miércoles, 28 de enero de 2009

El gato

¡Soy la única que no tiene vacaciones!

Mi hermanito, el pequeñín de la familia, se pasea entre cebras y leones al sur del continente negro y mi hermana trasladó sus petates a un bonito camping sobre la costa uruguaya dejando precisas instrucciones sobre los compromisos a asumir mientras ella se broncea panza arriba sin culpa ni cargo.
Léase “cuidar al gato y regar las plantas”, claro que con algunas salvedades que hacen la cosa más complicada.
Porque el gato de Ceci no es un gato cualquiera. Aún antes de perder la forma, “Pi” era un ejemplar más voluminoso de lo común, rubio con un halo dorado sobre el lomo, un puma chiquito, eso es, cariñoso y perezoso como pocos. A punto estuve de alojarlo en casa estas tres semanas, hasta que la dueña regrese. Menos mal que la campana me salvó en el instante preciso (el bicho se opuso al traslado con un despliegue de piruetas y arañazos que nadie hubiera imaginado) y mi obligación se vio felizmente limitada a visitas periódicas en su hábitat natural, comida, agua, recambio de piedritas sanitarias y algún mimo para que se sienta querido.

Abrí la puerta y allí estaba él en medio del patio, maullando al viento, dueño y señor de su soledad. Previendo un ayuno no deseado, el pobre gato había devorado hasta el último poroto y allí estaba, bamboleando su panzota a la espera de la próxima ración.
Nos miramos, estudiándonos con detenimiento. Cuando comprendí que no me atacaría y comprendió que si me ataca se queda sin comer, corrí a llenar el plato y a poner un poco de orden. Entonces encontré la cartita sobre la mesa de la cocina…

¡Hola, hermanita!
¡Gracias por venir! ¡Pi se va a poner feliz de verte!
Ponele bastante comida, cuando se acabe el paquete comprale más (yo no pude porque la veterinaria está cerrada), acordate que come alimento especial para gatos obesos.
Mirá que Pi toma agua del balde, no del plato. Así que llenalo siempre hasta arriba para que tome del borde sin mojarse.
Ah, me olvidaba… Piedritas no hay más pero podés comprar acá enfrente en el super.
También te dejo el cepillito para que lo peines. Cuidado con la ropa porque pierde mucho pelo. ¡Le encanta que lo cepillen!
Ah… y no te olvides de regar las plantas: las del patio, las que cuelgan de la escalera, los potus de la cocina, hay un cactus en el baño y unos lazos de amor en la terraza. Creo que la regadera está pinchada…
Cualquier cosa, mandame mensajitos, si no te contesto es porque estoy en la playa.
¡Gracias por ocuparte! ¡Sos una ídola!

No sabía si llorar o patear la pared. ¡Pero me ven la cara, me ven! Al final hubiera venido la bestia a casa y todos contentos, especialmente él que hubiera vivido como un señorito inglés. ¡Qué va! Si lo mío es un apostolado…
Cuando a punto estaba de acabar el rosario de palabrotas –incluidas las de mi propia autoría- vi los ojos llorosos de Pi que me miraba casi con afecto y sentí una lástima tremenda, ganas de abrazarlo y confortarlo, porque a fin de cuentas está más solo y desamparado que yo, somos dos almas solitarias, vagabundos del destino que le cantan a la luna y…

-Bueno, está bien, pará de refregarte que me pegás todos los pelos.
-Miaaaaauuuuu….
-¿Y ahora qué querés?
-Miaaaaaaaaauuuuuuuuuu
-¿Te cepillo? ¿Es eso? Bueno, vení…

El falso puma se tendió en el suelo cual largo era, ronroneando de placer mientras el cepillo le acariciaba el lomo despojándolo de pelos muertos, se revolcaba juguetón de un lado a otro hasta que, de improviso, sin
mediar causa aparente, sin darme tiempo a reaccionar, se incorporó de un salto lanzando un zarpazo inesperado que me rasgó la palma de la mano. Solté el cepillo al tiempo que brotaba la sangre, una herida pequeña pero contundente.
Pi me miraba temeroso, escondido debajo de la mesa. La sorpresa dejó paso al dolor y a la decepción. Gato desagradecido, araña la mano de quien le da de comer… Él se asustó más que yo, indudablemente, aunque claro, la damnificada soy yo, me han herido el alma.
Ahora habrá que recomponer esta frágil relación con más comida pero sin cepillado. ¡Si te agarro, te hago alfombra!


jueves, 22 de enero de 2009

Billetera mata galán

Un tal Thomas Mollet, psicólogo de la Universidad de Newcastle, anda proclamando por ahí una interesante máxima que indudablemente hará temblar a Darwin en su tumba, preguntándose cómo no tuvo en cuenta semejante fenómeno a la hora de sugerir que el hombre desciende del mono.

Que los machos son esencialmente polígamos, ya lo sabemos.
Que en virtud de la poligamia, batallan entre sí por exhibir el harem más numeroso, también lo sabemos…
Y que las hembras desarrollan preferencia por ciertos machos es una variable que a muchos conviene desestimar, pero también es sabido y esto no hace sino reforzar el concepto de la selección natural.

Sobre esto último, Mollet viene a proponer esta interesantísima relación:

"LA FRECUENCIA DE LOS ORGASMOS EN LAS MUJERES ES DIRECTAMENTE PROPORCIONAL A LOS INGRESOS DE SU PAREJA”.

También sugiere el estudioso que, en el marco de la teoría evolutiva, “machos y hembras están genéticamente predispuestos a explotarse el uno al otro sin piedad para lograr las mejores oportunidades de supervivencia de sus genes”.

Dicho de otro modo:

1) El macho inicia el ritual de seducción a fin de conformar su harem.

2) La hembra acepta el juego y elige su macho de preferencia.
3) La hembra, hábil e inteligente, escala posiciones y es ella quien conquista y domina.
4) El macho cede a sus caprichos y paga las cuentas.
5) La hembra comienza a aburrirse y busca machos mejor dotados.
6) La hembra exprime la billetera del macho elegido antes de reemplazarlo.
7) La hembra abandona al macho en bancarrota.
8) El macho abandonado se deprime, envejece y engorda.
9) La hembra multiplica sus orgasmos y compra ropa cara.
10) Todos quieren ser la hembra.

martes, 20 de enero de 2009

Hot Tuesday

Vamos progresando.
Esta mañana incorporé dos Criollitas a mi dieta líquida, mastiqué bien despacito y no sucedió nada, no hay dolor. El hambre me está matando pero temo excederme y echarlo todo a perder.
Otra vez el calor se abate sobre las calles de Buenos Aires, la ciudad está en llamas, mi sedum palmeri pide a gritos una gota de agua que no puedo negarle.
Estoy demasiado somnolienta para arrancar el día en el gimnasio, prefiero remolonear un rato más entre las sábanas bajo las aspas del ventilador, mientras escucho al pasar las malas nuevas de la mañana.
Será un día falto de emociones, mejor así…

miércoles, 14 de enero de 2009

Like I know I shouldn't

Hizo su entrada triunfal incómodamente instalada en una caja de cartón de esas que sobraron de la mudanza, aullando como una jauría de lobos hambrientos.
Ni lerda ni perezosa, firmó de puño y letra cada rincón de mi bello apartamento, probablemente para sentirse más a gusto, para conocer el terreno que pisa o sencillamente porque le fascina el olor del multiuso con el que corro a limpiar los “regalitos” que desparrama por donde uno menos lo imagina.
Si me enojo, pone tal carita de inocencia que me desarma en el acto. Y enseguida da vueltas a mi alrededor moviendo la cola como si la vida fuera una fiesta y yo, toda embobada, la cubro de besos y la reto despacito, no sea cosa que se asuste.

“Va a ser una malcriada…”
“Con vos hace lo que quiere…”
“Tenés que enseñarle de a poquito…”

Grettel es negra como la noche, tan sólo unas pequeñas manchas blancas en el pecho ayudan a
localizarla en la oscuridad. Es pequeña pero de corazón grande, irradia ternura, es mimosa, demanda compañía y atención… me puede.
Ya sé que no debo, pero es más fuerte que yo.
Por si acaso, recogí las cortinas del comedor, guardé en el baño las plantas más delicadas, cerré todas las puertas y tapicé con papel de diario el piso del balcón. Le compré juguetes, un collar que aún es demasiado holgado y un moisés de lo más coqueto que inmediatamente adoptó como guarida.
Anoche lloró, hizo un escándalo de novela ante la puerta del dormitorio pataleando como una poseída. Por supuesto, me negué a abrir haciendo caso de las recomendaciones de “los entendidos”, hasta que la susodicha se cansó y cesó el berrinche. Cuando asomé la nariz, por mera curiosidad, había obsequios olorosos delante de la puerta y huellas pecaminosas muy explícitas. Limpié el desastre sin pronunciar una sola queja pero, cuando volví a acostarme, la princesita me esperaba a los pies de la cama, dispuesta a hacer valer sus derechos de hija mimada.
No hubo caso. Trasladé el moisés al dormitorio y ahí se instaló, radiante de felicidad, con su pelotita de tenis y una media vieja que pronto terminará hecha jirones.
Que quede claro que es sólo una experiencia, nos estamos conociendo. Ya veremos cómo continúa la odisea y quién es la que manda en esta casa.


lunes, 12 de enero de 2009

La dolorosa

Primer ciclo del año en plenilunio... Sólo falta que aúlle un hombre lobo en mi ventana y me voy con él ¡me voy! La mordida atroz de sus colmillos no puede ser peor que este dolor arraigado en lo más profundo de mi femineidad, que me hace despertar varias veces en la noche apretando la almohada fuerte contra el vientre, deseando que todo termine ya.
Esta vez la cosa se puso bien fea. O me hicieron un gualicho o es el castigo celestial por haberle partido la dentadura a Mariana C. cuando aquello del intercolegial de hockey –no sé por qué fue lo primero que me vino a la mente-, debo estar por morir o algo así porque no es posible semejante sufrimiento a estas horas de la madrugada, siento como si estuviera abortando a toda una camada de Gremlins malévolos.
Diossss…. Me arrancaría los ovarios de un tirón y los colgaría del arbolito si no fuera porque la Navidad terminó, se apagaron de una vez las lucecitas que tanto me gustan, guardé las bolas y
las piñas de colores y las guirnaldas con hojas de muérdago y despojé al Papá Noel musical que compré hace siglos en Casa Tía de las valiosas pilas que darán vida temporaria a mi nueva y codiciada adquisición, “eso”, el “compañero de pieza” que me hará muy pero muuuuuuuy feliz mientras espero el retorno de mi rey que se fue a bañar a las Cataratas, perdió la señal y la privacidad y volvió ardiente y seductor, mas con la agenda a reventar y demasiado “rodeado” para mi gusto y necesidad.
Pero no, no hay manera de desviar la atención, no puedo pensar en nada más ahora. Duele, duele muuuuuucho.
Mañana estaré pálida y debilucha, maltratada, infeliz, ojeras hasta las rodillas, el pelo indomable y las uñas rotas. Pero mañana no dolerá más.

jueves, 8 de enero de 2009

Eva, las brujas y un motete

Estábamos citados en el salón contiguo a la Iglesia, a la hora en que el sol se pone y las calles del microcentro porteño van quedando desiertas.
Sólo con atravesar las puertas del templo era posible gozar de un clima más benigno, en parte por eso y un poco movida por la curiosidad o la nostalgia de costumbres heredadas, me instalé en el fondo, pegada a la gran columna corintia, hipnotizada por el lenguaje cautivante de los vitrales y los frescos, tan luminosos que han debido ser restaurados recientemente… ¡Oops! ¿Y esa pintura del Génesis? No puede ser… ¡Lo veo y no lo creo!
Una de las Iglesias más antiguas de Buenos Aires, tradicional, conservadora, clásica, ortodoxa… y en la cúpula ¡Adán y Eva en pelotas, como recién sacados de la portada de Playboy! Una Eva muy real, demasiado… “carnosa”, parece Pocahontas salida del quirófano con las prótesis recién
estrenadas, y su Adán, un morrudo partenaire, ignorando la hoja de parra exhibe el bulto como si tal cosa… Juntos se pasean a la vista de la feligresía en actitud equívoca, despertando todo tipo de connotaciones pornográficas alejadas del buen gusto.
¡Habráse visto!
¿Pero qué clase de artista pinta una Eva así de pulposa que, con unas plumas y un par de lentejuelas en el conchero, sale a patinar las escaleras del Maipo como la que más?
Y el cura… ¿Pero son o se entrenan? Tan gordo que se merece una drástica dieta pro anorexia y, como penitencia, un sustito al mejor estilo Pecados Capitales; la voz susurrante, morbosa, con estudiadas inflexiones, más que piedad inspira terror, asco, imagino un ser abominable inundado de perversiones, vengativo, soberbio, rapaz, despótico. ¡Puaaaaaaajjjjjjjjjj!
No puedo soportarlo, siento náuseas y unas ganas locas de escapar. Menos mal que ya es casi la hora del encuentro pero… ¡no, no y no! Clavado que hoy no es mi día…
La convocatoria estaba dirigida a todos aquellos coreutas que se aburren a la espera del inicio de un nuevo ciclo de actividad musical, los interesados en integrar un coro de cámara bajo la guía de un ignoto director que se dice especialista en música sacra, en fin, un coro de verano para el que no tiene nada que hacer.
Lo que no imaginé es que las brujas patéticas que conforman desde hace siglos el séquito
inamovible del maestro S, serían las primeras en llegar. Para variar, con sus collares llamativos y ese cacareo exasperante, quejándose del calor y la espera que se alarga imprevisiblemente. Justo ahora que me había ilusionado con conocer caras nuevas, voces nuevas y jóvenes, sobre todo jóvenes, me encuentro atrapada sin salida en este círculo aplastante, una flor entre los cardos, bonito consuelo, y ni el director vale la pena, no me gusta, no me llega, adolece del carisma que disculpa los defectos, es uno en el montón.
La obra que abre el ciclo es un madrigal de Gutierre de Cetina que, si no fuera por las sopranos que chillan como caranchos, invitaría a una sana reflexión sobre el amor y la naturaleza. Hay promesas de Pergolesi y su Stabat Mater –que bien podría no ser de su autoría, eso está por verse- y un sinfónico-coral tan antiguo como desconocido.
Menos mal que Palestrina nos libera del bostezo crónico con un bello motete, delicado, sutil, con rumores de agua y hojas verdes agitadas por la brisa del amanecer…
Claro que no alcanza para ganarse mi fidelidad. Hastiada, rumiando la decepción del deseo insatisfecho, me alejo por las calles solitarias tarareando compases que pronto olvidaré…


Sicut cervus desiderat ad fontes aquarum,
Ita desiderat anima mea ad te Deus.

miércoles, 7 de enero de 2009

Que sueñes con los angelitos

Fue una jornada plagada de complicaciones inesperadas, peleítas de rutina y, para inaugurar el año con el disgusto apropiado, apareció el contador que cada tanto resucita de entre los muertos sólo para anunciar con desparpajo inaudito que se acerca algún vencimiento especialmente abultado, como si todo fuera soplar y hacer botellas, como si mi bolsillo desbordara generosidad, “tomá”, “cuánto es”, “no me vengas con esas tonterías justo ahora que me voy de viaje a Las Bahamas”, como si viviera en otro planeta, como si no supiera que el cosmos entero está en crisis, como si la vida le sonriera y una rubia despampanante lo esperara a la vuelta de la esquina, champán en mano, los labios embadurnados de rouge y la promesa de una noche inolvidable, como si el Gordo de Navidad lo estrechara entre sus brazos y una multitud de aduladores anónimos exaltara su buena estrella… Así es él, de esos que levitan a perpetuidad en una nube de fantasías, ni siquiera envejece, no engorda, no sufre, no muere.
Y cuando se hace tarde y estás sola al fin, sin apetito, aburrida, ansiosa, nada hay más aconsejable que un buen vodka helado para disipar las preocupaciones. Que sean dos, fondo blanco, el ardor te consume el esófago pero seguís adelante, la atmósfera se tiñe de colores brillantes y se viene el tercero, ahora todo es maravillosamente solucionable, nimiedades, querés bailar y reír, hacés chin-chín frente al espejo, el mundo empieza a girar al ritmo de un rock ochentoso, perder el equilibrio te hace reflexionar por un instante nomás, lo suficiente para saborear otro más y otro y… el piiiiiiiiip que anuncia el final de transmisión interrumpe la fiesta, es hora de dormir, hay que cerrar el capítulo, mañana será otro día…
Y la euforia se evapora mágicamente en un sueño plagado de acontecimientos nefastos, la tormenta se vuelve real, tan real que te sorprende jugando al Almirante en el balcón, un viento huracanado arranca de cuajo la baranda y se lleva las fichas, los dados y la notebook que cae en picada tan lejos como es posible, sin darte tiempo a borrar el historial y las contraseñas. Llega él, le contás todo, lo aturdís con detalles innecesarios y cálculos que no entiende, pero él acaba de regresar de sus cortas vacaciones para irse otra vez…

Yo: ¿Por qué te vas de nuevo?
Doc: Si yo viajo todo el tiempo… ¿no te acordás?
Yo: No… ¿A dónde vas?
Doc: A Tailandia.
Yo: Traeme una pashmina.
Doc: Te la mando por email.
Yo: Entonces mandame dos, una a cada casilla, pero una que sea fucsia.

El reloj marca las cuatro de la mañana, la garganta seca pide a gritos una gota de agua, estás mareada, das vueltas en la cama, confusa, aturdida, hasta que el sueño gana la partida, te seduce y te absorbe…

Yo: ¿Dónde están los pocketeers?
Doc: Los guardaste vos, fijate en mi maletín.
Yo: Está la gorra de baño y una teta de plástico, nada más. ¿Los escondiste?
Doc: ¡No, mi amor! Preguntale a mi mamá si los vio.
Yo: ¡Quiero mis pocketeeeeeeeeeers! ¡Guaaaaaa!

Algo se agita al lado de tu oreja, se estremece en un sonido ronco y desapacible aniquilando la paz de una mañana que se hizo esperar demasiado esta vez. Aún presa del letargo que se niega a liberarte, lo observás con detenimiento, no se parece al Space de Top Toys, titila con destellos azules al tiempo que una voz conocida repite sin cesar…

“¡Hola! ¡Hola! ¿Te quedaste dormida? ¿Por qué no contestás? ¡Hooooooolaaaaaa!”

Y por fin la realidad empieza a cobrar vida, como un rompecabezas cada pieza encaja donde corresponde y el vaho de los sueños disparatados se disipa como una cortina de humo.