jueves, 30 de diciembre de 2010

Un año feliz

No consigo la agenda que me gusta, ésa en la que anidarán todos los secretos del nuevo año. Tampoco consigo la pollera de mis sueños y, si acaso la encontrara, no me atrevería a comprarla antes de bajar las redondeces que me han regalado mis pan dulces caseros. Los pan dulces, el vitel toné, la pavita y los turrones. Y el champán. No puedo resistirme al burbujeo del champán que se sube rápido a la cabeza y me hace delirar fantasías inconfesables mientras río a carcajadas bajo el cielo teñido de luces y colores.

Brindo por un año feliz, por las cosas buenas que vendrán y las no tan buenas que tendremos que evitar, para que no nos roben el auto otra vez, para no perder mis botitas Pampero en la próxima mudanza, para cantar mucho y estudiar menos, para ser más generosa, para tener más paciencia.

Mi príncipe de las estepas está lejos, como siempre en esta época, sitiado en el país donde hasta los grillos duermen la siesta. Incomunicados. No sé si me extraña como yo a él, no puedo hacerle masajitos en la espalda y disipar como humo las preocupaciones que lo agobian, de lejos no se puede. Brindo por él, por este año que nos ha reencontrado al fin, por todos los deseos que compartimos, para que la vida nos de felicidad.

¡Un gran año para todos!

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Compro mi violín

Este sera un post inusual. Es que en medio de la vorágine de correos que suelo descartar relojeando apenas el asunto, llegó esto a mi cuenta. Y no puedo evitar indignarme más que un poco y ponerme en la piel de este pobre muchacho que ha sido despojado de lo que para muchos es "casi un hijo". Aquí va... textual.

COMPRO MI VIOLIN

Nota al tipo quien robo mi violin

No nos conocemos y supongo que no importa, cada uno hace lo que puede para vivir o sobrevivir. Trataré de hacerlo corto pero para empezar no es un violin sino una viola, es un poquito mas grande y el sonido es un poco mas bajo.

Queria simplemente informarte que robandomela, me robaste la mitad de mi vida, de mi voz, de mi alma, puesto que ella y yo estamos ligados desde su nacimiento. Sin irme hasta ahi, es igualmente mi instrumento de trabajo : soy musico o trato de serlo. Supongo que vas a tratar de vender mi viola, cosa poco facil, y queria informarte que estoy dispuesto a comprartela. No soy rico, pero lo soy todavia menos sin mi viola que sin plata. No quiero robarte, solo me importa mi instrumento. Por mala suerte, no tengo mas que mi palabra para convencerte. Espero sinceramente que te sea suficiente.

Si por casualidad la encuentran en la calle, como nunca se sabe, ella se llama Fleur d’Eol (Flor de Viento), y pasea generalmente adentro de un estuche marron cerrado por una cuerda de color clara. Fleur es de color marron claro, casi anaranjado y tiene una caja de 42,5 cms, lo que la hace dificil para tocar por la mayor parte de la gente.. Adentro de la caja se puede leer:

Horst Seewald, 2002.

Si no vuelve a mi , por favor cuidenla, y no la dejen callarse.

Gracias por haberme leido.

Awami

martes, 30 de noviembre de 2010

La Flor

Hay una esquina en mi barrio que es distinta a todas las demás. No tanto por su pasado, tampoco por su futuro. No es la fachada, no son sus anécdotas. La diferencia, aquí, la marca su gente.

Hace más de cien años, en la ochava de Suárez y Arcamendia, nacía un bar que, tras varios nombres y dueños, terminó llamándose “La Flor”. Y, como cada rincón lleno de historia, perfiló la vida de los habitantes de la zona. Los vecinos bien saben que, al morir los últimos propietarios, el edificio permaneció cerrado a la espera de la venta que lo convirtiera en un lavadero, un videoclub o una torre de departamentos. Corrió serio riesgo de demolición pero la gente se opuso, protestó, pataleó y entonces se apagaron los proyectos apenas esbozados.

Habrá memoriosos que recuerdan mil y una anécdotas de La Flor. Costumbres, visitantes ilustres, avatares políticos, historias de amor, discusiones deportivas, vermuts con los amigos… Y es que la historia de La Flor se sigue escribiendo desde que su reapertura atrajo a un público renovado que se remonta a lo largo del siglo para contar la leyenda. Una historia que comienza el día en que doña Victoria y sus hijos salvaron a la Flor de su desaparición y le devolvieron la alegría y el amor de la buena cocina.

Es que La Flor es un lugar ecléctico. A su mesa se sienta el cartonero que pasa por la esquina, la misma mesa que otrora ocupara Bartolomé Mitre. Conviven jóvenes y viejos, no hay distinción de clases ni de credos. La comida tiene el sabor de lo casero y lo abundante, como las milanesas de la abuela y el arroz con leche con aroma a canela.

En La Flor, uno se siente en familia.

domingo, 28 de noviembre de 2010

La bruja mala del cuento

Rosemary me odia.

No se trata de un sentimiento pasajero ni de un simple escozor. Y no es sólo por mi exceso de juventud y mi apabullante sex appeal. Tampoco porque me reí la vez aquella que dio de bruces contra el piso en medio de un revoleo de partituras y pañuelitos de papel, exponiendo a la vista de todos su lado menos agraciado.

Al principio lo atribuí a los celos que despertaban las miradas incendiarias del maestro S. Es un secreto a voces que Rosemary arde de pasión por nuestro querido director, un amor no correspondido, claro. Pues, aunque el maestro S ha visitado la cama de cuanta fémina cruzóse en su camino, por algún motivo ha esquivado desde siempre los encantos de Rosemary. Sospecho que el rechazo reiterado ha terminado por agriar su carácter y volverla finalmente en mi contra.

Algo de mí aviva toda su envidia reconcentrada, algo que perdió o que nunca tuvo. Una cuestión de piel, la ausencia total de afinidad, lo que comúnmente se llama “química”. Es un odio acendrado y con olor a podrido que me convierte en el blanco de sus comentarios más ponzoñosos. Si acaso se me da por esbozar una idea innovadora, la desaprueba entre carcajadas insolentes. Se ríe de mí y de quienes agradecen el esfuerzo, se ríe de todos, se cree superior y teme contagiarse entre la chusma. Para peor de males, el maestro S la endulza con palabras zalameras, le da la razón como a los locos y luego simplemente la ignora.

Es que Rosemary es la tesorera del coro, la que maneja la tarasca como si fuera su propio bolsillo el que soporta los muchos gastos que la buena música demanda. Por eso, ni siquiera él se atreve a contradecirla. Él no pero yo, sí.

El otro día, a minutos de comenzar el gran concierto de la temporada, la escuché quejarse del calor y de la incomodidad de cantar de pié sin ver de cerca la batuta. Habló pestes de los músicos que pretendían un aumento en el ínfimo cachet y escupió con rabia:

-Que alguien me explique cómo es que a Martita la sentaron en primera fila si no canta nada, se la pasa haciéndole sonrisitas al maestro.

Entonces, como quien no quiere la cosa, me acerqué bamboleando las caderas y me di el gusto de decirle al oído:

-¿Cómo? ¿No sabías…? Qué raro, vos que estás en todas… Hace meses que el dire y Martita son n-o-v-i-o-s. ¿Viste qué linda pareja hacen? Se los ve muy enamorados… ¿Decís que ella no canta? ¡Sí que canta! Desde que está con el maestro, canta mucho mejor. Le dará clases bajo las sábanas… No sé, digo yo.

Y fue como hacerle morder la manzana envenenada que de buena gana me hubiera hecho tragar sin ningún remordimiento. Se me quedó mirando incrédula, con esa expresión de tótem momificado, y es seguro que, de haber estallado una granada en sus zapatos, no se habría percatado.

-Ah… qué lindo tenerla a Lola en el concierto. Toca tan bien… ¡es un ángel! Suerte que los de El Colón nos la prestaron. Bueno, “prestado” no. Debe cobrar caro ¿no? Che… ¿te alcanza para pagarle? A ver si pasamos papelones… Qué linda que te queda la tintura, Rose. Lo tuyo es el platinado, la verdad que sí.

viernes, 29 de octubre de 2010

Placeres queseros

Mi paraíso terrenal lleva el pomposo nombre de Le Charcutier.

Lo encontré a dos cuadras de casa, un pequeño almacén atestado de cosas sabrosas y atendido por sus dueños, tres generaciones de expertos cortadores de fiambre que montan guardia tras el mostrador luciendo delantal y gorro de un blanco impecable. Se comenta que el abuelo es un gran maestro quesero, pero esto no puedo asegurarlo a menos que me haga probar ese Roquefort lleno de hongos apetitosos que guarda para los clientes selectos.

Patas de jamón cuelgan pesadamente de los tirantes del techo; los tarros de aceitunas forman una barricada contra la avidez del público que babea frente a los salamines; las especias, los encurtidos, el pan casero y los vinos… uno no sabe por dónde empezar.

-¿Qué le doy, señorita?
-…
-Señorita…
-Ah, sí… Queso. Éste y éste y aquel otro. Y el de allá, también.

Siempre pierdo la conciencia buceando en los agujeros del Gruyere. ¡Por Dios! Que nada me turbe mientras contemplo un esponjoso Brie… Los quesos me pueden, podría vivir a queso y no extrañaría ni el sexo. Pan y queso, queso de cualquier tipo y factor, pero cuanto más francés, más mejor. Hubiera sido una Heidi perfecta corriendo descalza por la pradera con el morral repleto de pancitos calientes y queso casero.

Es que no hay placer completo sin queso, por eso los chinos son como son, porque comen esa cosa llamada “TOFU” que parece queso pero no es, no tiene gusto, no tiene encanto… ¡ni fú, ni fá!

Acá en Le Charcutier me entienden, me miman, me dan lo que pido y más también. Es que el abuelo quesero al fin me ha echado el ojo y sospecho que en breve estaré degustando las delicias de su olla. Dicen que ha ganado premios y hay un queso especiado que lleva su nombre.

Equivoqué el rumbo, indudablemente. Tendría que haber sido almacenera y así engordaría sin culpa entre embutidos carnosos, me llamaría Filomena o Pascualina o quizá Adelaida y tendría los cachetes colorados y sonrisa de panza llena y feliz.

C'est la vie… C’est charcuterie.

martes, 26 de octubre de 2010

Mensajero de la Paz

Ahora que mi vida depende por completo de las mensajerías es crucial cronometrar hasta los estornudos. Y desafiar los imprevistos, que no es poca cosa. No importa lo bien planeado que esté, es seguro que el pibe de la moto se colgará del timbre en el preciso instante en que pongo los pies en la bañera. No tengo paz… Mis días transcurren ingratos entre sobres que van y vienen, me prometen celeridad y no cumplen. Así, envejezco en la triste espera de la moto que no llega.

Después de cantarle las cuarenta a la infeliz de la operadora que “nada puede hacer”, pedir a gritos por el “responsable” y revolearle la papeleta en la cara al pobre analfabeto que, montado en una bici enclenque, rumbea las calles del centro porteño como bola sin manija… después de despotricar como una vieja antipática sin obtener solución, decidí que lo mejor era acudir a la competencia. Pero el problema con la competencia es que, a la larga, son todos iguales.

Hojeé la revista barrial y el ta-te-ti escogió a MENSAJERO DE LA PAZ. El aviso mostraba un lema prometedor: “Pocas palabras… mucha acción”

-Buen día. ¿Con quién hablo?
-Mi nombre es Jesús.
-Ejem… Bueno, yo soy María (la Virgen no, claro, tampoco la Magdalena)
-¿En qué puedo servirla?

No le dije todo lo que necesito, todo lo que me haría feliz, no quería agotarlo con una lista interminable de deseos insatisfechos, sólo pedí lo inmediato, una moto, una sola y que venga rápido. Milagrosamente llegó puntual, cumplió las órdenes al dedillo y volvió en menos de lo que tardo en plancharme el pelo. ¡Merveilleux!

A todos les conté del Mensajero, de Jesús y de sus milagros sobre ruedas. Buen servicio, buen precio, buen trato… tan bueno que parece una jodita.

-Hola, habla María… ¿Jesús?
-No, María. Soy Juan Bautista. Jesús está por venir…
-…

Pensé… pero no, no creo en las coincidencias. Y, por la seriedad con que atienden mis pedidos, es evidente que los muchachos no están bromeando. Mejor así, estoy en buenas manos.

Jesús y el Bautista… Ojalá a estos les vaya mejor que a los otros dos.

sábado, 16 de octubre de 2010

Fallado... pero mío

Soy el tipo de persona que compra la prenda so-ña-da y cuando, desbordando de ilusión la descuelga de la percha porque ha llegado el momento de lucirla, resulta que está ¡fallada! El cierre está roto, una mancha que increíblemente no he visto y ahora es taaaaaan evidente, un enganche sin remedio, un botón ausente…

Esos zapatos que me esperaron durante meses en la vidriera de Libertad y Paraguay, demasiado caros para mi bolsillo desocupado pero tan tentadores que no pude resistirme y los compré casi a fin de temporada. Pocas veces mi sonrisa fue tan ancha y feliz, inflaba los pulmones de aire y caminaba entre nubes ajena al tránsito y a las miradas de la gente, los zapatos de mis fantasías eran míos, míos, ¡míos!

Lo bueno fue cuando abrí la caja y descubrí que el par no era par, porque no hay “par” si un zapato es de cuero y el otro de gamuza aunque sean igual de bellos.

Ganas de llorar y de gritar y de ahogar entre mis manos al vendedor que me tomó el pelo, porque estas cosas no pasan inadvertidas, se hacen adrede, no hay modo de explicar tremendo error.

Diosssss… ¿Por qué me hacen esto? ¿Por qué a mí? Buaaaaaaaah… No alcanza con “hacer el cambio” pues esto sólo contribuye a ahondar la pena, la magia de hacer propio el objeto deseado se deshilacha en un obligado reemplazo donde no siempre es seguro encontrar talle, color y precio que nos cuadre.

Con las personas pasa más o menos igual, sólo que no tienen cambio. Raras veces, casi nunca.

Mi hombre especial es tan especial que me costó siglos encontrarlo. Cuando lo encontré fue como con los zapatos. Me extasiaba observándolo, escuchándolo, no me atrevía a soñar pero soñaba, deseaba, con todas mis fuerzas lo deseaba. Era perfecto, tanto que no vi las “fallas”… Es que no debía tener ninguna, claro.

Pero tenía. Y muchas. Esa actitud mandona de VENI-TRAEME-HACEME-ESCUCHAME; egoísta al extremo de no compartir la bandeja de la comida que llevamos religiosamente a la cama; es invariablemente impuntual y desorganizado, no contesta los emails y tiene a su alcance mucha más tecnología de la que es capaz de comprender.

Pero la cosa que me saca, una puñalada, una ofensa sin precedentes, la FALLA que no imaginaba: el susodicho cree que Enrique VIII es el esposo de Lady Di, si le preguntan quién es el dueño de Microsoft dirá “es ese turco que puso las bombas en las torres gemelas” y, pese a todos mis esfuerzos, sigue creyendo que Bach y Beethoven son hermanos.

Hay quienes se preguntan qué estamos haciendo juntos. Entonces prefiero callar pues no hay necesidad de explicar nada. No importa que no sepa quién era Enrique VIII o D’artagnan, nada de eso logra enojarme aunque a veces rezongo un poco. Todo le perdono cuando me mira a los ojos y dice suavecito pero firme “Me hace feliz que estés conmigo”.

jueves, 14 de octubre de 2010

Vuelvo

Se nos fue Romina Yan pero resucitó Luis Miguel. Los mineros están a salvo al fin y así todo empieza a acomodarse otra vez, hasta la próxima catástrofe. ¿Y Candela?

La primavera asomó florida y esperanzada, una primavera diferente sin pandemias ni tsunamis, mucho sol y chaparrones que obligan a cobijarse bajo un toldo raído soñando con medialunas calentitas o una rica sopa. ¿Y Candela?

El chico musculoso del gimnasio me convida una Levité de pera y agrega peso sobre mi espalda. “Quince más” y ya van… Las piernas parecen de gelatina, bajo a los tumbos cada escalón hasta aterrizar en la vereda pugnando por dominar el tembleque y me siento muy liviana, recuperada, el dolor no es nada comparado con la satisfacción de saberme vigorosa, vencedora de la fuerza de gravedad y del paso del tiempo. El sodero grita un piropo al doblar la esquina, las vidrieras me muestran todo lo que quiero comprar y más. ¿Y Candela?

La calma que sucede a la turbulencia… ¿es la misma que precede al huracán? ¿Qué calma? ¿Qué huracán? De a ratos siento la inspiración que impulsa esta humilde pluma irreverente, un instante fugaz de ideas y recuerdos girando en cómico desorden que, así como vienen, se van. Y después nada, trivialidades, cosas de todos los días, responsabilidades que me gustaría evadir… Así, este blog se va quedando silencioso, dormido, la bola de pasto rueda frente a mi nariz y entonces vuelvo y escribo.

¿Y Candela…?
¡Cortala!

lunes, 4 de octubre de 2010

Calma chicha

Cansada.
Aburrida.
Necesidad de cambio y zapatillas nuevas.
Ganas de gritar.
Demasiada calma puede resultar abrumadora. Temo y anhelo un gran sacudón, la peligrosa sensación de mantener el equilibrio bailando en el Samba, ser centro y atajar todas las pelotas, caminar sobre la cuerda sin red, sin ayuda.
¿Sexo o chocolate?

domingo, 26 de septiembre de 2010

Mañana

ÉL pensaba que lo importante era el espacio. No el tiempo.

Había un tiempo para cada cosa pero, por suerte, en su vida las horas y los días se organizaban automáticamente. Las cosas se acomodaban en sus tiempos, “creaban” el tiempo. Observando con atención, cualquiera se daría cuenta que cada objeto se iba ubicando según un cierto orden o patrón, una lógica implacable que sólo podría resultar excéntrica a los ojos de los impíos. Pasado, presente y futuro alineados como soldaditos de plomo.

Pero el espacio… eso sí que era un lío. Los objetos se acumulaban, se confundían, danzaban en una mezcla impúdica, se abrazaban en un renovado caos, en sus bolsillos, en las habitaciones… Aún las cosas más sencillas y aparentemente inofensivas. Un peine, papelitos con anotaciones incomprensibles, el almohadón del gato, la guitarra, fotos… ¿Cómo ordenar los recuerdos? ¿Cómo separar los valiosos de los triviales?

“Mañana”, se decía. “Mañana empiezo a ordenar”, repetía. “Mañana, hoy es un día demasiado bonito”, pensaba.

La primavera regaba sus colores sobre el pintoresco desorden. Mejor salir a caminar, fumar un cigarrillo contra el viento y anotar mentalmente cómo ordenar MAÑANA el arsenal de objetos (miles… ¡millones!) que parecen incubar una ronca protesta mientras esperan… hasta mañana.

Decidir qué cosas descartar y cómo convivirán las que sobrevivan. Casi como redecorar la casa o, mejor aún, amoblar un palacio recién inaugurado. ¿Por colores? ¿Por formas? ¿Dónde guardar los recuerdos inútiles? ¿Dónde las esperanzas gastadas? ¿Y las ilusiones? Títulos pretenciosos, capítulos raídos, hojas en blanco, miradas, besos… Será necesario un cuaderno para los besos idos y los besos por venir, habrá que comprar nuevos mapas… y sandalias.

“Mañana”.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La grasa en la sartén

Convertirse en la novia del millonario se ha vuelto un deporte nacional. Y es que nuestro siempre enamoradizo Fortunato cambia de mujer como de calzón y aún tiene efectivo fresco para muchas más.

Lugares comunes, frases hechas… “Es un tipo muy seductor”, “Nos estamos conociendo”, “¿Hubo besos?”

Pero orbitar alrededor de Fortunato no es tarea fácil, corre uno el riesgo de estrellarse a la primera vuelta de cambio. La “novia” ha de saber halagarlo hasta cuando eructa los vapores del champán más caro, desmentirá sistemáticamente cualquier rumor de homosexualidad y paseará sus lolas recién compradas por todos los programas de chimentos sin olvidar defenestrar los amores pasados del millonario, chirusas del cuarto de hora.

Fortunato la plantará sobre “su” escenario y la tortolita, incapaz de pronunciar de corrido las cuatro escasas líneas de su mediocre papel, se creerá la reencarnación de Greta Garbo y pedirá auto, relleno en los labios y colgarse del caño de Tinelli.

Pero nuestro adinerado amiguito ya no despierta curiosidad, mucho menos el cariño del público al que una vez conmovieron sus lagrimitas de cocodrilo. Ya todos conocemos su juego, sus bajezas, su falta de hombría y buen gusto. No hay “novia” que pueda revertir la antipatía que destila Fortunato y mucho menos estos gatos de callejón que más que adorno son un remiendo. Por algo la diva de los almuerzos ha dejado bien claro que, bajo ninguna circunstancia, el millonario se sentará a su mesa.

El rey de los comentarios superficiales viene rodando cuesta abajo. La novia de turno es otro piojo resucitado que ha llegado tarde al reparto de talentos. Y vendrán otras novias (y novios), nuevos escándalos, peleas mediáticas, los vivos de siempre que se trepan a la calesita pero del chocolate, ni hablar. Y es que Fortunato no piensa en trabajar, es feliz en su burbuja de vanas excentricidades, un astro de su propia galaxia, la grasa en la sartén.

Fort… ¡sos un pelotudo!

lunes, 13 de septiembre de 2010

Relaciones peligrosas

-¿Puedo ayudarte?
-No creo.

La segunda cosa que más detesto en la vida son los vendedores que, agazapados en la entrada del local, esperan pacientes la oportunidad de arrojarse sobre el incauto comprador que –pobre infeliz- pretende “mirar” sin ser molestado. Ni hablar de tocar una percha, es probable que te metan a la fuerza en el probador y descaradamente abran la cortina sorprendiéndote en sudorosa lucha cuerpo a cuerpo con el jean dos talles más chico porque “tu número no había…” y así, frustrada, despeinada y bufando maldiciones, arrojes las prendas sobre el mostrador con un revoleo que esperás ponga al susodicho en su lugar.

De modo que, con estudiada indiferencia, volví la espalda y seguí buscando ALGO, sin saber muy bien qué. Peiné de arriba abajo las estanterías de clásicos, uno por uno, y nada. Caminé de una punta a la otra y volví haciendo un último y exhaustivo repaso. Ya me daba por vencida, en breve decantaría por una berretada cualquiera para calmar el tedio de un domingo solitario.

-Si me decís lo que estás buscando…
-Nada… Cuando lo vea me voy a dar cuenta.

Me miró fijo y, sin decir palabra, dio media vuelta y se alejó. Justo cuando empezaba a sentirme absurdamente miserable y desagradecida, regresó con un pilón de cajitas cubiertas de una fina capa de polvo.

-¿Buscás algo de esto?

Con manos temblorosas de emoción tomé cuidadosamente la que me pareció más preciada. ¡EL PULPO NEGRO! Un original que escapó milagrosamente de aquel fatal incendio… ¡Incroyable! Y las HISTORIAS PARA NO DORMIR y ARSENIO LUPIN

-Si te gusta Poe, tengo algunos títulos con Price, Lugosi…
-¿Poe? ¡Adoro Poe! ¿Dónde? ¿Dónde?

La tarde se fue agotando sin que lo notáramos, mirando embobados la pantalla del televisor. Y descubrí que compartimos la misma insana pasión por Narciso Ibañez Menta, el tango y los maníes salados. (Narciso Ibañez Menta… MENTA… Recién me doy cuen-ta ¡Ja!)

Quizá debería averiguar algo más, no sea que se trate de un violador serial o asesino disfrazado y después me saquen a pedacitos de una zanja, irreconocible e hinchada. No podrán reconstruir la historia, nadie sabrá qué me ha pasado porque él esconderá las evidencias y tendrá EL PULPO NEGRO a mano, como carnada para la próxima víctima, y Narciso será cómplice pero como está muerto no podrán acusarlo.

Pero mientras investigo, bien podemos seguir desempolvando clásicos. Y lo que tenga que ser, será.

(Por cierto, la cosa que más detesto en la vida son… ¡las colchas Palette!)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Necrológicas

En lo que va del año ya se nos fueron tres.

La primera era una de esas personas que viven para la música y la aman, empeñada en armar cadenas de mails para difundir este o aquel concierto, siempre atenta a las desafinaciones ajenas, jamás faltó a un ensayo hasta que se enfermó y tiempo después supimos que… eso, que se había ido a cantar allá arriba.

Más tarde emigró María, la experta en “todas las fonéticas”. Fue la mano derecha de decenas de cantantes, una verdadera purista, generosa y dedicada, era la única que podía pelear con el maestro S e imponer su parecer. Excepto aquélla vez que lo citó a tomar un té en La Biela y el tipo apareció luciendo unas bermudas raídas y ojotas de dudosa procedencia, ofendiendo de plano la coquetería de la buena María. Ese día discutieron y María no le dirigió la palabra durante años. Su partida cayó como balde de agua fría sobre la cabeza de todos los que la conocimos y heredamos algo de su vasto saber. Era vieja pero no tanto, podría haberse quedado un poco más.

Hace unos días se fue V. Todos se mostraron dolidos pero es probable que en el fondo sintieran el mismo alivio que yo. No era lo que se dice “un buen tipo”, más bien todo lo contrario. Y aunque me persiga su fantasma por los pasillos oscuros de alguna iglesia vacía, no tengo empacho en asegurar que era un auténtico sorete, que en paz descanse. Le tenían un respeto rayano en el terror, algo inexplicable en un sujeto mediocre como pocos. Pero, claro, a fin de cuentas lo de V representa una importante baja entre los bajos del coro, aunque fuera un viejo de m…

El tiempo pasa y cada vez somos menos. Éste se ha convertido en un coro de sobrevivientes que se siguen creyendo los niños cantores de Viena y más que cantar, carraspean. Se ha intentado todo y nada resulta, envejecemos. Me pregunto quién será el siguiente y quién después, y quién quedará para cerrar la puerta.

Respecto del maestro S, estoy tranquila. Él mismo asegura que no vivirá menos de 104 años. Y yo… yo vengo siendo la más joven y ya tengo mis achaques.

martes, 31 de agosto de 2010

Bella

Caminando esta tarde las veredas rotas de mi barrio UN TIPO me informa, así al pasar, que “se acaba de enamorar”. Y me mira. Sostengo la mirada y sonrío. Otros dos se dan vuelta… “está divina”. No me importa nada de nada, inflo los pulmones de autoestima y sigo mi camino con la cabeza en alto. Llueve mucho. Semiescondida bajo el paraguas, tiritando de frío, voy por la vida emanando cosas bellas. Hoy… no cualquier día… HOY.

jueves, 26 de agosto de 2010

Un réquiem alemán

-Ya que hoy tenemos a Silvina, vamos a pasar completa el aria de soprano. Para los que no conocen a Silvina… la conocen todos ¿no? ¿Alguno no la conoce? ¿Cómo que no…? Entonces démosle la bienvenida a Silvina S. ¡Aplausos, por favor!

Yo también aplaudí, más por compromiso que por convenciminto pues de Silvina S no lograba ver ni la sombra. Me paré en puntas de pié sin dejar de palmotear, siguiendo la dirección de todas las miradas y, no muy lejos, al otro lado del inmenso piano, alcancé a ver unos rulos rubios. Cuando se hizo silencio, el director invitó a Silvina S a subir a una especie de tarima improvisada para la ocasión y descubrí que los rulos adornaban una cara regordeta y simpática, de sonrisa ancha y ojos chispeantes. Silvina, como todas las cosas buenas, viene en frasco chico. Y es que esta miniatura que apenas despega del suelo, es dueña de una voz prodigiosa y un magnetismo que transporta y eleva y, de a ratos, adormece como el canto de los ruiseñores en primavera.

Bella, la voz de Silvina es bella y poderosa, gorda, sensual, agudos rellenos de armónicos y un timbre perfecto. Ella lleva la voz cantante, el coro es sólo un rumor que la acompaña y la mece con la ternura de las aguas impulsadas por el viento. Si no fuera un réquiem, bien podría ser una canción de cuna.

Ihr habt nun Traurigkeit;
aber ich will euch wiedersehen,
und euer Herz soll sich freuen,
und eure Freude soll niemand
von euch nemmen.
(Johannes 16, 22)



El próximo domingo es el gran concierto gran. Se me revuelve el estómago cada vez que pienso en la fuga del número 6, no sé si podré… Entre la tos y el toc que se disputan mi tranquilidad, muy lejos estoy de sentir la paz que Brahms intentó plasmar en esta belleza que a muchos gusta llamar, a la manera de un cuento, “un réquiem alemán”.

martes, 24 de agosto de 2010

Waka Waka

My beloved brother volvió de Sudáfrica, volvió para quedarse luego de casi dos años de ir y venir, valijas que no terminan de vaciarse, plantas por regar, lagrimitas de despedida y esa inconsistencia de estar pero no estar, cuando uno vive de a ratos en la otra punta del mapa y sus vecinos más cercanos rugen por la noche acechando a la presa.

La emoción del regreso estuvo acompañada de un popurrí de regalos, incluida la auténtica vuvuzela, una bellísima Venda Doll con su bebito a cuestas, dos Calendar Recipes con platos tradicionales africanos, licor de Amarula, remeras, chops, llaveritos y lo que quedó del merchandising una vez acabada la festichola del mundial. También varios sobres de carne seca de kudu, una especie de charqui marinado en especias que los africanos llaman “biltong” y al que uno empieza a mirar con buenos ojos cuando escasea la longaniza en la picada.

Pero la revelación fue este pequeño explosivo casero que nos dejó la lengua como bolsita de agua caliente y un dolor agudo en el entrecejo, la misma sensación ingrata que queda al tragar helado de limón demasiado rápido, todo el frío se va al cerebro y duele. Tras mucha miga de pan para calmar el ardor, intentamos de nuevo y todos los sabores sucumbieron al fuego líquido del rey del picante. Aaaaaaaah…

Estamos felices con el retorno del hijo pródigo, especialmente mi papá que no cesaba de abrazarlo con los ojos llenos de lágrimas. Se pronostican grandes comilonas, muchos encuentros y ninguna despedida en lo que resta del almanaque.

viernes, 20 de agosto de 2010

Mucus, el regreso

Mal humor, pantuflas chinas celestes con brillitos, bufanda, jogging rojo, té con limón y canela en la tacita de Minnie y, no importa cuánto calor haga, sigo teniendo frío. Se me pegó el frío a la médula, me pincha con agujas invisibles y no hay estufa que me lo quite.

En el origen fue el frío. Al día siguiente, un malestar general. El tercer día se me tapó la nariz y el cuarto y el quinto no paró de llover. Lluvia de mocos, pilas de pañuelos de papel hechos bolita en todos los rincones de la casa, baños de vapor y más mocos, aspirinas que no ayudan, no puedo respirar, desespero y me sueno más fuerte, mocos y más mocos, quizá sea ésta una nueva forma de adelgazar (o deshidratarme). Tomé esa cosa efervescente que dicen que destapa y nada. Se me pasparon las aletas y tengo la nariz roja e hinchada como si hubiera tomado un barril del mejor escocés.

La nona me hubiera puesto una cataplasma de jengibre fresco pero yo preferí embuchar litros de té de orégano con mucha miel, aprovechando que este resfrío padre me robó los olores y el sabor de las comidas. Por estos días vivo una vida inodora e insípida, si hasta el agua de la canilla me parece sana. Podría comer las cosas más asquerosas y ni lo notaría.

Pero hoy, cuando sobrevino la tos, ALGUIEN deslizó en mi oído la palabra mágica: QURA. ¿Qué es eso? ¿Qué cura? ¿Cura Qura? No investigué mucho. Por lo general me muestro escéptica ante estas cosas, no me gustan los remedios pues no creo en eso de llenar el cuerpo de químicos excepto, claro, una buena ginebra. Sin embargo, esta vez corrí a la farmacia y tragué la píldora con respeto y convencimiento.

Ya pasaron seis horas, las primeras seis horas del sexto día, y los mocos han cedido bastante. Cada tanto una tos seca que hace doler el pecho y no mucho más. Todavía escucho mi voz con ecos de nave espacial y los olores me son esquivos, pero ya todo se va a normalizar. Eso espero. Parece que Qura… cura.

jueves, 19 de agosto de 2010

Todo lo que entra tiene que salir

I’m happy because she is leaving.

Tanta croqueta de berenjena se le terminó subiendo al cerebro. De una flacura transparente, insípida, absolutamente unsexy aunque ella por cierto no lo cree así. Gustaba de posar para las fotos y enseñarlas por ahí. Solía mostrarse alegre y altiva disimulando la procesión interior, la falta de talento y, por sobre todo, la ausencia de rumbo. Se creía “luminosa” pero su pálida luz iluminaba un círculo chiquito y egoísta. Procuraba adoctrinar acerca de las bondades de su recientemente adquirida espiritualidad, al principio con mesura, luego con la obstinada insistencia de los sordos o los locos.

Pues bien, te has ido de una vez y (espero) para siempre. You’re gone, out of my life, soon I will forget you but you will always remember me.

Era un regalo que no esperaba, más vale tarde que nunca. Evito descarrilarme en la euforia que me provoca tu marcha y a duras penas logro reprimir los saltos y las risas. A cambio deseo, desde lo más profundo de mis rencores y con malsana alegría:

- Que la vida en el pueblucho ése que te alberga te resulte grata y feliz, tanto así que jamás pienses en volver.

- Que los muchos hijos que vendrán te hagan olvidar que algún vez tuviste la panza chata.

- Que los amores presentes borren para siempre la memoria de aventuras pasadas.

- Que algún día decidas hacer algo que realmente valga la pena, en lugar de vegetar entre milanesitas de soja y meditaciones intrascendentes para salvar un mundo en el cual sos NADIE.

Yo no creía mucho en eso de… “Siéntate en la puerta de tu casa a esperar y el cadáver de tu enemigo verás pasar...” pero los hechos me han convencido. Te has ido al fin con tus mantras y tus delirios de Pachamama, lejos del universo minúsculo que conocés, a buscar quién sabe qué, a empezar algo quizá… ¿a probar…?

Andá, seguí meditando que capaz te va mejor que a mí, sintonizate los chakras y comete un buen bife de chorizo que estás escasa de proteínas. Om shanti, ve con Dios... ¡andá a cagar!

jueves, 12 de agosto de 2010

Reír para no llorar más

Una anciana querida, alegre y vivaz. Un tropezón que ocasiona la fatal caída, sangre en las paredes, el esposo fiel que desespera intentando inútilmente reanimarla, la ambulancia que no llega, conmoción en el vecindario. Alguien hace señas a un patrullero que dormita en la esquina, otro patrullero y al rato otro más. Policías. Ajenos al dolor y la tristeza, no saben de respeto ni buenas costumbres. Para cuando llegó el médico, ya habían labrado el acta e impartían órdenes de rutina… “Hay que seguir el procedimiento”. Pero el esposo no entiende de peritajes y fotos y autopsias. Él sólo quiere limpiar la sangre que empieza a secarse sobre los cabellos blancos del amor de su vida, cerrarle los ojos y tomarle la mano hasta que pierda todo su calor, volar muy lejos, retroceder al minuto previo y burlar al destino.

La muerte, en su cronometrada imparcialidad, desata todo tipo de reacciones equívocas y uno no puede evitar la frase hecha ni el comentario inoportuno. Para colmo de males… ¿quién iba a pensar que el rigor mortis sorprendería a la pobre tía Elsa sentada en el sillón del comedor? El esposo no le soltaba la mano, desobedeciendo la orden expresa del comisario de no tocarla ni cambiar nada de lugar. Era muy buena la tía y, por sobre todo, sumamente pulcra. Si hubiera imaginado este final grotesco, por lo menos se habría cambiado las pantuflas por un calzado más decente.

Ocho horas esperando el traslado a la morgue. Ocho angustiosas horas orinando mates azucarados, la nariz paspada de tanto sonarse, la abuela que se niega a tomar la pastilla de la presión y las vecinas de la cuadra anticipando el velorio con la plena seguridad de que la difunta ya pasó a mejor vida.

“No somos nada…” “Hoy estamos y mañana, no…” “Era una santa…” A veces pienso que para que hablen bien de uno, no hay mejor cosa que estirar la pata. Si no, pregúntenle a la Chola (la almacenera de la vuelta) que se deshacía en llanto olvidando que pocos días atrás le vendió queso rancio a la tía Elsa y comentó, como al pasar, que cobraba una jubilación “demasiado generosa”.

Al fin se la llevaron. De la peor manera, encerrada en una bolsa negra, sin ningún recato, pobre tía. Nadie durmió esa noche ni la siguiente. La autopsia confirmó que murió de un infarto… ¿Hacía falta semejante circo? Podría haber muerto mientras dormía y hubiera resultado triste pero digno.

Esperamos mucho tiempo frente a las puertas de la morgue. Era de madrugada y hacía frío. Alguien tenía que reconocer el cuerpo que yacía congelado, con la boca abierta, completamente tieso. Se ofreció la prima Adriana que siempre se las ingenia para tomar parte en lo que sea.

“¡La van a tener que velar a cajón cerrado porque se va a hinchar! Y da olor… pero claro, se pudre como un churrasco… ¡qué barbaridá! Ya dijo el señor de la cochería que le tienen que pegar la boca… Y dijo que los de la “autosia” no la cosen… Ah, no, no… dejan todo abierto y lo rellenan con algodones. Pobre tía... Les dejé la ropita pero se la van a tirar por arriba porque está toda dura”.

Pero no hubo velorio y todos pensamos que era mejor así. Una sencilla ceremonia en la capilla del cementerio, el aplauso de despedida, las condolencias de familiares y amigos y flores para adornar el nicho.

El esposo se deshacía en un llanto silencioso, aferrado al cajón. Nosotros no sabemos lo que es el amor, estamos muy lejos de comprenderlo. En cambio él, incapaz de pronunciar palabra, derramaba lágrimas inagotables sabiendo que ya nunca más volverá despertarse a su lado, lloraba su amor con una pena inconmensurable, un amor eterno que ni la muerte puede vencer.

Pobre tía Elsa… Que en paz descanses.

jueves, 29 de julio de 2010

Las mañanas de invierno

Abrir un ojo... tantear el caminito hacia el baño... desafiar el espejo... acumular pulloveres hasta el bar más cercano... encontrar las monedas para el colectivo... recuperar lentamente la identidad...

¿Qué me depara este jueves? ¿A dónde tengo que ir? ¿Quién espera algo de mí? ¿Lloverá?

lunes, 26 de julio de 2010

Pago... ¿fácil?

El día que me convierta en una anciana respetable con las articulaciones lo suficientemente fuertes como para seguir trepándome a los colectivos, no pienso instalarme en la cabecera de la parada ignorando la larga cola de infelices muertos de frío que llevan siglos esperando y bufando la demora. ¡Hay que tener tupé! Si yo estoy primera en la fila ¿qué hace esta noble anciana parándose adelante como si nadie más existiera? Y encima tiene la uñas pintadas de rojo y zapatos muy caros. ¿Por qué no toma taxi?

Subimos y bajamos juntas. Entonces no imaginaba que seguiría mis huellas hasta el Correo hasta que, minutos más tarde, la vi empujar la puerta con esfuerzo intentando colarse entre los mansos adeptos al Pago Fácil.

Al grito de “¡Señora! ¡Acá termina la fila!” esbozó una disculpa y a regañadientes fue a parar al final de la cola que ya daba varias vueltas. No pude evitar sonreír pues, aunque impuntual, la justicia siempre llega.

-¿ES MI TURNO?
-No, abuelo, todavía no. Yo le aviso.
-¿Por qué espera el señor? Abuelo, en la caja lo atienden enseguida, usted no tiene que hacer la cola.
-¿CÓMO DICE? NO LO ESCUCHO.
-Que vaya a la caja directamente, no hace falta que espere.
-¿EH…? ¡NO LO ESCUCHO! ¡SOY SORDO!
-Ah, pero entonces ¿qué querés, viejo de mier&%#”$&”? Quedate ahí y esperá.

-¿Quién sigue para el Correo?
-Disculpe pero ahí hay un señor mayor que casi no puede caminar, además es sordo. ¿Por qué no lo atiende a él?
-Porque tengo dos embarazadas y una señora-con-un-bebé esperando. Están todos en la misma, que espere un poco, ya lo vamos a llamar.

Las embarazadas no se movieron de su sitio, la señora-con-un-bebé sacudió al crío y miró desafiante a toda la concurrencia. El pobre viejo seguía sin entender.

-Pero, escuchame una cosa. El pobre tipo es viejo y sordo, atendelo y dejate de joder.
-Señor, no sea irrespetuoso.
-¡Irrespetuosas son éstas! ¿Acaso las embarazadas no pueden esperar cinco minutos más? ¿O piensan parir acá mismo?
-Señor, vuelva a la fila.
-¡Venga, abuelo! Un día vas a llegar a viejo, vos también. Si llegás… Ustedes, embarazadas, corransén y dejenlón al sordo. ¡Qué barbaridad! Ellas se divierten y el pobre viejo no se puede tener en pié.

El murmullo del público, que iba creciendo como la marea, apoyó la moción y el sordo fue despachado en menos de un minuto. Faltaba el aplauso para cerrar el capítulo pero ya los ánimos venían caldeados.

-¡Oiga, osté! ¿Por qué zerraron la caja doz? ¿No ve la gente qui hay?
-Esa caja es del Correo, señora.
-¡Pero aquí dize Pagofázil! ¿O no ez Pagofázil ezto?
-¡Tiene razón la señora! ¡Hace una hora que estamos acá!
-Ojalá yo pudiera hacer una hora de cola…
-¡QUE A-BRAN LA CAJA! ¡QUE A-BRAN LA CAJA!

Los abucheos aceleraron el trámite pues, ante las efusivas amenazas de una caterva de jubiladas furiosas, los empleados optaron por capitular so pena de volver a casa con un ojo negro. Así llegó mi turno, pagué y arrebaté un pilón de cupones de descuento para el cine y me fui derechito a la pizzería pues tanta espera amerita una buena fugazzeta con borde crocante.

En este bendito país, ni cuando querés pagar te la hacen fácil.

viernes, 23 de julio de 2010

Hot ideas

Pensar que mi Elegido me ha dejado aquí sola, en estas condiciones, por su sola voluntad…

La abstinencia sexual exacerba seriamente mis estados de ánimo. Regularmente me pone de mal humor o me hace doler la cabeza; en ocasiones, deambulo taciturna rumiando vendettas muy peligrosas. Me lo tomo como algo personal y el quetejedi ni se entera, no se hace cargo de mis padecimientos y cuando después viene todo compungido suplicando los mimos que soy incapaz de negarle, tengo ganas de cagarlo bien a trompadas.

Que nadie me venga con eso de la autosuficiencia, autocomplacencia, autonosecuanto… ¿a mí? Naaaa… Conozco todos los tips para obtener el máximo rendimiento de mi "compañerito de pieza" (¿con quién te creés que tuve cita esta mañana y esta noche y la noche después de mañana...?) pero no es lo que quiero “siempre”.

No voy a contar los días, ni las horas. Me duele la cabeza y no se me va a pasar hasta que vuelvas, sabelo. Ay…

jueves, 15 de julio de 2010

Es mentira que soy mala

No la soporto. Estoy oscilando claramente en el nivel de tolerancia cero, por momentos siento el impulso de saltar y hundir mis uñas (¿garras?) en su largo cuello. Intento concentrarme en otra cosa y elijo no matarla.

Chica Rara canta en el coro, es soprano. No es bonita, lleva el pelo largo y sin forma, es desgarbada, usa unos anteojos de lo más estrafalarios que la hacen ver como una bibliotecaria frígida y atemporal. Pero por sobre todas las cosas: es alta. No a la manera de las mujeres esbeltas, a quienes unos centímetros extra otorgan el derecho indiscutible de lucir sandalias romanas sin que los tobillos parezcan matambres de pollo. Ni siquiera como las supermodelos, dueñas de un porte que envidiaría la Venus de Milo.

Chica Rara es alta, sólo eso, tanto así que su cabeza sobresale en cualquier formación, no es posible hablar con ella sin lograr una contractura cervical de película. Tan alta es que habitualmente choca su cabeza contra los marcos de las puertas. Alta, muy alta, trepada a mis tacos más pretenciosos apenas llego a rozar su hombro. Sospecho que duerme en una cama especial.

Cuando canta tuerce la boca a un costado y afina los labios en una mueca completamente antinatural. Ante las observaciones del director, pone cara de inteligente y escucha atentamente, anota con prolijidad cada indicación sobre la partitura y se sienta muy tiesa, con la mirada fija y desorbitada como si fuera testigo de alguna revelación trascendental. Es la auténtica nerd, sólo que más alta.

En el afán de resultar simpática, saluda a todos con un sonoro beso al que me sigo negando por cuestión de principios, en especial porque detesto ver cómo se agacha con condescendencia ante los simples mortales como la jirafa del zoológico atraída por las golosinas de los niños. No es curioso que le huyan.

El otro día, sin ir más lejos, me increpó a metros del bar… “¿Querés un pedacito?” haciendo flamear un enorme sandwich de miga muy cerca de mi nariz, al tiempo que me miraba con esos ojos de lechuza asombrada. “No, gracias”. Y me alejé dejando que atosigara al próximo incauto.

No es el tipo de persona que inspira afecto, ni siquiera un poco de lástima. Uno intenta evitarla y ella vuelve a la carga con renovados besos y más sanguchitos y los ojos cada vez más saltones. Últimamente vive trepada a unas botas de taco aguja que la elevan a alturas inconmensurables y ya es más de lo que se puede tolerar. No existen motivos concretos para explicar el por qué de esta aversión, sólo sé que la odio, le temo, su sola presencia despierta mis instintos más sanguinarios. No me mires, no quiero verte. Qué ganas de matarla… Te voy a matar. Sí, te voy a matar.

martes, 13 de julio de 2010

Gran boda judía

Llegamos poco después de que dieran las diez, correctamente emperifollados según las instrucciones bien detalladas en la tarjeta de invitación.

La JUPÁ estaba construida en una gran sala donde reposaban prolijamente varias filas de sillas, a la manera de un templo. Luego de cuarenta minutos de espera fichando vestuario y maquillaje, entraron los novios y los padrinos y, detrás de ellos, una nena y un nene que, con gesto cansino, repartían pétalos de tela de color rosado. Debo decir que he visto niños más comprometidos con el papel…

La ceremonia fue larga y agotadora, sólo comparable a una misa de esponsales de las de antes. A diferencia de ésta, los judíos gritan alborozados cuando el novio “rompe la copa” y esto marca el final de la ceremonia. Claro está, no hay hostia y el novio es quien entrega a la novia el anillo que debe ser de su propiedad, caso contrario el matrimonio no sería legítimo. Ella, a su vez, le entrega el TALIT y así queda sellado el asunto.

El rabino filosofaba con voz finita y entrecortada acerca del valor de fundar un hogar judío y no despreció la oportunidad de mencionar la tenaz supervivencia del pueblo elegido "a pesar de que han querido borrarnos de la faz de la tierra". Leyó la KETUBÁ (el acta de matrimonio) que, a juzgar por su extensión, contenía además de la promesa de amarse y cuidarse en la salud y en la enfermedad, etc, etc… algún acuerdo de otra clase expresado a la manera de una escritura. Esto no lo puedo asegurar porque el hebreo es para mí como el sánscrito, el holandés o el guaraní, o sea, una lengua por completo ajena de la que sólo retengo un despliegue de jotas que resulta desagradable a mi oído.

Todo el asunto estuvo salpicado de música a cargo del JAZÁN y un conjunto instrumental, además de otras voces masculinas, que nos deleitaron con un nutrido repertorio de canciones en idish. Si me hubieran dicho que iba a escuchar los grandes éxitos de Christian Castro ¡en hebreo! me quedaba en casa tejiendo calceta.

Pero entonces arrancó el desfile de bocaditos y les perdoné todo. Comí, bailé y tomé lo suficiente para sentirme irreverente sin perder del todo la compostura. A las 5 de la mañana, cuando un grupo de los 80 ejecutaba (esto dicho en el sentido más letal del término) los clásicos de mi adolescencia, pasamos a otro salón para degustar los postres.

Inmediatamente después, nos despedimos de los anfitriones deseándoles la mejor de las vidas posibles y salimos disparados hacia el estacionamiento. El cierre musical incluía versiones en vivo de Va pensiero y el Brindis de la Traviata, entre otros. Luego, a pedido del público, los solistas improvisaron trinos en idish y hebreo, una desgracia que justifica seguramente el dinero ganado esa noche.

Pese al influjo del alcohol o quizá a causa de éste, realicé un magnífico trabajo de campo siguiendo la metodología de la observación participante. De las muchas conclusiones que obtuve, sólo compartiré una parte:

Una de ellas es el desnivel en cuanto a estado físico, energía y actitud que diferencia a los hombres de más de 65 de sus parejas cuando éstas son contemporáneas. Mientras ellas se mantienen en forma, bailan a ritmo, se prenden en los trencitos y hacen los honores a un tema de Abba o al Bombón Asesino por igual, ellos languidecen en la pista oscilando como una medusa en el mar calmo.

Un grupo aparte lo constituyen los hombres de la misma edad pero que han decido ornamentarse con una mujer 15, 20 o 25 años más joven, fenómeno muy común en cierto estrato socioeconómico. Estos son más activos, se conservan jóvenes y verdes y no temen confesar que “toman la pastilla”.

Y finalmente, el hecho curioso de que la novia se haya volcado desde hace poco a la práctica de la religión y de las tradiciones judaicas, lo cual no le impidió organizar una fiesta donde convivían promiscuamente el salmón con el roquefort, la crema ácida con el cordero y el pollo con la muzzarella de búfala. La clave de esta aparente contradicción nos la comentó un allegado: después de la ceremonia religiosa, el rabino congregó a los novios, los padres y siete hombres cercanos a la familia para oficiar una suerte de festejo KASHER que, entre otras cosas, sirve como permiso liberador de las transgresiones alimenticias de la festichola... ¿No es genial cómo las religiones se las ingenian siempre para dar permiso cuando es conveniente?

viernes, 2 de julio de 2010

Notas mentales

Con una mano plancho, con la otra cebo mate. El celular vibra enloquecido en mi cintura, alguien toca el timbre, la pava silba sobre la hornalla y tose la impresora por culpa de un papel atascado. De a ratos escucho la requetedifícil fuga de Brahms que aprenderé a fuerza de machacar. Un ojo atento a la derrota de Brasil, el otro obsesionado con la suciedad que empaña las ventanas.

Intento recordar qué cosas no debía olvidar… Hoy, mañana, pasado… La lista de “pendientes” se torna demoledora y escapo a lugares menos pretenciosos, a los brazos de mi amado que me envuelven en un tul de fantasías multicolores, a los mares tibios de corales y sirenas, a la quietud del teatro vacío cuando ya se han ido los aplausos.

Rompí una cábala… sin querer, pero la rompí. Y ahora temo que mañana… Pero esas cosas no hay que pensarlas, mucho menos pronunciarlas. Debe ser eso lo que me tiene mal o quizá sólo estoy nerviosa por el show del stripper y quiero salir corriendo pero debo quedarme y amasar los pancitos que les prometí a las chicas. Debo, debo, debo… No hay espacio para el deseo, para ningún deseo. Desespero, quiero y no puedo, pero quiero mucho.

lunes, 28 de junio de 2010

Hostias et preces

El coro al que me reincorporé este año tiene un nutrido programa de conciertos para lo que queda del año. Digo “reincorporé” porque no los veo desde hace casi una década, más precisamente desde aquél glorioso debut en el Colón, cuando al Colón le faltaba lustre y los músicos organizaban conciertos de protesta en las calles por los muchos sueldos adeudados.

Diez años cambian a cualquiera, menos a los coreutas que a lo sumo intensifican las mañas adquiridas a lo largo de una infructuosa carrera a ninguna parte. Eso de tener comprado el lugar es bastante común, en especial entre las sopranos. Los barítonos no tienen de qué preocuparse pues su parte es siempre la más fácil. Las contraltos constituyen la cuerda “gorda” y sufrida del conjunto y los tenores… los tenores siempre necesitan ayuda. El director no se parece en nada al maestro S, rara vez se le escapa una sonrisa y obliga a percutir los melismas de un modo bastante caprichoso. Por lo demás, es un buen tipo.

Esta mañana, demasiado temprano para ser lunes, ensayamos con la orquesta de la Federal en un salón muy destemplado, al lado de la comisaría. No había sillas suficientes ni miradas amistosas, ni siquiera una estufa donde calentar el traste. Los violines entraban a destiempo, el fagot calaba de lo lindo y todos murmuraban “está frío”, los contrabajos marcaban su propio ritmo y la soprano solista, temerosa de dañar sus preciosas cuerdas vocales, estaba empecinada en cantar en la octava baja.

Pero muy pronto, el furor del Dies Irae encendió fuego en los corazones y Mozart sonó como a todos nos gusta, a tempo, estruendoso por momentos, dramático de principio a fin.

A mis espaldas la Chiqui, una joven anciana de oído afilado como el de un tuberculoso moribundo, criticaba a la orquesta y señalaba errores a los compañeros más cercanos. Inclusive al muchacho de rulos que canta como los dioses y arranca suspiros al harem que lo persigue sin tregua cada ensayo. Me gusta escucharlo, siempre es bueno tener un magnífico tenor al lado y si además es simpático, huele bien y me invita un café, tanto mejor.

Acá va la versión del Requiem de mi maestro S. Un día quizá les cuente la curiosa historia que rodea la composición de esta obra incomparable. Pobre Mozart, murió creyendo que era ésta su propia misa de difuntos…

sábado, 26 de junio de 2010

Brevis

Este blog se emociona hasta las lágrimas con la noticia del nacimiento de Le Petit Motonet y augura un futuro lleno de historias para contar, mucho amor, risas, pañales y mamaderas, un papá recontrarequetebaboso y un ejército de tíos deseando malcriarlo.
Willkommen! Este sí que es un niño del Mundial.

Estos días andamos de acá para allá transpirando la camiseta. ¡Qué nervios! Y todavía falta tanto…
My little brother sigue en Sudáfrica. Año y medio yendo y viniendo… proyecto de acá, proyecto de allá, que vamos y venimos, valijas sin desarmar, la vida hecha un despiole… Pero no hay mal que por bien no venga y es que al fin allí está, con los elegidos y en el lugar de los hechos, cumpliendo el sueño del pibe, alentando de cuerpo presente a la Selección, sombrero de picos y vuvuzela, gritando los goles en vivo y en directo y, en los ratos libres, paseando con los leones (los verdaderos).

Hoy vi esa película, “The butterfly effect”. Si todo fuera tan fácil… Me pregunto qué pasaría si pudiera uno mover las piezas del pasado como un ajedrez de carne y sangre, reparar los errores, rellenar las omisiones, hacer y deshacer… un juego infinito de posibilidades inesperadas.
Tentador...

martes, 22 de junio de 2010

Palpitando el mundial

Cumplimos todas las cábalas… la remera raída que ya es más blanca que celeste, el sahumerio, un Padrenuestro y tres Avemarías, bañarse justo antes de que comience el partido, sintonizar el mismo canal y no cualquier otro, besar la medallita y sentarse frente al televisor con el mate caliente y la gata ovillada a un costado.

Este es el primer mundial de Quieromenta, es el primer mundial de muchas otras cosas también, pero no es el primero para mi gata que apareció una noche, llorosa y hambrienta, la noche anterior al encuentro con Nigeria, hace ocho largos años.

El fútbol nos transforma, nos vuelve nostálgicos de recuerdos caprichosos, cuando la ocasión lo vale somos todos técnicos o árbitros o goleadores, nunca espectadores. Queremos que Verón meta el pase del milagro, que Messi la emboque de una vez y que Maradona levante otra vez la copa, con orgullo, con honor, y gritar una y mil veces el Oooooooooohhhhh que acompaña los primeros acordes de nuestro himno.

Hoy me puede la ansiedad y me dejo, no quiero pensar, no quiero ni que suene el teléfono. Invento promesas insólitas que San Expedito me reclamará algún día pero no importa, todo sea por el triunfo y pensar que aún ganando falta tanto por recorrer. Habrá más cábalas, más recuerdos, más promesas, todas las que sean necesarias pues los argentinos no escatimamos pasión cuando de fútbol se trata.

Hasta ahora va 0 a 0. Y no sé cómo de pronto me encuentro tarareando el temazo del momento, ese con ritmo de cumbia que acompaña un gordo con el bombo, aquí, solitaria, única protagonista de esta hinchada bullanguera pues la gata se ha dormido y sólo despertará al alarido de ¡GOOOOOOOOOOL!

A la selección yo voy alentar.
Yo soy argentino,
Aunque ganes o pierdas yo te sigo
Con el corazón.
Siempre voy a estar
No importa adonde.
Argentina tengo un sueño
Que es salir campeones.
ARGENTINA UN SENTIMIENTO,
VOS SOS MI PASION
Argentina yo te llevo en el corazón,
Alentando en la tribuna
Siempre voy a estar
Porque la celeste y blanca
Es lo más grande que hay.

domingo, 13 de junio de 2010

I thought it would be fun

Pasado el período de luto por no poder comprarme TODO, arremetí contra las grandes marcas en busca de EL VESTIDO. No para la gala del Colón, tampoco para festejar el debut contra Nigeria y mucho menos para almorzar con la reina madre.

-¿Pero si tenés un montón de vestidos?
-No tengo un montoooon… Y no puedo repetir, uno nunca sabe.
-Yo voy a llevar el mismo traje de…
-Los hombres no tienen problemas de vestuario, nosotras sí.
-Además, si es para ponértelo una sola vez…
-Ah, también necesito zapatos… ¡y una carterita!

Todo por el bendito casamiento de la chirusa que no dudó en pasarse a las huestes de los hijos de David a cambio de un porvenir asegurado y un marido que, cuando la conozca tan bien como yo, pedirá que lo arrojen a los leones del circo untado en pate-de-fuá.

No me gusta nada y lo que me gusta me hace odiarla un poco más. Además engordé, no mucho pero sí lo suficiente para sentir que no hago lo correcto si pido un talle más que después habrá que ajustar, porque s-e-g-u-r-o que hay que ajustarlo. Toda esta cosa de la falta de comunicación que amenaza con convertirme en una isla, decanta invariablemente hacia la heladera y se corporiza en especiales de salame y queso que me harán merecedora de todas las cosas malas que me pasan.

Compré un vestido del color del vino que más me gusta, un color difícil que increíblemente me sienta bien. Y confío en que algún alma piadosa me preste los zapatos pues mi chanchito no da para más. Pienso que ELLA jamás tendrá que enfrentarse a estos dilemas, llenará los placares de vestidos costosos y zapatos de envidia, vivirá una vida de princesa con perdices y viajes y será feliz… ¿Lo será?

Tengo una tarta de choclo dorándose a 180°. Cuando digo que me la bajaría entera es porque “me la bajaría entera”.

domingo, 30 de mayo de 2010

Mi sono innamorata di Lei

Doy vueltas y no sé cómo salirme del monotematismo del extrañamiento físico que no sé cómo afrontaré esta noche y mañana y pasado...

Las mujeres de antaño lo combatían con baños de agua fría y –aunque argumenten excusas más santas- las monjas de clausura se flagelaban. Pero resulta que una cosa o la otra no hacen más que proyectar en primer plano aquello que se pretende sosegar, es decir, la presencia irrefutable del cuerpo y sus estentóreas demandas.

Últimamente, cuando nadie me mira y la casa está en silencio, me tiro en la cama rebotando y permanezco boca arriba, mirando el techo y te hablo. Te digo… muchas cosas, te digo. Y siempre te pregunto qué me hiciste, por qué estoy así, en este limbo del embobamiento total, extrañando...

¿Puede la gente “razonable” desear un estado de tanto mareo? Sí, definitivamente.

jueves, 27 de mayo de 2010

Cuestión de género

Cuando dos personas que se aman necesitan -de vez en cuando o de cuando en vez- intercambiar discursos serios, se enfrentan a la embarazosa elección del género. Esto es...

CONVERSAR personalmente: difícil, los besos terminan robándose casi todo el tiempo, inclusive la memoria de lo que se quiere decir.

CHATEAR: no tiene el mismo peso, las frases se enciman en alegre contrapunto como una sonsa comedia musical.

ESCRIBIR: pero es como si uno se hablara a sí mismo o pensara en voz alta... ¿Y el otro? ¿Acaso no contesta?

Esos que un día se dedicarán a escribir nuestra historia se encontrarán con un enigmático silencio y barajarán distintas hipótesis para explicarlo. Y como yo me conduelo de mis colegas venideros, por lo menos quiero dejarles un indicio y además decirles: queridos narradores, han dado ustedes con una historia preciosa, sepan contarla como se merece.

Mientras tanto –y por si acaso- me entreno en telepatía a grandes distancias y casi estoy por lograrlo. Pero con mi próximo hombre voy a ser mucho más precisa... Sin soltar el tubo del teléfono pasaré directamente a revolearle platos por la cabeza, desde el principio, sin silencios ni mensajitos que flotan sin respuesta, y así no habrá necesidad de idear hipótesis absurdas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Tomá soda

En mi barrio hay una fábrica de soda de las de antes, de esas donde circulan los sifones a ritmo lento sobre la cinta sin fin y uno puede verlos desde la calle, a través de grandes vidrieras inmaculadas. No hay una vez que pase de largo sin reparar en la monótona calma de los sifones que van y vienen, ahora enfundados en modernos esqueletos de plástico “de uso permitido”.

El camión verde de la fábrica organiza el reparto desde las primeras horas de la mañana y, fiel a su propia historia, continúa exhibiendo la famosa leyenda que muchos tarareábamos con respeto religioso:

Agua que has de beber,
Siffredi tiene que ser.

Mi abuelo era un gran tomador de vino con soda. También mi papá que, pese a las protestas familiares, continúa resistiéndose al sabor puro de un buen varietal. Pero debo ser la única sobreviviente de la nueva generación que recuerda la presencia de auténticos sifones en casa, puesto que mamá se había convertido en su enemiga acérrima desde que ocurrió ESO.

Era muy pequeña entonces pero todavía conservo un vago recuerdo. Mamá decía que ese día “volví a nacer”, que se interpuso el “ángel de la guarda” como un escudo protector, y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando lo contaba entre las vecinas.

Fue en el almacén de la esquina. Mamá hacía la compra del día y yo pataleaba aburrida en el cochecito. El sodero saludó, corrió el cochecito a un costado y, tras acomodarse la birome en la oreja, empezó a descargar los cajones al lado de la heladera de los quesos. Dos viejitas esperaban su turno quejándose de lo caro que estaba todo.

Doña Filomena, la almacenera, pesaba cuidadosamente las aceitunas mientras su marido lidiaba con el sodero y la máquina de cortar fiambre que, dos por tres, se quedaba trabada y no había milagro que la hiciera funcionar. A Don Clemente le faltaban dos dedos de una mano y decían que había sido culpa de la cortadora, sin embargo el gallego seguía empecinado en domesticarla.

Esa vez perdió los estribos. La giró del revés, la sacudió, se mesó los cabellos con desesperación y terminó pegando patadas al mostrador con tan mala pericia que derribó un cajón de soda y los sifones salieron rodando en todas direcciones. Algunos estallaron y el estrépito acalló el parloteo de las ancianas, mamá gritó, Doña Filomena se agarró la cabeza y el sodero se derrumbó pesadamente sobre el piso enlosado emitiendo extraños chillidos, al tiempo que se sujetaba el estómago y un reguero de sangre corría por sus pantalones.

Las heridas no parecían graves pero el pobre tenía vidrios clavados en todo el cuerpo y se lo veía asustado. Trajeron toallas y alcohol. Todos tenían una esquirla de sifón incrustada en algún lugar y mamá fue la primera en darse cuenta que mi pierna sangraba copiosamente. Estaba pálida y temblaba y sólo se calmó horas más tarde, cuando le arrancó a papá la promesa de que nunca jamás de los jamases volvería a entrar un sifón en nuestro hogar.

No lloré, ni siquiera entendía qué estaba pasando. Pero lo cierto es que temo a los sifones casi tanto como a las palomas y, aunque aparentemente superficial, atesoro en mi pierna la cicatriz que me recuerda aquel día nefasto, un souvenir de la vieja y querida Siffredi que increíblemente nunca he probado.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Mi caballero especial

Bien podría ser la excusa para hacer volar su ego a la estratósfera y no estaría mal. Pero no, no es ése el propósito aunque diga que nunca conocí a nadie como él, aclarando que utilizo la palabra CONOCER en sentido amplio, muy amplio.

Puedo asegurar que he conocido muchos hombres, un variado y pintoresco conjunto de hombres. Novios, pocos. Amigos, algunos. Parientes, más de los que quisiera. Colegas, demasiados. Si me refiriera al AMOR, el conjunto se reduce drásticamente.

Según la propia experiencia, años de observación y testimonios recogidos a base de exhaustivos muestreos, he logrado hacerme un panorama relativamente completo del universo masculino. Si bien no adhiero a las generalizaciones del tipo "Las mujeres son..." o "Los hombres no saben...", lo cierto es que algunas características son definitorias del género, ineludibles; para muchos, imposibles de disimular.

Así y todo, EL se sale de la norma, le queda corto cualquier calificativo usualmente aplicado a los tipos que valen la pena. "¿Bueno?" "¿Lindo?" "¿Comprensivo?" "¿Amante sin igual?"

Carezco de imaginación para encontrar la palabra justa, sólo sé que EL ha sido capaz de sacar la mejor versión de mí.

viernes, 7 de mayo de 2010

¡Que llueva!

Pocas cosas me desagradan más que no encontrar a tiempo la excusa apropiada que me libere del compromiso que no espero ni deseo. Mucho peor si llueve a cántaros, la calle es un charco gigantesco donde navegan colectivos sin misericordia y paraguas desvencijados y a la vuelta de la esquina, esa de los zapatos tentadores, está ELLA toda cargada de bolsas y paquetitos, exhibiendo una sonrisa demasiado ancha para ser real, haciendo señas para que la vea sin percatarse de que, precisamente porque la he visto, busco en vano la forma de hacerme humo.

-¡Meri! ¡Meri! ¡Qué sorpresa! ¿Sabés que me caso?
-Yo bien ¿y vos? Tanto tiempo… Qué lindo día ¿no?
-¡Me caso! ¡Me caso!
-Bueno, que sea con salud ¿eh?
-Cuento con vos ¿vas a venir? ¡No me podés decir que no!
-Esteee…

¡Caí como un piscuí! Todavía no comprendo cómo fui incapaz de esquivarla, si no era tan difícil... Pero con la lluvia goteando sobre mis hombros y la impaciencia mordiéndome las entrañas, no pude negarme al obligado intercambio de email y celulares sabiendo que este engendro de la naturaleza no mentía cuando aseguraba que recibiría la invitación esa misma tarde. What an asshole…

Ahora no puedo parar de darle vueltas a la tarjeta adornada en demasía con lazos dorados y copitos de nieve (¡puajjjjj!) y a la primer idea que me vino a la cabeza desde que lo abrí: ¡NO TENGO QUÉ PONERME! Y sólo pensar en la lista de casamiento, me pone los nervios como alambres de púa. Si no me apuro, voy a tener que garpar la cristalería o la noche de bodas en Tumbuctú.

No sería tan grave si mi “amiga”, a la que recuerdo amorfa como una babosa dormida, desperdiciando todo el recreo mientras intentaba decidirse entre la mostaza y la mayonesa para el pancho, no hubiera sentido repentinamente el llamado divino para convertirse así, de la noche a la mañana, a la religión de Moisés. Y no es que tenga nada contra el judaísmo que me inspira un profundo respeto por sus tradiciones y la solidez de sus creencias, sino porque a la mosquita muerta no la mueven tanto las Tablas de la Ley como la cuenta bancaria del marido y un futuro de viajes, autos caros y una casa como las de las revistas. ¿Pero cómo puede ser? Años y años compadeciendo a la pobre idiota y resulta que no es tal, que me engañó cual mucama paraguaya y ahora se ríe en mis narices con esta invitación garabateada de pelotudeces brillosas.

Me arruinó el día. Y la semana. Y probablemente el mes entero pues ahora tendré que sudar para pagar el vestuario (elegante y “de largo”) y el bendito re-ga-li-to de la marmota. Podría obsequiarle un libro de chistes en hebreo o una reproducción de la bonita obra de Rembrandt que indudablemente no sabrá apreciar.

-Meri, ¿recibiste la invitación?
-Sí, pero…
-No me falles, mirá que ya te reservé mesa.
-¿Y si llueve?

¡Plim! Ya sé qué le voy a regalar y ahora mismo salgo corriendo, no sea que algún vivo se me adelante. ¡Ojito que el paragüero es mío! Ahí está, el regalo perfecto porque seguro ¡LLUEVE!