jueves, 29 de abril de 2010

Haircut

Me fui sacudiendo las miguitas de tostada prendidas en la bufanda. Me fui derechito a la peluquería donde me atiende Mirta, la simpática y dulce Mirta. Me fui ilusionada, decidida y no sé por qué se me ocurrió balbucear que “tal vez más corto”, no sé por qué fui en realidad, sabiendo que mi pelo estaba divino y él, ellos, ellas, todos dijeron “¡no te lo cortes!”

Me corta y no la miro, estoy concentrada en la montaña de revistas chimenteras que me han puesto delante. Me gusta ponerme al día con las cosas importantes, los bochornosos cuernos de Floricienta, la novia de Ricardito que repite por tercera vez consecutiva el mismo vestido en una fiesta, Alé lloriqueando, la Salazar mostrando su dentadura equina en la previa del Bailando y Zulma Lobato que primero se cae del pedestal y ahora de la escalera y termina enyesada en un hospital público pues “la obra social no se hace cargo”.

Mirta corta y lanza mechones a diestra y siniestra, de pronto siento la cabeza liviana y me pica la nariz. Mala señal. Cuando se me da por mirar, es demasiado tarde. Tremendo desastre me ha hecho, un corte de esos que te dan ganas de patalear y andar por la vida con la cabeza envuelta en una bolsa de Coto, quizá hasta degollarte con un cuchillo de carnicero.

-¿Te gusta?

Pero si estaba tan linda… ¡qué rabia! Tragué saliva, respiré despacio y, sin dejar de mirarme al espejo, repetí para mis adentros que la cosa no era tan grave, que ya crecerá otra vez y siempre está el recurso de la planchita o el rodete salvador.

Ahora deshago el camino de vuelta a casa, pobre de mí, y no quiero que me miren, menos que me hablen, lo único que quiero es un sombrero de ala ancha. ¿Cuántos vasos vacíos hasta que logre olvidar este día?

martes, 27 de abril de 2010

Sus ojos se cerraron

Yo sabía que no podía durar. Lo supe en cuanto lo vi, tan flaco, insulso, insignificante, el reemplazo forzoso de aquel otro que supo ser mi compañero fiel y que un día me dejó, ese amargo día se fue para no volver y ya nada fue igual.

Ni siquiera fue bello mientras duró. No hicimos ningún esfuerzo por entendernos. No me decía las cosas que quería escuchar y si hablaba, su voz sonaba tan bajita que no lo escuchaba. Dormía en lugares oscuros, olvidado, ignorado. No me dolió perderlo, no me dolió para nada aunque, de haberlo planeado, seguro no me salía.

Podrán decir que lo maté pero fue tan sólo un piadoso accidente. Se ahogó. En el inodoro. ¡Splash! Y no pude resucitarlo.

Pero como no hay mal que por bien no venga, corrí veloz como el rayo a cambiar el mojado aparatito por uno nuevo, uno mejor, uno que me guste de verdad. Y me entregaron éste, grandote y forzudo, con un vozarrón arrabalero que me hace suspirar como una quinceañera enamorada.

Se llama Ringo, es negro y pesa lo suficiente para hacerse notar. Nada de camaritas, ni emepetré ni bulutut… Eso es para las nuevas generaciones que no conocen el Winco, los cospeles, los marcadores Sylvapen o al inspector Gadget. A mí no me vengan con modernidades que no hacen sino atentar contra la verdadera comunicación, la inteligente. Para eso me quedo con mi ladrillito que tiene lo que hay que tener. Y se finí.

sábado, 17 de abril de 2010

El oro y el barro

No soy de esas personas que se despiertan “lindas” y lo peor es que me lo han dicho. Con el correr de las horas la cosa va mejorando, pero el despertar es escalofriante como un relato de Lovecraft.

Una chica que conocí hace tiempo decía: “Como ya no soy virgen de nada, lo único valioso y original que puedo ofrecerle al hombre que me quiera como esposa, es DORMIR con él y DESPERTARME con él en la mañana. ESO no se lo he dado a nadie.”
Y ahora caigo en la cuenta que no lo decía por mera mojigatería sino como prueba contundente del amor declarado por el Fulano, porque “para toda la vida” es también despertarse c-a-d-a día con el horror en la almohada vecina, y de eso hay que estar muy seguro.

Como sea, algo bueno he de tener pues los hombres testigos de mi despertar no se han arrepentido del todo y eso que no siempre alcanzo a manotear la careta. Pero algo de cierto hay en eso de elegir con quién dormir y despertarse, una especie de entrega, quizá el más alto grado de confianza exceptuando compartir la cuenta bancaria y la clave del e-mail.

Cosas buenas de dormir conmigo:
-No ronco.
-Sólo me despierto sonámbula algunas noches.
-Tengo el sueño liviano (¿esto es bueno o malo?)
-Ocupo poco lugar.

Cosas malas de dormir conmigo:
-Doy vueltas en la cama… casi todo el tiempo.
-En ocasiones, hablo en sueños.
-Se me enfrían los pies.
-Tengo miedo a la oscuridad.
-No soy la misma cuando despierto pero me parezco mucho después de un baño caliente.

Esta mañana, por ejemplo, aún después de largas horas de un sueño reparador y sin sobresaltos, con la gata enroscada a mis pies y más almohadas de las que podría necesitar, supe de las ojeras y el labio hinchado mucho antes de mirarme al espejo. Resignación… y más maquillaje.

Como si fuera poco, parece que hoy estreno número en la balanza. Pero afortunadamente esta vez no hay testigos.

jueves, 15 de abril de 2010

Morir de amor

Destroy what you want in your passion, except my dress !

Me duele la espalda, me duele bastante, justo ahí donde está el huesito ése, el que a él le gusta. Y es que, cuando la pasión se desborda, pareciera que la sensibilidad se concentra en aquellos “lugares importantes” y abandona el resto del cuerpo, como una mala madre, y uno se golpea, resbala, se tuerce y retuerce pero no hay dolor ni queja, nada que estropee el maravilloso y mágico momento.

Yo: ¡Un día me vas a dejar seca! No sé qué harás entonces…
AC: Me rajo por la ventana, obvio.
Yo: Siempre tan solidario…
AC: ¡Ay, cómo te quiero!

El moretón se va coloreando lentamente y me pregunto si se pondrá amarillo
y verde y violeta como cuando aprendía a andar en bicicleta y volvía a casa con las rodillas hechas puré. Fue peor la vez que, sin querer, estampé la cabeza contra el mármol de la mesita de luz y casi VEO la luz, literalmente. Mi rey de corazones me acarició el pelo murmurando “Ya está, no pasó nada” y yo le creí y después vinieron nuevos y fabulosos orgasmos y el chichón no floreció sino hasta el día siguiente.

Con los espejos la cosa se pone realmente peligrosa. No sólo porque, de partirse en mil pedazos, corre uno el riesgo de desangrarse como un solomillo jugoso; más bien por los siete años de desventuras que, dudo mucho, pueda neutralizar con mi botellita de alcanfor y el aura de colores que me enseñó a conjurar Madame Aliza.

Esto es lo que yo llamo MORIR DE AMOR. Accidentes tontos, impensados, inconscientes, que hoy me dejan la espalda machucada y mañana, no sé. Si un día me encuentran como a Norita, fría y entumecida, con la sonrisa en los labios y su perfume prendido en mi pelo, sabrán cómo ha sido y no lo culparán, aunque se raje por la ventana como él dice. Yo haría lo mismo.

domingo, 4 de abril de 2010

Sábado de Gloria

Desde la más tierna infancia guardo el recuerdo de la inusual CEREMONIA DEL FUEGO que tenía lugar en el atrio de la Parroquia, la noche del Sábado Santo.

Los fieles –incluido mi tío que sólo pisaba la iglesia para la misa de Pascua- se reunían en la puerta del templo antes de dar las nueve, portando todos una vela blanca. En el centro del atrio se elevaba una montaña de leños que los boy scouts rociaban con algo que olía a nafta o kerosén, al tiempo que obligaban a la multitud a respetar una prudencial distancia. Generalmente hacía frío y la luz de la luna invitaba tanto al romanticismo furtivo como al cotilleo de vecinas que aprovechan los festejos para ventilar los trapos sucios.

Cuando el público alcanzaba la dimensión esperada, el cura párroco emergía “de algún lado” enarbolando el tradicional cirio pascual, acompañado de un séquito de diáconos y monaguillos que, según su jerarquía y antigüedad, portaban incensarios o campanitas. Un silencio de tumba custodiaba la marcha del cirio hacia el centro del atrio.

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…” Así daba inicio el ritual que, por sus connotaciones, algunos han tildado de sectario aunque para los fanáticos amantes del género (y me incluyo) resulta simplemente fascinante. El fuego como símbolo de la presencia de Dios, la zarza ardiente, fuego en el desierto, fuego en el altar del templo de Jerusalén. Estábamos reunidos para festejar la resurrección de Cristo pero muy especialmente para presenciar el espectáculo del fuego… que nadie se mande la parte ¿eh?

Por eso, tras escuchar pacientemente la lectura de las sagradas escrituras, los corazones palpitaban de emoción y las miradas se elevaban, no precisamente al cielo sino hacia la torre del campanario desde la cual pendía un hilo grueso que descendía en línea recta hasta el centro de la pira.

El cura pronunciaba las palabras de rigor y, como si se tratara de coordenadas bélicas, alguien daba la señal y, en lo alto de la torre, se encendía de pronto una luz titilante, casi una estrella pequeñita que oscilaba en la brisa nocturna. Y así, ahogando el grito en una inspiración profunda, veíamos precipitarse a lo largo del hilo la llama que caía en picada sobre la pira con un estruendo de la gran siete. La enorme fogata iluminaba con calor ardiente el rostro de los feligreses que batían palmas y aullaban de júbilo.

El cura encendía el cirio en el gran fuego y luego, uno a uno, encendíamos las velas. “Esta es la luz de Criiiiisto…” A capella, entonábamos la bella melodía mientras avanzábamos a través de la nave principal, sólo iluminada por la luz tenue de las velas. La oscuridad del templo simboliza las tinieblas del sepulcro, mientras que la luz del cirio representa a Cristo resucitado.

El resto de la ceremonia es similar en todas las parroquias, excepto porque aquí la magnificencia
del órgano y el vuelo de las campanas acompañan el rezo del Gloria, un momento sublime que, de sólo evocarlo, se me pone la piel de gallina. La misa es larga y protocolar como pocas pero, con el último amén, corremos a brindar con vino dulce y palmeritas que año tras año provee gratuitamente la panadería del barrio.

Un verdadero festejo, porque así debe ser. ¡Felices Pascuas para todos!

viernes, 2 de abril de 2010

Cosecharás tu siembra

Tenía que resucitar Jesucristo para retomar, al son de las campanas celestiales, mis viejos -mas nunca olvidados- hábitos jardineriles. Y es que estos días soleados, que combinan el ocio con el estudio interrumpido de las partes requetedifíciles del Requiem Alemán, se prestan para rastrillar la tierra y limpiarla de yuyos y, lo que es aún mejor, recolectar los frutos que uno no imagina tan sabrosos hasta que la tentación obliga a hincar el diente y el jugo delicioso y fresco resbala por las comisuras pidiendo otro mordisco y otro más.

No hay nada como los tomatitos maduros recién cosechados, basta con enjuagarlos bajo el chorro
de la manguera y el sabor inigualable y rojo de la pulpa se deshace contra el paladar en una mezcla de sensaciones que muchos ni siquiera conocen.

Ajíes de diversas formas y colores, radicheta, rúcula, albahaca, chauchas, romero, puerro, espinaca y pepinos. Nadie me advirtió acerca de la plaga de los pepinos que se reproducen como langostas
y alcanzan tamaños… aterradores. De las berenjenas ni noticia, hasta ahora es lo único que ha fallado pues hasta los alcauciles maduraron, dieron flor y finalmente se transformaron en una suerte de pompón áspero de tonalidad amarillenta que, según dicen, almacena las semillas para la próxima siembra.

Los frutales prometen kiwis, membrillos, peras y manzanas en cantidad. Los higos se doran bajo el sol de la tarde, pero hete aquí que los más panzones y dulces son atacados por unos insectos rojizos provistos de larguísimas antenas, peligrosamente parecidos a las cucarachas que tanto temo. Los invasores se deslizan de un lado a otro de la higuera y rápidamente consumen el fruto, manteniendo a raya a las abejas y a mí que este verano no podré preparar mi famoso dulce de higos.

Ahora entiendo cuán gratificante ha de resultar la cosecha para quien ha sembrado y cuidado su tierra. Apreciar el color, la textura y el sabor auténtico de los alimentos es ciertamente una novedad en los tiempos que corren, un poco como volver a la época de nuestros abuelos que criaban gallinas y plantaban escarola en macetas y dormían la siesta bajo la sombra del parral cargado de uva chinche.

Economía primaria… No envidio a las futuras generaciones, quién
sabe hacia qué evolucionarán con tanto transgénico dando vueltas por ahí. ¡Y después dicen que ser vegetariano es sano! Comer mi-la-ne-si-tas de soja no es más sano que engullirse un pollo inflado de hormonas, o ese bacalao impostor que algunos ofertan a precios insólitos y no es más que un pellejo acartonado con gusto a sal.

Por eso celebro la oportunidad cada vez más codiciada de hundir las manos en la tierra, regar los surcos y plantar con amor las semillas que mañana serán frutos y honrarán mi mesa. Aunque sólo fuera por esto, dejaré de quejarme por un rato y mostraré sincera gratitud mientras saboreo una de esas rechonchas y dulcísimas granadas.