Sonó el timbre. Anochecía. Una ráfaga de viento helado se coló por la puerta entreabierta.
Ahí estaba él, mi príncipe azul, con sus ojos claros y la mochilla tan pesada.
-Hace tanto que te espero…
-Sí, disculpame. Quedé atrapado en Panamericana, 5km de cola…
-Estás cansado… Vení, pasá. ¿Tomás un café?
-No, no, gracias. Mostrame dónde está la antena.
Y con esa seguridad de experto en la materia, destornillador en mano, se subió al techo y puso manos a la obra.
Sin vacilaciones sentenció:
-Es la puntera. ¿Alguien estuvo tocando la antena?
-Nooooo, ¿cómo se te ocurre?
¿Qué le voy a decir? ¿Que le pegué una patada y casi queda giratoria?
Al cabo de diez minutos “encontramos la señal”. ¡Yupiiiii!
Con lágrimas de emoción firmé la conformidad.
-Dame tu teléfono así otra vez te llamo directamente.
-No… esteee… yo no soy de acá. Me mandaron de casualidad.
-¡Qué lástima! Sos un divino, me alegraste la semana.
Le estampé un beso fuerte en la mejilla y se fue trastabillando, completamente aturdido y más desorientado que mi pobre antena.
Ahí estaba él, mi príncipe azul, con sus ojos claros y la mochilla tan pesada.
-Hace tanto que te espero…
-Sí, disculpame. Quedé atrapado en Panamericana, 5km de cola…
-Estás cansado… Vení, pasá. ¿Tomás un café?
-No, no, gracias. Mostrame dónde está la antena.
Y con esa seguridad de experto en la materia, destornillador en mano, se subió al techo y puso manos a la obra.
Sin vacilaciones sentenció:
-Es la puntera. ¿Alguien estuvo tocando la antena?
-Nooooo, ¿cómo se te ocurre?
¿Qué le voy a decir? ¿Que le pegué una patada y casi queda giratoria?
Al cabo de diez minutos “encontramos la señal”. ¡Yupiiiii!
Con lágrimas de emoción firmé la conformidad.
-Dame tu teléfono así otra vez te llamo directamente.
-No… esteee… yo no soy de acá. Me mandaron de casualidad.
-¡Qué lástima! Sos un divino, me alegraste la semana.
Le estampé un beso fuerte en la mejilla y se fue trastabillando, completamente aturdido y más desorientado que mi pobre antena.
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