lunes, 29 de junio de 2009

Votame - Votate

Elecciones con barbijo… buena excusa para volver al barrio a pasar revista, aunque esta vez la amenaza viral impida el besuqueo a los viejos conocidos y obligue a escupir el sobre o pegarlo con mocos.
Allí estamos los de siempre, los hijos pródigos, los figuretti, los infaltables, en el papel estelar de valerosos ciudadanos que no temen perecer bajo las fiebres de esta gripe malvada. Incluida María del Valle, con ese culito de hormiga atómica que ya no calienta a nadie. Nunca me cayó bien Valle, se rumoreaba que cambiaba de novio como de bombacha, más tarde se comprobó. Los años la dejaron baqueteada en exceso, por eso no pude ocultar la sonrisa de satisfacción cuando pasé por su lado sin saludarla, observando los estragos que el sol y la “guerra” han impreso en su carita de pendeja cool.
La presidenta de mesa era la empleada de la farmacia encargada del Pago Fácil, la que nunca tiene cambio, la que manda hacer la cola mientras se lima las uñas y atisba los mensajitos de texto bajo el mostrador. Siempre con la misma cara de ojete, esta vez potenciada por el frío y las inclementes circunstancias que más de un jubilado calificará de merecido castigo.
Lo mejor de la jornada fue el almuerzo a solas con mi papá, saboreando una pila de milanesas a la napolitana que son mi debilidad, de postre peras en almíbar y café con popurrí de chocolates. Y esa charla que veníamos postergando, el consejo que orgullosamente me niego a pedir pero que necesito casi con desesperación, el que sólo un padre puede brindar con generosidad y sabiduría.
Gracias, papá (mi candidato oficial)

domingo, 21 de junio de 2009

En tu día

En cuanto suena el teléfono sé que es él, como si vibrara con un acento especial que lo delata. Y si aún no suena, puedo presentirlo…


Si acaso lo intercepta el contestador, escucha pacientemente el discursito impersonal hasta el piiiiiiiip… y corta. Siempre es mejor si corta, pues no le agrada “conversar con las máquinas”.
Es capaz de llamar tres o cuatro veces al día con el solo objeto de saber si estoy en casa. “Llamé antes y no atendías…” El reproche oculto tras un velo de preocupación me hace hervir la sangre. ¡Que ya no tengo 15 años, joder!

Aprovecha cualquier comentario para enganchar su propia letanía de anécdotas carentes de suspenso y, cuando se le agotan, apela a los necrológicos intentando solidarizarme en un pesar inexistente por alguien que probablemente ni conozco. “¿Sabés quién se murió? Antonio… el marido de Estelita. ¿Cómo no te acordás? Antonio, que vivía a la vuelta del almacén… ¡Hacé memoria! Iba a cumplir 98 el pobre, que en paz descanse…” Semejante noticia te obliga a consolarlo recordándole que, con sus 72 recién estrenados, aún es joven y tiene cuerda para rato.

Cada tanto lanza un bombazo del tipo “No te asustes, tuve un accidente pero ya estoy bien”. Y con este mecanismo perverso logra su mayor objetivo: captar toda mi atención, que lo llame varias veces al día con el corazón en la boca, temiendo una catástrofe que muy lejos está de producirse, y él como si nada, haciéndose el desentendido. “¿Pero por qué te preocupás? Si te dije que no pasó nada…” Pero pasó. Nada grave, el accidente puede ser extraviar los anteojos, que se le desfonde la bolsa del supermercado o tomar el colectivo en sentido contrario… Pero le resulta imperioso contarlo, un deber impostergable, y de paso me llena de culpa y consternación por “lo que podría haber pasado”.

No es lo mismo cuando lo llamo por motu proprio. Por lo general está apurado, de repente siente olor a quemado y piensa que puede ser el pollo, entonces nada de lo que digo llegará más allá de la puerta del horno… “Te llamo después, ahora no puedo.” Y ahí permanezco como una infeliz pegada al tubo, escuchando el ronroneo de la línea muerta.
Olvidar las fechas del santoral es prácticamente un insulto para sus principios. “Estoy yendo a misa justo en este momento. ¿No te acordás que hoy es primer viernes de mes?” Y me obliga a disculparme prometiendo que lo llamaré más tarde y que algún día volveré cabizbaja y arrepentida a la fe de mis ancestros.

Pero ni siquiera así logra enojarme del todo. No importa cuántas veces me pregunte las mismas cosas, si me habla de parientes que no veo desde hace décadas, si relata al detalle la misma historia una y otra vez, cuando era un pibe de pantalones cortos que jugaba al balero y juntaba virutas en la carpintería del abuelo…
Papá es así… y así lo quiero. Es el tipo más reiterativo y nostálgico que conozco, también el más ingenuo. Como decía mamá “Este hombre no tuvo infancia…”

viernes, 19 de junio de 2009

Plagio de mí misma

Diciembre, 1983

Sucedió durante la noche. No lo supe hasta que desperté chapoteando en un pequeño charco pegajoso que resultó ser “ESO”. Me tapé con las sábanas hasta casi desaparecer, inexorablemente convencida de que iba a morir aunque era difícil determinar el por qué.
Mientras repasaba mentalmente la lista de pecados inconfesos intentando decidir si el peso de la balanza me arrojaría sin escalas al fuego eterno, llegó mamá gritando que se enfriaba el café con leche y no quedó otra que desembuchar. Esperé a que se fuera mi hermana -por las dudas- y le dije, toda acongojada:

“Mamá, tengo una enfermedad horrible... Me estoy desangrando, pero antes de llamar al médico mejor me voy a bañar.”

Y mamá se puso tan contenta que olvidó los retos por haberme rateado de las clases de Educación Sexual y seguir negando lo inevitable, se olvidó de todo en realidad, y salió corriendo a la farmacia a comprar mis primeras “alitas”.
A la tarde la llamé a Jorgelina para contarle, así lo habíamos convenido. Pero entonces caí en la
cuenta de la magnitud del secreto que estaba a punto de revelar y de que Jorgelina no podría (¡jamás!) retribuirlo, pues cuando lo mismo le ocurriera a ella sería ya demasiado tarde para detenerse a considerarlo.
Igual se lo conté pero le hice jurar y recontrajurar que no se lo diría a nadie del colegio y mucho menos a su mamá y a su abuela. Y cuando mencioné a los parientes de Jorgelina me acordé de los propios.
Mamá estaba en la cocina. Cerré la puerta con un golpe seco y amagué envenenarme con una botellita de esencia de vainilla si acaso se le ocurría la nefasta idea de contarle la noticia a mis tías, a mi papá, a sus muchas amigas y a quienquiera que pudiera olvidar u omitir en mi lista (ya desde pequeña me brotaba la abogada que no fui…)
Mamá prometió que no le contaría “a nadie más” pero que papá, las tías, sus amigas y algunas vecinas del barrio ya sabían t-o-d-o. Se me paró el corazón, estoy segura. Al borde de las lágrimas le arranqué la promesa de que no se hablaría del tema NUNCA-MÁS y BAJO-NINGUNA-CIRCUNSTANCIA en mi presencia, sobre todo mis parientas.
Por mi parte, pasé los siguientes años de mi vida negándolo todo abiertamente. Sólo mis diarios de aquella época registran las anécdotas terribles de las primeras menstruaciones, la ansiedad anticipada por encontrar el baño más próximo, la reserva desmedida de tampones en los sitios más recónditos queriendo autoconvencerme de que “con OB ni vos te das cuenta”. Confieso que hasta he llegado a robar tampones ajenos en situaciones de emergencia, qué vergüenza…
Crecer. Eso es lo que me daba tanto miedo, que me vieran diferente, que se patentara el hecho en las felicitaciones de conocidos y desconocidos que sonreían con complicidad y me miraban tiernamente, no porque me tuvieran algún afecto sino sólo porque a mi cuerpo se le había ocurrido sangrar. Fuck off!
Ahora no me parece tan terrible, ni siquiera creo que los hombres la pasen mejor. Y si existiera la remota posibilidad de volver atrás, estoy segura de que hasta lo disfrutaría.
Queridas hermanas, menstruemos en paz.


lunes, 15 de junio de 2009

Il divo





(Franco Bonisolli y Mirella Freni, Brindisi - La Traviata)

Franco Bonisolli fue sin duda un personaje irrepetible, un divo de la vieja escuela, dueño de una voz privilegiada. Transitaba por la vida creyéndose la reencarnación de Carusso pero, aunque su canto vibrante desataba la ovación del público, nunca alcanzó la sutileza y maestría de los grandes tenores.
De figura agraciada y andar majestuoso, fue amado por muchas mujeres hasta el final de su vida, llenando los teatros de aplausos y suspiros.

He aquí una anécdota curiosa, narrada por Justo Romero, que retrata a la perfección la semblanza de este tipo extraordinario.

“En cierta ocasión, montó un numerito de cuidado en la Deutsche Oper de Berlín. Cantaba el papel de Manrico de Il trovatore -uno de sus caballos de batalla- y en el foso dirigía un maestro español. Durante los ensayos, Bonisolli se empeñaba en lucir su broncíneo y poderoso do de pecho en el temidísimo final del aria Di quella pira, más allá de lo que marcan las normas estéticas verdianas. En la función, el maestro no le dejó hacer la exhibición y cortó en seco a la orquesta. En lugar de amilanarse, Bonisolli dejó la dulce venganza para el final. Cuando salió a saludar en solitario, hizo una señal al público para que interrumpiera los aplausos y dijo: «Querido público, les voy a obsequiar con el maravilloso do de pecho que el maestro no me ha permitido hacer». Ni corto ni perezoso, soltó allí, sin más acompañamiento que el silencio expectante de todos, un interminable do de pecho que provocó el delirio del público berlinés.”

Bonisolli... Sin duda, IL DIVO.

domingo, 14 de junio de 2009

El traspié de Rosemary

Tengo la desapacible misión de ir a pedir limosna al Fondo Monetario de las Artes para solventar el bendito concerto grosso de fin de año. Un privilegio que muchos han declinado con excusas de variado tenor, abandonando a la deriva la última posibilidad de recrear el tórrido romance de Júpiter y Semele, con un presupuesto que supera las expectativas más optimistas.
Haciendo gala de mis muy envidiadas dotes organizativas, la emprendí con el papeleo de rigor. Inicié el diálogo con el clon de Gasalla que detenta el poder de frenar la solicitud si acaso no la halagan como es debido, por las dudas le obsequié unas ricas masas secas que incrementarán varios centímetros su pantagruélica cintura y, como al pasar, elogié el brillo naranja incandescente de su cabellera recién teñida.
Y hasta aquí todo bien bonito… Hasta que mi mala estrella se estampó de lleno contra la burocracia prehistórica de la Comisión Directiva que, ni bajo amenaza de bombardeo iraquí, me entregará los estatutos, balances y demás yerbas que el Fondo exige como respaldo del mangazo.
“Tomala vos, dámela a mí…” Así es todo en este coro de esqueletos mohosos, nadie sabe nada pero todos opinan como el que más, no hay responsables sino culpables, y el que osa salirse de la norma es castigado, como en un consorcio o un gabinete ministerial.
La peor de todas es Rosemary, la tesorera. Le pregunto cuánta plata hay que pedir y parece haber perdido la memoria, no-sabe-no-contesta, deriva la cuestión como si no fuera ésta su tarea. Y si acaso insisto, agradece en nombre de la institución mi “invalorable ayuda” y me manda a freír churros sugiriendo que debo “ordenar” mi cabeza.

Querida Rosemary,
Mi cabeza es ciertamente un nido de caranchos hipervitaminados, pero en lo que se refiere a este coro vetusto y con aroma a pizza rancia, más que “ordenada” te diré que “afina” con la exactitud de un diapasón.
Cariños…


Podría firmar como “la-muzza-del-dire” y herirla donde más le duele, porque Rosemary alimenta una pasión enfermiza y no tan secreta por nuestro incomparable maestro S, lo mira con ojos de virgen enamorada pero él le niega los “solos” y menosprecia sus lánguidos suspiros.
En cambio a mí… a mí me dio el rol del “Intelletto”, lo cual puso a Rosemary al borde del colapso total, al extremo de perder el equilibrio y resbalar sobre el piso encerado de la sala cuando el maestro S pronunció el dictamen de solistas, ignorándola por completo.
Cayó con un ruido sordo, aturdida, las partituras volaron por el aire. Y cuando me acerqué para ayudarla, me miró con odio reconcentrado y tomó mi brazo atravesándolo con sus filosas uñas color carmín.

¡Ahora sí que estoy furiosa! Y la venganza será terrible… quién sabe, podría sembrar su silla de tachuelas, esconder el libro de Actas, pegarle chicles en el pelo o escupirle el café… ¡No!
Será necesario apelar a los grandes recursos esta vez. Soy capaz de besar en la boca al maestro S en pleno ensayo, a la vista de todos los presentes, un beso de telenovela que alimente la epopeya y de que hablar a las futuras generaciones. ¡El beso del siglo!
Ay, ay, ay… Rosemary, no sabés con quién te metiste. La próxima vez, mirá bien dónde pisás y clavate las uñas en el orto.

viernes, 12 de junio de 2009

Romanza con variaciones

Él: Aquí estoy, atrapado nuevamente en tus líneas.
Yo: No era mi intención, pero me halaga.
Él: Ay, princesa… Reís a carcajadas y yo… yo suspiro en otra tonalidad.
Yo: …
Él: Merecés un premio por la suavidad con que resistís mi (espero) delicado asedio.
Yo: Resisto todos los asedios… casi todos.
Él: Pues tu bonito tono español me inspira estas póstumas palabras, sin carcajadas, con toda la tajancia de la llanura castellana:


Encantadora Señora,
bien resistís el asedio
de aquel Quijote-Flagelo
que insiste en variadas horas.

Pues la asimetría en cuestión,
es que se trata de esto:
allá vuestro corazón...
y acá yo… que sueño un beso.


Dijo “póstumas”… Pero si sobrevive, espero al menos que este idilio epistolar acabe de una vez por todas. Amén.

miércoles, 10 de junio de 2009

El Admirador

La función había terminado.
Otra noche de aplausos y glamour, el camarín lleno de flores y cartas, sobre todo cartas, incluidas las fervientes misivas del Admirador que, persistente como pocos, insistía en una bochornosa declaración de amor que la Actriz
desechaba con el ceño fruncido, rozando la frontera de la exasperación.
Cada noche desde hacía meses, la misma carta, las mismas palabras vehementes, ardientes, a veces amenazadoras. Resultaba odioso e irritante.
Inició una discreta investigación personal sin dar parte a las autoridades del teatro, sólo un sujeto de confianza conocía el secreto y la ayudaba, aunque poco pudo hacer. El Admirador continuaba su ininterrumpida correspondencia, la Actriz hacía oídos sordos.
Esa noche había más público del habitual aunque hacía frío y las nubes oscuras se arremolinaban en un cielo tormentoso.
La Actriz emergió de entre una multitud de abrazos frustrados y pedidos de autógrafos, la sonrisa cautivadora, la mirada inteligente y diáfana, saludando a todos y a nadie en particular. Quería alejarse cuanto antes, pero cómo explicar al público adorador que ella sólo ansiaba descansar, un par de pastillas le proporcionaría el olvido temporario de cada fin de día, ellos no lo sabían, no imaginaban hasta qué punto semejante trajín diezmaba su envidiable juventud y su cutis de terciopelo… Definitivamente necesitaba esas pastillas.
El chofer la esperaba unos metros más adelante. Pudo verlo envuelto en su sobretodo negro, lanzando bocanadas de aire tibio al frío nocturno. Fue entonces cuando la mano vigorosa se enredó en su cuello, intentó volver la cabeza pero no lo logró, aplastada por el peso de la multitud ni siquiera pudo gritar.
Con la mirada desorbitaba buscaba a su alrededor un alma amiga, un salvador, y de repente supo que era él, aunque aún no hubiera pronunciado las palabras que lo delatarían, antes aún de reprocharse la indiferencia con que castigara el amor infantil del desconocido que noche a noche se atrevía a hacerla objeto de su obsesión.
Él sólo quería una respuesta, la exigía. No deseaba lastimarla, no lo deseaba en absoluto, pero cuando la miró a los ojos todo cambió. Esa boca roja, que sabía besar y sonreír como ninguna, crispada en una expresión de horror inaudita, esa boca nunca sería suya, nunca derramaría en sus oídos las palabras de amor que alimentaban sus más arraigados sueños.
Entonces, cediendo a la fuerza de un odio desmesurado y salvaje, hundió el puñal en el pecho de su víctima que ya no podía apartar los ojos de los suyos, una mirada acuosa, suplicante, un intento desesperado por comprender.
Lloró, su voz se desgarró en un grito visceral mientras el cuerpo etéreo de la Actriz se escurría completamente laxo entre sus manos teñidas de sangre. La gente se apartó en un círculo de espanto a su alrededor, y allí permaneció, inmóvil, ajeno a todo, sabiendo que esta vez la había perdido irremediablemente
.

domingo, 7 de junio de 2009

Dejame entrar

Las aceitunas se volvieron negras y arrugadas bajo el manto de sal que las cubrió durante más de un mes. Una cosecha generosa y la promesa de sabrosas comidas mediterráneas regadas con un buen tinto, sólo resta tender la mesa y la familia unita se reunirá para vociferar y devorar los manjares mientras los niños corretean tras las mariposas y el abuelo dormita sobre el mantel lleno de migas.
Torta de naranja para acompañar el café que más me gusta, un retazo de sol entre las nubes destempladas de este día sin recuerdos y un buen libro para disfrutar a la hora de la siesta.
Tarde o temprano la vida se va acomodando, los engranajes vuelven a girar en un sentido u otro, lo mismo da. Pero mi cabeza y mi corazón están muy lejos de aquí, vuelan silenciosamente a tu encuentro una y otra vez, como queriendo disipar las penas que te envuelven.
Al principio lo presentía, ahora lo sé.
Quiero acariciar tu frente y besar tus labios, regalarte paz y un refugio en mis brazos, apretarte fuerte contra mi pecho como a un niño asustado en medio de la tormenta. Y ser feliz.

sábado, 6 de junio de 2009

Que nada te turbe, que nada te espante

“Y en ese instante me aterroricé. Todavía ahora me es difícil creer la rapidez, la condenada rapidez con que mis emociones recorrieron el espectro desde la curiosidad normal, cierto placer por la interrupción de una rutina acostumbrada, hasta el temor absoluto. En ese instante comprendí que no estaban aquí para hablar conmigo acerca de algo, sino porque creían que yo había hecho algo, y en ese primer momento de terror tuve la seguridad de que lo había hecho.” (The dark half, Stephen King)

No sé por qué no apelé a Dumas esta vez, como en las grandes ocasiones donde toco fondo y no hay nada mejor que una intriga amorosa en la corte de Catalina de Medicis para hacer volar la imaginación varios siglos atrás, rigor histórico envuelto en un velo de fantasía que por momentos
evade las conveniencias políticas y se confunde en un duelo de caballeros, en la fragancia letal que prepara a escondidas el perfumista de la reina, en una partida de caza a primera hora de la mañana, en el torneo maldito en que accidentalmente el conde de Montmorency da muerte a su amigo el rey de Francia…
No. Esta vez decanté por Campbell, King y Cook con sus cataratas de sangre y cadáveres mutilados en la morgue de un hospital. Lectura fácil, atrapante, morbosa y predecible, ni siquiera Poe o Lovecraft pues entonces ya no podría pegar un ojo, prefiero los asesinos seriales, la chica telequinética, el médico demente, las pesadillas surrealistas y los talismanes misteriosos.
La literatura barata me está consumiendo. Cada tanto corro al baño a vomitar y otra vez me dejo absorber por la lectura sin oponer resistencia, en un estado de hipnosis que me aísla del mundo
real, generalmente hasta que suena el teléfono o el hambre apremia o cuando una serie de bostezos consecutivos cada vez más prolongados me recuerda que ya es hora de dormir.
Menos mal que todavía guardo un resto de discernimiento para separar el trigo de la paja, sólo espero rescatarme antes de que sea demasiado tarde… Y sí, el best-seller puede ser una droga muy pero muy peligrosa.

jueves, 4 de junio de 2009

Segunda entrega

...tuve mi Fortuna:
por unos instantes
corteje a la Luna .

¿Que sugiere, opaco,
mi Destino ahora ? :
en puntas de pie,
..."flirtear con tu sombra"


Esto ya pasa de castaño oscuro...
Tengo esa inclinación natural a protagonizar asuntos turbios, como si mi destino fuera meterme indefectiblemente en la boca del Lobo y resulta que el Lobo está siempre ahí, en el lugar preciso donde se cruzarán nuestras vidas, ni antes ni después porque nada hay más preciso que la casualidad.
El Lobo se disfraza de poeta y escribe para mí versos enigmáticos que demandan una respuesta imperiosa. No puedo ni quiero responder, no de esa manera.
No sé por qué siempre me pasan estas cosas…

lunes, 1 de junio de 2009

Una mujer en apuros

Obsesivo-Peligroso anida en la obra en construcción que está al lado de mi casa. No me mira sólo a mí, las mira a t-o-d-a-s, pero a mí me mira con especial dedicación.
Si la casualidad lo interpone literalmente en mi camino, se corre al un lado para dejarme pasar, no tanto por caballerosidad sino para obtener una mejor vista panorámica de mi otra cara que evidentemente lo trastorna. ¡Puajjjjjj! ¡Recontra puajjjjjjj!
Me dice “cosas” todo el tiempo, debo admitir que a veces es bastante original aunque no por ello menos desagradable. Despide un olor raro, mezcla de cemento, sudor y humo de asado, y probablemente no se baña desde hace semanas.
Es algo así como el sereno, eso creo. Antes me daba lástima, lo observaba por las noches desde el balcón, cuando se sentaba frente al fogón hasta entrada la madrugada y luego se iba a dormir al improvisado tinglado que hacía las veces de vivienda y obrador. Como único mobiliario disponía de una mesa de plástico, un par de sillas
desvencijadas y una radio a pilas.
Hasta que empezó a mirarme con esa actitud de perro en celo, ahí se acabó la lástima y mi rango de tolerancia descendió varios grados bajo cero.
A veces hace señas que no entiendo y preferiría no ver. Dice que me adora, que por mí lo dejaría todo –yo me pregunto qué puede significar eso realmente- y asegura que no dirá una palabra cuando me vea acompañada “para no crearme problemas”.
Todavía no llegó al extremo de perseguirme pero en dos ocasiones se acercó peligrosamente –lo descubrí por el olor- mientras luchaba con la llave de la entrada. Me pone nerviosa, a veces tengo miedo, imagino las cosas espantosas que podría hacerme si el destino nos cruzara una noche, ni un alma merodeando la cuadra y la obra desolada completamente a oscuras, húmeda y silenciosa. El escenario ideal para sus más obscenos propósitos.
Es irritante que me condicione, me niego a salir porque él está ahí, siempre está ahí, hasta su perro lleno de pulgas me inspira un horror inexplicable. Su presencia me acorrala entre mi casa y el mundo exterior, siento que estudia mis movimientos, sabe si voy, si vengo o si fui, es una sombra malévola que tortura mi privacidad.
Ahora, por ejemplo, cuando se me hace agua la boca imaginando un esponjoso strudel para acompañar el té de la tarde, me aterra salir y encontrarlo. Es seguro que allí estará y si no está, prevalece la amenaza de que no tardará en volver.