lunes, 31 de agosto de 2009

Enjoy the rain

Cuando iba a la colonia festejaba si llovía. Eso significaba que no podían obligarme a nadar, a saltar, a correr tras la pelota, ni perseguir a nadie en ningún juego idiota.
Lo mismo cuando íbamos a la casa de tía Emilia, pues entonces no tenía que rastrillar el parque en busca de algún hormiguero nuevo ni tirarme de cabeza en “lo hondo” como Evangelina que era la chica per-fec-ta.
Mi mayor deseo era esconderme en el vestidor de tía Emilia, donde decenas de vestidos de fiesta colgaban glamorosos e inaccesibles, orlados de piedras y lentejuelas que destellaban en la penumbra. Seda y terciopelo que acariciaba
con respeto casi religioso. Me gustaba oler las telas y probarme los zapatos de tacón. A la larga mamá me descubría in fraganti y había que poner pies en polvorosa, pero siempre había oportunidad de volver.
La lluvia trae, inevitablemente, más chances de ciudad, de encierro, de lectura, de películas, de mates con bizcochitos y siestas muy largas.
Me gusta la lluvia. En especial si es la excusa milagrosa para escapar de un bullicioso día de campo con deporte incluido. Pero, para algunos, esto último implica una excentricidad tan absurda que jamás me atrevería a formularlo en voz alta.
Me gusta. Me gusta mucho mucho la lluvia, me hace feliz. No tanto como… bueno, como “eso”. Pero, sí, un poco feliz.

domingo, 30 de agosto de 2009

Déjà vécu

Domingo muy temprano a la mañana.
Una seguidilla de bostezos sirve para aflojar las mandíbulas, mas no lo suficiente para vocalizar decentemente, la boca con sabor a café, una leve brisa que juega con mis cabellos y me acerca el aroma de las primeras floraciones… No hace frío y el cielo resplandece en delicados tonos de azul claro.
Déjà vu… Déjà vécu…
El camino de casa a La Papelera es largo pero no cansa. Voy tarareando los compases de mi
“solo”, en especial los mordentes del último número que todavía entono insegura, y pienso que es demasiado temprano para cantar, demasiado temprano para cualquier cosa que no sea remolonear en la cama hasta que el sol esté bien pero bien alto.
El maestro S propone y dispone, y no hay derecho al pataleo. Esta vez decidió que el ensayo general es casi de madrugada y es seguro que será el primero en llegar.
La Papelera es ahora una especie de galería de arte, café concert, bar temático… No sé bien cómo definirlo pues reúne elementos variados que hacen un todo bastante aceptable, aunque de la antigua fábrica sólo quedan las persianas y las bellas columnas que enmarcan el actual escenario. Bonito lugar.
El ensayo comenzó a horario. Primero los solistas y el continuo, más tarde el coro, la orquesta con sus instrumentos de época, el incómodo vestuario…
Se notaba el malestar, especialmente entre los coreutas que siempre encuentran de qué quejarse al tiempo que descuidan el estudio de las “partes difíciles”, y el maestro S grita como un loco y desespera, siempre desespera y entonces se le encrespa la cabellera y camina como tigre enjaulado de un lado a otro, las manos en la cintura, la mirada inescrutable, rabioso. En ese momento es mejor no hablarle, si uno no quiere terminar con la batuta incrustada en un ojo.
Al cabo de cinco arduas horas de ensayo casi ininterrumpido, dio su veredicto. Lo hizo en el tono
consternado y rencoroso de los niños a quienes se niega un capricho. Porque Cavalieri es su capricho, otra joya renacentista desenterrada de vaya a saber dónde que el maestro pretende hacer brillar ante los ojos de un público que lo sigue considerando un genio loco. Y esta vez no está conforme con la puesta, nada conforme. Es por eso que decidió, no sólo postergar el concierto, sino pasar tijera a las partes que considera impracticables y aburridas.

“Confío en que nadie se ofenda pero tendré que prescindir de algunos solistas. No sé, tengo mucho que pensar. Consideren que ha sido una buena experiencia, un desafío, si se quiere… En fin, ya les avisaré”.

Yo sabía… Fue como hundir los pies en un balde con rolitos. ¿Qué hago ahora con mi INTELLETTO? Tanto que estudié y “relajé” y “respiré”… ¡Me corto las venas con una hoja de lechuga si me saca el personaje! Pero no, no creo, a lo sumo lo rapará un poco. En el fondo soy su debilidad, lo sabe y lo sé.
Ya veremos…



jueves, 27 de agosto de 2009

De dolores y excesos

Algo del cansancio de hoy tiene que ver con lo menstrual. Tanto pero taaaaaaanto sueño…
Menos doloroso esta vez, pero en extremo tedioso y caprichoso.
Peregrinar sin culpa de la cama a la heladera en busca de chocolates, dulce de leche, mantecol... cualquier remedio para el clamor ovárico.
Dormitar sumergida en la bañera hasta que el agua pierda su calor y me obligue a emigrar sin ganas, más arrugada que borde de pascualina.
Leer, leer en exceso, pues el consumo de libros es bien propio de ciertos matices de angustia, es la droga por defecto.
Exceso… Exceso es cuando te lo marca el cuerpo. Ahora me doy cuenta.

martes, 25 de agosto de 2009

Therapy

“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.” (Sigmund Freud)

Fedra estaba descalza cuando entré. Los pies enfundados en unas grotescas medias de lana maravillosamente calentitas. El gato colorado y rechoncho que se refregaba entre sus piernas me observó fijamente maullando con actitud solapada.
La casa es vieja, huele a humedad y a cientos de miles de historias, algunas arrancadas a fuerza de llanto y pastillas, la mayoría culposas, vergonzantes, todas cubiertas bajo el sagrado manto de la confidencialidad.
Accedí a regañadientes pues no creo en estas cosas. A veces pienso que no hay mejor analista que uno mismo pero Nati dice que no es suficiente, esta vez no. Y, un poco a la fuerza, logró sentarme en el sillón verde de Fedra con la promesa inconsistente de desvanecer la nube negra que enturbia mi cabeza.

-Está muy bien que escribas. Pero yo no voy a leer porque lo que de verdad me interesa es todo aquello que NO escribís.
-Glup… (si empezamos así…)
-¿Escribir te ayuda a escapar?
-¿Eh? No sé, puede ser… Sí, un poco.
-¿De qué escapás?
-Y… de las cosas que me hacen sufrir. Pero…
-El sufrimiento siempre es la consecuencia de algo. ¿Qué cosas te hacen sufrir?
-Perder a un ser querido, la crueldad, la mentira, la soledad…
-¿Qué más?
-(Uffffffa… no me voy más de acá) Sentirme obligada a actuar como los demás creen que está bien. Resignarme, no poder elegir…
-¿Qué es lo que no podés elegir?


Para ese entonces quería correr escaleras abajo y entregarme al frío de la noche, trepar a un
colectivo que me alejara de ella y de su gato malvado y de un interrogatorio que no hace sino agobiarme más.
Pero Fedra continuó inmutable hasta que sonó el gong que señalaba el fin del primer round. Entonces cerró su libreta y, con suma parsimonia, me acompañó hasta la puerta. El gato no nos perdía pisada.

-No es suficiente con creer que algo es como es. Hace falta carnalizarlo, hacerlo propio.
-Yo le pongo voluntad pero no es fácil…
-Claro que no. Tenemos mucho trabajo por delante.

Y me estampó un sonoro beso en la mejilla que, a pesar de mis muchos prejuicios, casi logró convencerme de que puedo estar pisando el buen camino.

lunes, 24 de agosto de 2009

Dolce peccato

"…y no nos dejes caer en la tentación. Amén”

Hoy no estoy de humor para privaciones. Un rollo más, un rollo menos… ¿qué más da? Nadie me va a mirar la panza si sonrío extasiada después de engullir sin culpa mi postre favorito que, no por sencillo, es menos gratificante.
Y sí. Le doy nomás.

Una MANZANA roja como la del cuento, no como las de Sofovich que parecen de plastilina.
AZÚCAR… bastante.
AGUA
Esencia de VAINILLA (sin exagerar, un leve perfume…)
Un chorrito de RON, cognac o algún espirituoso dulzón con personalidad.

Se agujerea la manzana para quitarle el corazón. No “romperle” el corazón,
sólo quitárselo. Se lo puede usar como sombrerito y entonces será una manzana de lo más paqueta.
Colocarla en una asadera para horno inundada de agua y esencia de vainilla.
Rellenar el agujero de la manzana con azúcar hasta que desborde y caiga sobre la asadera. Porque cuanto más dulce, más feliz…
Rociar la manzana con el ron (si no te lo tomaste) y llevar a horno moderado un buen rato. Cada tanto bañarla con el almíbar que se va formando en la asadera.

No hay nada como el aroma de las manzanas asadas para sentirme definitivamente bien. Me tienta abrir el horno y asomar la punta de la nariz aún a riesgo de carbonizarme las pestañas, aún sabiendo que todas las cosas necesitan su tiempo para estar a punto.
Al fin, cuando la manzana se ve suficientemente dorada, arrugada y brillante es hora de apagar el fuego.
Mamá decía que no hay que comer la fruta muy caliente porque “cae mal”. Decía lo mismo del pan, de la crema pastelera y de las habas. Pero no puedo resistir la tentación, se me hace agua la boca por una cucharadita de almíbar con perfume a vainilla… ¡Ahhhhh! Ésta la reacción química que más me gusta, la del almíbar y el caramelo (la del caramelo… ¡más!)
Mi manzana está de lo más sabrosa, tan sabrosa que no puedo pensar… ni escribir.

sábado, 22 de agosto de 2009

Entrevista con la vampira

-Yo me acuerdo de vos. Sí, sí… Eras chiquita cuando entraste al coro, estabas siempre sola y te sentabas en el fondo. Claro que me acuerdo.
-Sí… En aquel entonces no encajaba con el grupo, quizá por la diferencia de edad.
-Una vez quise hablar con vos pero justo se te acercó el maestro y preferí no intervenir. Te prestó un libro ¿no? ¿Qué libro era? ¿Te acordás?
-¿Libro? No… ninguno que yo sepa. Capaz yo estaba leyendo y…
-No, no. Él te prestó un libro. ¡Acordate!
-Gloria, te juro que no.
-Bueno, bueno. Igual yo respeto lo que cada uno hace con su vida…

Si hubiera volado un moscardón delante de mi nariz, me lo tragaba sin respirar. Juro por esssssta que pocas veces me han dejado perpleja tan impunemente.
Gloria no participa de la vulgaridad del chusmerío tan habitual en los grupos sociales. Ella es la auténtica chupasangre, una experta en el arte de arrancar información apelando a la sutileza, al yo-sé-todo-pero-no-puedo-hablar-no-insistas.
Cuando al fin logré cerrar la boca, arremetió como si nada:

-Yo sé de unas cuantas del coro que tuvieron un romance fugaz con el maestro. Ahora están todas viejas, pero hace años tenían lo suyo… Y como vos sos tan linda y joven, es obvio que te iba a tirar con toda la artillería.
-Pero no ¡no es así! No tiene oportunidad conmigo y debe saberlo.
-Mirá… en el mundo de los directores hay muy pocos que valen la pena, la mayoría son putos y los otros son aves de paso.
-El nuestro es un tipo raro…
-¡Pero claro! Y es un conquistador nato. Tiene mujeres acá y en todo el mundo, y todas le dan algo, una le presta la casa, la otra le compra ropa, otra lo lleva a pasear…
-Un zoológico.
-Algo así. Y vos ahora debés ser la figurita difícil.

Los ojos de Gloria, tan bellos como inquisitivos, destilaban malsana curiosidad.
¡Joder! Fue como si una topadora me hiciera pomada la espalda, justo antes de empezar el concierto.
En ese preciso instante, el maestro S arremetió como una tromba mirando de reojo, sin saludar. Gloria rió por lo bajo, como una bruja vieja con lunar de pelos en la nariz. Fue el segundo de distracción necesario para camuflarme entre la concurrencia y escapar de sus voraces colmillos.

Los bellos compases de Corelli inauguraron la velada. Luego Turini y Castello, cuerdas y continuo. Precioso, dulce y adormecedor. Pero la frutilla de la torta fue Fauré, “mi Fauré”, apasionante, tal como uno imaginaría la paz del descanso eterno.
Nos aplaudieron de pié, hubo bis y segundo bis, rosas rojas para nuestra adorable soprano y excesivo besuqueo con pintalabios.
Cuando me fui, el maestro S continuaba recibiendo las felicitaciones que detesta, fiel a su camisa arrugada, la cabellera indómita, cada vez más flaco y excéntrico. Definitivamente… no me va.
Gloria… pensá lo que quieras.

jueves, 20 de agosto de 2009

¡Ni las plumas! - Parte II

Se hacía tarde y no llegaba.
En la tele, la enésima repetición de Invasión Extraterrestre... pero ni Diana saboreando una tarántula viva lograba interesarnos.
Por las dudas, ni mencionamos al ganso delante de mamá, ella tampoco decía nada. Ya teníamos listo su habitat lacustre en un rincón del dormitorio, bajo la ventana.
A eso de las siete llegó Norma. Entró como una tromba arrastrando bolsas y paquetes, nos abrazó a todos sin dejar de reír y parlotear con su alegría acostumbrada. La rodeamos curiosos tratando de descubrir dónde escondía el ganso pero Norma, escurridiza como un ratón, se escabulló dentro de la cocina con mamá antes de que pudiéramos preguntar nada.

-¿Se habrá olvidado?
-No… Seguro lo tiene escondido.
-¿Pero dónde…? ¿En la cartera?
-¡Shhhhhhh! No me dejan escuchar…


El ruido de las cacerolas se mezclaba con las siempre frescas anécdotas del campo. Demasiado movimiento en la cocina para tratarse sólo de una charla de amigas… Cuando quisimos asomar la nariz, mamá nos espantó como moscas. “¡Vayan a jugar que estoy cocinando! ¡A ver si se queman acá!” Pero nos quedamos del otro lado de la puerta, con la oreja pegada a la cerradura, por si acaso.
Al rato llegó papá de trabajar y más tarde el tío. Del ganso, ni noticia.
Pusimos la mesa, nos lavamos las manos y esperamos la hora de comer. Pese a la angustiosa incertidumbre, el sabroso aroma de las papas asadas hacía crujir los estómagos.

-¡A la mesa! ¡Ya está la comida!
-Yo me siento al lado de Norma.
-¡No! ¡Yo!
-Vamos, vamos… Vayan pasando los platos.

El pollo se veía de lo más apetitoso, un poco grande tal vez… ¡Un pollo biónico!

Todos elogiamos a mamá y sus inigualables dotes culinarias. Comimos hasta el hartazgo y reímos con las historias de Norma, hasta que la conversación dio un giro inesperado cuando papá, limpiándose la boca con la servilleta, preguntó si nos había gustado el ganso.

-¿El ganso…? Pero…
-Ah… esteeee… no les dije nada porque capaz a los chicos les daba impresión.
-El ganso… ¿dónde está?
-¿Cómo dónde está? Denle las gracias a Norma que trajo un ganso fresquiiiiito fresquito, bien alimentado…

-Casi no entraba en el horno ¡qué gracioso! Estaba rico ¿no? ¿Les gustó?
-Qué lío para traerlo en el tren… ¡cómo pesaba! Te salió exquisito y las papas… ¡ni hablar!

Glup… Nos miramos con incredulidad y desconsuelo. De sólo recordar el fuentón y el pastito y la provisión de galletas para alimentar al pobrecito ganso… ¡Dios mío! Nos comimos a la mascota y papá seguía pidiendo otra porción… La sorpresa era pues un ganso asesinado, desnudo y degollado “¡al horno con papas!”
Cecilia se puso a llorar, era sin duda la más afectada. Y entonces hubo que explicar y mamá por poco estalla cuando le dijimos lo de la lagunita en el dormitorio.
A Norma le dio un ataque de risa que hubo que palmearle la espalda para que no se ahogara. Cuando recuperó el juicio, prometió llevarnos con ella la próxima vez y dijo que podríamos jugar con todos los gansos que quisiéramos, incluso llevar a las vacas a pastar y recolectar los huevos del gallinero.
Pero la pérdida de la mascota era demasiado reciente, los restos todavía humeaban en la asadera… y Norma, cada tanto, nos señalaba con el dedo y reía.

miércoles, 19 de agosto de 2009

¡Ni las plumas! – Parte I

Diciembre, 1989

El verano se anticipaba agobiante y húmedo, de un calor menopáusico que prometía no dar tregua.
Esperábamos a Norma -la amiga de mamá- que volvía del campo luego de tres largas semanas. A la tarde llamó para anunciar que acarreaba consigo una enorme provisión de manteca, crema, dulce de leche, quesos y mermeladas caseras.
Norma estaba peleada a muerte con su hermana melliza, no habían cruzado palabra en los
últimos años. Nosotros éramos su familia, así lo proclamaba ella con orgullo.
Habló con mamá el sábado a la mañana, minutos antes de tomar el micro desde Lobos. Nunca supe cómo se las arreglaba para viajar sola cargada de bagayos, cientos de kilómetros, subiendo y bajando de trenes, micros y carretas, siempre de buen humor, riéndose de las cosas más tontas. Norma era especial.

-Te dije que no compraras tantas cosas… ¿Cómo? ¿Un ganso? ¿Me hablás en serio, Norma? No, no, mejor no les cuento nada, que sea una sorpresa. ¿A qué hora llegás? ¡Tené cuidado! Llamame, cualquier cosita. ¡A la noche nos vemos!

Mamá colgó el teléfono y desapareció tras los vapores de la cocina. Corrimos a encerramos en el dormitorio, los tres, presas de un estado de excitación febril difícil de describir.

-¡Chicos! ¡Norma trae un ganso!
-¿Un ganso de verdad?
-Se lo escuché decir a mamá.
-¡Iuuuuuuujuuuuuu!
-¿Qué nombre le ponemos?
-“Palmiro…” ¡No! Mejor “Ruperto”.
-¡Que se llame “Donald”!
-“Donald” es un pato, nene.
-Si es gansa le ponemos “Criollita”.
-Bueno, pero ahora pensemos dónde le hacemos la casita.
-Necesita un lago… ¡traigan el fuentón!
-Sí, y pasto y una frazada por si tiene frío a la noche.
-¿Qué comen los gansos?
-No sé… ¿Maíz? Le damos galletitas.


Y así, haciendo todo tipo de conjeturas sobre la nueva mascota, trabajamos en paz y con mucho ahínco, aguardando impacientes a Norma y el ganso.

domingo, 16 de agosto de 2009

Locas por los pelos

Peor que tener un accidente es tener un accidente y no haberse depilado. No vaya a ser que justo se desplome un piano del quinto piso, o distraída hundas el pié en una alcantarilla, o un chimpancé del zoológico te arranque el brazo para tomar un sorbo de tu “pecsi”, y vos ahí con los pelos al viento pensando que es demasiado tarde para recurrir a la pincita.
El día que finalmente ocurra lo que tiene que ocurrir, mi primer pensamiento será… “Los que me hagan la autopsia van a decir que parezco Tarzán”. Y se van a
reír, hasta la causa de muerte podría pasar a segundo plano y yo no podré nunca descansar en paz.
Siempre pienso lo mismo cuando salgo a la calle, después me olvido y lo recuerdo ante cada frenazo brusco o cuando escucho la sirena de una ambulancia.
Por eso ayer corté por lo sano. Arranqué, mejor dicho. Todos, hasta el último fucking pelo. Vaya si dolió ¡dolió como la san p…! Pero verme y sentirme otra vez suavecita como una tacita de porcelana borra todo trazo de sufrimiento, es un renacer casi tan efectivo como el mejor polvo.
Ahora sí… que me secuestren, que el viento haga volar mi pollera en la avenida, que me pise el trencito de Puerto Madero, que Brad Pitt caiga del cielo como un meteorito directamente a mi cama… I’m ready!!

(Lo único que me preocupa es que el pelo continúa creciendo después de muerto... Si es como le pasó a este pobre tipo, entonces no tengo salvación. No hay mal que dure 1000 años, pero 200 capaz que sí).

martes, 11 de agosto de 2009

¿Taxi? No... gracias

Casi como meter la mano en la galera del mago y aceptar lo que venga… ¿Paloma o conejo? ¿Flores trucadas? ¿Un billete de lotería?
El hombre que me hace reír trajo de regreso –involuntariamente- algo enterrado bien atrás en el pozo de la memoria, algo que debería tener muy presente en los tiempos que corren y, sin embargo, es como si le hubiera ocurrido a alguien más, a una Menta de otra época, la que entonces no reparaba demasiado en los pequeños detalles, una Menta que corría contra el reloj con prisa y sin ninguna pausa.

Crucé la calle a los trompicones, desafiando el tránsito que aceleraba bajo un estampido de bocinazos. Una montaña de papeles en los brazos, cartera, bolsas y más papeles. Tarea para el hogar, cada vez más…
Paré un taxi en la esquina, exagerando las señas como un náufrago en una isla desierta. Lancé los petates sobre el asiento y me dejé caer resoplando fastidiada.
Siempre leo los datos del registro y hago cuentas con los números de la matrícula. Un pasatiempo como cualquier otro, aunque dudo que pueda recordarlos luego en caso de necesidad.
Y de pronto lo vi. Se balanceaba en el espejo retrovisor, apenas unos gramos de plástico pintado con colores chillones, un monito de cara cómica pendiendo de una pequeña horca. Suficiente para encapsular toda mi atención porque era, ni más ni menos, que el muñequito fatídico de esa película que me quitó el sueño una vez… “El coleccionista de huesos”.
Aquel taxista no era tal, era el truculento asesino de Manhattan, el de las escenas montadas con precisión quirúrgica que obligaba a la moralista agente Donaghy a trazar la cuadrícula y rastrillar el terreno en busca de otra pieza para el rompecabezas de Rhyme. El episodio de las ratas era especialmente perturbador, nada de sutilezas... Un monito idéntico adornaba el taxi en el que secuestraba a sus víctimas.

-¿En la esquina?
-Esteee… Cruzando, por favor.

Bajé del auto enredada aún en esa mezcla de fascinación y morbo, todo por un muñequito feo que no asusta a nadie.
Al poco tiempo lo olvidé. Siempre es así… las películas de terror me provocan pesadillas pero no puedo sustraerme a su encanto. Al día siguiente, a más tardar, habré olvidado todo.

Tiempo después -no puedo recordar cuándo, han pasado algunos años ya- tomé un taxi en la misma esquina. Cerré la puerta, indiqué el destino con un suspiro rutinario y me eché atrás en el asiento. El auto se detuvo en el semáforo, era de noche. El conductor giró repentinamente hacia mí y sonriendo dijo:

-Sabía que un día te iba a encontrar de nuevo.
-¿Cómo…?

Mi mirada se desvió mecánicamente al muñeco que colgaba del espejo y comprendí. Fue como si un abrazo de hielo polar me apretujara el estómago,
un segundo de parálisis total y el miedo oscilando como el oleaje en altamar.
Abrir la puerta me pareció la cosa más difícil de lograr. El tipo seguía hablando pero no lo escuché. Bajé, casi me lancé fuera del auto y corrí hacia atrás deshaciendo el camino, completamente enajenada y temblorosa.
No sé cómo me recuperé de semejante experiencia pero lo grave fue haberla olvidado. Podría haber sido horrible, podría no estar ahora aquí contándolo todo.
Hay que tener mucho cuidado, en especial si es tarde y estás sola y al subir al taxi un monito ahorcado te observa silenciosamente desde el espejo retrovisor…

lunes, 10 de agosto de 2009

Método "Tortoni"

Un grupo de científicos argentinos decidió investigar cómo los mozos logran memorizar los pedidos de los comensales sin recurrir al prosaico artilugio de anotar.
A fin de estudiar los patrones de memoria del MOZO, acudían a un restaurante en grupos de 8 personas, elegían una mesa, hacían el pedido y luego cambiaban de lugar. Una especie de juego de las sillas… para despistar ¡claro!

Se barajaban dos hipótesis:
1) El MOZO relaciona los pedidos con la cara del cliente
2) El MOZO relaciona los pedidos con el lugar ocupado por el cliente en la mesa

En el primer caso, no habría mayores inconvenientes puesto que no importa cuántas veces el cliente cambie de ubicación, el MOZO siempre le servirá correctamente.
En cambio, si el pedido se asocia a un lugar específico, el MOZO podría servir el plato correcto al comensal equivocado.
En definitiva, el estudio arrojó resultados poco claros debido a que ninguna de las dos técnicas resulta infalible y, mucho menos, si se pretende mezclarlas.
De todos los mozos evaluados, sólo los muy experimentados lograron una efectividad cercana al 100% y esto tiene otra explicación, no tan científica si se quiere…

Muchacho'... Soy mozo, les voy a explicar como recordamo' lo' pedido'.
Es importante conocer lo' plato' de la casa, pero también cada plato y possstre tienen apodo.
Por ejemplo:
Se sientan tre' persona', me piden un raviol con tuco y essstofado, milanesa con frita' y huevo y un bife con ensalada, vino, gaseosa y soda. En mi cabeza queda registrado así:
Un Ratuestofado
Una Milacomple
Un Bifemisssta
Tinto, cola y soda.
Y al que anota lo vamo' a volver loco hasssta que aprenda a laburar sin anotar como un gilastrún.
Un abrazo
Cacho

AGRADECIMIENTOS:
A nuestros desinteresados científicos.
Al nefasto diario de Chiche que ameniza mis ratos de ocio.
Y a Cacho ¡el auténtico MOZO argentino!

viernes, 7 de agosto de 2009

Única vez en la vida

Hoy, siendo las 12:34:56 del 7/8/09, bien podría haberse acabado el mundo y muchos dirían que ha sido la ocasión numéricamente perfecta.
Nostradamus, Galileo, Merlín… se hubieran cortado algo más que una mano por esta paradoja tan singular:

123456789

Nunca más… en esta vida.

domingo, 2 de agosto de 2009

In angustiis

Cuando cumplí 16 sufrí un ataque de angustia que aún hoy me cuesta explicar. Sin causa aparente desperté esa mañana agonizando en un mar de confusiones, como si estuviera por acabarse el mundo o algo peor. Lloré el día entero, de a ratos encerrada en el baño o con la cabeza escondida en el placard de los sobretodos.
Me miraba al espejo lamentando los rulos no deseados de la permanente que seguían sin ceder a mis esfuerzos del alisado con placenta de tortuga y ruleros
térmicos. No había caso. Ningún chico se iba a fijar en mí en ese estado, pese a que ya empezaba a cambiar las plumas de patito feo, quizá más rápido de lo que yo misma esperaba.
Angustia adolescente. Inconciente, insalvable, frustrante.
Él me lo explicó una vez. Creo que fue en ocasión de esa charla que preparó con tanto esmero para un público precisamente adolescente. Me hubiera gustado estar ahí, me sentí tan orgullosa y, sin embargo, no sé si logré transmitirle toda mi profunda emoción y admiración.
Tampoco le conté mi experiencia de aquel día, un desolado día invernal, nublado y ventoso como pocos. No quise abrir los regalos ni atender las felicitaciones. Me sentía culpable, desprotegida, extraña en un cuerpo que se transformaba minuto a minuto.
La calma llegó tarde, al fin, cuando apoyé la cabeza en la almohada y el sueño secó las últimas lágrimas de ese día inexplicable.