sábado, 22 de marzo de 2008

Dumas, un café y el Actor

Convencida, ansiosa, el paso rápido y un hilo de baba deslizándose por la comisura de los labios… Entré a la librería, no me detuve como otras veces a curiosear las páginas vetustas de cientos de libros que duermen aplastados bajo el polvo sin orden ni consideración. No podía esperar. Mi tesoro estaba allí, sólo restaba cerrar el precio y la colección completa de Dumas (en francés) pasaría a mis manos. Y así fue. Uno por uno, fui embolsando los tomos antiquísimos, ojeando con pasión las páginas amarillentas con olor a moho, la letra tan pequeña y extremadamente rica, esa prosa que es mi éxtasis y me embriaga hasta perderme en los intrincados laberintos de un pasado más feliz.
Seguí mi camino arrastrando la mochila pesadísima, radiante, la sonrisa más ancha del mundo, pisando todas las baldosas flojas de mi San Telmo viejo y querido. Tenía tiempo y pintaba un cafecito en el bar de la esquina, el de las mesas garabateadas, la voz de Nat King Cole escapando por la ventana como un arrullo sereno y nostálgico me invitaba desde lejos… “Unforgettable in every way…”
Me senté en una mesa apartada, lejos de cualquier interferencia, bien dispuesta para la lectura, deseando Dumas, necesitando Dumas…

-¿Me puedo sentar con Ud… “MARIA BONITA”?

Clik… Por un segundo me desconecté, no podía pensar con claridad y entonces… el recuerdo a cañonazos, él seguía parado frente a mí, su pelo negro y las cejas tan espesas, igual después de tanto tiempo… El Actor. Nos reímos, fue una risa cómplice, espontánea y al instante estábamos charlando como viejos amigos.
Y hablamos mucho, un poco reticentes a recordar el pasado que nos cruzó sin querer en un romance fugaz, apasionado, secreto, y nos abandonó luego a la deriva, sin consecuencias ni reclamos ni tristeza. Lo que pasó, pasó. Podría decir que fue mi cuarto de hora con la fama, pero ni siquiera...
Lo recuerdo bien. Nos conocimos en un bar cercano a mi antiguo departamento, cada domingo desayunábamos a la misma hora, leyendo el mismo diario, en mesas distantes, cruzando alguna mirada y un “Hola” ocasional. Yo sabía quién era, lo había visto en televisión y en el cine, pero no podía recordar en qué película y papel.
Un día se sentó a mi mesa.

-¿Cómo te llamás?
-María.
-Para mí serás “MARIA BONITA”.


Y ese fue el comienzo de la historia. Después no volvimos a vernos, hasta hoy.
Compartimos un café, una hermosa charla y nos despedimos con un fuerte abrazo, sin quedar en nada, sin volver la mirada. Tal vez algún día, dentro de otros diez años, volvamos a encontrarnos “de casualidad”. Quién sabe… La pregunta es cómo nos encontrará la vida entonces...