domingo, 30 de mayo de 2010

Mi sono innamorata di Lei

Doy vueltas y no sé cómo salirme del monotematismo del extrañamiento físico que no sé cómo afrontaré esta noche y mañana y pasado...

Las mujeres de antaño lo combatían con baños de agua fría y –aunque argumenten excusas más santas- las monjas de clausura se flagelaban. Pero resulta que una cosa o la otra no hacen más que proyectar en primer plano aquello que se pretende sosegar, es decir, la presencia irrefutable del cuerpo y sus estentóreas demandas.

Últimamente, cuando nadie me mira y la casa está en silencio, me tiro en la cama rebotando y permanezco boca arriba, mirando el techo y te hablo. Te digo… muchas cosas, te digo. Y siempre te pregunto qué me hiciste, por qué estoy así, en este limbo del embobamiento total, extrañando...

¿Puede la gente “razonable” desear un estado de tanto mareo? Sí, definitivamente.

jueves, 27 de mayo de 2010

Cuestión de género

Cuando dos personas que se aman necesitan -de vez en cuando o de cuando en vez- intercambiar discursos serios, se enfrentan a la embarazosa elección del género. Esto es...

CONVERSAR personalmente: difícil, los besos terminan robándose casi todo el tiempo, inclusive la memoria de lo que se quiere decir.

CHATEAR: no tiene el mismo peso, las frases se enciman en alegre contrapunto como una sonsa comedia musical.

ESCRIBIR: pero es como si uno se hablara a sí mismo o pensara en voz alta... ¿Y el otro? ¿Acaso no contesta?

Esos que un día se dedicarán a escribir nuestra historia se encontrarán con un enigmático silencio y barajarán distintas hipótesis para explicarlo. Y como yo me conduelo de mis colegas venideros, por lo menos quiero dejarles un indicio y además decirles: queridos narradores, han dado ustedes con una historia preciosa, sepan contarla como se merece.

Mientras tanto –y por si acaso- me entreno en telepatía a grandes distancias y casi estoy por lograrlo. Pero con mi próximo hombre voy a ser mucho más precisa... Sin soltar el tubo del teléfono pasaré directamente a revolearle platos por la cabeza, desde el principio, sin silencios ni mensajitos que flotan sin respuesta, y así no habrá necesidad de idear hipótesis absurdas.

viernes, 21 de mayo de 2010

Tomá soda

En mi barrio hay una fábrica de soda de las de antes, de esas donde circulan los sifones a ritmo lento sobre la cinta sin fin y uno puede verlos desde la calle, a través de grandes vidrieras inmaculadas. No hay una vez que pase de largo sin reparar en la monótona calma de los sifones que van y vienen, ahora enfundados en modernos esqueletos de plástico “de uso permitido”.

El camión verde de la fábrica organiza el reparto desde las primeras horas de la mañana y, fiel a su propia historia, continúa exhibiendo la famosa leyenda que muchos tarareábamos con respeto religioso:

Agua que has de beber,
Siffredi tiene que ser.

Mi abuelo era un gran tomador de vino con soda. También mi papá que, pese a las protestas familiares, continúa resistiéndose al sabor puro de un buen varietal. Pero debo ser la única sobreviviente de la nueva generación que recuerda la presencia de auténticos sifones en casa, puesto que mamá se había convertido en su enemiga acérrima desde que ocurrió ESO.

Era muy pequeña entonces pero todavía conservo un vago recuerdo. Mamá decía que ese día “volví a nacer”, que se interpuso el “ángel de la guarda” como un escudo protector, y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando lo contaba entre las vecinas.

Fue en el almacén de la esquina. Mamá hacía la compra del día y yo pataleaba aburrida en el cochecito. El sodero saludó, corrió el cochecito a un costado y, tras acomodarse la birome en la oreja, empezó a descargar los cajones al lado de la heladera de los quesos. Dos viejitas esperaban su turno quejándose de lo caro que estaba todo.

Doña Filomena, la almacenera, pesaba cuidadosamente las aceitunas mientras su marido lidiaba con el sodero y la máquina de cortar fiambre que, dos por tres, se quedaba trabada y no había milagro que la hiciera funcionar. A Don Clemente le faltaban dos dedos de una mano y decían que había sido culpa de la cortadora, sin embargo el gallego seguía empecinado en domesticarla.

Esa vez perdió los estribos. La giró del revés, la sacudió, se mesó los cabellos con desesperación y terminó pegando patadas al mostrador con tan mala pericia que derribó un cajón de soda y los sifones salieron rodando en todas direcciones. Algunos estallaron y el estrépito acalló el parloteo de las ancianas, mamá gritó, Doña Filomena se agarró la cabeza y el sodero se derrumbó pesadamente sobre el piso enlosado emitiendo extraños chillidos, al tiempo que se sujetaba el estómago y un reguero de sangre corría por sus pantalones.

Las heridas no parecían graves pero el pobre tenía vidrios clavados en todo el cuerpo y se lo veía asustado. Trajeron toallas y alcohol. Todos tenían una esquirla de sifón incrustada en algún lugar y mamá fue la primera en darse cuenta que mi pierna sangraba copiosamente. Estaba pálida y temblaba y sólo se calmó horas más tarde, cuando le arrancó a papá la promesa de que nunca jamás de los jamases volvería a entrar un sifón en nuestro hogar.

No lloré, ni siquiera entendía qué estaba pasando. Pero lo cierto es que temo a los sifones casi tanto como a las palomas y, aunque aparentemente superficial, atesoro en mi pierna la cicatriz que me recuerda aquel día nefasto, un souvenir de la vieja y querida Siffredi que increíblemente nunca he probado.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Mi caballero especial

Bien podría ser la excusa para hacer volar su ego a la estratósfera y no estaría mal. Pero no, no es ése el propósito aunque diga que nunca conocí a nadie como él, aclarando que utilizo la palabra CONOCER en sentido amplio, muy amplio.

Puedo asegurar que he conocido muchos hombres, un variado y pintoresco conjunto de hombres. Novios, pocos. Amigos, algunos. Parientes, más de los que quisiera. Colegas, demasiados. Si me refiriera al AMOR, el conjunto se reduce drásticamente.

Según la propia experiencia, años de observación y testimonios recogidos a base de exhaustivos muestreos, he logrado hacerme un panorama relativamente completo del universo masculino. Si bien no adhiero a las generalizaciones del tipo "Las mujeres son..." o "Los hombres no saben...", lo cierto es que algunas características son definitorias del género, ineludibles; para muchos, imposibles de disimular.

Así y todo, EL se sale de la norma, le queda corto cualquier calificativo usualmente aplicado a los tipos que valen la pena. "¿Bueno?" "¿Lindo?" "¿Comprensivo?" "¿Amante sin igual?"

Carezco de imaginación para encontrar la palabra justa, sólo sé que EL ha sido capaz de sacar la mejor versión de mí.

viernes, 7 de mayo de 2010

¡Que llueva!

Pocas cosas me desagradan más que no encontrar a tiempo la excusa apropiada que me libere del compromiso que no espero ni deseo. Mucho peor si llueve a cántaros, la calle es un charco gigantesco donde navegan colectivos sin misericordia y paraguas desvencijados y a la vuelta de la esquina, esa de los zapatos tentadores, está ELLA toda cargada de bolsas y paquetitos, exhibiendo una sonrisa demasiado ancha para ser real, haciendo señas para que la vea sin percatarse de que, precisamente porque la he visto, busco en vano la forma de hacerme humo.

-¡Meri! ¡Meri! ¡Qué sorpresa! ¿Sabés que me caso?
-Yo bien ¿y vos? Tanto tiempo… Qué lindo día ¿no?
-¡Me caso! ¡Me caso!
-Bueno, que sea con salud ¿eh?
-Cuento con vos ¿vas a venir? ¡No me podés decir que no!
-Esteee…

¡Caí como un piscuí! Todavía no comprendo cómo fui incapaz de esquivarla, si no era tan difícil... Pero con la lluvia goteando sobre mis hombros y la impaciencia mordiéndome las entrañas, no pude negarme al obligado intercambio de email y celulares sabiendo que este engendro de la naturaleza no mentía cuando aseguraba que recibiría la invitación esa misma tarde. What an asshole…

Ahora no puedo parar de darle vueltas a la tarjeta adornada en demasía con lazos dorados y copitos de nieve (¡puajjjjj!) y a la primer idea que me vino a la cabeza desde que lo abrí: ¡NO TENGO QUÉ PONERME! Y sólo pensar en la lista de casamiento, me pone los nervios como alambres de púa. Si no me apuro, voy a tener que garpar la cristalería o la noche de bodas en Tumbuctú.

No sería tan grave si mi “amiga”, a la que recuerdo amorfa como una babosa dormida, desperdiciando todo el recreo mientras intentaba decidirse entre la mostaza y la mayonesa para el pancho, no hubiera sentido repentinamente el llamado divino para convertirse así, de la noche a la mañana, a la religión de Moisés. Y no es que tenga nada contra el judaísmo que me inspira un profundo respeto por sus tradiciones y la solidez de sus creencias, sino porque a la mosquita muerta no la mueven tanto las Tablas de la Ley como la cuenta bancaria del marido y un futuro de viajes, autos caros y una casa como las de las revistas. ¿Pero cómo puede ser? Años y años compadeciendo a la pobre idiota y resulta que no es tal, que me engañó cual mucama paraguaya y ahora se ríe en mis narices con esta invitación garabateada de pelotudeces brillosas.

Me arruinó el día. Y la semana. Y probablemente el mes entero pues ahora tendré que sudar para pagar el vestuario (elegante y “de largo”) y el bendito re-ga-li-to de la marmota. Podría obsequiarle un libro de chistes en hebreo o una reproducción de la bonita obra de Rembrandt que indudablemente no sabrá apreciar.

-Meri, ¿recibiste la invitación?
-Sí, pero…
-No me falles, mirá que ya te reservé mesa.
-¿Y si llueve?

¡Plim! Ya sé qué le voy a regalar y ahora mismo salgo corriendo, no sea que algún vivo se me adelante. ¡Ojito que el paragüero es mío! Ahí está, el regalo perfecto porque seguro ¡LLUEVE!

miércoles, 5 de mayo de 2010

Melancolías de Mayo

Hay otoños grises, abrumadores… Esperar el colectivo cuando aún es de noche, el viento pérfido, traicionero, mil pulloveres que esperan el arrebato de quitárselos para rodar entre los brazos de un amante que no llega.

Hay otoños desteñidos, la lluvia desdibuja los cristales y uno ya no distingue entre sus anteojos y el mundo exterior, fantasmal y atemorizado.

Abril está en el rostro de la amada, Julio en sus ojos, Septiembre en su pecho y Diciembre, tal vez, en su corazón. ¿Pero Mayo…?

Hay otros otoños al alcance de quien no se circunscribe a la mera realidad y sueña, como sueñan las hojas doradas de los árboles a ser barriletes, mensajeros o galaxias.

Está el otoño melancólico en la quietud de Paris; el otoño orgulloso de Madrid, agreste, robusto, altanero y sin reparos. Está el otoño detectivesco de Londres que incita a dos desconocidos a emborracharse una noche en la misma taberna.

Y están los otoños corporales, más íntimos, envueltos en la ternura de las bufandas, la sopa reconfortante en un hotelito de provincia, la protección de las botas, la delicadeza prudente de los guantes. Pareciera que las manos calientan el doble…

Hay tantos otoños como los dobleces del alma.

lunes, 3 de mayo de 2010

Wait a while

Pocas personas merecen el privilegio de escribir desde la cama, sin escalas, sin ropa. Y me consta que soy una de ellas. Especialmente hoy, después de una jornada por demás agotadora, nada mejor que un baño tibio y acurrucarme en el abrazo del toallón más mullido a escribir lo que se me antoje, poco importa la hora pues el cansancio pesa menos entre las sábanas.

Me compraría todas las cosas malcriadoras imaginables, de hecho lo intenté pero me detuve después de la segunda caja de alfajores y arremetí contra las ofertas de decoración. Diría que nada (casi nada) me tienta tanto como la sección “bazar” del supermercado. Podría pernoctar al pié de la góndola sin terminar de decidirme entre el florerito zen, las bolas de ratán o la cortina de baño estilo Psicosis. Sin embargo, esta vez revolví todo y no compré nada, no sé qué me pasa que perdí la compulsión.

Para rematar la jornada –y sólo porque me invitaron y prácticamente obligaron- fui a la clase de yoga con mi querida amiga comemilanesitasdesoja y fue la cosa más insensata que hice en los últimos 30 años. Al tercer Ommmm melodramático del esperpento que da la clase se me escapó la carcajada y es que últimamente no me contengo, sufro la incontinencia de la risa. Es obvio que el Om Shanti no me calza pero mi amiga, lejos de comprenderlo, persiste en su empeño de “convertirme” a las prácticas de la meditación oriental y quiere que ensayemos otra vez la postura del saltamontes pero es tarde y a mí me duele la espalda y sólo pienso en un gran choripán chorreando chimichurri.

Al fin logro escapar del Pranayama y de la loca vegetariana que me despide entonando “el mantra para abrir el tercer ojo”. I could have died… Too much for just one day. Que nos dejen en paz, a mí y mi-ser-interior ¡que lo tiró de las patas! Quiero dormir despatarrada con mi bombacha de lunares amarillos, llena de pensamientos pecaminosos, nada de mantras ni martinfierros, I need to rest.