domingo, 23 de noviembre de 2008

Nos volveremos a ver

En el plazo estipulado, ni un día más ni uno menos, Signor Pittore ha dado por finalizada la obra maestra y al fin mis bellas paredes lucen espléndidamente luminosas, de un blanco inmaculado y radiante.
Me dio tristeza despedirme, claro que después de tres semanas de asidua convivencia e infinitas rondas de tereré uno empieza a sentirse como en familia, se comparte todo, las llaves, el baño, la heladera... El otro día olvidé las toallas dentro del lavarropas y él personalmente se ocupó de tenderlas al sol, alimentó a la gata que permanecía oculta bajo la mesada vigilando sus movimientos y atendió mis llamadas como la más eficiente de las secretarias.
Pero cuando ya me había acostumbrado a su compañía se aleja, me abandona a mi suerte, no
veré más la huella de sus alpargatas sobre el piso flotante, ni los rodillos colgando de la reja del balcón, aireándose en la brisa nocturna como pequeños peluches esponjosos. Justo ahora que empezaba a dilucidar el guaraní, mi Picasso paraguayo se va cantando la Galopera a los brazos de otro amor, otras paredes lo cobijarán, otros ojos lo mirarán con ternura, otros labios alabarán su arte.
¡Adiós, Signor Pittore! Me ha hecho usted muy feliz, ha pintado mi vida de nuevos colores, me ha devuelto la luz… ¡Nunca, nunca lo olvidaré!

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