sábado, 27 de enero de 2007

Los quinotos y los niños


Nides es mi madrina y amiga íntima de mamá. Vivía cerca de casa en un caserón tipo chorizo. El bar de la esquina supo ser punto de encuentro de compadritos y malevos allá por el 1900.

Los cumpleaños de Nides eran famosos. Como buena solterona le sobraban amigos y, para los festejos, la casa explotaba de gente, comida y regalos y el griterío alcanzaba niveles escandalosos. La costumbre estableció que cada invitado debía traer algo de comer. Así se lucían siempre los platos típicos: la empanada gallega de Coca, las bombitas de roquefort de tía Emilia, los keppes de Edith, la focaccia de mamá e infinidad de delicias caseras. 


Pero sin duda el plato más esperado, y sin el cual no había fiesta, eran los quinotos al whisky de Nilda y Ligia. Estas dos reinas de la simpatía -a quienes más tarde tuve oportunidad de conocer mejor y apreciar menos- eran hermanas solteronas de aire aristocrático, de esas que adoran meter las narices en los asuntos ajenos. Pero esa noche sus quinotos eran tan esperados que, gracias a ellos, Nilda y Ligia se convertían en las hadas madrinas  de la fiesta.

Recuerdo un cumpleaños en particular. Tendría yo unos 10 años o menos. Hubo un choque en la esquina que cobró cierta espectacularidad en un barrio donde nunca ocurría nada. Alertados por el estrudendo, los invitados corrieron a la calle abandonando charlas y platos atiborrados de comida. A los chicos nos dejaron adentro y cerraron con llave la puerta del zaguán. Comandados por Lita y Alejandro, los mayores, atacamos la cocina ansiosos de un festín inolvidable. Pero no encontramos nada interesante pese a haber requisado una a una las bandejas, paquetes, cajas y frascos. Hasta que alguien dio con los quinotos. 

- ¿Qué es esto?
- Deja eso, no toques que tiene whisky, dijo Lita. 
- ¿Qué es güisti?

Y ya unas cuantas manitos curiosas se hundían en el líquido espeso, acaramelado y brillante. Al principio no nos gustaron. Pero luego del primero, el sabor dulzón invitaba a más. Y después del cuarto o quinto reíamos a carcajadas con la mirada extraviada. Así nos encontraron, desparramados en el piso de la cocina, la ropa manchada y pegajosa, hablando incoherencias y negándolo todo. Desconcierto general por la pérdida de los ansiados quinotos y lágrimas de rabia asesina en los ojos de Nilda y Ligia.
Nos mandaron a dormir la mona. Nides apaciguaba los ánimos retardando el castigo, pero no pudo impedir que volara algún que otro sopapo. Al año siguiente tomaron la precaución de montar guardia rotativa permanente en la cocina. Parece que los quinotos valían su peso en oro.

No hay comentarios.: