viernes, 29 de junio de 2007

Apariencias

Hay hombres que más que esposa necesitan una madre sustituta que los mime, los organice, les ponga límites, cierre los ojos, los escuche sin quejarse y tenga siempre lista la comida, la ropa planchada y la casa en orden. Si además cumple a la perfección el rol de prostituta en la cama, mucho mejor. Aunque con tantísimo trabajo no siempre es fácil mostrarse complaciente. Entonces el macho elige y como le sobra tiempo libre porque no se ocupa de los chicos, la mucama, la casa, la ropa ni la comida puede darse el lujo de meter en su cama a la primera que se le cruza, llámese gato, fato, amante o amiguita.
A cambio de las trampas el marido (si tiene con qué) suele ofrecer una cierta estabilidad económica, procura mantener la discreción en todo momento a fin de no herir los sentimientos de las personas que paradójicamente “lo quieren” de manera incondicional, sabe ser padre ejemplar y un esposo suficientemente atento a pesar de las circunstancias. Porque en definitiva a todos conviene que el mar esté en calma.
Son muchas las esposas que hacen la vista gorda. Saber y callar. Por muchos motivos. Y algunas también encuentran el momento, el lugar y el candidato y saben muy bien cómo guardar las apariencias mientras disfrutan de su añorada libertad. Porque hasta el marido más atorrante puede ser vilmente engañado con total impunidad y eso no quita que llegue de trabajar y la esposa-madre adorada lo espere con su comidita preferida, velas, champán y ganas de un buen polvo antes de dormir.
Como siempre en esta vida… hay para todos los gustos. Lo importante es la fachada.

lunes, 25 de junio de 2007

Once again


¿Por qué todo vuelve a empezar… siempre?

Cuando ya estaba prácticamente camino al archivo de las cosas que es mejor dejar pasar y olvidar cuanto antes, otra aparición en escena con pedidos de perdón “porque me equivoqué, tenés razón en enojarte, pero te necesito, me hace mucho bien estar con vos”. Y yo sigo sin poder “detenerlo” y “detenerme” y todo es tan intenso y lacerante que me quedo sin aire cada vez que escucho su voz en el teléfono.
Nada en mi vida parece tener punto final. Me sorprendo a mí misma riéndome de los muertos resucitados que aparecen cuando menos lo espero. Pero no, no es gracioso. No es como cuando te encontrás con un viejo conocido en la calle y le espetás el clásico “¡Estás igual!” y sabés que probablemente no lo vuelvas a ver y el recuerdo se borra rápido sin dejar marcas. Mis “muertos” son pesos pesados que vuelven para quedarse, hacen nido, se aferran con uñas y dientes y ahí se quedan y no puedo arrancarlos de mí.
Y ahora otra vez… No puedo creer que todo vuelva a cero. Me sabe completamente vulnerable a sus palabras, incapaz de decidir fríamente como cuando me gano el mango todos los días…
Voy para donde quiera llevarme. Y sabe cómo manejar la situación. Juega bien.

martes, 19 de junio de 2007

Contratos y palabras



Cuántas negociaciones frustradas… Incluida la estafa moral del hijo de p… que planeaba alquilarnos la oficina del piso 15 pero se empacó en arreglarla a su gusto y más tarde descubrió que había invertido “demasiado” en los escasos y poco luminosos 45 metros cuadrados y entonces decidió sin previo aviso aumentar el costo del alquiler con requisitos extra que nos tomaron por sorpresa y obligaron a buscar la “pastilla de los nervios” para después darnos el gusto de mandarlo con total merecimiento a la reconcha de la lora a dos días de la firma del contrato… Tipos como éste, indecisos y mal nacidos, mejor perderlos que encontrarlos.
Ni hablar de los dueños de la actual oficina, a decir de muchos “gente bien”, herederos de una anciana multimillonaria que se arrancaban los ojos al pie del cajón pugnando por las migajas de una cuantiosa fortuna que nadie sabe a ciencia cierta a cuánto ascendía. En medio de innumerables propiedades, campos, cabezas de ganado, títulos y vaya uno a saber qué más… nuestra humilde pero coqueta oficina resultó ser un bien altamente codiciado, a punto tal de desatar cruentas batallas familiares que nos ponían en la mira de apoderados, sobrinos y nietos de…, que a toda costa amenazaban con desalojarnos para repartirse este bocato di cardinale. Menos mal que H se puso firme y espetó: “De acá no nos mueve nadie hasta que finalice el contrato”. Y les cerró la puerta en las narices. Habráse visto tamaño atrevimiento.
Pero como “no hay mal que por bien no venga”, después de tantas idas y vueltas, aquí estamos firmando el contrato de locación de la nueva oficina, esa que tiene balcón terraza y una privilegiada vista al río en pleno corazón de San Telmo. Claro que hay que hacer algunos “arreglitos” previos, algo así como alfombrar, pintar, empapelar y otras cosas menores. Nos va a salir más caro que un hijo bobo pero bue… Todo cuesta en esta vida. Lo que nos sorprendió fue la confianza del dueño que hace unos días, como buen hombre de campo, dijo sin rodeos: “¿De qué sirven los contratos si no se hace honor a la palabra?" Acto seguido, nos entregó la llave para hacer y deshacer a nuestro gusto. Y aquí estamos... firmando, evaluando presupuestos y eligiendo el color de alfombra que a mi gusto debe tener un matiz verde menta.
A ver si arrancamos la segunda mitad del año descorchando un champán en el balcón terraza. Y “¡que sea con salud!” como decía mi abuelo.

domingo, 17 de junio de 2007

Why it took so long...

Me gustan los secretos. Me gustan mucho los secretos.

Si te hace falta quien te trate con amor,
Si no tenés a quien brindar tu corazón,
Si todo vuelve cuando más lo precisás...
Nos veremos otra vez.

- Me había olvidado cómo era…
- ¿Qué cosa?
- Vos y yo… así.

viernes, 15 de junio de 2007

Todo en su lugar

Hoy estoy de buen humor.

Será porque salió el sol y no hay niebla. O tal vez porque la fuga final del Dixit Dominus que hace días me tiene a maltraer, por fin empieza a vislumbrarse clara y precisa. Quizás por la clase de tango de ayer, tangos viejos de bandoneón quejumbroso para bailar a ras del piso. O porque la casa está limpia y en el aire flota ese aroma a vainilla que me embriaga…

Poco a poco todo tiende a acomodarse.
Y sonrío, aunque estés tan lejos.

martes, 12 de junio de 2007

Recreos y chichones

En los colegios de señoritas también corre sangre. Si no, pregúntenle a Jorgelina cuando me vio estrellada contra una columna del patio, la frente partida al medio tiñéndose de rojo y ella, siempre tan valiente y superada, despatarrada en el piso con esa palidez espectral y la Hna. Salvación tratando de resucitarla. Todo ocurrió en segundos. Jugábamos a una mancha nueva, recién inventada, fresquita… y en el fragor de la carrera me estampé de lleno contra la columna sin verla ni presentirla. De golpe el mundo se volvió oscuro y perdí noción de tiempo y espacio. Llamaron una ambulancia y mis padres acudieron asustados previendo una desgracia mayor. A fin de cuentas no fue tan grave, sólo me desangré parcialmente y horas más tarde mi cara exhibía los moretones del caso. También se me partió el labio que después se hinchó del tamaño de una morcilla. Pero eso no fue lo peor. Al día siguiente tomábamos la Primera Comunión y yo estaba completamente desfigurada. Cuando se aseguró de que el accidente no me había dejado hemipléjica, ciega o tarada mental, mamá estalló de bronca, producto de la tensión y el susto, y dijo cosas horribles que nunca podré olvidar. “¡Me vas a matar de un disgusto!”, repetía sin cesar. Porque claro, no era esta la primera vez. El fotógrafo no encontraba ángulo que me favoreciera ni lograra atenuar los bultos violáceos de mi frente. Mamá se retorcía las manos de los nervios y yo me mordía el labio intentando no aparecer en las fotos como la reencarnación femenina de Gatica en décimo round.
Cuando el triste episodio pasó a la historia y ya algo más crecidas optamos por jugar al "quemado" en los recreos, ligué un pelotazo tal en la oreja que el aro se me incrustó como una lanza detrás de la mandíbula. El dolor me paralizó. Porque no puede decirse que Paula fuera precisamente una señorita y sus pelotazos eran bólidos de esos que conviene esquivar o resignarse y sufrir sin patalear. Alguien, no recuerdo bien, me amputó el aro con palabras tranquilizadoras que me devolvieron a la realidad. “No, no te perforó ninguna arteria. Vas a vivir”. Y al día siguiente volvía a la carga, con fuerzas renovadas, a retribuir pelotazos.
Rodar por las escaleras era otro de mis pasatiempos favoritos, con o sin mochila lo mismo daba. A Florencia le gustaba colgarse de los pasamanos del micro a ver quién aguantaba más y si la velocidad nos hacía volar al punto de estirarnos los brazos como si de un potro se tratara, tanto mejor, más emocionante aún. Destrezas tales que nos han puesto en peligro tantas veces… La de retos y castigos que me comí. Algunos ya venían de rebote pero siempre, de alguna manera, eran bien merecidos.

lunes, 11 de junio de 2007

Echoes

And no one sings me lullabies
And no one makes me close my eyes
And so I throw the windows wide
And call to you across the sky



Insomnio.
Desde niña. Desde muy niña…
Cuando pasaba horas mirando los rayitos de luz que se filtraban por las rendijas de la persiana dibujando diamantes sobre la pared. Contaba hasta cien y volvía a empezar, de atrás para adelante, de tres en tres y hasta quinientos ida y vuelta. Hasta que el cansancio me sumía dulcemente en esa nube tibia de sueños que muchas veces deseé fuera real. Sueños de hadas, princesas y conejos suavecitos.
Cuando el vértigo del juego invitaba a desafiar la orden perentoria “¡A dormir que es tarde!” y la hora de cerrar los ojos se dilataba más de la cuenta entre susurros nerviosos y risas contenidas.
Cuando lloraba en silencio las primeras penas de amor y todo era tan amargo y vacío y pensaba que “nunca más…”
Cuando fantaseaba bajo el roce de las sábanas, la piel desnuda y levemente húmeda, el pelo muy largo sobre la almohada, sedienta de caricias, que me besaras y mordieras y dormirme en tus brazos tan fuertes y posesivos. Fantasías de sexo impúdico, extremo. Y tu cuerpo sin rostro sobre el mío, cálido, demandante. Yo siempre necesitando más… y vos queriéndolo todo.
Es madrugada. Ya nada me ayudará a dormir.

miércoles, 6 de junio de 2007

DE MI

Algo está sucediendo
Y tiene que ver conmigo

Trato de comprenderlo
Estoy comprometido.


Es lindo caminar sin rumbo, aspirando hondo para limpiar el alma.
Buenos Aires me sabe a café, pizza y humo de cigarrillo.
Tengo la cabeza vacía. Ni fantasías afloran hoy.

lunes, 4 de junio de 2007

Los candidatos

Cuando tenía más o menos nueve años me enamoré perdidamente de Roberto, el hermano menor de mi primer maestro de música. Mi hermana tomaba clases de piano con la mamá de Roberto, de modo que juntas íbamos a su casa dos o tres veces por semana, yo con mi guitarra y ella con sus polvorientos libros de técnica y digitación.
Roberto era unos meses mayor que yo. Rubio, flaquito, travieso. Me acuerdo como si fuera hoy de su campera azul con una franja roja y otra blanca en la espalda. En los ratos libres me enseñaba a jugar al ajedrez y a veces corríamos carreras en la vereda de enfrente. El corazón me latía a toda velocidad cuando escuchaba su voz: “¡Maaaa… me voy jugar a la pelotaaaa!” Se puede decir que crecimos juntos… o más bien nos vimos crecer. Yo soñaba escapadas románticas con mi “Tom Sawyer” de carne y hueso mientras él sólo pensaba en vagabundear con los amigos. Con Santiago especialmente, ese petiso insufrible que se interponía entre nosotros quebrantando la magia que en realidad sólo anidaba en mi cabeza. Hasta que un día fuimos adolescentes y empezamos a mirarnos con curiosidad. Roberto se volvió muy atractivo con los años, pero lo que ganó en apariencia lo perdió en inteligencia. Fue tan decepcionante... Como esa vez que quiso besarme a la fuerza en el club, tal vez para consolarme porque perdí jugando al tenis, y yo le encajé un cachetazo tal que la mano se me hinchó como una empanada. Nunca más volvimos a hablar. Y nadie más habló del asunto.

Más tarde apareció Leandro, el vecino del primer piso. Una amiga suya llamó a casa para preguntar “si yo quería salir con él”. Y como no supe qué decir, corté. Al rato llamó el interesado. Mamá escuchaba desde la cocina, aguzando el oído. Yo contestaba con monosílabos. No puedo recordar de qué manera quedó establecido que éramos novios. Lo curioso es que nunca pero nunca nos dimos un beso, ni siquiera nos rozamos. Lo nuestro era una relación telefónica. Leandro llamaba todos los días, de lunes a viernes a las tres de la tarde en punto. Yo corría a atender el teléfono y daba rienda suelta a mi ritual monosilábico durante escasos minutos mientras mamá intentaba dilucidar el intríngulis. La cosa duró poco más de un mes hasta que un día Leandro me dijo que no quería salir más conmigo. Me deprimí como si de un divorcio se tratara. Y fue peor cuando al día siguiente lo vi besándose descaradamente con una chica justo enfrente del edificio como si quisiera echarme en cara lo que conmigo no pudo hacer. Afortunadamente lo olvidé pronto.

Con Fernando tampoco funcionó. Era monaguillo y eso fomentó mi repentina vocación religiosa para sorpresa de mis padres que no alcanzaban a comprender esa imperiosa necesidad de ir a misa a cada rato. Pero su indiferencia de adolescente abúlico apagó rápidamente las tímidas fantasías que supe albergar.

Un poco tarde logré darme cuenta que Alejandro era sólo un tipo atractivo, mucho músculo y el cerebro del tamaño de un garbanzo. Pero sólo verlo me producía temblores incontrolables y la incapacidad de articular palabra. Le prestaba todos mis apuntes. Inclusive llegué a hacer exámenes completos por él sin obtener nada a cambio. Nada. Al fin me cayó la manzana en la cabeza y pude verlo tal como era: el rey de los pelotudos. Dios, cuánto tiempo perdido...

Federico era distinto. Profesional independiente, unos años mayor que yo, divertido, inteligente. Lástima que fuera tan indeciso. O tenía las cosas muy claras y no se animaba a decirlo o era un perfecto mamerto de la calidad de uno que yo sé y prefiero no volver a nombrar. Después de muchas idas y vueltas, algún beso a escondidas y promesas que quedarían en el olvido, dijo al pasar que “tenía novia”. Y adiós Pampa mía. Se desmoronó mi ilusión como un castillo de naipes.

Mariano barrió con todos los demás, de un saque. Y lo adoré por eso. Éramos inseparables, como pan con manteca. Pero su peor defecto era esa manía de desaparecer por períodos indeterminados y volver como si nada hubiera pasado, con sonrisa de oreja a oreja y a mí me daban ganas de sacudirlo y gritarle que me hacía sufrir. Una vez me dijo: “Sos mucho para mí”. Y entonces me quedé sola otra vez, con más dudas que antes y miedo de volver a empezar.

¿Cómo puede ser que a mí me toquen todos? ¿Ven que tengo un imán? ¿Ven..?
No… obviamente el problema soy YO.

domingo, 3 de junio de 2007