miércoles, 17 de agosto de 2011

Cayeron piedras nomás

Apenas 20 minutos para correr al supermercado sin detenerme a mirar las ofertas ni saludar al verdulero que últimamente me charla de cualquier cosa. Cuestión de agarrar el paraguas -por si llueve- y marchar a todo vapor antes que salgan las criaturas del colegio y las calles del barrio se conviertan en hormiguero.

Corrí (¡volé!) y llegué justo a tiempo para el descuento del aceite Patito, peleé con la chica de la caja que no quiere largar las monedas y salí justo cuando el cielo empezaba a ponerse negro.

“Una nube pasajera…”, pensé. Pero no era sólo oscuridad, se hizo un silencio raro y de pronto un rugido sordo, como una manada de leones cazando de madrugada. Y así, sin aviso, un aluvión de rolitos escupidos desde el cielo que caían en tropel con fuerza endemoniada, como la lluvia de piedras de Belerofonte pero helada. Tormenta apocalíptica, el sol envuelto en tinieblas y un viento que se llevaba hasta los pecados.

No me detuve a pensar demasiado y corrí con las bolsas a cuestas buscando un techo miserable donde guarecerme. Pero fue cuando quise cruzar la calle sin mirar que sucedió lo más temido. Autos en caos trepándose a la vereda , paraguas que pierden su batalla frente al viento y las piedras tallando chichones en mi cabeza de novia... Porque a quién se le ocurre salir a ventilar la peluca cuando se avecina el día del juicio final y del cielo embravecido caen enanos de culo y la piedra más chica es del tamaño de una bergamota. A mí, sí, ¡a mí! porque tenía que ir al Coto a comprar queso mantecoso y patitas de pollo y en la resbalada que me pegué cuando quise esquivar al ordinario ése que me que tiró el auto encima ¡zas! caí sentada en medio de un charco, las bolsas volaron por el aire y las patitas de pollo estaban ahí desparramadas a mi alrededor, confundidas entre el granizo que por momentos caía con más fuerza aún.

Un anónimo me levantó del piso, recogió lo que quedaba de la compra y me empujó solidariamente hacia la vereda de enfrente. Me quedé un ratito sentada en el escalón de un edificio reponiendo fuerzas, a la espera de que cesara el bombardeo de una buena vez. Y reía, sola me reía, un poco de mis desgracias y mucho más de las ajenas. A mí me va a salir un chichón o dos o muchos, pero el desdichado que casi me deja fría la va a pagar muy cara cuando tenga que desabollar el capó.

(Ap. 6:12) Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí que hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.
Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar.
Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?

2 comentarios:

Luciano dijo...

UH! Na, si vamos a creer en la sexcrituras estamos perdidos.

Menta Ligera dijo...

Yo creo que definitivamente estamos perdidos.. Por las dudas, voy dejando piedritas como Hansel y Gretel o dibujitos neo-rupestres para la posteridad.