domingo, 25 de marzo de 2007

Setenta balcones y ninguna flor

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...
¡Setenta balcones y ninguna flor!

Porque me conmovió.
Porque alegró mi día.
Porque era lo que esperaba.
Porque tenemos mucho en común.
Porque se lo merece.

jueves, 22 de marzo de 2007

POLA


A lo largo de casi cuarenta años, desde 1950, miles de chicas desfilaron por el aula de música de la Srta. Pola. El piano, ya completamente desvencijado, tocaba solo la marcha de San Lorenzo.
Pola era hija de un prestigioso cantante de ópera. Nunca se casó y hasta el último día conservó ese aire de majestad que le era tan propio. Una mujer con clase. Y no era ninguna vieja tarada. Ella sabía bien lo difícil que resultaba descubrir un talento entre tanta pendeja mediocre y, claro, no se hacía ilusiones. Como encontrar una aguja en un pajar. Por eso sus clases no destacaban en originalidad ni exigencia. Le importaba un joraca si vocalizábamos bien o mal, mientras no le pifiáramos al Himno…
Una sola vez la vi realmente entusiasmada con una obrita del repertorio nacional que decía “No me tiren con la tapa de la olla, porque se abolla, porque se abolla…” Estaba obsesionada con la afinación de los agudos. Nos tuvo un año entero ensayando a tres voces “la olla que se abolla”, hasta que consideró que sonaba bastante decente.
Yo la admiraba en silencio.
Cuando supo que había iniciado estudios serios de música, empezó a mirarme de otro modo. Diría que con respeto. Un día me llamó aparte y, sin decir nada, se sentó al piano a tocar fragmentos de las Polonesas de Chopin y me pidió que individualizara las secciones (ABA). Es un ejercicio que siempre me gustó. Creo que lo hice bien porque me premió con un pedacito de la Marcha Turca de Mozart y un nocturno de Beethoven. Y desde ese día Pola se convirtió en mi madrina musical. Quería saber qué obras estudiaba, quiénes eran mis profesores en el Conservatorio, en qué coro cantaba… en fin, ella quería estar al tanto de todo. Estaba bueno porque además me regalaba entradas para conciertos y gracias a ella pisé el Colón por primera vez.
También conocí al padre de Pola. Si ella estaba entrada en años, él era un fósil. Pese a todo conservaba un vozarrón potente y lo demostró en los primeros compases del Tuba Mirum. Me miró de arriba abajo y dijo: “Seguime”. Y empezó con las vocalizaciones, cada vez más agudo hasta que vio que se me anquilosaba la garganta. “Muy bien, muy bien. Falta técnica, pero está muy bien”. Después tomamos té con bizcochitos mientras desempolvaba fotos de cuando cantaba como solista en el Colón y contaba cientos de anécdotas maravillosas con olor a humedad y gloria.
Una auténtica familia de artistas.
Según se comentaba por ahí, Pola había sido una renombrada concertista en sus años mozos. El piano del colegio no la ayudaba, pero yo veía cómo sus dedos bailaban sobre el teclado con agilidad y destreza.
Me siento tan orgullosa de haber sido su alumna predilecta que hoy no puedo obviar este pequeño y humilde homenaje.
¡Gracias, Pola, por descubrir y fomentar mi vocación!

lunes, 19 de marzo de 2007

Los hombres y sus miserias



Podría caer en los lugares comunes y decir que me seduce la mirada, los modales de buen caballero, la sonrisa, una charla inteligente…
Sí, todo eso me gusta y mucho. ¿A quién no? También podría decir que el tamaño no importa. ¡Qué va! ¿A quién queremos engañar? No es lo mismo un chisito que un termo Lumilagro...
Pero a la hora de elegir un hombre no hay que restarle importancia a aquellas cosas intolerables que te cierran el estómago y te hacen huir desesperada, arrepentida y con ganas de cosértela. Como descubrir que coge como un toro pero también transpira como tal y no hay au de parfum que pueda con él.
O que el domingo a la tarde cuando podrían pasear de la mano mirando el río, haciéndose mimitos y proyectando cosas lindas, te dice “Abrime otra cerveza, mi negra, que está por empezar el segundo tiempo” y lo ves despatarrado en el sillón del living, con la picadita a medio terminar, el cenicero desbordado y la tele a todo lo que da transmitiendo el imperdible “Olimpo-Platense”…
Los calzoncillos sucios son causal de divorcio. Onda que le armás el bolsito con la prueba del delito incluida y le decís: “Mi amor, volvé con tu mamá que es incondicional y te quiere así como sos”.
Otra cosa insoportable son los pelos en la bañadera y ni hablar cuando quedan adheridos al toallón. Si a nosotras se nos cayeran toneladas de pelos como a ellos, no necesitaríamos depilarnos… ¡NUNCA!
También hay desatenciones irreparables como cuando olvidan fechas clave, tienen mal aliento, no bajan la tapa del inodoro y encima mojan donde no deben, o simplemente no se dan por aludidos ante el femenino reclamo “Amor, mirá que esta noche le dejo los chicos a mi mamá”. “Ah, bárbaro. Lo invité a Carlitos a cenar. Preparate algo rico”.
Está el hombre superado al que no le importa el qué dirán y ni se toma la molestia de mirarse al espejo para comprobar que está absolutamente impresentable, el langa de los ochenta que cree que la campera de jean y corderito es lo más y el que anda por la vida con el escarbadientes de Minguito hurgando en las profundidades para sacar la hilachita de asado del día anterior que no lo deja dormir.
Y cuidado si les decís algo. Son capaces de ofenderse, pobres seres incomprendidos. Por eso, mucho cuidado. A no dejarse engañar y si, pese a todo seguís adelante, hacé honor al dicho “Si te gusta el durazno, bancate la pelusa”.
Anyway… al final a mí un hombre me compra con After Eights, vacaciones en una playa paradisíaca y un buen polvo antes de dormir. Lo demás es negociable.

miércoles, 14 de marzo de 2007

DE VUELTA

El retorno siempre es complicado.
Lo primero que hice después de una semana de caipirinhas con sabor a vacaciones descontroladas, fue preparar unos ricos mates. No hay como el olor a yerba mate para sentirse otra vez en casa. Obvio que a las cuatro y media de la mañana, en ayunas, después de un vuelo largo y cansador, no resultó la mejor opción.
Volver… Cómo cuesta.
Tengo pila de trabajo atrasado y no sé por dónde empezar.
El perro también volvió del pensionado, “el jardín” como le decimos cariñosamente. Pensé que se me iba a tirar encima y a lamerme de arriba a abajo como es habitual luego de nuestras separaciones. Ni me miró. Corrió derechito a pelearse con la gata y a marcar territorio.
Por suerte no se incendió la casa. Días atrás estalló literalmente la central eléctrica de la casa de al lado y tuvimos desfile de bomberos, matafuegos y corrió algún que otro Valium para calmar los ánimos alterados. Afortunadamente no pasó a mayores y muchos siguen creyendo que esa noche al vecino se le ocurrió por algún motivo desconocido lanzar a la atmósfera coloridos y potentes fuegos artificiales.
Se me da por mirar con nostalgia los granitos de arena que quedaron en el fondo de la valija. Se terminaron las vacaciones. Y sospecho que este va a ser un año agitado.

viernes, 9 de marzo de 2007

O Brasil do meu amor

Não pense que meu coração é de papel.


La arena me quema los pies pero la sensación es relajante. Es lindo caminar en la arena. Y mojarse con la espuma de ese mar turquesa, tibio.
Tengo una fuerte sensación de extrañar cosas.
Creo que ya es hora de volver.

martes, 6 de marzo de 2007

Chuva na praia

Es increíble como de pronto el cielo azul impecable se convierte en una única y amenazadora nube arrepollada, y en cuestión de segundos: el diluvio universal. Cuando a duras penas hemos logrado reunir nuestros petates para huir en desbandada… ¡el milagro! La nube desaparece como por arte de magia y el sol arde con renovada intensidad. Este fenómeno se repite a diario, dicen. Y ya lo estoy comprobando.


La historia del día es que, caminando por la arena húmeda como me recomendaron para fortalecer mi paz mental y aclarar las ideas, sin querer porque no lo vi, pisé un cangrejo que probablemente tampoco me vio y no tenía intención de quedar atrapado bajo mi pie.


¡Ay, qué dolor! Susto e incredulidad al ver esa cosa amarilla regordeta apretándome fuerte. Lo revoleé de una patada. No fue mi intención hacerle más daño del que él me hizo. En realidad, fue más por susto que por venganza. Sucedió todo tan rápido que decenas de turistas imbéciles corrieron sin aliento con la cámara digital siempre lista para inmortalizar el recuerdo y llegaron tarde.
-Hey, look at this! It’s a crab!
Y sí, nabo. Una cacerola no es. YO lo pisé, es mío. Pero me empujaron y ya se estaban sacando fotos con el pobre cangrejito. Uno llamó a la esposa y se acostaron los dos en la arena poniendo cara de “en el nuevo continente descubrimos un cangrejo”, después vinieron otros y como el bichito asustado quería escapar trataban de dirigirlo con un palito y me pareció que lo lastimaban. No pude impedirlo. Al final H se lo llevó lejos y lo puso a salvo pese a las protestas de toda esa banda de ignorantes que porque vienen de vacaciones a la tierra de los sudacas creen que tienen derechos de explotación sobre cualquier cosa que les parezca exótica.

Encontramos también aguas vivas de colores que parecen profilácticos usados.
Y rescatamos a un calamar bebé que estaba perdido en la playa.

lunes, 5 de marzo de 2007

Acontece

Acabo de tener un sueño ultra erótico y me desperté en el momento preciso. Sospecho que ya no podré volver a dormir.

El calor me tiene mal. Por la ventana se ve la piscina iluminada, un retazo de mar que se confunde con el cielo y enormes palmeras de un verde oscuro y lustroso. Me gustan las palmeras. Y también las plantas tropicales de hojas grandes, húmedas. Se respira humedad.
Hoy una señora me acosó en la playa queriendo hacerme probar las bondades de la baba de caracol. “No, obrigada”, pero ella insistía gesticulando ridículamente. A toda costa quería embadurnarme la cara con esa pasta asquerosa y a mí se acababa la paciencia y la cordialidad de turista ingenua. Gracias a Dios se dio por vencida. Pero me puteó en dialecto africano y probablemente me haya echado un gualicho.
Me parece que me voy a castigar con esa botellita de ron que vi en el frigobar. Si tengo suerte, en un rato estaré otra vez en los brazos de Morfeo.

viernes, 2 de marzo de 2007

Primer día de clases


En mis años de estudiante estaban de moda unas cartucheras conocidas como "canoplas", rígidas, munidas de compartimentos secretos y cierres imantados. Mamá no quería saber nada con ellas porque eran muy caras y "se iban a romper". Inútil insistir. Cartuchera de tela escocesa y no se hable más.

El recuerdo de mi primer día en el colegio de monjas donde pasaría el resto de mi infancia y adolescencia, es una mañana nublada en un patio lleno de chicas uniformadas, mamá sonriendo vencedora, el himno nacional susurrado entre bostezos y un dolor nuevo y punzante de “me han encerrado aquí para siempre”. A la jornada de estudio se sumaba el comedor y una tarde interminable hasta volver a casa.

Ya sabía leer y escribir antes de empezar primer grado. Aprendí con el libro Upa y porque mamá consideraba que era demasiado activa para mi edad y un poco de tarea me mantendría ocupada y alejada de las habituales travesuras. 


De primer grado no me acuerdo mucho. Pero en segundo teníamos a la Hna. Resignación que nos obligaba a calcar. Por ese entonces mi vida estaba envuelta en papel de calcar. Una vez me retó porque calqué un mapa de la Argentina y me olvidé la provincia de Tucumán. Nos trataba mal la Hna. Resignación, como si hubiéramos nacido para cagarle la vida.

Al principio, las monjas me daban miedo.

La Hna. Asunta gritaba tan fuerte con esa voz de trueno que nadie osaba mirarla a los ojos. La Hna. Antonia chistaba desde lugares insospechados si alguien se atrevía a arrancar una mísera flor de sus codiciados canteros. La Hna. Rita que estaba un poco pirada, repartía estampitas en los corredores y organizaba colectas de boletos capicúa para cambiarlos por sillas de ruedas. De la Hna. Teresita, devenida en bondadosa viejita achacosa que no pasaba del metro veinte y por las tardes se sentaba a tejer pilas de escarpines para los huerfanitos, decían que había sido una severa profesora de historia y que las alumnas temblaban de sólo verla abrir la puerta del aula.

La más amorfa era la Hna. Hermelinda, la portera. Ya era vieja cuando empecé el colegio. Una vez se accidentó y le enyesaron un brazo dejándoselo extendido hacia delante, el codo doblado a la altura de la cara. Una posición no tan incómoda para ella como para quienes tenían la desgracia de toparse en su camino y ser literalmente noqueados con su violento revés.

La Hna. Salvación de los Pobres atendía el comedor y nos daba la merienda. Una vez me intoxiqué con unas medialunas de grasa que alguien (el anticristo) había donado al colegio. Tuvieron que darme dos inyecciones. También me hacía mal el mate cocido, de modo que mamá tuvo que pedir explícitamente que no me obligaran a tomarlo. Fue peor el remedio que la enfermedad porque la Hna. Salvación se plantaba a mi lado con una taza de leche hirviendo con nata y no me dejaba tranquila “hasta ver el fondo”.

Estaba bueno pasar la tarde en el colegio. Te enterabas de… “cosas”.