sábado, 20 de septiembre de 2008

La primavera según Haydn - Parte I

“¡El ensayo general empieza puntual a las 10 en el Cervantes!” tronó la hermana del dire, haciendo pantalla con las manos alrededor de su enorme bocaza. Lo que olvidó mencionar es que se prolongaría por más de seis horas y hubiera estado bueno llevar sanguchitos para acallar los ruiditos del hambre.
En aquella oportunidad, allá por 1995, dábamos vida a la preciosa ópera bufa de Haydn, “Las estaciones”, maravillosamente expresiva, con pasajes de formidable intensidad como “la tormenta” o la escena de la caza. Mi preferida
fue siempre “la primavera”, con ese aire despreocupado y juvenil que Haydn supo imprimir a su obra pisando ya los límites de la ancianidad…
“Sei nun gnädig, milder Himmel!"
Tardé varios minutos en encontrar el camino. Para variar, entré por la puerta equivocada, subí la escalera equivocada y me perdí en los pasillos equivocados para terminar media hora más tarde preguntando al portero cómo diablos se llega a la sala A del corredor B que está del lado del salón C, en el ala D…
“¡Puez claro, joer! Zubiendo la ezcalera, al fondo, la puerta grande, coño.” Gallego caradeojete, la @/$)/%&·(/&$(/&%$... ¿qué culpa tengo yo si no me dan un mapa del laberinto?
A las cansadas, llegué. El maestro S corría de acá para allá con su espasticidad característica
previa al concierto. La sala enorme y luminosa, el aire cargado de vibraciones, las cuerdas afinando, los trompetistas en plena limpieza de lengüetas (sólo rememorarlo me da arcadas… puajjjjj), la soprano con su voz de cristal bien templado vocalizando en soledad, ajena a todo, deslumbrante e inaccesible… y el coro bullicioso parloteando ininterrumpidamente, disputando el lugar más cómodo en las gradas, planeando la comilona post-concierto… ¡felices!
La busqué entre la multitud, no estaba. Qué raro… ella era uno de nuestros principales refuerzos, le pagaban por estar ahí. Me dio tristeza no encontrarla, me sentí tan sola, como perdida.
Nos conocimos días atrás en uno de los últimos ensayos del coro. Lía tenía unos años más que yo, sin ser bonita era dueña de un encanto inusual y una voz increíblemente bien timbrada. Me acomodé a su lado y en la pausa le dije al oído “Quiero cantar con vos”. Me miró asombrada y sonriendo respondió: “Quedate conmigo, cantemos juntas”. Y desde entonces fuimos culo y calzón.

Die Abendglocke hat getönt.
Von oben winkt der helle Stern,
und ladet uns zur sanften Ruh.

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