miércoles, 31 de diciembre de 2008

Felicidades

Es la última mañana del último día del año... Y yo acá, medio dormida aún, el pelo encrespado como un remolino, jugando a los carritos chocadores en el minúsculo Coto del barrio, cargada hasta la peluca de turrones y latas de atún para el gran festín que nos reunirá otra vez en familia, la excusa soñada para engullir a lo pavote sin el más mínimo complejo de culpa.
Un año difícil, el antes y el después… Todavía no logro vivir el después, no sé bien dónde estoy parada, qué me depara la vida pero, a los trompazos, intento despejar el camino en medio de este mar de dudas.
Mi rey de corazones está lejos, se aburre, duerme la siesta tierra adentro, me extraña y lo extraño. Ha sido un año turbulento también para él que bien merecido tiene un descanso. Un año de revoluciones deviene necesariamente en el cambio y esta vez ha de ser para bien, tiene que ser para bien.
El sol pega fuerte en mi cabeza, lucecitas de colores giran como un torbellino a mi alrededor, me debato entre ensaladas rusas, piononos, nueces y burbujas de champán, se hace tarde y el deber me llama.

¡Ahora sí!
A mis lectores incondicionales que acompañan mis momentos de alegría, tristeza, buen y mal humor, que han echado raíces en mi corazón, los que cada día me hacen sonreír y enojar (sí, a veces)… A ustedes, mis mejores deseos ¡SIEMPRE!
Gracias por esta singular amistad.

SHABAT SHALOM, JAG URIM SAMEAJ

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ausencia

Rescate emotivo de un nunca bien valorado Post, escrito de puño y letra, hace tiempo ya, para SETERMINOLAJODA y para el ingrato de su dueño que por aquel entonces creí desaparecido en un pestilente agujero negro.
Brindo por el retorno, ya que no puedo decir “reencuentro”. ¡Salud!


Hay ausencias que matan lentamente.
Otras vienen bien, producto del deseo incontenible de que Fulanito se evapore en el aire, se lo trague una boca de tormenta, lo pise un tren y que su odiosa figura desaparezca para nunca más volver… Dicen que cuando uno desea mucho "algo", se convierte en realidad. A mí no me resulta. Digamos que he deseado ver desaparecer a unos cuantos que no sólo no se han ido, sino que últimamente me los cruzo en todos lados. Y tengo como un déja vu, se me repiten las caras, los veo en sueños y su recuerdo me persigue… ¡se me aparecen!
Pero hay ausencias de todo tipo. Ausencia de cosas importantes, elementales. Cuántas veces hemos andado por la vida con los bolsillos vacíos porque literalmente "no hay un sope" y peor aún, quién no ha llegado muerto de hambre a los pies de la heladera rogando por una miserable feta de salchichón y resulta que no hay ni una gota de leche vencida para tirar a la basura. Ausencia total. La heladera vacía da una imagen de desolación capaz de abatir a un soldado espartano.
Los hay que sufren la ausencia de e-mails y chequean compulsivamente su casilla para encontrar al menos un spam que les devuelva el alma al cuerpo; los que mueren "al grito de la moda" y se desgarran ante el placard a punto de reventar porque no tienen qué ponerse ni plata para comprarse lo último de lo último; los que viven encadenados al teléfono esperando inútilmente que suene y no suena y son capaces de quedarse horas escuchando el disquito de la hora con tal de que alguien les hable al oído… Y los que simplemente pasan por la vida sin dejar huella, indiferentes, ausentes.
Ausencia y soledad.
Ausencia y obsesión.
Ausencia y depresión.
Hay ausencias que no se entienden y pedimos a gritos una explicación. Como cuando alguien querido, muy querido, en quien has depositado toda tu confianza y viceversa, con quien has compartido penas y alegrías, alguien que supo ser tu cable a tierra, tu consejero, tu alma gemela, tu Alcoyana-Alcoyana… de repente, sin motivo aparente, desaparece sin dejar rastros. Lo buscás. Al principio sin darle mayor importancia porque han tenido alguna diferencia y es lógico que el silencio ayude a disipar los enojos, como ha ocurrido otras veces, como aquella primera crisis con protestas y reclamos que luego devino en cálida reconciliación y todo volvió a ser como antes… o mejor, sí, mucho mejor. Pero cuando pasa el tiempo y no hay respuesta, ni reclamos ni enojos ni nada… empezás a preocuparte. ¿Por qué no aparece? ¿Le habrá pasado algo? Y te sentís en parte responsable. Y recordás que ante tu mínima ausencia de medio día, él movía cielo y tierra buscándote, pensándote en peligro, queriendo saber dónde estabas y con quién. Y esta vez vos no hiciste lo mismo. Dejaste pasar demasiado tiempo y ahora él no está. No vuelve. No puede o no quiere.
Su hogar está más desolado que una heladera vacía. Pero igual entrás de vez en cuando a mirar si todo está en orden, si alguien cambió las cosas de lugar… No es lo mismo sin él. Y duele la ausencia.
Tal vez abriendo un poco la ventana, dejando entrar un rayo de sol… ¿volverás?

jueves, 25 de diciembre de 2008

Una Navidad distinta



Quién lo hubiera pensado…
Yo.
La verdad que lo pensé, imaginé que tarde o temprano sucedería, no sería precisamente agradable pero era, sin duda, un cambio necesario, gritado, ansiado.
Navidad en familia, con mi familia de sangre, los incondicionales, los que están en las buenas y en las malas, los que no me defraudarán jamás, mi apoyo, mi contención silenciosa y desinteresada. Solos.
Casa nueva, Navidad nueva. Costumbres que se reciclan, recuerdos, momentos, un costado doloroso y la esperanza como un rayito de luz asomándose lejos, una bruma apenas que de a poco me va dando fuerzas.
Feliz Navidad.

jueves, 18 de diciembre de 2008

El Centenario - Parte II

Mamá recogió los restos del desayuno, nos despachó como moscas molestas y puso manos a la obra, enfundada en su delantal floreado. Le entró a pegar duro a la masa, dale que va, porque dicen que cuanto más se la golpea, más livianita queda y leva, leva, levaaaaaa… hasta el infinito, o por lo menos hasta que el Tupper hace ¡puf! y la tapa se abre solita por efecto de las misteriosas transformaciones que origina la levadura.
Las pizzetas eran para la cena del Centenario, estaba escrito. Toneladas de pizzetas que pedían a
gritos ser comidas pero había que esperar, aunque se nos hiciera agua la boca, aunque mamá, en extremo preocupada por los acontecimientos históricos, hubiera olvidado preparar el almuerzo y nos obligara a ayunar hasta después de la misa.
Pero fue más lejos la cosa… Hubo que engalanarse y perfumarse como si le debiéramos una visita al rey de España, grité y despotriqué de lo lindo pero nada impidió que me calzaran los zapatitos de charol que tanto odiaba, esos que me hacían doler el dedo gordo y me sacaban ampollitas. Cuando a mamá se le ponía algo en la cabeza, no había marcha atrás.
A la hora señalada, papá cargó con la primer bandeja de pizzetas todavía calentitas, directo al auto. Y todo marchó bastante bien hasta el cuarto o quinto viaje, cuando en el apuro tropezó y la bandeja voló por los aires con todas las pizzetitas dando piruetas hasta caer silenciosamente sobre el piso del ascensor… Catástrofe. De haber podido, papá hubiera huido por las escaleras dejando atrás la prueba del delito y así salvar el pellejo.
Acomodó las maltratadas pizzetas en la bandeja lo mejor que pudo, “y aquí no ha pasado nada”. Pero claro, no hubo tiempo para más y minutos más tarde, cuando mamá subió al ascensor, lo primero que vio fueron las huellas de tomate en el espejo, el piso y las paredes y fue como una revelación, como si le quitaran la venda de los ojos y entonces estalló, literalmente estalló, roja como una amapola, enceguecida, furiosa, nunca pero nunca la vi tan enojada.
Corrió por el pasillo hasta la puerta de entrada lanzando improperios, el dedo acusador apuntando a mi papá que no osaba mirarla a los ojos, culpándonos a todos por haber desperdiciado los mejores años de su vida velando por una familia de ingratos que a último momento le arruina las pizzetas del Centenario, después de pasar un día entero deshidratándose frente al horno, “porque a ustedes no les importa nada de nada…”, “ya van a ver cuando se me acabe la cuerda…”, “ojalá sus hijos y los hijos de sus hijos les paguen con la misma moneda…”

La misa se prolongó más de lo debido. La Capilla estaba abarrotada de rostros voraces que
esperaban la bendición para correr a ocupar su puesto en la mesa bien servida. El obispo degustó todas las exquisiteces, incluido el pavo que casi muere atropellado en la avenida y el licor artesanal de los benedictinos que quemaba como el fuego del infierno.
Y ahí estaban las santurronas de turno, las que se hicieron con los laureles del Centenario, bien aposentadas en el lugar de honor saboreando las pizzetas caídas en desgracia que todavía exhibían los puntitos negros de mugre recogida del ascensor. Pilas y pilas de pizzetas se perdían entre sus fauces a la velocidad del rayo.

-Hummm… pero qué ricas están, qué maravilla.
-¿No hay más?
-Ahhh… tienen un gustiiiito…


De pronto la vi pasar a mamá con una de sus bandejas, los ojos anegados en lágrimas de risa, la cara cómplice, vengativa.

-Acá les traje más, que las disfruten.
-Te salieron riquísimas, querida, tenés que darnos la receta.
-Claro, cuando quieran, pero el toque de gracia… ¡se lo dio mi marido!

martes, 16 de diciembre de 2008

El Centenario - Parte I

Faltaba apenas un mes para el centenario de la fundación de la Capilla.
Las feligresas alborotaban la hora de la siesta con su parloteo histérico mientras plumereaban el confesionario y ensobraban invitaciones, previendo todo tipo de catástrofes que harían peligrar la llegada del obispo, amaban dramatizar lo que para ellas constituía un hito en la historia del barrio, se les caía la bombacha pensando que serían testigos, protagonistas, hacedoras de ese pedacito de historia, un día serían evocadas con respeto rayano en la admiración, las sentarían a los pies de algún santo mártir, víctima de una muerte especialmente dolorosa, y observarían el mundo terrenal desde muy arriba, con ojos lacrimosos desbordantes de una piedad patética.
Claro que tamaña obsesión por los festejos ponía a los más pequeños a salvo de cualquier
reprimenda, era la oportunidad servida en bandeja, inmunidad absoluta para las travesuras que se multiplicaban como los panes y los peces.
El párroco, trastornado por los vahos de la gloria eterna, se deshacía en bendiciones y perdonaba pecados ignorando la confesión. Cura de antaño, arrugado y amarillento como un pergamino, vozarrón contundente, gustaba de cantar pegado al micrófono aún después de aquel episodio del corto circuito, cuando se quedó pegado con la casulla de hilos de oro que por poco se prende fuego. Sobrevivió por obra y gracia del Espíritu Santo, sólo para ser partícipe de la gran celebración del Centenario ¡un milagro!
Mamá no se quedaba atrás. Noche tras noche tipeando en la Olivetti el discurso conmemorativo, también se ocupaba de las velas y del organista y llevaba la contabilidad de lo recaudado en las “canastitas”, antes y durante las misas. De ella heredé indudablemente esta poco redituable vocación de secretaria multipropósito.
María Elena regaba los crisantemos con pasión enfermiza, temiendo que no lucieran suficientemente esponjosos y rozagantes para el gran día. Crisantemos… no me gustan, son flores de muerto, pero “duran más” y eso bastó para dirimir la cuestión.
Otro tema importante, decisivo, era la comida. Porque en definitiva a la gente le importa un comino el Centenario, el obispo, los discursos de ocasión y la fotito en primera plana de la revista barrial… Todos vienen por el morfi, es un hecho comprobado.
No fue nada fácil organizar el banquete para los cientos de invitados que correrían a saciar la hambruna con el último Amén aún reverberando en la cúpula del altar mayor.
Y el obispo lamentando llegar siempre en último lugar…

domingo, 14 de diciembre de 2008

Economía primaria

Un sol que raja la tierra, el pasto mojado, una nube de jejenes se pasea al capricho del viento y la mina rebelde, contestataria, intelectualoide, ahora desgreñada y sudorosa, completamente anti-fashion, encaramada en la copa del ciruelo recolectando la fruta madura, luchando a manotazos limpios con las calandrias que insisten en picotear las existencias.
La mitad va a parar al balde que en pocos minutos rebalsa de ciruelas panzonas, en el punto justo para convertirse en dulce. Cada tanto me tiento con alguna escogida especialmente, y resulta excitante saborear la pulpa carnosa, intensamente roja, fresca, el jugo deslizándose por las comisuras de los labios, no importa demasiado si me mancho la ropa pues los placeres de la vida merecen ser vividos plenamente.
Y éste es uno de ellos, quizá porque me recuerda los veranos de la infancia en la quinta del abuelo que tenía especial obsesión por los frutales y gustaba de reunir a la familia en pleno, la cual -en parte obligada por las circunstancias y los compromisos hereditarios- pañuelo en la cabeza y balde en mano, sudaba la gota gorda recogiendo toneladas de ciruelas, damascos, peras y afines mientras el arcano mayor narraba las anécdotas de siempre, de cuando la nona vino de Italia con la ristra de ajos en el equipaje de mano por miedo a que acá no hubiera y cuando el tío Francesco –que Dios lo tenga en la gloria y no lo suelte- le regaló el reloj de oro para que, con el producto de la venta, comprara gallinas y conejos e instalara una granja y él no hizo nada de eso, guardó el reloj y trabajó hasta caer exhausto, juntó el dinero necesario para comprar tierras y plantar árboles y crió una gran familia, suficientemente numerosa como para no tener que pagar la mano de obra a la hora de la cosecha.
Las mermeladas caseras son patrimonio familiar, las recetas se han ido transmitiendo de generación en generación desde tiempo inmemorial respetando el secreto que impone la tradición oral.
Y, a juzgar por la cara de satisfacción y el “mmmmmm…” de los degustadores, es evidente que el dulce de ciruelas se me da bastante bien, “muy pero muy bien” han dicho por ahí… En fin, dentro de poco reclamaré mi lugar en las góndolas y temblarán las grandes marcas. ¡Cuidado con Menta!
Se levantan pedidos.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Devolución



Me mimó, preguntó infinidad de veces los motivos de mi silencio, me hizo escuchar canciones que llegan a lo más hondo del alma, cantó para mí, me acarició y me abrazó muy fuerte como si quisiera transmitirme algo de su calor.
Pensará que no supe apreciarlo, que carezco de sentimientos, que sus esfuerzos fueron vanos, que me alejo y lo alejo. Nada de eso, en absoluto. Tanto lo sentí que volví a convencerme de que me es imposible avanzar si no está a mi lado, si no escucho su voz, si no leo en sus ojos que algo muy fuerte nos mantiene unidos en un presente tan incierto.
A sus múltiples preguntas no puedo responder, aún temo pronunciar las palabras que me comprometerán para siempre, que quizá lo hagan dudar y temer la resurrección de un pasado que algún día, espero, dejará de atormentarlo.

Sólo diré (y él sabrá entender) que:

- disfruté mucho viajar con vos
- quiero acompañarte siempre, en todo, pero “todo todo”
- no perdí ni una palabra de los cuentos, aunque nuestros juicios difieran
- si me pongo irritable, no es tu culpa (nunca te culpo), pero sos mi cable a tierra y alguna descarga tenés que aguantar
- adoro la velocidad cuando vas al volante
- mi gran deseo, esta vez, era caminar juntos a la orilla del mar


Y lo más importante, lo que de verdad quiere saber… Mi silencio no encierra secretos, es sólo que por momentos la realidad me desborda, no quiero ocupar el lugar de nadie más, no quiero entristecerte con mis penas ni preocuparte ni lastimarte, y por desgracia a veces no encuentro a tiempo las palabras adecuadas para decir cuánto te amo.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El amor es así...

-¡María! Ocúpate tú de esto.

Para variar, el alemán me tiraba los muertos sobre el escritorio con su acostumbrado tonito imperativo que no admitía réplica, quizá un gesto a sus espaldas denotando la velada amenaza de una venganza aplazada. Déspota…

El fax flotó como alfombra voladora esquivando las volutas de humo del primer cigarrillo de la mañana.
Francia, Charles de Gaulle. Letra de imprenta mayúscula, escueto, formal. Firma: Maarten Van E. Un holandés errante en la tierra de los Valois, justo a mí…
Nada importante. Establecer el contacto, intercambiar saludos, precios y condiciones, soñar con proyectos que no se concretarían pero que habían de parecer muy contantes y sonantes, prometer cooperación mutua y ex–clu-si-vi-dad, sobre todo eso. Para ese entonces la mentira fluía rápida y precisa de mi boca entrenada, gajes del oficio, y el alemán confiaba en mí lo suficiente como para endilgarme el trabajo duro y recoger los laureles y las ganancias, que no eran pocas.

Maarten resultó un tipo inteligente, simpático y –una rareza en este pequeño pañuelo de las relaciones internacionales- sumamente caballeroso. Pero no un caballero de los que te abren la puerta y después se olvidan que existís. No, no, no. Un caballero de verdad, de esos que mandan flores, que recuerdan t-o-d-a-s las fechas importantes, que inventan excusas para regalar algo bonito, que sientan a la mujer de sus sueños en el pedestal más alto y viven adorándola, pendientes de sus más mínimos caprichos, dispuestos –por ejemplo- a acompañarla al supermercado, pagar la peluquería, llevar el desayuno a la cama y evitar mencionar en su presencia los partidos del domingo. Y todo ello hacía suponer que, naturalmente, sería muy buen mozo.
Fue un romance intenso, apasionado, con crisis de desesperación y celos, reproches y
reconciliaciones… vía fax. Es que en aquellos tiempos no existía el email ni el fotolog ni la web cam ni el pajebook, había que optimizar los escasos recursos y sentar precedente tecnológico.
Los faxes viajaban de un continente a otro ininterrumpidamente, cada vez más largos y explícitos, a la vista de todos, una especie de novela por entregas donde cada día sucedía algo asombroso. Si no había motivos para intercambiar correspondencia, los inventábamos, y el público agradecido seguía pidiendo otro capítulo.

-¡María! ¿Qué pasa con este tipo? ¿Haces negocios o qué?
-Por supuesto, Sr. S, nunca pierdo de vista mis objetivos.
-Pues parece que el chaval se está enamorando.
-Ahhhhhh… ¿Usted cree?

Y tanto así lo creía mi jefe rubio teutónico, que se tomó el trabajo de investigar por su cuenta, más bien inducido por el temor a perder una de sus manos derechas que por mi endeble equilibrio emocional, que muy poco debía importarle.
A esa altura, la relación con Maarten rebalsaba el límite de lo políticamente aceptable. Largas y edulcoradas charlas telefónicas en inglés neutral, escondida en la cocina o entre las cajas polvorientas del archivo, bombones para el cumpleaños, insinuaciones de viajes, propuestas subidas de tono…
El alemán empezó a preocuparse seriamente y un día, con su habitual ceño fruncido, me puso la evidencia delante de las narices. Una carta larga, demasiado larga, con muchos “Maarten esto” “Marteen aquello”, me olía mal.

-Léelo.

Era una orden. Y allí estaba lo que no podía adivinar ni imaginar. ¡Tonta! ¡Re tonta! Una ingenua boba, eso es lo que fui. El tipo estaba de novio "desde hacía años" con una enfermera polaca, se iban a casar, ella estaba embarazada y eran muuuuuuy felices.
¡Me mintió! Fue tan triste... Era el final de la novela, el último capítulo, las chicas lloraron, lo defenestraron, Maarten había dejado de ser el príncipe soñado para convertirse en una escoria
humana, un ser indeseable, un traidor, mejor perderlo que encontrarlo.
No dije nada, lo cierto es que enmudecí por un tiempo, se me hizo un nudo de corbata en la lengua. Maarten ni siquiera estaba enterado, alguien había destapado la olla a sus espaldas y era evidente que mi silencio le resultaba desconcertante. No más faxes, no más llamados…
“Si llama Maarten ¡estoy en Calcuta cazando jabalíes!”

Hasta que un día, accidentalmente, el teléfono volvió a cruzar nuestros destinos. Escuchar su voz de galán cinematográfico me puso el estómago de piedra, respiré hondo y por fin exploté como un pochoclo, le dije todo lo que pensaba y lo que no pensaba también, grité, pronuncié las pocas frases hirientes que supe hilvanar en un idioma que detesto y quise que le doliera tanto como a mí, que sufriera, que pidiera perdón.
Sin embargo, sólo se mostró sorprendido. Su respuesta, carente de sentido para mi maltratado amor propio, fue en extremo sencilla: “You didn’t ask me…”

sábado, 29 de noviembre de 2008

Sola y en penumbras

Mojarme con la lluvia como el otro día y llegar a casa helada, hambrienta y de mal humor, la gata enroscándose mimosa entre mis piernas, el celular taladrándome la cabeza, la llave que no encaja y por si fuera poco… ¡NO HAY LUZ! ¿Pero cómo puede ser? Cosa e’ Mandinga, che… ¿Será para que no extrañe el country? Justo hoy que me prometí pollo picante con arroz thai, guaaaaa… Con suerte una sopa instantánea y, si queda, un bon-o-bon, uno solo porque el botón del pantalón amenaza con soltarse e impactar con la fuerza de un proyectil en alguna ventana que saltará hecha añicos.
No sé por qué todo me sale al revés. Lo rescatable es que esta noche la bronca taponó el miedo y por primera vez puedo caminar por mi bello hogar completamente a oscuras, como lady Macbeth con una vela en la mano y la mirada extraviada, pero sin remordimientos.
Y se me ocurren interesantes opciones para hacer de ésta una velada muy original…

domingo, 23 de noviembre de 2008

Nos volveremos a ver

En el plazo estipulado, ni un día más ni uno menos, Signor Pittore ha dado por finalizada la obra maestra y al fin mis bellas paredes lucen espléndidamente luminosas, de un blanco inmaculado y radiante.
Me dio tristeza despedirme, claro que después de tres semanas de asidua convivencia e infinitas rondas de tereré uno empieza a sentirse como en familia, se comparte todo, las llaves, el baño, la heladera... El otro día olvidé las toallas dentro del lavarropas y él personalmente se ocupó de tenderlas al sol, alimentó a la gata que permanecía oculta bajo la mesada vigilando sus movimientos y atendió mis llamadas como la más eficiente de las secretarias.
Pero cuando ya me había acostumbrado a su compañía se aleja, me abandona a mi suerte, no
veré más la huella de sus alpargatas sobre el piso flotante, ni los rodillos colgando de la reja del balcón, aireándose en la brisa nocturna como pequeños peluches esponjosos. Justo ahora que empezaba a dilucidar el guaraní, mi Picasso paraguayo se va cantando la Galopera a los brazos de otro amor, otras paredes lo cobijarán, otros ojos lo mirarán con ternura, otros labios alabarán su arte.
¡Adiós, Signor Pittore! Me ha hecho usted muy feliz, ha pintado mi vida de nuevos colores, me ha devuelto la luz… ¡Nunca, nunca lo olvidaré!

viernes, 21 de noviembre de 2008

El encuentro tan temido

Con el último bocado corrí cuesta abajo, los minutos contados, el celular echando chispas, el cliente necio y caprichoso que se cree más vivo que todos los vivos que le chupan la sangre seguía empacado en sus trece, y esta vez casi pierdo el don, no encontraba manera de convencerlo… “¡Si no aflojás te van a meter preso por pelotudo! ¡A mí no me mientas! ¡Así no te puedo ayudar!” Pero no había caso.
A regañadientes subí a la combi que me depositó en el aeropuerto, frente al edificio del antiguo hotel. Apagué el Ipod, sacudí mi envidiada cabellera y me entretuve saludando a los viejos conocidos, las mismas caras de siempre que van y vienen ininterrumpidamente, se sienten dueños, son parte de la fauna local, no sería lo mismo sin ellos.
Busqué a mi salvador, el que oficiaría una vez más de interlocutor, haría las presentaciones del caso y me dejaría a solas con el mafioso de turno, el que luego de explicar “cómo hay que hacer las cosas” embolsaría una buena cantidad, lo suficiente para unas cortas vacaciones bajo los cocoteros. La solución rápida que no deja secuelas, después nos quejamos, pero es el país que tenemos y alimentamos…
El imbécil mentiroso insistió con rebeldía, casi echa todo a perder, hasta que por fin entró en razones y el dinero cambió de manos. Asunto terminado, firma, sello y autorizada la salida.
Esperé a que cerraran las puertas del camión, quizá en otro momento hubiera enarbolado el pañuelo blanco a modo de despedida, pero hoy por hoy mi cuota de sarcasmo está francamente en baja.
Caminé aliviada rumbo al espigón. Un café, nadie que me diga lo que tengo que hacer, sin horarios ni compromisos, sola.
Me sacudió la nostalgia de verme como en sueños despachando la valija, rumbo al paraíso, tiempos más felices, sin duda. Lo bien que me haría un buen descanso, hasta ahora no había caído en la cuenta…
No sé cuánto tiempo habré estado mirando el monitor de vuelos, envuelta en una nube de mariposas, tan absorta en mis pensamientos que no lo vi llegar.
Caminó a mi alrededor y se detuvo a escasos centímetros. Recién entonces tomé conciencia, percibí su olor, su presencia, su increíble magnetismo que pese a todo no logra desagradarme. Elegante como siempre, una raya más en su uniforme azul anuncia que ahora es comandante, el tipo es exitoso.

-Hola.
-Hola.

No puedo explicar por qué se me llenaron los ojos de lágrimas, si no había motivos, excepto que últimamente todo me desborda, no alcanzo a ver el horizonte, temo haberme equivocado.
Pasado el instante de sorpresa, comprendió, no dijo nada, me abrazó y esperó a que llegara la calma. Caminamos juntos hasta la salida, sin hablar, no hubo reproches ni explicaciones ni preguntas odiosas, simplemente estábamos ahí, la vida nos reencuentra cíclicamente en los momentos “especiales”, como si estuviera escrito, predestinado.
No hubo necesidad de contarnos nada. Él sabe, yo sé, nos conocemos, no hay secretos entre nosotros. Ahora entiendo que tampoco hay lugar para el rencor, no caben más que los recuerdos de un pasado que cruzó nuestros caminos de una vez y para siempre, prevalece el sentimiento, el afecto.

-Cuando quieras… sabés como encontrarme.
-Sí.
-Que estés bien.
-Vos también. Cuidate.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Mundo cruel

Para vos...

Que cada vez que lavás el auto se larga a llover.
Que después de la comilona te desabrochás el botón del pantalón, previo eructo de campeonato.
Que coleccionás bolsitas de Coto para tirar la basura.
Que siempre te toca la bombilla tapada.
Que esperás a que la torta se enfríe antes de probarla.
Que parás todos los taxis ocupados.
Que nunca en la vida aprendiste a hacer el repulgue de la empanada.
Que estrenás los zapatitos de tela bajo la lluvia de Santa Rosa.
Que jamás te sentás en inodoro ajeno.
Que cuando llegás a la Caja… ¡se cayó el sistema!
Que no te avergüenzan los “aujeros”, las “alverjas” y las “almóndigas”.
Que seguís insistiendo con la “cita a ciegas”.
Que cuando la panza te delata declarás impunemente: “Estoy hinchado”.
Que revisás meticulosamente todas las fechas de vencimiento.
Que no hacés nada sin antes leer las instrucciones.

Sabelo...

Un día va a volver el Uno a Uno.
Un día vas a ser vos el garca, el cafishio, el presidente.
Un día vas a nadar en el triángulo de las Bermudas.
Un día vas a revolear el panqueque y no se va a estampar contra la pared.
Un día vas a encontrar tu talle al primer intento.
Un día va a aparecer el hada madrina.
Un día vas a cobrar por escribir todas estas tonterías en el blog.

Y mientras tanto... ¡fumá!


martes, 18 de noviembre de 2008

Multiuso

H: Fijate que atrás hay dos mangueras. La más grande va al desagüe, la otra se conecta a la canilla de agua fría… friiiiiiiiia, no calieeeeeeente. ¿Entendiste?
Yo: Psé… ¿Y cuál es el desagüe?
H: Dejá, lo hago yo.

Los hombres son todos iguales. Se creen que una es tarúpida que no puede conectar la manguerita al desagüe. Más de uno no sabe ni ponerla y hay que enseñarle y una le tiene paciencia porque quizá está nervioso o ansioso y en el apuro ha perdido el rumbo… Una entiende y calla y nunca pero nunca le reprocha la falta de orientación.
En cambio los hombres se creen los reyes del universo, especialmente cuando de plomería se trata, como si fuera para ellos una habilidad innata destapar cañerías, una tarea propia de su género donde las mujeres no están llamadas siquiera a opinar.
Volviendo al tema… por "desagüe" entiendo el agujero ese que asoma en la pared en el lugar privilegiado donde “todo el mundo” ubicaría el lavarropas. A dónde conduce el agujerito no tengo la menor idea, pero seguro ha de ser ese el famoso desagüe.

Yo: ¿Cómo trabo la manguera?
H: No hace falta, metela todo lo que puedas y listo.
Yo: ¿Y si se sale?
H: No se va a salir.

Lo dijo con ese tonito de superioridad que saca lo peor de mí y encima resopló aburrido, como si mi ignorancia lo agotara. “Ya vas a ver cuando se te peguen los fideos y vengas a pedir consejo... De mí, ni el consuelo vas a tener.”

H: Ahora tenés que conectar la entrada de agua.
Yo: …
H: ¿Ya está? Acordate de sacar el pico de la canilla.
Yo: ¿Qué pico?

Ahora me doy cuenta que no sirven de nada los títulos universitarios ni los profesorados de
Danzas Clásicas ni haber cantado Berlioz sobre las tablas del Colón… ¡si no puedo conectar el lavarropas a una canilla de mierrrrrda! ¡La rep(@#&·$/&”·/&%!”·$ que lo re mil parió!
No sé para qué me meto en estos bretes. Saqué el pico, conecté la manguera, la enrosqué lo más fuerte que pude pero, cuando abrí la canilla, la desgraciada se soltó y entró a dar coletazos como una cobra furiosa. La cocina presa de la catástrofe y mi maltrecha humanidad chorreando en medio del desastre mientras intentaba contener la inundación, todo en cuestión de segundos.

H: ¡Te dije que la ajustaras bien!
Yo: La ajusté bien pero se soltó… ¡guaaaaaa!


Soy una ingrata al pensar que puedo sola con todo. ¡No puedo! ¡No puedo! Necesito un HOMBRE que solucione todos mis problemas, que conecte el lavarropas, que tome tereré con los pintores, que cambie las pilas del control remoto, que me conceda todos los caprichitos y me mande a dormir con muchos, muuuuuchos orgasmos.
Pero los hombres están fallados, ninguno cumple TODOS los requisitos, ni siquiera Mr. Músculo que bien podría ponerse a fregar en vez de andar por ahí con esas calzas brillosas pregonando las bondades de la limpieza a gatillo.
¡Puajjjj! Todos cortados por la misma tijera…

domingo, 16 de noviembre de 2008

Los borrachos y el castrato

Da lo mismo si el ensayo general se ve demorado irremediablemente por los caprichitos del cura que pretende casar a la embarazada en pleno mediodía, en medio de un circo de personajes que vociferan como la barra brava de Arsenal. No importa si las trompetas atronan el aire con estridencias imposibles de digerir, trompetas “naturales” por cierto, lo cual equivale a excusar cualquier imperfección alegando que su interpretación es de una dificultad extrema. Es igual si la soprano no está especialmente inspirada y olvida la parte una y otra vez, contribuyendo con su desidia a encrespar aún más los ánimos ya revueltos de nuestro adorado maestro S que reconoce estar al borde del suicidio.
A veces pienso que cuantos más contratiempos hay, más se disfrutan los conciertos que a pulmón ofrecemos a un público fiel que de a poco se convierte en parte inseparable de nuestra gran familia.
La puesta del Diocleciano desbordó magia, talento y el carisma inigualable del director que vaya
si sabe cómo lograr lo que quiere.
En especial el número de los borrachos que es ya un clásico en nuestro repertorio, porque si no está escrito lo inventamos, la cosa es cantar en curda. Al principio fue Baco, “nuestro” Baco, que para calentar la garganta empina el codo en cada intermezzo.
Pero Purcell escribió ese número tan gracioso de dúo, solo, trío y pandemónium que termina convirtiéndose en una auténtica orgía alcohólica, y el maestro S no perdió la oportunidad, se lo dejaron servido…

Make room, make room, make room
For the great God of Wine.
Give to everyone his glass, give…
Then all together clash, clash, clash…

Nuestros solistas serios, profesionales, estructurados, por una vez perdieron la compostura en aras de la creatividad, cedieron al impulso y se los vio radiantes, cómodos, divertidos, borrachos y entusiastas. El público aplaudió de pié y pidió el bis.
Pero lo más destacado de la jornada fue sin duda la presencia de nuestro exclusivo Farinelli luciendo un elegantísimo frac, tan joven y con esa voz majestuosa que envidian las sopranos más avezadas.
Qué deleite escucharlo… y qué raro suele parecer a los oídos poco acostumbrados que terminan preguntando siempre lo mismo “Che, el tipo ese que canta como una mina… es puto ¿no?” ¿Qué importa si es puto? Canta maravillosamente bien, that´s enough!
Se lució, brilló como las estrellas y recogió un mar de suspiros enamorados además del ramo de rosas que la desubicada de Martita puso en sus manos al finalizar el concierto. ¡Un poco de tacto, por favor!
Como sea, hasta el maestro S sonreía feliz, exultante, soberbio, con su acostumbrado desaliño y ese aire de genio alienado que le es tan propio.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Home

No puedo quejarme. Puntual, prolijo, rápido y escrupulosamente aséptico, ni una marca en mis paredes cero kilómetro, ningún espejo rajado y, contrariando las más nefastas predicciones, la caja de Pandora fue la primera en llegar. Demás está decir que la abrí con disimulo y palpé el contenido en busca de “eso”. Felizmente lo hallé intacto y me volvió el alma al cuerpo.
Claro que aún no logro encontrar mis sweaters extra gordos y el florerito que me regaló H y mi taco de cuchillos Tramontina que bien podría emplear, de ser necesario, en un caso extremo de autodefensa ahora que estoy sola y desamparada en este barrio arrabalero.
La mudanza agotó mis últimas reservas de energía dejando un saldo de innumerables moretones y ampollas, un sarpullido de lo más misterioso en el codo derecho que pica como los mil demonios, los talones insensibles y las manos más secas que lengua de loro, amén del terrible dolor de espalda y un cansancio que me haría dormir una semana seguida si no fuera porque carezco de la paz mental necesaria para cerrar los ojos y olvidar hasta mi nombre.
Al menos recompensa el hecho de ver otra vez cada cosa en su lugar, el piano recién lustrado resonando con ecos distintos en su nuevo hábitat, los libros cuidadosamente ordenados, la estrambótica lámpara de pié que a nadie agrada brillando para mí
en la penumbra del anochecer.
Sólo falta algo para que el cierre sea perfecto, lástima que a veces las cosas no salen como uno espera y mi rey de Corazones no vendrá a enredarse en mis brazos como deseo y desea, hoy no.
Me adormece su voz tierna en el teléfono mientras estreno el sommier rodando de lado a lado, el ventilador de techo gira lentamente y un aire cálido me acaricia la piel todavía húmeda después de un baño reparador.
Ahora sí me siento a gusto… Hogar, dulce hogar.

jueves, 13 de noviembre de 2008

¡Me dejó por otra!

Justo ahora que empezaba a ver la vida color de rosa…
Justo cuando ya me estaba entusiasmando con el cambio…
Justo cuando se me aclara la mente y comienzo a planificar mi futuro con plazos y objetivos concretos…
Justo ahora… ¿será posible?

Rogué, supliqué, imploré al borde del llanto, sólo faltó ponerme de rodillas y arrastrarme cual peregrina al Monte de los Olivos dejando de lado la dignidad y las buenas costumbres.

“¡Por favor, no me deje! ¡Guaaaaaaa!”

Pero tal parece que Signor Pittore tiene otros compromisos, uno en particular con una vieja platuda de Palermo Chico que le anda arrastrando el ala desde hace tiempo y ahora ¡exige! que se ocupe de ella, que haga honor a su palabra y le pinte el dormitorio como prometió, y nada de interponer excusas. La vieja es capaz de ir a buscarlo personalmente si es necesario y llevarlo de las orejas, brocha en mano, esclavizándolo hasta que termine el trabajo.

-Siniora, no se priocupe que io me escapo a la tardecita y le hago el comedor.
-Sí… Pero yo pensé que ya terminaba esta semana…
-Y usté vio como e’ esto… Pero quédese chanquila que va a quedar hermoso.
-Grrrrr…

En fin. Aquí estoy sola, rodeada de mis escasas pertenencias en un departamento que luce demasiado grande y vacío, esperando que “Miguel Angel” retorne a finalizar la obra faraónica, si es posible antes de que llegue Papá Noel…

lunes, 10 de noviembre de 2008

SuperMint

-Mirá, te la hago corta. Este el precio que consigo en MercadoFree, mismo modelo, misma garantía, mismos resortitos, con el pillow del orto y un almohadón de regalo. Haceme el mismo precio y te lo compro a vos.
-Hum, no sé…
-Lo seño ya mismo.
-Te puedo hacer un quince… Y eso da…
-Y quiero dos almohadas duritas para que no me duela la cabeza cuando me levanto a la mañana y ese puf tan monono que tenés ahí… ¿Viene con pespuntes?
-Sí… (suspiro) Está bien, pero lo pagás de contado ¿no?
-Así es. Me encanta hacer negocios con vos.


El vendedor no quedó muy convencido, perdió toda su verborragia exasperante, se le achataron
los rulos de pura desilusión porque por esta vez, como auténtica leonina y haciendo gala de mis subidas ínfulas de mandamás, lo puse entre la espada y la pared apuntándole a la nariz con los folletos de las “grandes marcas”, amenazando con divulgar por el barrio las ofertas que devastarán su precario comercio cuando las seguidoras de Lita de Lazari lo señalen con el dedo como “¡el ladrón de colchones!”.
Me gusta amedrentar a los que se aprovechan de la buena fe de la gente, es como una necesidad esa cosa de defender las causas perdidas, convertirme en paladín de la justicia sin más recompensa que la de haber cantado las cuarenta a quien bien se lo merece.
En estas circunstancias sería muy peligroso gozar de superpoderes, como la vista infrarroja o el oído biónico, o quizá el lazo de la Mujer Maravilla que obligaba a la víctima a soltar la lengua… Eso me gustaría, me resultaría particularmente útil, inclusive podría alquilarlo y es seguro que me lo quitarían de las manos.
“Super Menta” o mejor… “Supermint”.
Podría escupir un vientito mentolado congelante de efecto inmediato y tendría una espada con una esmeralda “del tamaño de una avellana” en la empuñadura, una espada que ayudaría a la transformación, como He-Man, y que además lance rayos desmemorizadores.
¿Y el atuendo? No había pensado en eso… Claro que las heroínas son siempre muy sexies, un cuerpo escultural, altura envidiable, el cabello flotando constantemente como si un ventilador les soplara la nuca… Todo eso quiero y lolas muuuuy grandes, unas piernas larguísimas y la nariz perfecta que la naturaleza me negó.
Ah… quién pudiera ser superhéroe una vez en la vida, sólo para probar el gustito y saber si vale la pena.
Y si está bueno… ¿me puedo quedar con el vientito mentolado?


viernes, 7 de noviembre de 2008

Aquí hay gato encerrado

La vez que H encontró un mensaje comprometedor en el celular y dudó… Tenía razón, claro que tenía razón. Le mentí, fue doloroso, no quise que sufriera, lo protegí como pude pensando que a veces es mejor “no saber”, y protegí con igual empeño a mi nuevo amor, el que me daba fuerzas para empezar de nuevo, al que no estaba dispuesta a renunciar así como así.
Uno nunca sabe lo que es capaz de hacer, cuál es el límite, cuando entrás al juego no hay forma de salir, es como un Jumanji hecho realidad, infinitamente más crudo e incierto.
Borrar mensajes en el celular se transformó en mi mandato por excelencia. Borrar. Borrón y cuenta nueva. Borrar historiales, registros… Borrar y memorizar. Borrar y olvidar. Borrar y constatar que la evidencia se esfumó.
Claro que a veces nos descuidamos, cometemos errores, sucumbimos ante el exceso de confianza, pensamos que ya no nos descubrirán, que no hay motivos para esconderse, y abrimos las puertas de nuestro pequeño vasto mundo, olvidamos “borrar”, olvidamos que hay ojos que ven y corazones que sienten, olvidamos que no somos libres.

Ella está detrás de algo o “alguien” pero no logra dar en el blanco, tantea las
pistas que han desperdigado a su paso con el afán de descubrir o confirmar, camina a tientas en medio de una niebla espesa, rodeada de extrañas luces acuosas que la confunden, asiéndose con desesperación al primer indicio, duda de todo y de todos, sospecha.
Yo miento, tú mientes, ella miente, todos mentimos. Pero en toda mentira hay un trasfondo de verdad, una verdad muy palpable, arrolladora, imbatible. La verdad que tememos, la verdad que preferimos no enfrentar…


Como sea, todo esto no ha hecho sino reavivar mi adormilado espíritu aventurero, ahora sólo pienso en recorrer los pasillos de la Matrix camuflada bajo un alias muy chic, un antifaz con lentejuelas tornasoladas y una nutrida colección de Ip’s movedizos que borrarán todas mis huellas.
Patrullaje. Eso es lo que me estaba faltando, ahora caigo en la cuenta… Adrenalina pura, misterio, intriga, como en los episodios de Remington Steele pero sin Pierce Brosnan (desafortunadamente…)
Sólo temo, esta vez, llegar tan lejos que la verdad sepultada bajo la mentira destruya la escasa inocencia que queda en mí…

Al don, al don,
Al don Pirulero,
Cada cual, cada cual
Atiende su juego,
Y el que no, el que no
Su castigo ha de pagar…

jueves, 6 de noviembre de 2008

Anochecer de un día agitado

Por una vez decidí hacer oídos sordos al despertador que chilla como un descosido a las 6:30 de la madrugada. Media vuelta y que sean quince minutos más. Pero no hay caso… Signor Pittore es puntual como el té inglés y no es cuestión de que me sorprenda en paños menores con el pelo revuelto y ojeras de trasnochada.
Con el andar cansino del sueño que tarda en disiparse me lavo los dientes, despacito… El espejo me devuelve el reflejo de lo que preferiría ignorar, incluido el granito reciente que asoma a un costado de la nariz desafiando las leyes de la exfoliación y la máscara de pepino que me hace ver como la bruja mala del cuento.
Sospecho que el agua fortalecerá mi aún lastimada autoestima, renovará mis esperanzas, de algún modo me revitalizará. “Pero… ¿qué pasa? Está fría…”
Me seco los pies y emprendo la caminata rumbo al calefón que misteriosamente se ha apagado. “No puede ser… Si yo no lo toqué…” El primer intento resulta fallido, no importa, pruebo otra vez. Ni un click, no hay chispa. De nuevo, a no desanimarse, ahora veo las chispas pero no
enciende el piloto, la perilla está atascada. De nada sirve maldecir al santo protector de los calefones si el desgraciado no coopera. Se hace tarde, el tiempo apremia, se impone la auténtica ducha fría. Claro que no es la primera vez y afortunadamente hace calor…
Hecha una furia emergí del poco reconfortante baño y la emprendí de nuevo con el calefón. “¡Pero la p… que te rep…! ¡No me vas a ganar! ¡Yo soy la que manda en esta casa!”
Pero parece que no lo entendió, o quizá lo disgustó mi actitud y se vengó. La perilla se partió al medio y un trozo respetable de uña de mi dedo pulgar salió despedida como un proyectil. Pasada la fracción de segundo que involucra sorpresa, incredulidad, deseo de volver el tiempo atrás y viajar a la dimensión desconocida, el dolor se adueñó de mi mano que de a poco se iba tiñendo de un rojo brillante y pegajoso.
Madrugar a la fuerza, bañarse con agua fría y perder una uña batallando con el calefón no pueden ser buenos augurios. No, señor.
Limpié los rastros de sangre, consolé al dedo dolorido y salí a la vida, a cambiar de aire, no importa si el colectivo tarda en llegar, si se acabó mi provisión de mentitas ultra fuertes, si tengo examen de Nutrición y olvido por el camino las propiedades de la vitamina E…
A fin de cuentas no importa, siempre se puede estar peor. Y vaya si hoy me he levantado cruzada que la primer persona que me dirige la palabra es nada más ni nada menos que el chico del que estuve enamorada la mitad de mi vida adolescente, que ya no es tan chico y me mira con insistencia como si me reconociera o deseando ser reconocido. Ingrato, nunca reparó en mi existencia y me viene a mirar justo ahora que no tengo tiempo ni ganas, me duele el dedo, estornudo nubes de polvo y sólo ansío disfrutar mi libertad.

-Nosotros nos conocemos…
-¿Eh? Ah, sí, creo que sí… (obvio) De algún baile del colegio, puede ser…
-Vos eras compañera de mi hermana… Araceli.
-Esteee… Cierto (¿cómo se acuerda?) ¿Anda bien Ara?
-Sí, muy bien. Qué lindo encontrarnos, yo vivo acá cerca… ¿vos?
-También.
-Ah… Con tu marido ¿no? ¿Tenés chicos?
-Che… qué bien se te ve, capaz nos cruzamos otro día y te cuento mi historia sin fin… Pero ¿ves? ahí viene el colectivo… Y no tengo chicos. ¡Chau! ¡Que sigas bien!


Al menos me devolvió la sonrisa. Y vaya si me hacía falta…
Por fin anochece y este día turbio va llegando a su fin. Las paredes de mi hogar empiezan a lucir como en las revistas, ya es mío el sommier que me desvelaba y en el que pienso descargar toneladas de energía sexual abrazada a mi cirujano enamorado, el sol se pone a desgano sobre la ciudad acalorada y de a poco empiezo a sentirme “como en casa”.


martes, 4 de noviembre de 2008

Ansietá

Por más vueltas que doy, siempre estoy perdida en el mismo lugar.

Ando transitando una seria crisis de ansiedad con varios frentes simultáneos. Y todo porque emigré de casa con lo puesto, guardando desordenadamente los objetos que encontraba a mi paso en el último instante, mientras los señores de la mudanza envolvían las sillas en frazadas viejas y los vecinos corrían a despedirse como si nos fuéramos a la guerra.
No es así como hay que hacer las cosas, sobre todo si uno aprecia sus cosas y las quiere de vuelta.
Como los juguetes de la gata, su pelota de polar y el ratoncito a cuerda, la mantita en la que solía dormir, el platito para la comida… No me explico cómo olvidé ponerlos a resguardo y de esa forma evitar que la pobrecita se sienta desprotegida, desposeída, una paria entre nubes de polvo y mate frío.
Pero no es eso lo peor. Hay cosas que podrían no tener remedio…
En especial si se trata del cofre de los secretos, ese que guardo bajo siete llaves y voy cambiando de escondite cuando hay luna llena. Tiene forma y color, y sé de unos cuantos que pagarían por echar un vistazo.
Lo guardé entre un mar de sábanas, envuelto cuidadosamente en el interior de la colcha de raso rosa que heredé de mamá. Rosa… como para no recordarla… Pero temo no haber identificado correctamente la caja y que, en esas vueltas del destino, la susodicha vaya a parar al lugar equivocado, a manos equivocadas, y entonces será demasiado tarde para volver el tiempo atrás y esbozar la tímida sonrisa del “yo no fui”.
Imagino consecuencias catastróficas, un viaje a los nueve círculos del Infierno sin retorno ni salida, la oscuridad total, culpa, vergüenza, remordimientos…
Desde ayer no logro pensar en otra cosa. Soy presa de sueños agitados en donde seres anónimos despojados de todo sentimiento, revuelven fotografías, estornudan groseramente sobre las letras de mi pasado, husmean los recuerdos con intenciones malvadas, pienso en chantaje, delación, venganza, celos…
¿Dónde diablos está mi tesoro? ¿Por qué no lo traje conmigo en la bolsa de los mandados? ¿Por qué siempre pero siempre me pasan estas cosas?
Intento autoconvencerme de que nada malo sucederá. En el peor de los casos, la caja irá a parar a manos de H que detesta la colcha rosa casi tanto como yo y sólo por eso es seguro que la dejará intacta, no se animará a desempolvarla por temor a intoxicarse con naftalina, me dirá con voz enojada que vaya a buscarla y “la próxima vez aclará bien que esta caja es tuya”, aunque también es probable que haciendo gala de toda su gentileza opte por devolvérmela sin hacer comentarios. Pero en ese caso… ¿cómo sabré que no sabe lo que no debería saber...? Claro que si supiera actuaría en consecuencia y entonces yo lo sabría… ¿Lo sabría?
Diosssss…. ¡No puedo dormir! La voz de la conciencia grita tan fuerte que me vuelve paranoica. No podría ocurrirme nada peor, mis secretos en manos de cualquiera, un malvado que me verá desnuda, tonta, miserable, patética, se reirá de mis desventuras y sabrá que no soy nada pero nada especial. No me entenderá.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Mi vida con el pintor

“Se la vamo a hacé fácil, usté no se priocupe.”

Esas fueron las palabras que sellaron el acuerdo. Tres semanas que, si los astros se conjugan favorablemente, serán dos y, si el ángel vengador sopla vientos de cambio sobre mi cabeza, quizá se reduzcan a diez
polvorosos días al cabo de los cuales mi bonito departamento lucirá blanco y radiante cual novia camino al altar.
En estos días mi destino está sumergido en polvo y enduido. Respiro polvo, como polvo, visto polvo, peino polvo, barro polvo… De polvo somos y en polvo me estoy convirtiendo.

-Signor Pittore, mire que en la alacena hay galletitas y yerba para el mate, le dejo el termo también...
-Cha gracia, siniora… pero nosocho tomamo mate frío.

¡Ay, mi Dios! ¡Tereré! Sólo eso me faltaba… No es que tenga nada en contra de nuestros hermanos paragüas, pero tereré… ¡Puaj! Habrá que hacer la vista gorda mientras avanza la obra de arte que a este ritmo agotará lo poco que me queda de paciencia.

-Tenga cuidado con las ventanas, mire que se puede escapar la gata.
-Chanquila, siniora, que no se va ir la gatita.

Hago planes para los días que vendrán pero no logro hacerme a la idea, a ninguna idea, estoy vacía de ideas, tan vacía como después de leer ParaTi Colecciones mientras espero mi turno en la peluquería.
Mi hogar que no es “mi” hogar si faltan “mis cosas”, mis libros, mi piano, mis cacerolas, mis apuntes de Política Monetaria… no importa si no los he vuelto a leer en diez años, pero ahora los necesito conmigo, necesito TODO conmigo ¡ya!
Por donde miro sólo hay polvo, las paredes estampadas de pequeños parches blancos, en preparación, esperando la mano del artista que las hará lucir como nuevas.
Paciencia… no es fácil mi vida con el pintor, el primo del pintor, el sobrino del pintor y próximamente el cuñado del pintor. Pero no pierdo las esperanzas, mientras tanto tacho los días en el calendario y barro el piso por inercia.
A veces pienso que mis peores problemas podrían solucionarse con alcohol. Lástima… lo más fuerte que tengo a mano es jugo Clight de mandarina y un cubito de puerros Knorr vencido. ¿Servirá?

domingo, 2 de noviembre de 2008

La vuelta al barrio

Vivíamos en una zona de casa bajas, todas muy diferentes, en ese lugar privilegiado de la ciudad poblado de árboles y pájaros, el estanque de agua verdosa lleno de renacuajos, el puentecito de piedra donde la novia posaba para la foto inolvidable y la calesita.
El calesitero era el clon de Videla, dos gotas de agua, el bigotito, la pose marcial… Vestía un delantal azul oscuro con los bolsillos repletos de caramelos media-hora y administraba la sortija con absoluta inflexibilidad.
Don Secundino hacía la mejor pizza de anchoas que comí en mi vida aunque, por cierto, del
delivery se encargaban las cucarachas que jamás logró erradicar del local. Resultaba pintoresco si se lo miraba con buenos ojos.
Ni siquiera sabíamos los nombres de las calles, era más bien llegar hasta la casa del cactus, seguir por la cortada hasta lo de Don Clemente, doblar en la casa de rejas y así… Y cada esquina era diferente, estaba la que tenía verdín y el que no sabía ese dato se hacía pomada con la bici, la de la fábrica de lana que una noche se incendió y el barrio entero enloqueció de espanto, menos mi papá que dormía como un lirón y no se enteró de nada. Esto me lo contó la nona que esa noche acarreó cientos de baldes temiendo que el fuego llegara a la casa.
El barrio no ha cambiado nada, la gente tampoco.
Tiempo atrás me fui buscando nuevos horizontes, haciendo oídos sordos a los consejos de papá, con la rebeldía de la juventud y el arrojo que me caracteriza. Tenía que vivir mi propia experiencia, darme la cabeza contra todas las paredes y volver cuando llegara el momento.
Y parece que por fin llegó.

viernes, 31 de octubre de 2008

Spirit in the Dark

La noche del Samhain me sorprendió en plena ovulación, sola, sentada en el piso de mi nuevo dormitorio, la agenda Maitena sobre la falda, empeñándome en transcribir los hechos con rigor histórico, obsesiva, porque no quiero olvidar los detalles, las palabras, el vértigo, el fin y el principio.
La gata, que aún no se recupera del fragor de la mudanza, recorre cada rincón descubriendo los olores del nuevo hogar. Está asustada, me mira con ojos agrandados por la sorpresa pero sabe que estoy ahí, confía en mí, de a poco se irá tranquilizando.
Es noche de brujas y no tengo miedo.
Dormiré con la ventana entreabierta mirando las estrellas mientras Aretha Franklin canta en mi oído… “Spirit In The Dark...”

jueves, 30 de octubre de 2008

It's hard to say goodbye

Hace tiempo no río como hace tiempo,
Y eso que yo reía como un jilguero…

El camión llegó puntual.
Cebé mate para los muchachos, mate con medialunas, las últimas medialunas que compraré en la única panadería disponible en varios kilómetros a la redonda…
Llegó el día señalado.
No importa si no tengo a dónde ir porque el signor Pittore solicitó encarecidamente que no lo interrumpa ni lo estorbe, quiere estar a solas en mi recién adquirido departamento para lijar de arriba abajo las benditas paredes, pintarlas de blanco inmaculado como a mí me gusta y soplar para que sequen rápido…
No importa si mi perro del alma, que es como un hijo de sangre, va a parar al pensionado hasta que H por fin disponga de su “casaquinta con inmenso parque”... por unos días nada más, y a él le gusta porque juega con sus amiguitos, especialmente con Gregorio -el basset- que, como es un poco vago, se acuesta de espaldas y se hace el muerto mientras los demás saltan alrededor…
No importa el tremendo jaleo de ir y venir, contar, firmar, certificar, contar de nuevo, volver a firmar, saludarnos todos con besos y abrazos como si fuéramos íntimos, como si no hubiéramos peleado y ofendido, como si hubiera confianza, como si fuéramos gente de palabra, como si verdaderamente deseáramos lo que hacemos, como si tuviéramos opción…
No importa si la casa ha quedado vacía y el eco de mi voz resuena en cada habitación como queriendo quedarse…
No importa si en el último instante lloramos la tristeza de lo que debió ser, la ilusión perdida, el sueño que nos mantuvo unidos hasta descubrir que no era posible, que la vida abría nuevos caminos, cada cual por su lado, queriendo o sin querer, intentando no lastimarnos más…
Ya no importa nada.
Miré los árboles del fondo por última vez, aspiré el aroma reposado del campo cuando despunta el sol, escuché el canto de los pájaros y el llanto ahogado de H que aún no logra asimilar la realidad…
Palpar las paredes de la casa y descubrir que ya no es mi hogar, duele más de lo que esperaba y, sin embargo, no logro arrepentirme.
Es una despedida, nada más.

viernes, 24 de octubre de 2008

Stuff

Si estuviera por irme de viaje consideraría muy seriamente llevar mi bolsito psicodélico, el de color naranja con flores turquesa que combina a la perfección con los anteojos XL que rescaté del free shop justo después de la trifulca aquella con la loca de Migraciones.
Como de costumbre, empezaré a armar la valija con demasiada anticipación, basándome en la
lista de cosas “imprescindibles” cuidadosamente elaborada días atrás y en todo aquello que se me ocurrirá a último momento, desatando una crisis de ansiedad tan innecesaria como inoportuna. Y, porque en estos casos siempre es mejor que sobre y no que falte, iré completando los espacios vacíos con pilas de remeras y bombachas extra, decenas de bombachas que se ventilarán por el mundo, sobrevolarán el Ecuador y retornarán impregnadas de sales oceánicas, oscilando al ritmo de un merengue muy tentador. No faltarán los ítems inservibles, ridículos, privativos de las vacaciones, el pareo animal print de la tía Coca, el sombrero de paja con margaritas de tela y las ojotas con luces intermitentes, esas que te das el gusto de exhibir en aquellos parajes lejanos donde todo está permitido y lo estrambótico es sinónimo de estilo.
Ahhhh… vacaciones…
Hago de cuenta que armo la valija mientras acomodo tazas, libros, sábanas y velas en los innumerables canastos que pueblan el patio de mi casa y parte del comedor.
“Mi” casa que dentro de poco ya no será mía.
Me invade una ola de desolación al mirar los estantes vacíos pero no hay vuelta atrás, no quiero volver atrás.
Subo el volumen de mi flamante Ipod lo suficiente para disipar cualquier rastro de tristeza y sigo, incansable, tachando ítems en la lista, explotando cada tanto las pelotitas del embalaje, pensando dónde colgaré el brasero de cobre de mi tatarabuela y los cuadros de Monet y el llavero con forma de ombú y… y…
Cuántas cosas… Y todas forman parte de mi historia, aún las no elegidas por mí. No sigo, me dan ganas de llorar y no sé dónde están los pañuelos…

martes, 21 de octubre de 2008

Sobre llovido, mojado

Volver a casa apretujada en la combi, un viento de la hostia y encima llueve, al costado de la ruta un abismo de barro y cardos se torna intransitable, lo mismo da haberse olvidado el paraguas, no hay manera de evitar la mojadura que te sepultará bajo las sábanas con un catarro de los mil demonios.
Estás sola, sola y desamparada, el celular inservible en una mano, en la otra un centenar de bolsas empapadas, cara de frustración, de necesitar ayuda con urgencia y no querer admitirlo.

Te refugiás en el portal del country hasta que amaine el temporal considerando que de todos modos, aunque corras más rápido que el pensamiento sin temor al ridículo, tus pies de princesa se hundirán torpemente en todos los charcos hasta llegar a casa.
A nadie parece importar la desgracia ajena. Los vecinos macanudos van y vienen en sus relucientes autos importados, transgrediendo los límites de velocidad, te observan curiosos y siguen de largo, algunos salpican sin querer... "Pero la re p… @(/#&#$"#&@ !!!!"
Te resignás a acomodarte en el silloncito de la sala de espera, podrías pasar allí la noche y no sería tan grave. Sí, sería espantoso pero no querés dar el brazo a torcer.
Tarareás para tus adentros la fuga del Gloria, intentando calentar la garganta y acallar a voz de la conciencia, evitás mirar hacia fuera, mostrar debilidad es inaceptable, indigno.
Y entonces alguien grita con voz cascada: “¡Nena! ¡Queriiiiida! ¿Qué hacés ahí? Subí que te llevo. Te vas a resfriar con esta lluviecita…”
Menos mal que Mrs. Septuagenaria, pese a su miopía galopante, reparó en mi calvario y me rescató. Abrí con cierta dificultad la puerta machucada del Ford inmenso que se empeña en conducir como cuando era una bella muchacha pletórica de juventud y buenos reflejos.
Afortunadamente era un viaje corto, estaba oscuro y nadie nos vio. Parecíamos Thelma y Louise rumbo a lo desconocido, dando tumbos sobre el asfalto mojado y ella tan feliz que me dio pena mostrar descontento.
La vieja es de lo que no hay. Sin duda, ha de sentirse sapo de otro pozo en este country emponzoñado, pero de seguro disfruta a lo grande riéndose en las narices de los simuladores, los ostentosos, los caraduras, los “buenos vecinos”, mientras pasea su digna vejez en un quejumbroso Ford de colección.

domingo, 19 de octubre de 2008

Madre hay una sola

Esa manía inexplicable de las maestras de pensar que mamá, en su día, estaría requetecontenta de recibir una original y colorida artesanía en madera, enteramente lijada y barnizada por su hijita del alma, no importa si la pintura chorrea creando surcos surrealistas en un diseño que obliga a apartar la vista, o si la carpinterita desprovista de criterio desdeña la pizzera, la bandeja para el desayuno y el revistero y elige con un entusiasmo rayano en la demencia… ¡una huevera!
Sí, I do confess… No quiero recordar la cara que puso mamá cuando la vio.

-Ahhh… qué lindo… esteeee… el portamacetas…
-¡Mamá! ¡Es una huevera!
-Ah, sí, sí. ¡Justo lo que necesitaba!

La huevera en cuestión –que me costó un triunfo armar y adornar con figuritas de Sarah Kay espolvoreadas con brillantina- se convirtió finalmente en portamacetas.
Mamá siempre le encontraba destino a las cosas, aún a las más inverosímiles. Como cuando armó el disfraz de florcita para mi hermana y cosió cada pétalo al alambre del batidor de las tortas para que quedaran bien paraditos y al final no quedó otra que regalarle una batidora eléctrica para que los bizcochuelos se inflaran como es debido.
Equipamos la casa con los regalos del Día de la Madre… batidora, plancha, secarropas, freidora… Como si mamá no tuviera más aspiraciones que las de una simple ama de casa que cuida de los suyos, cocina, lava, plancha, mira las telenovelas y chusmea con las vecinas. Como si no tuviera derecho a algo lindo para disfrutar ella sola…
Una sola vez se quejó y dijo que no quería regalo, sólo que la lleváramos a comer a un restaurante. Pensamos con horror que no iba a cocinar más, una verdadera tragedia. Porque resulta inconcebible la idea de una madre que no cocine, aunque fuera Susana Giménez, por lo menos tiene que saber hacer un puré.
Pero, claro, tenía mucha razón. Siempre trabajando, noches sin dormir pegando lentejuelas a los tutús que ahora duermen el sueño de los justos en un placard lleno de naftalina, tomándonos lección la víspera de algún examen especialmente complicado, poniéndonos paños fríos en la frente cuando ardíamos de fiebre, organizando fiestas de cumpleaños, armando la mochila para el campamento… Mamá siempre estaba en todo, era la generosidad personificada. Y no hay regalo en el mundo con el que retribuir tamaño sacrificio, una vida entera dedicada a criarnos, a educarnos en el amor, a hacer de sus hijos personas de bien.
Mamá… Cuánta necesidad tengo de tus consejos sabios, daría cualquier cosa por tenerte a mi lado como antes, que me guíes, que me muestres el camino, que te enojes si hago todo mal, que me enseñes todo lo que una “señorita” debe aprender…
Quisiera algún día ser como vos.

jueves, 16 de octubre de 2008

Una de tantas...

Madame Julie

Música: Enrique Maciel
Letra: Francisco Baldana

Me dijeron que el muchacho
se llegó a la seccional
y entre cabrero y confuso
se lo contó al oficial...

Fui presentado esta mañana
a una dama en Leandro Alem,
de unos cuarenta, oxigenada,
y se llamaba Madame Julié.
Me habló de Grecia y de California
y que era oriunda del gran París,
llevaba encima tapao de armiño
y se hospedaba en el City Brill.

En tren de confidencia, la francesita
me habló de mucha guita para entregar
a un pariente que la fulana
dijo tenía en La Paternal.
Y como se ausentaba urgentemente
a la vecina orilla del Uruguay
no tenía tiempo ya disponible
para llegarse hasta aquel lugar.

No se preocupe, madám, por eso,
yo le suplico; confié en mí.
Ella me dijo : ¿Sin garantía ?
Yo le daría un cinco mil.
Corriendo a casa fui a buscarlos
y muy contento yo se los di,
entonces ella me dio un paquete
que contenía cuarenta mil.

Ya con el paco en mano corrí a mi pieza
y con mucho cuidado lo desaté
pa' qué contarle lo que había adentro,
sólo recortes de diario hallé.
Y una cartita corta muy emotiva
en la que me decía Madám Julié :
que encienda a tiempo los farolitos
cuando la vea por el trocén.


lunes, 13 de octubre de 2008

Cultural

Detesto a la gente que dice “holi”, “holis” y como si fuera poco “¡holisssssssssssss!”. ¿Dónde se vio?
No podemos ni debemos permitir que esta generación de autodenominados floggers, cumbios, chetos, emos, raperos o sencillamente ignorantes, destroce nuestro bello idioma y lo reduzca a códigos ininteligibles, palabras inventadas plagadas de horrores ortográficos y expresiones ridículas que ni dialecto constituyen.
El mal está instalado en la sociedad. Se habla mal, se come mal, se coge mal, se insulta mal, se estafa mal, se quiere mal, se odia mal. Cinco segundos chupando un corcho frente a las cámaras de Tinelli alcanzan para catapultar a la fama al más infeliz, ni hablar si la descerebrada revolea el corpiño desde lo alto del caño o se revuelca en el barro y escupe al jurado.
Criaturas de edad indeterminada posan para la “fotis” como si fueran estrellas de un pornoshow. Cualquiera se cree “modelo”. La pobre mina que pasea su book por agencias de medio pelo en alguna región ignota de este venerable país hasta que un día -si la suerte la acompaña y alguna encamada también- cumple el sueño dorado de ser tapa del catálogo de “Alpargatas Piefeliz”, intentando convencerse de que Valeria Mazza empezó bien de abajo… Y el gato de siete colores que ventila sus atributos en la pasarela improvisada de un boliche de onda, donde el espectador más educadito la observa con lascivia mal disimulada y el de al lado le pellizca el culo para comprobar si es “natural”…
Hay de todo, para todos. El nuevo siglo está contaminado de prioridades equivocadas, falla la educación, fallamos todos.
Por eso seguiré insistiendo, sumando mi granito de arena cada vez que escribo un mensaje de
texto sin obviar una sola vocal, prefiriendo un HOLA contundente al “holis” de los infradotados, no posaré en las fotos, si la moda es pelo lacio pues me haré la permanente, y cuando el mundo entero alucine con las bondades del Wi, calzaré mis zapatillas Flecha e iré a pelotear contra el frontón del viejo y querido Sportivo B.
Podéis iros en paz.
Amén.

viernes, 10 de octubre de 2008

Nunca confíes en un hombre

Hacer bien el amor es tan importante como pelear bien, con amor… mi amor.

Te enojaste, se te subió la tanada, perdiste la chaveta, derrapaste.
Todo por esa cosa de la incomunicación que, muy a pesar tuyo, crea una distancia de años luz, te pone de mal humor, desata las más insólitas especulaciones, te angustia y preocupa, te desespera… y él como si tal cosa.
Pero claaaaaaaro… Los hombres son así, viven al día, no ven más allá de la picadita, el partido del domingo y un buen polvo antes de dormir. SIMPLES, los hombres son animales simples,
predecibles, fáciles de conformar.
No hay que creer lo que dicen, mejor confiar en los espejos, por qué no en las amigas, pero nunca, nunca, ¡nunca! en los hombres.
El hombre medio escupirá comentarios desesperantes sin siquiera tomarse la molestia de observar con detenimiento para emitir una opinión seria y objetiva: “Lindo el vestidito… ¿es negro o marrón?” “Psé… te queda bien, pero te hace un poco gorda, ¿no?” “¿Cuánto te costó?” “Te vas a cagar de frío…” Y cosas por el estilo hasta que al final, reparando milagrosamente en tu cara de descontento, intentará conformarte admitiendo que “el vestido te queda bárbaro”, aunque con un tonito poco convincente que derretirá lo poco que te queda de autoestima.
No es el caso, pero igual, por las dudas, vale la pena aclararlo.
Como siempre, mimos de por medio, tu hombre especial logra de a poco apaciguarte y ya no estás tan encrespada. Pero que sepa, para la próxima, que a la Reina de la Paciencia no conviene tirarle tanto de la soga, no vaya a ser que te ahorque o se rompa y, una vez a la deriva, no te vuelva a encontrar.