domingo, 26 de septiembre de 2010

Mañana

ÉL pensaba que lo importante era el espacio. No el tiempo.

Había un tiempo para cada cosa pero, por suerte, en su vida las horas y los días se organizaban automáticamente. Las cosas se acomodaban en sus tiempos, “creaban” el tiempo. Observando con atención, cualquiera se daría cuenta que cada objeto se iba ubicando según un cierto orden o patrón, una lógica implacable que sólo podría resultar excéntrica a los ojos de los impíos. Pasado, presente y futuro alineados como soldaditos de plomo.

Pero el espacio… eso sí que era un lío. Los objetos se acumulaban, se confundían, danzaban en una mezcla impúdica, se abrazaban en un renovado caos, en sus bolsillos, en las habitaciones… Aún las cosas más sencillas y aparentemente inofensivas. Un peine, papelitos con anotaciones incomprensibles, el almohadón del gato, la guitarra, fotos… ¿Cómo ordenar los recuerdos? ¿Cómo separar los valiosos de los triviales?

“Mañana”, se decía. “Mañana empiezo a ordenar”, repetía. “Mañana, hoy es un día demasiado bonito”, pensaba.

La primavera regaba sus colores sobre el pintoresco desorden. Mejor salir a caminar, fumar un cigarrillo contra el viento y anotar mentalmente cómo ordenar MAÑANA el arsenal de objetos (miles… ¡millones!) que parecen incubar una ronca protesta mientras esperan… hasta mañana.

Decidir qué cosas descartar y cómo convivirán las que sobrevivan. Casi como redecorar la casa o, mejor aún, amoblar un palacio recién inaugurado. ¿Por colores? ¿Por formas? ¿Dónde guardar los recuerdos inútiles? ¿Dónde las esperanzas gastadas? ¿Y las ilusiones? Títulos pretenciosos, capítulos raídos, hojas en blanco, miradas, besos… Será necesario un cuaderno para los besos idos y los besos por venir, habrá que comprar nuevos mapas… y sandalias.

“Mañana”.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La grasa en la sartén

Convertirse en la novia del millonario se ha vuelto un deporte nacional. Y es que nuestro siempre enamoradizo Fortunato cambia de mujer como de calzón y aún tiene efectivo fresco para muchas más.

Lugares comunes, frases hechas… “Es un tipo muy seductor”, “Nos estamos conociendo”, “¿Hubo besos?”

Pero orbitar alrededor de Fortunato no es tarea fácil, corre uno el riesgo de estrellarse a la primera vuelta de cambio. La “novia” ha de saber halagarlo hasta cuando eructa los vapores del champán más caro, desmentirá sistemáticamente cualquier rumor de homosexualidad y paseará sus lolas recién compradas por todos los programas de chimentos sin olvidar defenestrar los amores pasados del millonario, chirusas del cuarto de hora.

Fortunato la plantará sobre “su” escenario y la tortolita, incapaz de pronunciar de corrido las cuatro escasas líneas de su mediocre papel, se creerá la reencarnación de Greta Garbo y pedirá auto, relleno en los labios y colgarse del caño de Tinelli.

Pero nuestro adinerado amiguito ya no despierta curiosidad, mucho menos el cariño del público al que una vez conmovieron sus lagrimitas de cocodrilo. Ya todos conocemos su juego, sus bajezas, su falta de hombría y buen gusto. No hay “novia” que pueda revertir la antipatía que destila Fortunato y mucho menos estos gatos de callejón que más que adorno son un remiendo. Por algo la diva de los almuerzos ha dejado bien claro que, bajo ninguna circunstancia, el millonario se sentará a su mesa.

El rey de los comentarios superficiales viene rodando cuesta abajo. La novia de turno es otro piojo resucitado que ha llegado tarde al reparto de talentos. Y vendrán otras novias (y novios), nuevos escándalos, peleas mediáticas, los vivos de siempre que se trepan a la calesita pero del chocolate, ni hablar. Y es que Fortunato no piensa en trabajar, es feliz en su burbuja de vanas excentricidades, un astro de su propia galaxia, la grasa en la sartén.

Fort… ¡sos un pelotudo!

lunes, 13 de septiembre de 2010

Relaciones peligrosas

-¿Puedo ayudarte?
-No creo.

La segunda cosa que más detesto en la vida son los vendedores que, agazapados en la entrada del local, esperan pacientes la oportunidad de arrojarse sobre el incauto comprador que –pobre infeliz- pretende “mirar” sin ser molestado. Ni hablar de tocar una percha, es probable que te metan a la fuerza en el probador y descaradamente abran la cortina sorprendiéndote en sudorosa lucha cuerpo a cuerpo con el jean dos talles más chico porque “tu número no había…” y así, frustrada, despeinada y bufando maldiciones, arrojes las prendas sobre el mostrador con un revoleo que esperás ponga al susodicho en su lugar.

De modo que, con estudiada indiferencia, volví la espalda y seguí buscando ALGO, sin saber muy bien qué. Peiné de arriba abajo las estanterías de clásicos, uno por uno, y nada. Caminé de una punta a la otra y volví haciendo un último y exhaustivo repaso. Ya me daba por vencida, en breve decantaría por una berretada cualquiera para calmar el tedio de un domingo solitario.

-Si me decís lo que estás buscando…
-Nada… Cuando lo vea me voy a dar cuenta.

Me miró fijo y, sin decir palabra, dio media vuelta y se alejó. Justo cuando empezaba a sentirme absurdamente miserable y desagradecida, regresó con un pilón de cajitas cubiertas de una fina capa de polvo.

-¿Buscás algo de esto?

Con manos temblorosas de emoción tomé cuidadosamente la que me pareció más preciada. ¡EL PULPO NEGRO! Un original que escapó milagrosamente de aquel fatal incendio… ¡Incroyable! Y las HISTORIAS PARA NO DORMIR y ARSENIO LUPIN

-Si te gusta Poe, tengo algunos títulos con Price, Lugosi…
-¿Poe? ¡Adoro Poe! ¿Dónde? ¿Dónde?

La tarde se fue agotando sin que lo notáramos, mirando embobados la pantalla del televisor. Y descubrí que compartimos la misma insana pasión por Narciso Ibañez Menta, el tango y los maníes salados. (Narciso Ibañez Menta… MENTA… Recién me doy cuen-ta ¡Ja!)

Quizá debería averiguar algo más, no sea que se trate de un violador serial o asesino disfrazado y después me saquen a pedacitos de una zanja, irreconocible e hinchada. No podrán reconstruir la historia, nadie sabrá qué me ha pasado porque él esconderá las evidencias y tendrá EL PULPO NEGRO a mano, como carnada para la próxima víctima, y Narciso será cómplice pero como está muerto no podrán acusarlo.

Pero mientras investigo, bien podemos seguir desempolvando clásicos. Y lo que tenga que ser, será.

(Por cierto, la cosa que más detesto en la vida son… ¡las colchas Palette!)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Necrológicas

En lo que va del año ya se nos fueron tres.

La primera era una de esas personas que viven para la música y la aman, empeñada en armar cadenas de mails para difundir este o aquel concierto, siempre atenta a las desafinaciones ajenas, jamás faltó a un ensayo hasta que se enfermó y tiempo después supimos que… eso, que se había ido a cantar allá arriba.

Más tarde emigró María, la experta en “todas las fonéticas”. Fue la mano derecha de decenas de cantantes, una verdadera purista, generosa y dedicada, era la única que podía pelear con el maestro S e imponer su parecer. Excepto aquélla vez que lo citó a tomar un té en La Biela y el tipo apareció luciendo unas bermudas raídas y ojotas de dudosa procedencia, ofendiendo de plano la coquetería de la buena María. Ese día discutieron y María no le dirigió la palabra durante años. Su partida cayó como balde de agua fría sobre la cabeza de todos los que la conocimos y heredamos algo de su vasto saber. Era vieja pero no tanto, podría haberse quedado un poco más.

Hace unos días se fue V. Todos se mostraron dolidos pero es probable que en el fondo sintieran el mismo alivio que yo. No era lo que se dice “un buen tipo”, más bien todo lo contrario. Y aunque me persiga su fantasma por los pasillos oscuros de alguna iglesia vacía, no tengo empacho en asegurar que era un auténtico sorete, que en paz descanse. Le tenían un respeto rayano en el terror, algo inexplicable en un sujeto mediocre como pocos. Pero, claro, a fin de cuentas lo de V representa una importante baja entre los bajos del coro, aunque fuera un viejo de m…

El tiempo pasa y cada vez somos menos. Éste se ha convertido en un coro de sobrevivientes que se siguen creyendo los niños cantores de Viena y más que cantar, carraspean. Se ha intentado todo y nada resulta, envejecemos. Me pregunto quién será el siguiente y quién después, y quién quedará para cerrar la puerta.

Respecto del maestro S, estoy tranquila. Él mismo asegura que no vivirá menos de 104 años. Y yo… yo vengo siendo la más joven y ya tengo mis achaques.