martes, 31 de mayo de 2011

De noche en la Catedral

Pocos tienen el privilegio de visitar la Catedral en penumbras, prácticamente vacía, cobijando bajo su cúpula a un conjunto prodigioso que recrea a Mozart moribundo, en la cumbre de su creación musical. Ajena a los vándalos que tiran bombas frente al Cabildo y pintan sus columnas con leyendas obscenas, la Catedral es un refugio en medio del caos, solitaria y majestuosa, algo de lo cual estar orgullosos.

Mientras el director negociaba con el cura de turno los menesteres previos al concierto, aproveché para pasear por las galerías y observar los cuadros y estatuas que alguna vez me mostraron de pequeña en alguna insípida visita guiada. Me senté un rato a los pies del Padre de la Patria y no pude evitar pensar cuán sólo y olvidado está, de no ser por la película nadie se acordaría de él. Le hablé bajito tapándome la boca con un paquete de Chocolinas para que nadie piense que estoy loca, le conté un par de secretos que espero guardará toda la eternidad y le pedí un deseo como al genio de la lámpara. No sé si San Martín concede deseos pero no podía perder la oportunidad… No todos los días puede uno hablar con el Libertador.

También visité al Cristo del Gran Amor y le hice compañía a Monseñor Leoni que lleva más de un siglo vuelto al polvo. Lo antiguo siempre me parece novedoso, querría conocer t-o-d-a-s las historias detrás de la Historia y sentirme parte de ellas.

Como era de esperar, al canal del estado se le “rompió un móvil”, ergo no televisarían el concierto. Se supo a último momento aunque, para ser honestos, nunca albergamos esperanzas. El primer concierto del año es en la Catedral Metropolitana, están invitados por igual y al mismo precio las señoronas de la alta sociedad y los cartoneros que revuelven la suciedad de Buenos Aires. Siempre es así… Mozart murió en la indigencia y Hannah Montana viene a llenarse los bolsillos a la tierra de Atahualpa. El mundo al revés.

Salimos por una puerta lateral pues todas las entradas habían sido cuidadosamente cerradas. El sacristán nos condujo a través de un laberinto de pasadizos oscuros con olor a humedad llenos de imágenes sacras y objetos en desuso. Era muy tarde y hacía frío, los manifestantes se habían dispersado dejando un reguero de papelitos sobre la avenida.

La Catedral dormía en silencio.

jueves, 26 de mayo de 2011

El loco del barrio

Me acabo de clavar 8 sanguches de miga en tiempo record. Y el sentimiento de culpa no se hizo carne hasta que vi la panza inflada como globo aerostático y miguitas en la bandeja de plástico. No obstante, junté las miguitas con un dedo y me las comí, me dio sed, vacié la botellita de agua de un solo sorbo y fue como si me hubiera tragado un acorazado ruso. Me golpeé el pecho y la espalda en un vano intento de hacer bajar el masacote de miga mojada y sólo logré un feroz ataque de hipo. No imagino nada peor, salvo quedar encerrada en un baño público o que me cague una paloma.

Con todo, tuve fuerzas para tomar el teléfono y llamar a mi papá. “Me ahogo” le dije, pero él está acostumbrado, no sólo no se alarmó sino que aprovechó para ponerme al tanto de las “novedades” como, por ejemplo, que se casa Oscarcito.

-WHAT????
-Te acordás de Oscarcito ¿no? Que repartía volantes…
-¿El loco?

Y sí, todos los barrios tienen un cura, un borracho y un loco. Y Oscarcito es nuestro loco bueno, inofensivo pero pesado como collar de sandías. Es flaco, muy flaco y alto, tiene las piernas largas y finitas y usa unos pantalones ajustados que terminan arriba de los tobillos. Es notable su parecido con Murdock, el loquito de Brigada A, aunque Oscarcito no sabe fingir y carece por completo de momentos de lucidez. Es habitual verlo caminando a zancadas, da pasos tan largos que parece que volara, siempre con una sonrisa y un volantito que estampa de prepo en la cara de todo el que se le cruza y hay que aceptarlo, caso contrario Oscarcito es capaz de perseguirlo a uno a grito pelado hasta los confines del barrio. De ahí no pasa, por nada del mundo pondría pié en tierra extranjera.

Desde pequeño ha hecho gala de su amor obsesivo por Andrea del Boca. Y poniendo un poco de empeño, se le puede convencer de que tal chica o tal otra es realmente Andrea del Boca “pero acordate que está de incógnito”. Entonces a Oscarcito se le llenan los ojos de lágrimas y se pega a la chica como clara de huevo, diciéndole al oído que quiere casarse con ella y que no le va a decir a nadie que está ahí, para que no la molesten. La chica le sonreirá y dirá algunas palabras amables -al principio- hasta ver que el tipo está de atar y huya aterrorizada para nunca más volver

Yo fui una de las tantas Andreas y, gracias a ello, tuve oportunidad de conversar con Oscarcito más de una vez. Un tipo bueno, inocente como un cachorro, un loco lindo. ¡Y ahora se nos casa! De la novia no sabemos nada pero es inevitable preguntar si está chapita como él. Quizá es mejor, los locos no se enteran de ciertas cosas, ergo no sufren como los demás. Lo envidio a Oscarcito y también a la novia que seguro se parece un poco a Andrea del Boca.

Corté con papá y me quedé mirando la bandejita vacía, el estómago hecho una bola dura y la boca seca de tanta sed. “Es la última vez que compro sanguchitos de miga…” Pero ya estoy pensando en el próximo atracón, no puedo sostener promesas de este tenor, no puedo, no puedo y no puedo. Estoy más loca que Oscarcito… ¡soy la loca de los sanguches!

martes, 17 de mayo de 2011

Depilazione efficace

Luego de tediosas cavilaciones me decidí. “Muerto el pelo, se acabó la caspa”, diría la nona, y yo quiero que se mueran todos mis pelos, t-o-d-o-s menos las pestañas y mi ondulada cabellera que son la envidia de unas cuantas que yo sé.

Ernest dice que con pocas sesiones de su láser galáctico será suficiente. Me explicó con paciencia y se rió de mis pudores (siempre es mejor reír que llorar) y al final accedió a las tímidas pero firmes pretensiones que lo van a dejar con ganas de ver las partes que no quiero mostrar.

Me dio un instructivo de lo que debo y no debo hacer. La palabra AFEITAR -prohibida para toda dama que se precie de tal- pasó a ocupar un lugar relevante en mi futuro inmediato y es que, a partir de ahora, no puedo ni pensar en arrancar un pelo so pena de arruinar la inversión. ¡Né pinzetta, né ceretta, né niente! No debo tomar sol ni abusar de las aspirinas pero, a cambio, podré pasar un largo rato mimándome con la esponja vegetal… y la prestobarba.

Confío en Ernest, me gusta su hablar mesurado y la forma en que me mira, como si tuviera a su alcance un tesoro muy valioso (¿tentador?) y no pudiera tocarlo.

“Si tuviera a mi lado una mujer como vos… no te dejo ir ni loco”.

Don´t worry, sweetheart… Aquí me quedo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Cosas que deseo (mucho) y nunca tendré

Una mente brillante
La panza chata
El genio de Beethoven
Una casa frente al lago Peyto
El vestuario de Sex & the City
Las tetas de Pamela David
La paciencia de Penélope
Brad Pitt
Una cueva donde esconderme
El auto fantástico
La imaginación de James Cameron
Un mucamo
Una banda de rock
Los millones del príncipe Alsaud
El desparpajo de Mariana Nannis
El secreto de los templarios
La espada de William Wallace
El anillo para volverse invisible
Un tigre de bengala
Un castillo con puente levadizo
La voz de la Bartoli
Los zapatitos de Cenicienta
La máquina del tiempo

viernes, 13 de mayo de 2011

Tremendas decepciones

Me gustaban TODOS, pero más Gustavo. Sabía todas las canciones y las coreografías y, como sea, me las ingeniaba para sortear la estrecha vigilancia de mamá y correr a la puerta de Canal 9 para verlos un instante de lejos, muy lejos, empujada y tironeada por miles de chicas que chillaban su amor detrás del vallado.

Sufría en silencio los rumores de algún misterioso romance, alimentando la secreta esperanza de que un día serían míos. TODOS. Me daba lo mismo cualquiera de los cinco, hasta Marito, de quien se comentaba tenía inclinaciones menos felices.

Disfrutaba tanto verlos... Con el corazón desbocado y lágrimas en los ojos, cada vez era la última y tenía que alcanzar hasta la próxima y así cada semana se renovaba la apuesta y la pasión se hacía obsesión. A veces pienso que podría haber asesinado por ellos aunque, en verdad, sólo me atreví a pegarle un chicle en el pelo a la chica que saltaba como loca en la butaca de adelante y no me dejaba ver “Las aventuras de Tremendo”.



Los recuerdo así, vestidos uno de cada color, el pelo largo, tan jóvenes que eran casi niños. Y quiero seguir recordándolos así SIEMPRE. No me hablen de reencuentros ni homenajes, no quiero fotos a-c-t-u-a-l-i-z-a-d-a-s de tipos gordos y pelados que no puedo identificar, no me digan quién es quién… ¡no me interesa! Qué manía tiene la gente de volver 20 años después como si nada hubiera pasado, se rompe la ilusión, ya nunca más podré evocar las mechas rubias de Darío y su voz aniñada sin pensar que ha acumulado 20 años de sobrepeso.

Me quedo con mis recuerdos y las fotos recortadas de Radiolandia, escucho el cassette cada tanto y bailo sola con el corazón todavía saltando de felicidad. TREMENDO es MIO, para siempre MIO.

No, no me mires de esa forma, no.
Tu mirada me provoca.
¡No! Piensa bien que no es un juego
Y yo soy de sangre y fuego…

miércoles, 11 de mayo de 2011

Juego de la Oca

La dependencia aduanera de nuestro bendito Correo es un antro sucio y obsoleto ubicado al otro lado de la estación Retiro. Allí concurren cada día centenares de víctimas a buscar la desgraciada encomienda que la “autoridad competente” ha dejado retenida, con o sin motivo.

Primero hay que sacar número sabiendo de antemano que habrá por lo menos otros cien adelante incómodamente instalados en la sala de recepción, demasiado estrecha y mal equipada. Las escasas butacas de goma espuma destripada son ocupadas de inmediato, apenas uno se levanta, dos o tres corren a calentar el lugar y así el público se renueva a ritmo lento pero sostenido.

El tiempo de espera garantizado es de hora y media. Una empleada llama de a diez números, los repite, aclara que hay que completar el formulario al dorso y que no se aceptan fotocopias y “¿Cómo…? ¿Usted no trajo el DNI?” Al rato vuelve a repetir los mismos números y va archivando los AVISOS en un pilón al costado del mostrador.

Un señor gordo atiende la Caja 2. Cobra y entrega otro número que servirá para continuar el trámite. Es como un Juego de la Oca pero sin dados. Los AVISOS son enviados al siguiente nivel a través de un pequeño montacargas que sube y baja a intervalos regulares. Desdichado aquél cuyo aviso se zafe del precario montacargas para ir a parar quién sabe adónde… su encomienda se habrá perdido para siempre y nadie nunca sabrá por qué.

Si acaso llega uno a superar la primera etapa, se encontrará pronto en una habitación más grande atestada de gente, niños llorones, algún perro que se ha colado por la compuerta del fondo y el típico olor a baño público que desgraciadamente nos es tan familiar. Por los altoparlantes van cantando los números como si fuera la lotería, sin orden de ningún tipo, y el agraciado continúa así hacia el próximo desafío.

Tras cruzar un molinete se accede al área de control aduanero protegida por una puerta que se puede abrir solamente desde afuera, de esa forma se aseguran que no se escape uno sin pagar. Los paquetes se amontonan sobre mesas desvencijadas, algunos pasean a los tumbos sobre la cinta transportadora hasta que alguien empieza a repartirlos. Una vez localizada la encomienda resta “hacer la declaración” en alguna de las diez mesas que se alinean hasta el final del extenso pasillo. Nada de jueguitos ni avivadas, a no ser que quiera uno enzarzarse en una discusión estéril por ahorrar unos pocos pesos. En esta instancia, lo mejor es pagar y callar y salir lo más rápido posible con el PAQUETE como pan bajo el brazo. Al fin y al cabo, ya han transcurrido al menos cuatro largas horas.

Mucho cuidado. Cualquiera puede quedar enredado en este atolladero donde no hay tiros que abrevien el recorrido y proliferan los obstáculos que obligan a dar marcha atrás o incluso volver a la posición inicial. Cualquiera… como yo, como vos.

No es el Juego de la Oca pero lamentablemente lo parece.

lunes, 9 de mayo de 2011

Ultima Vista

Hace 20 años, el maestro S tenía más pelo y yo era una mocosa irrespetuosa y desprejuiciada.

No quería ir pero Gabi terminó por convencerme. Éramos dos mocosas peligrosamente jóvenes en medio de una multitud de desconocidos que un domingo al año se congregaban para encarar un desafío colosal: estudiar una obra completa del vasto repertorio sinfónico-coral e interpretarla ante el público esa misma noche. La gracia estaba en que nadie sabía qué obra interpretarían hasta que recibían la partitura. Era un concierto sorpresa, el “Concierto a Primera Vista”.

La primera vez éramos más de 400 personas, entre cantantes y músicos. Y el maestro S ponía orden en el desorden y lograba el milagro. Pudimos con Mozart, Beethoven y Haydn, entre otros… Pero al terminar la jornada estábamos exhaustos. Con Gabi nos atrincherábamos en los bares cercanos a “pintar” nuestra parte con resaltador amarillo, repasando los pasajes más difíciles.

Después seguí sola, ella no quería o no podía o las dos cosas. Cada vez menos gente se sumaba a la aventura, obras más pequeñas y sencillas reemplazaban a las Misas Solemnes de los grandes compositores y, al final, terminamos siendo los mismos de siempre, 20 años más viejos y mañosos.

El otro día, por un momento, me pareció que revivía la gloria de antaño. El Requiem de Mozart atrajo a una enormidad de coreutas, muchos cantaban de memoria, felices. Porque no importa cuántas veces lo cantemos, el Requiem es el más deseado, cautiva, enardece, ¡es único!

Pero la incomodidad del lugar, la falta de espacio y tolerancia, el pelotón de viejas chotas de mi bendito coro ocupando y “reservando” los lugares de privilegio e intentando hacer oír sus voces cascadas por encima de la belleza de cantantes más jóvenes y bien entrenados… fue más de lo que pude tolerar. Me indigné conmigo misma, con el maestro S y su oído exquisito y selectivo que parece no querer escuchar las abominaciones que todos padecemos, me indigné con todo y con todos. Especialmente cuando me desalojaron del oscuro huequito que encontré, el único disponible en medio del caos … “Porque acá va el arpa” y yo pensaba que ni doblada en cuatro entraba la pobre, pero igual me fui.

Guardé el Requiem y dejé tirada por ahí la obra sorpresa, unas cancioncillas tontolonas de un tal Hammerschmidt. Fue mi último Primera Vista, lo sé.

Con todo el dolor de mi alma hice mutis por el foro y, sin volver la vista atrás, corrí a la estación del subte, tarareando el Hostias bajo la lluvia triste del último día de abril.

domingo, 8 de mayo de 2011

Culpable pero perfumada

Hay dos olores que me recuerdan a mi madre: la sopa de verduras y la colonia Watteau.

Admito que pasé gran parte de la preadolescencia encerrada en el baño revolviendo el contenido de dos armarios que atesoraban todo tipo de objetos interesantes. Desde cremas y esmaltes hasta cepillos de bebé, un esqueleto en miniatura y jaboncitos con forma de ángeles que más tarde pasaban a aromatizar los cajones de la cómoda. Toda mi ropa olía a angelitos de jabón.

Mamá tenía predilección por los ruleros. Los había de esos enrejaditos, de plástico descolorido, algunos rotos, de todos los tamaños posibles. Pero la rareza la constituían los ruleros térmicos que estaban rellenos con algún-tipo-de-líquido y se ponían a hervir en una cacerola antes de ir a parar a la cabeza. Se suponía que enrulaban más y mejor. Es que en sus años mozos, mamá fue una ferviente cultora de la permanente “bien tomadita”.

En la bolsa de los ruleros guardaba unas redecillas “invisibles” para sostener complicados rodetes y docenas de hebillas con purpurina. Maquillajes, ni hablar. Mamá solía andar a cara lavada, a lo sumo un pintalabios rojo coral y una sombra celeste que metía miedo. Pero le gustaban mucho los ruleros y los perfumes, y de eso había para abastecer a toda la liga de amas de casa.

He llegado a pasar tardes enteras adentro del baño pintándome las uñas o depilándome las cejas hasta quedar lampiña sólo por el afán de experimentar emociones nuevas. En el colmo de la osadía, intentaba mezclas raras de acetona, talco y shampoo que guardaba en algún envase vacío y ahí quedaba hasta que a alguien se le ocurría preguntar y entonces mamá estallaba y me gritaba que esas cosas no se hacen, que un día iba a terminar matando a alguien con mis inventos.

Entonces evitaba la acetona que me delataba por el olor y probaba con perfume de bebé o Heno de Pravia. Con el que nunca me hubiera atrevido era el frasquito de Aromas de El Cairo (auténtico) que era la joya preciada de mamá. El envase decía que olía a sándalo y había unas maderitas nadando en el fondo del envase, el líquido era oscuro, denso y extremadamente dulce. Una gota en la nuca mantenía alejados a los mosquitos durante semanas.

Pero mi preferida era la colonia Watteau. Me echaba dosis generosas en el pelo y los hombros haciendo ¡splash! como la chica de la publicidad. “¡Pará de bañarte en perfume!” rezongaba mamá. Pero yo le daba con ganas a la Watteau agitando el frasco grande de vidrio grueso como culo de botella para que la colonia hiciera espumita. Eso fue lo que me perdió… Un día lo agité demasiado, tanto que el frasco salió volando resbaladizo, pegó en el borde de la bañera y rebotó dos veces antes de estrellarse contra el piso dejando un reguero de vidrios rotos y el olor del delito impregnándolo todo. Al instante, los gritos de mamá que debía estar previendo la tragedia y ahora podía desquitarse sobre mi perfumada humanidad.

-¡¡¡¿Qué hiciste?!!!
-Nada…
-¡¡¡¿Qué se rompió?!!! ¡¡Abrí la puerta!! ¡¡Abrí te digo!!

Negarse hubiera sido mucho peor, así que abrí despacito y mamá me sacó de los pelos gritando que era una desobediente, torpe, que ella SABIA que esto iba a pasar y bla, bla, bla… Yo miraba los pedazos de vidrio y los riachos de Watteau desperdiciados en un segundo. Creo que nunca me perdonó… Aunque hice cosas peores, antes y después, romper el dichoso frasco fue una mancha indeleble en mi historial.

Esa fue la última vez que olí la colonia Watteau… pero no la olvido.

jueves, 5 de mayo de 2011

El canon cangrejo

-¿Quién es el músico más grande de todos los tiempos?
-…
-Te lo dije, acordate.
-Haceme un multiple choice...
-¡Ufa! Víctor Heredia, B-A-C-H o Los pibes chorros.
-¿Bach?
-…
-¡Lo sabía!
-Bueno, ahora cuando te pregunten quién es BACH… podés decir, sin temor a equivocarte, que Bach es el “Padre de la Música”.



Nell'enigmatico Canone 1 a 2 dell'"Offerta musicale" di J. S. Bach (1747), il manoscritto mostra un solo pentagramma il cui inizio è collegato con la fine. Questo spazio è topologicamente equivalente a un fibrato del segmento sulla circonferenza, conosciuto sotto il nome di nastro di Möbius. L'esecuzione simultanea dei due cammini semplice e retrogrado dà luogo a due voci, la cui simmetria determina una evoluzione reversibile. Un universo musicale è costruito e poi "decostruito" di nuovo nel silenzio.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Please

No sé pedir. Y no me gusta que me hagan favores porque me tortura tener que devolverlos y no saber cómo. Peor es no pedir, no necesitar y que te “regalen” un favor. Pensás que es desinteresado y das las gracias y no creés merecer tanta generosidad, la vida es bella y todo es tan fácil… Pero el favor es un cheque al portador y tarde o temprano vuelve convertido en reproche. Entonces la vida deja de ser bella y hay que pagarle al acreedor que primero regala y después amenaza.

Es por eso que no pido favores, los hago y no reclamo, pero “pedir”… no sé, tal vez favores de este tipo y sólo s’il te plait y, si no es mucha molestia…

Porfi… ¿me traés el desayuno a la cama?
Porfi… haceme masajitos en los pies y mimitos en el cuello
Porfi… regalame un perro
Porfi… alcanzame las pantuflas
Porfi… no jodas, que la peli hoy la elijo yo
Porfi… contame un cuento de miedo
Porfi… necesitamos muchos días de playa caribeña
Porfi… ¿me decís otra vez cuánto me querés?