jueves, 22 de marzo de 2007

POLA


A lo largo de casi cuarenta años, desde 1950, miles de chicas desfilaron por el aula de música de la Srta. Pola. El piano, ya completamente desvencijado, tocaba solo la marcha de San Lorenzo.
Pola era hija de un prestigioso cantante de ópera. Nunca se casó y hasta el último día conservó ese aire de majestad que le era tan propio. Una mujer con clase. Y no era ninguna vieja tarada. Ella sabía bien lo difícil que resultaba descubrir un talento entre tanta pendeja mediocre y, claro, no se hacía ilusiones. Como encontrar una aguja en un pajar. Por eso sus clases no destacaban en originalidad ni exigencia. Le importaba un joraca si vocalizábamos bien o mal, mientras no le pifiáramos al Himno…
Una sola vez la vi realmente entusiasmada con una obrita del repertorio nacional que decía “No me tiren con la tapa de la olla, porque se abolla, porque se abolla…” Estaba obsesionada con la afinación de los agudos. Nos tuvo un año entero ensayando a tres voces “la olla que se abolla”, hasta que consideró que sonaba bastante decente.
Yo la admiraba en silencio.
Cuando supo que había iniciado estudios serios de música, empezó a mirarme de otro modo. Diría que con respeto. Un día me llamó aparte y, sin decir nada, se sentó al piano a tocar fragmentos de las Polonesas de Chopin y me pidió que individualizara las secciones (ABA). Es un ejercicio que siempre me gustó. Creo que lo hice bien porque me premió con un pedacito de la Marcha Turca de Mozart y un nocturno de Beethoven. Y desde ese día Pola se convirtió en mi madrina musical. Quería saber qué obras estudiaba, quiénes eran mis profesores en el Conservatorio, en qué coro cantaba… en fin, ella quería estar al tanto de todo. Estaba bueno porque además me regalaba entradas para conciertos y gracias a ella pisé el Colón por primera vez.
También conocí al padre de Pola. Si ella estaba entrada en años, él era un fósil. Pese a todo conservaba un vozarrón potente y lo demostró en los primeros compases del Tuba Mirum. Me miró de arriba abajo y dijo: “Seguime”. Y empezó con las vocalizaciones, cada vez más agudo hasta que vio que se me anquilosaba la garganta. “Muy bien, muy bien. Falta técnica, pero está muy bien”. Después tomamos té con bizcochitos mientras desempolvaba fotos de cuando cantaba como solista en el Colón y contaba cientos de anécdotas maravillosas con olor a humedad y gloria.
Una auténtica familia de artistas.
Según se comentaba por ahí, Pola había sido una renombrada concertista en sus años mozos. El piano del colegio no la ayudaba, pero yo veía cómo sus dedos bailaban sobre el teclado con agilidad y destreza.
Me siento tan orgullosa de haber sido su alumna predilecta que hoy no puedo obviar este pequeño y humilde homenaje.
¡Gracias, Pola, por descubrir y fomentar mi vocación!

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