?
-Sí… (suspiro) Está bien, pero lo pagás de contado ¿no?
-Así es. Me encanta hacer negocios con vos.


El vendedor no quedó muy convencido, perdió toda su verborragia exasperante, se le achataron
los rulos de pura desilusión porque por esta vez, como auténtica leonina y haciendo gala de mis subidas ínfulas de mandamás, lo puse entre la espada y la pared apuntándole a la nariz con los folletos de las “grandes marcas”, amenazando con divulgar por el barrio las ofertas que devastarán su precario comercio cuando las seguidoras de Lita de Lazari lo señalen con el dedo como “¡el ladrón de colchones!”.
Me gusta amedrentar a los que se aprovechan de la buena fe de la gente, es como una necesidad esa cosa de defender las causas perdidas, convertirme en paladín de la justicia sin más recompensa que la de haber cantado las cuarenta a quien bien se lo merece.
En estas circunstancias sería muy peligroso gozar de superpoderes, como la vista infrarroja o el oído biónico, o quizá el lazo de la Mujer Maravilla que obligaba a la víctima a soltar la lengua… Eso me gustaría, me resultaría particularmente útil, inclusive podría alquilarlo y es seguro que me lo quitarían de las manos.
“Super Menta” o mejor… “Supermint”.
Podría escupir un vientito mentolado congelante de efecto inmediato y tendría una espada con una esmeralda “del tamaño de una avellana” en la empuñadura, una espada que ayudaría a la transformación, como He-Man, y que además lance rayos desmemorizadores.
¿Y el atuendo? No había pensado en eso… Claro que las heroínas son siempre muy sexies, un cuerpo escultural, altura envidiable, el cabello flotando constantemente como si un ventilador les soplara la nuca… Todo eso quiero y lolas muuuuy grandes, unas piernas larguísimas y la nariz perfecta que la naturaleza me negó.
Ah… quién pudiera ser superhéroe una vez en la vida, sólo para probar el gustito y saber si vale la pena.
Y si está bueno… ¿me puedo quedar con el vientito mentolado?


viernes, 7 de noviembre de 2008

Aquí hay gato encerrado

La vez que H encontró un mensaje comprometedor en el celular y dudó… Tenía razón, claro que tenía razón. Le mentí, fue doloroso, no quise que sufriera, lo protegí como pude pensando que a veces es mejor “no saber”, y protegí con igual empeño a mi nuevo amor, el que me daba fuerzas para empezar de nuevo, al que no estaba dispuesta a renunciar así como así.
Uno nunca sabe lo que es capaz de hacer, cuál es el límite, cuando entrás al juego no hay forma de salir, es como un Jumanji hecho realidad, infinitamente más crudo e incierto.
Borrar mensajes en el celular se transformó en mi mandato por excelencia. Borrar. Borrón y cuenta nueva. Borrar historiales, registros… Borrar y memorizar. Borrar y olvidar. Borrar y constatar que la evidencia se esfumó.
Claro que a veces nos descuidamos, cometemos errores, sucumbimos ante el exceso de confianza, pensamos que ya no nos descubrirán, que no hay motivos para esconderse, y abrimos las puertas de nuestro pequeño vasto mundo, olvidamos “borrar”, olvidamos que hay ojos que ven y corazones que sienten, olvidamos que no somos libres.

Ella está detrás de algo o “alguien” pero no logra dar en el blanco, tantea las
pistas que han desperdigado a su paso con el afán de descubrir o confirmar, camina a tientas en medio de una niebla espesa, rodeada de extrañas luces acuosas que la confunden, asiéndose con desesperación al primer indicio, duda de todo y de todos, sospecha.
Yo miento, tú mientes, ella miente, todos mentimos. Pero en toda mentira hay un trasfondo de verdad, una verdad muy palpable, arrolladora, imbatible. La verdad que tememos, la verdad que preferimos no enfrentar…


Como sea, todo esto no ha hecho sino reavivar mi adormilado espíritu aventurero, ahora sólo pienso en recorrer los pasillos de la Matrix camuflada bajo un alias muy chic, un antifaz con lentejuelas tornasoladas y una nutrida colección de Ip’s movedizos que borrarán todas mis huellas.
Patrullaje. Eso es lo que me estaba faltando, ahora caigo en la cuenta… Adrenalina pura, misterio, intriga, como en los episodios de Remington Steele pero sin Pierce Brosnan (desafortunadamente…)
Sólo temo, esta vez, llegar tan lejos que la verdad sepultada bajo la mentira destruya la escasa inocencia que queda en mí…

Al don, al don,
Al don Pirulero,
Cada cual, cada cual
Atiende su juego,
Y el que no, el que no
Su castigo ha de pagar…

jueves, 6 de noviembre de 2008

Anochecer de un día agitado

Por una vez decidí hacer oídos sordos al despertador que chilla como un descosido a las 6:30 de la madrugada. Media vuelta y que sean quince minutos más. Pero no hay caso… Signor Pittore es puntual como el té inglés y no es cuestión de que me sorprenda en paños menores con el pelo revuelto y ojeras de trasnochada.
Con el andar cansino del sueño que tarda en disiparse me lavo los dientes, despacito… El espejo me devuelve el reflejo de lo que preferiría ignorar, incluido el granito reciente que asoma a un costado de la nariz desafiando las leyes de la exfoliación y la máscara de pepino que me hace ver como la bruja mala del cuento.
Sospecho que el agua fortalecerá mi aún lastimada autoestima, renovará mis esperanzas, de algún modo me revitalizará. “Pero… ¿qué pasa? Está fría…”
Me seco los pies y emprendo la caminata rumbo al calefón que misteriosamente se ha apagado. “No puede ser… Si yo no lo toqué…” El primer intento resulta fallido, no importa, pruebo otra vez. Ni un click, no hay chispa. De nuevo, a no desanimarse, ahora veo las chispas pero no
enciende el piloto, la perilla está atascada. De nada sirve maldecir al santo protector de los calefones si el desgraciado no coopera. Se hace tarde, el tiempo apremia, se impone la auténtica ducha fría. Claro que no es la primera vez y afortunadamente hace calor…
Hecha una furia emergí del poco reconfortante baño y la emprendí de nuevo con el calefón. “¡Pero la p… que te rep…! ¡No me vas a ganar! ¡Yo soy la que manda en esta casa!”
Pero parece que no lo entendió, o quizá lo disgustó mi actitud y se vengó. La perilla se partió al medio y un trozo respetable de uña de mi dedo pulgar salió despedida como un proyectil. Pasada la fracción de segundo que involucra sorpresa, incredulidad, deseo de volver el tiempo atrás y viajar a la dimensión desconocida, el dolor se adueñó de mi mano que de a poco se iba tiñendo de un rojo brillante y pegajoso.
Madrugar a la fuerza, bañarse con agua fría y perder una uña batallando con el calefón no pueden ser buenos augurios. No, señor.
Limpié los rastros de sangre, consolé al dedo dolorido y salí a la vida, a cambiar de aire, no importa si el colectivo tarda en llegar, si se acabó mi provisión de mentitas ultra fuertes, si tengo examen de Nutrición y olvido por el camino las propiedades de la vitamina E…
A fin de cuentas no importa, siempre se puede estar peor. Y vaya si hoy me he levantado cruzada que la primer persona que me dirige la palabra es nada más ni nada menos que el chico del que estuve enamorada la mitad de mi vida adolescente, que ya no es tan chico y me mira con insistencia como si me reconociera o deseando ser reconocido. Ingrato, nunca reparó en mi existencia y me viene a mirar justo ahora que no tengo tiempo ni ganas, me duele el dedo, estornudo nubes de polvo y sólo ansío disfrutar mi libertad.

-Nosotros nos conocemos…
-¿Eh? Ah, sí, creo que sí… (obvio) De algún baile del colegio, puede ser…
-Vos eras compañera de mi hermana… Araceli.
-Esteee… Cierto (¿cómo se acuerda?) ¿Anda bien Ara?
-Sí, muy bien. Qué lindo encontrarnos, yo vivo acá cerca… ¿vos?
-También.
-Ah… Con tu marido ¿no? ¿Tenés chicos?
-Che… qué bien se te ve, capaz nos cruzamos otro día y te cuento mi historia sin fin… Pero ¿ves? ahí viene el colectivo… Y no tengo chicos. ¡Chau! ¡Que sigas bien!


Al menos me devolvió la sonrisa. Y vaya si me hacía falta…
Por fin anochece y este día turbio va llegando a su fin. Las paredes de mi hogar empiezan a lucir como en las revistas, ya es mío el sommier que me desvelaba y en el que pienso descargar toneladas de energía sexual abrazada a mi cirujano enamorado, el sol se pone a desgano sobre la ciudad acalorada y de a poco empiezo a sentirme “como en casa”.


martes, 4 de noviembre de 2008

Ansietá

Por más vueltas que doy, siempre estoy perdida en el mismo lugar.

Ando transitando una seria crisis de ansiedad con varios frentes simultáneos. Y todo porque emigré de casa con lo puesto, guardando desordenadamente los objetos que encontraba a mi paso en el último instante, mientras los señores de la mudanza envolvían las sillas en frazadas viejas y los vecinos corrían a despedirse como si nos fuéramos a la guerra.
No es así como hay que hacer las cosas, sobre todo si uno aprecia sus cosas y las quiere de vuelta.
Como los juguetes de la gata, su pelota de polar y el ratoncito a cuerda, la mantita en la que solía dormir, el platito para la comida… No me explico cómo olvidé ponerlos a resguardo y de esa forma evitar que la pobrecita se sienta desprotegida, desposeída, una paria entre nubes de polvo y mate frío.
Pero no es eso lo peor. Hay cosas que podrían no tener remedio…
En especial si se trata del cofre de los secretos, ese que guardo bajo siete llaves y voy cambiando de escondite cuando hay luna llena. Tiene forma y color, y sé de unos cuantos que pagarían por echar un vistazo.
Lo guardé entre un mar de sábanas, envuelto cuidadosamente en el interior de la colcha de raso rosa que heredé de mamá. Rosa… como para no recordarla… Pero temo no haber identificado correctamente la caja y que, en esas vueltas del destino, la susodicha vaya a parar al lugar equivocado, a manos equivocadas, y entonces será demasiado tarde para volver el tiempo atrás y esbozar la tímida sonrisa del “yo no fui”.
Imagino consecuencias catastróficas, un viaje a los nueve círculos del Infierno sin retorno ni salida, la oscuridad total, culpa, vergüenza, remordimientos…
Desde ayer no logro pensar en otra cosa. Soy presa de sueños agitados en donde seres anónimos despojados de todo sentimiento, revuelven fotografías, estornudan groseramente sobre las letras de mi pasado, husmean los recuerdos con intenciones malvadas, pienso en chantaje, delación, venganza, celos…
¿Dónde diablos está mi tesoro? ¿Por qué no lo traje conmigo en la bolsa de los mandados? ¿Por qué siempre pero siempre me pasan estas cosas?
Intento autoconvencerme de que nada malo sucederá. En el peor de los casos, la caja irá a parar a manos de H que detesta la colcha rosa casi tanto como yo y sólo por eso es seguro que la dejará intacta, no se animará a desempolvarla por temor a intoxicarse con naftalina, me dirá con voz enojada que vaya a buscarla y “la próxima vez aclará bien que esta caja es tuya”, aunque también es probable que haciendo gala de toda su gentileza opte por devolvérmela sin hacer comentarios. Pero en ese caso… ¿cómo sabré que no sabe lo que no debería saber...? Claro que si supiera actuaría en consecuencia y entonces yo lo sabría… ¿Lo sabría?
Diosssss…. ¡No puedo dormir! La voz de la conciencia grita tan fuerte que me vuelve paranoica. No podría ocurrirme nada peor, mis secretos en manos de cualquiera, un malvado que me verá desnuda, tonta, miserable, patética, se reirá de mis desventuras y sabrá que no soy nada pero nada especial. No me entenderá.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi vida con el pintor

“Se la vamo a hacé fácil, usté no se priocupe.”

Esas fueron las palabras que sellaron el acuerdo. Tres semanas que, si los astros se conjugan favorablemente, serán dos y, si el ángel vengador sopla vientos de cambio sobre mi cabeza, quizá se reduzcan a diez
polvorosos días al cabo de los cuales mi bonito departamento lucirá blanco y radiante cual novia camino al altar.
En estos días mi destino está sumergido en polvo y enduido. Respiro polvo, como polvo, visto polvo, peino polvo, barro polvo… De polvo somos y en polvo me estoy convirtiendo.

-Signor Pittore, mire que en la alacena hay galletitas y yerba para el mate, le dejo el termo también...
-Cha gracia, siniora… pero nosocho tomamo mate frío.

¡Ay, mi Dios! ¡Tereré! Sólo eso me faltaba… No es que tenga nada en contra de nuestros hermanos paragüas, pero tereré… ¡Puaj! Habrá que hacer la vista gorda mientras avanza la obra de arte que a este ritmo agotará lo poco que me queda de paciencia.

-Tenga cuidado con las ventanas, mire que se puede escapar la gata.
-Chanquila, siniora, que no se va ir la gatita.

Hago planes para los días que vendrán pero no logro hacerme a la idea, a ninguna idea, estoy vacía de ideas, tan vacía como después de leer ParaTi Colecciones mientras espero mi turno en la peluquería.
Mi hogar que no es “mi” hogar si faltan “mis cosas”, mis libros, mi piano, mis cacerolas, mis apuntes de Política Monetaria… no importa si no los he vuelto a leer en diez años, pero ahora los necesito conmigo, necesito TODO conmigo ¡ya!
Por donde miro sólo hay polvo, las paredes estampadas de pequeños parches blancos, en preparación, esperando la mano del artista que las hará lucir como nuevas.
Paciencia… no es fácil mi vida con el pintor, el primo del pintor, el sobrino del pintor y próximamente el cuñado del pintor. Pero no pierdo las esperanzas, mientras tanto tacho los días en el calendario y barro el piso por inercia.
A veces pienso que mis peores problemas podrían solucionarse con alcohol. Lástima… lo más fuerte que tengo a mano es jugo Clight de mandarina y un cubito de puerros Knorr vencido. ¿Servirá?

domingo, 2 de noviembre de 2008

La vuelta al barrio

Vivíamos en una zona de casa bajas, todas muy diferentes, en ese lugar privilegiado de la ciudad poblado de árboles y pájaros, el estanque de agua verdosa lleno de renacuajos, el puentecito de piedra donde la novia posaba para la foto inolvidable y la calesita.
El calesitero era el clon de Videla, dos gotas de agua, el bigotito, la pose marcial… Vestía un delantal azul oscuro con los bolsillos repletos de caramelos media-hora y administraba la sortija con absoluta inflexibilidad.
Don Secundino hacía la mejor pizza de anchoas que comí en mi vida aunque, por cierto, del
delivery se encargaban las cucarachas que jamás logró erradicar del local. Resultaba pintoresco si se lo miraba con buenos ojos.
Ni siquiera sabíamos los nombres de las calles, era más bien llegar hasta la casa del cactus, seguir por la cortada hasta lo de Don Clemente, doblar en la casa de rejas y así… Y cada esquina era diferente, estaba la que tenía verdín y el que no sabía ese dato se hacía pomada con la bici, la de la fábrica de lana que una noche se incendió y el barrio entero enloqueció de espanto, menos mi papá que dormía como un lirón y no se enteró de nada. Esto me lo contó la nona que esa noche acarreó cientos de baldes temiendo que el fuego llegara a la casa.
El barrio no ha cambiado nada, la gente tampoco.
Tiempo atrás me fui buscando nuevos horizontes, haciendo oídos sordos a los consejos de papá, con la rebeldía de la juventud y el arrojo que me caracteriza. Tenía que vivir mi propia experiencia, darme la cabeza contra todas las paredes y volver cuando llegara el momento.
Y parece que por fin llegó.