lunes, 31 de diciembre de 2007

Felice anno nuovo

Quisiera tener la gran bola de cristal para saber dónde voy a estar parada el 31 de diciembre del año próximo… si logro salir de éste, claro. Un cierre bastante bravo, a juzgar por la peleíta de anoche que me dejó llorando a moco tendido después de estrellar contra la heladera el vaso de whisky lleno hasta la mitad, ese con el borde de plata horrendo, el último sobreviviente del juego que nos regaló mi suegra para el casamiento. Y bueno… no hay mal que por bien no venga, ahora tengo la excusa perfecta para renovar parte de la vajilla. Los tazones de café con leche, también. No sé, a veces se me da por arrojar cosas… Después de todo es mejor romper los platos que terminar hecha una ameba con sobredosis de Clonazepam.
Por lo pronto disfruto las últimas horas de este año agitado nadando como la Sirenita con mi flota-flota amarillo, intentando como siempre ponerle una sonrisa a esta vida cruel que a veces se ensaña con uno y, por si fuera poco, nos regala un calor mortífero que derrite hasta los buenos deseos.
Preveo un año de grandes cambios, buenos o malos… no lo sé. Aunque dicen por ahí que siempre “the best is yet to come…” Eso espero.
¡Feliz año nuevo! ¡Salute!

jueves, 27 de diciembre de 2007

El balance que no quiero hacer

No había pensado mucho en eso hasta hoy. No es que me desviva por hacerlo, más bien todo lo contrario… Pero sin querer, sin intención, fue quizá la palabra justa en el momento equivocado la que movió aquel resorte atascado y mi cabeza empezó a dar marcha atrás y resultó imparable y de pronto todo se volvió oscuro, triste y un poco confuso.
Y no es que haya sido un mal año. Es el hecho simple y conciso de sopesar lo hecho, lo omitido, lo postergado, lo deseado, lo obligado, lo inevitable, lo imprevisto…
No me gustan los balances de fin de año. Se me hace un nudo en la garganta cuando veo pasar el desfile de errores, fracasos y metidas de pata que son mi especialidad, saber que perdí un tiempo precioso en cosas sin importancia, que alguien ha sufrido por mi culpa y es tarde para volver atrás y reparar la falta… y lo peor, la realidad que se planta ante mi cara y me obliga a mirarla de frente y admitir que es hora de tomar una decisión.
Elegir.
Esta vez no me siento perdida, encontré mi lado del camino, el problema es cómo llegar.
Se me dio por revisar las anotaciones exhaustivas de mi diario, el que ahora se convirtió en elemento incriminatorio y sueño con jueces y órdenes de allanamiento y el diario cayendo inesperadamente en las manos burdas de un policía gordo y maloliente que ultraja las páginas en busca de material morboso y me mira con suspicacia, la sonrisa ladeada… “Acá está lo que buscábamos” Sí, todo está ahí. Le prendería fuego si no supiera que más temprano que tarde volveré a rebuscar en mi pasado aquellas cosas que tuvieron su momento y lugar, que me hicieron feliz, que dejaron su marca, que no puedo ni quiero olvidar.
Como pisar la arena calentita de una playa paradisíaca y soñar que se detiene el tiempo y estoy donde quiero estar… Saber que hay alguien que confía en mí y yo en él, que es mi cable a tierra, mi Alcoyana… O escuchar en tu voz las palabras mágicas que me llenan y me elevan y me hacen pensar que tal vez merezco un futuro mejor…
Tantas cosas giran en mi cabeza que me quedo sin habla por un rato largo, me vuelvo incoherente y no logro explicar qué me pasa. Y él está allí, a mi lado, abrazándome, intentando contenerme y comprender… Y yo sólo pienso cuánto lo quiero y lo necesito.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Navidad

Después de atravesar apasionados períodos de obsesión en busca del regalo prometido, a sabiendas que los precios están por las nubes y no hay happy hour capaz de motivar el escaso consumismo que alienta nuestro paseo forzado por el shopping a las tres menos cuarto de la mañana, Navidad nos sorprende otra vez con la misma escena que se repite año tras año: la abuela ataviada con su delantal alusivo controlando que no falte ningún tenedor y “¡a la mesa que el pollo se enfría!”; la tía que estrena un top demasiado escotado mendigando elogios por los implantes que le quedaron para el orto, aunque ella se siente Alfano y hay que apoyarla, pobre; los niños alborotados que no cesan de preguntar a cada instante “¿Cuánto falta para las doce?” mientras escudriñan el cielo en busca de algún reno perdido; el padrino que, para variar, arrastra la borrachera de toda una semana de alegres despedidas y le sigue dando a lo que venga; y los primos "tiracuetes", esos que con el último bocado a medio masticar, corren a organizar el tupido arsenal de bombas y cañitas “para que tengan los de la esquina”. En fin… ¡la familia unida!
Es lindo sentarse a la mesa todos juntos para atiborrarse de pavo, lechón, vitel toné y la infaltable ensalada rusa que esta vez es pura papa y arveja. Hay que darse el gusto y reventar de una buena vez. Todos hablan al mismo tiempo intentando hacerse oír por sobre el griterío infantil y, en medio del batifondo, alguien pronuncia la conocida y poco efectiva advertencia: “Papá Noel está mirando desde el cielo…” Y seguimos comiendo como si nada.
La sobremesa se tiñe de chusmerío e impaciencia. Y como siempre, la nota de gracia… El abuelo se levanta con decisión, avanza hacia la cocina, desaparece durante escasos segundos creando expectativa y regresa munido del viejo y querido ¡cascanueces! Y no conforme con llenar la mesa de cáscaras y astillas en una masacre despiadada que pone a la abuela los pelos de punta, impone el consabido desafío: hay que romper las nueces a lo macho, un golpe de puño fuerte y firme sobre el dedo índice apoyado en la nuez y las esquirlas vuelan por los aires en todas direcciones, la tía se protege el escote no vaya a ser cosa que le desinflen las siliconas recién estrenadas y los chicos gritan felices “¡Ahora yo, ahora yo!” Huimos al patio mientras la mesa, el piso y las cabelleras se llenan de pedacitos de nueces todavía aceitosas y por un buen rato el abuelo se convierte en el ídolo de los más pequeños que vitorean cada nuevo estallido y comen nueces suficientes para morir indigestados.
Alguien destapa una sidra y otra y otra, reímos y contamos los minutos que faltan para la medianoche. El pan dulce… ¿cómo sería una Navidad sin pan dulce? Aunque sólo fuera por el simple hecho de pellizcar las frutas de colores artificiales que a nadie apetecen y terminan desperdigadas en el plato, mientras la abuela lamenta en voz alta por quincuagésima vez “Ahhh… ¡pan dulces eran los de antes!”
Dan las doce. Hay revuelo en la concurrencia, los chicos corren a buscar los regalos que las primas solteronas se han encargado de ubicar estratégicamente en el patio, simulando entre todos que Papá Noel ha debido bajar subrepticiamente en algún momento de distracción y “¿Dónde está…? ¿Cuándo habrá venido que no lo vimos?” Pero Papá Noel ya es historia. Sólo importa la montaña reluciente de paquetes que en escasos minutos queda reducida a una maraña de papel de regalo, moñitos inservibles y cajas vacías mientras cada uno descubre qué le tocó en gracia. Como siempre hay alegría, desilusiones, agradecimientos efusivos que hacen sospechar que “tal vez no fue Papá Noel…” y, pasada la algarabía, volvemos a la mesa para seguir engullendo a lo bestia.

De los tres globos aerostáticos que prometían unirnos en un corto pero ameno proyecto conjunto, el primero se prendió fuego en la copa de un árbol con peligro cierto de incendiar la casa de enfrente, el segundo se enredó en los cables de alta tensión y sin pensarlo dos veces salimos corriendo, eludiendo responsabilidades. Por fin el tercero logró el ascenso con algún esfuerzo extra pero se perdió entre los nubarrones y no pudimos seguirlo.
Los primos se encargaron de la artillería pesada, demostrando una vez más que se han quedado atrapados en la infancia. El abuelo se durmió en la silla, como era de esperar, con los codos apoyados sobre un colchón de cáscaras de nueces. La abuela incansable continuaba ofreciendo pan dulce y mate calentito y los chicos estrenaban patinetas, disfraces del Hombre Araña, antiparras y celulares.
Y yo muy contenta con mi súper colchoneta inflable, “el sueño hecho realidad” que hará mi verano mucho más placentero y fashion, daba envidia a todo el auditorio, en especial a la tía “Tetas” que no ha obtenido esta noche sino suspicaces alusiones un tanto subidas de tono.
Después de tanto ajetreo, la despedida obligada… “Nos vemos mañana, que descansen.” “Meri, mañana llevo lo que quedó de la mayonesa y un poco de lechón.” “Mañana en tu casa, ¿no, Meri? Nos vemos.”
Y pienso en el poco tiempo que tendré para dormir y reponer fuerzas y cómo quedará mi hogar-dulce-hogar tras el paso del malón. Menos mal que Navidad es una vez al año...

viernes, 21 de diciembre de 2007

Canto y algo más


Caro mio ben,
Credimi almen,
Senza di te
Languisce il cor.

Caro mio y la rep… que te re parió. El mi bemol me sale calante, estridente, me hace doler la garganta. Ya probé respirando por la boca, inflo la panza, imagino que el sonido se genera debajo del ombligo y sube, sube, sube… pero no hay manera. Sigue sonando horrible, no logro sostenerlo y menos si Giordanello, que bien disgustado estará en su tumba, pide “pianissimo” y “legato” en lugares imposibles.
“Proyectá hacia delante. Más arriba, más arriba”. La profesora es toda una eminencia, cantante lírica de trayectoria reconocida, aplaudida en los escenarios más prestigiosos del mundo. Y ahora está acá, encerrada en una habitación de 2x2 conmigo y una gatita muy cariñosa llamada Sasha que cada vez que me siento se trepa por mis piernas y pide que la acaricie. A veces pienso que si cobrara por mis caricias sería multimillonaria…
Después de vocalizar veinte minutos no sirvo ni para trapo. Y la profe pide más y más… “de nuevo el do sobreagudo ¡más limpio!”. Y en una extraña asociación de ideas, recuerdo que este fin de semana me toca limpiar la heladera y lavar toda la cristalería porque el 25 se instala en casa la familia completa para la gran festichola y quien suscribe oficiará de cocinera, mucama y lavaplatos sin goce de sueldo. Triste destino…
Ya no puedo concentrarme y ni Vivaldi logra evaporar el tedio que me invade anticipadamente. Por hoy, basta de canto.

martes, 18 de diciembre de 2007

Eating desorders

Para qué comer sano
Si después te comen los gusanos

Tengo ciertos prejuicios hacia la comida chatarra. No es que me la doy de naturista ni mucho menos. Pero cuando veo esas milanesas gorditas que se salen del plato y chorrean aceite rancio me entran unas ganas locas de correr a la verdulería y volver con las manos llenas de zapallitos y radicheta. Y limón. Adoro el jugo de limón.
Nunca deliré por las hamburguesas de McD pero ciertamente mi vida adolescente estuvo plagada de combos, en especial el de pollo, en esa época en que sólo había cuatro variedades y te regalaban un Sundae si el pedido se retrasaba más de cinco minutos. Pero las ensaladas siempre me dieron mala espina. La lechuga parece de plástico y la galleta esa que según dicen “también se come”, puede acabar con la más privilegiada dentadura.
El olor… El olor a fritanga es para mí una barrera infranqueable. Se pega en la ropa y en el pelo y lo seguís respirando durante días como si tuvieras una croqueta en la nariz.
Últimamente vengo fanatizando con los jugos ultra ácidos, ensaladas de todos los colores, frutas (excluyendo la cereza que, por lo cara, parece venida de la India y entre todos tenemos que hacer valer el poder del consumidor y que se les pudra en el cajón) y... pastas. Las pastas me matan. Los ñoquis, no. Pero cerca de casa hacen unos ravioles de calabaza con crema de espárragos que son lo más. Lástima que engordan…
"En la vida todo lo bueno hace mal, engorda o es pecado", así decía mi abuela. Como el chocolate, el sexo y el botox.
Hoy me salí de la raya. Me dejé llevar, no pude resistir la tentación. Me atrapó el olorcito, la boca se me llenó de saliva y como hipnotizada por una poderosa fuerza sobrenatural, me adentré en el puesto de panchos de Lavalle y pedí el de salsa picante con papas fritas. La boca me ardía como fuego líquido, pero no me importó. Y pedí otro. Me di el gusto antes de morir. Y vaya si lo disfruté. Aunque después llegue el arrepentimiento y una vocecita adentro de mi cabeza repita sin cesar que me excedí, que con un poco de suerte evitaré sufrir una úlcera gástrica pero voy a tener que aguantarme los granitos y el paladar escaldado por un par de días. O sea, hasta que me den ganas de otro pancho picante.
Por lo pronto, esta noche… sopita de verduras y puré de manzanas. Y más tarde, tal vez un té de boldo.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Despedida en el barco

La tarjeta de invitación era un pergamino amarillento cuidadosamente plegado dentro de una botella, el auténtico y original “Message in a Bottle”. Y por supuesto la fiesta era un barco, propiedad del organizador.
Cuando nos aseguramos que la banda de incorregibles, borrachos y alborotadores que hemos dado en llamar “amigos de toda la vida” habían sido invitados, confirmamos nuestra asistencia. Y la noche arrancó cálida y prometedora, champán bien helado y besuqueo en falsete a toda la competencia que, al menos por esta vez, dejará de serruchar pisos para bailar alcoholizada al ritmo de la mejor retromusic.

Me gustan las fiestas de fin de año. La mejor fue allá por 1997 cuando El Jefe nos llevó a cenar a un exclusivo restaurante frente a Plaza Francia, luego del clásico fondo blanco en Henry Beans con pilas de nachos calentitos y “para las chicas, daikiri de frutilla” y, luego de seis o siete whiskies dobles con poco hielo, nos sorprendió a todos con el obsequio de un bonus bien abultado que nadie esperaba y aceptamos con lágrimas en los ojos. Claro que fue el primero y el último y nunca se supo si lo había planeado a conciencia o la borrachera lo volvió generoso y se arrepintió demasiado tarde.
El Jefe, alemán de pura cepa, chupaba como Bob Esponja. Pero recién empezaba a mostrarse incoherente después del tercer litro, lo cual hacía imposible seguirle el ritmo. Si no, pregúntenle a Osky que venía descorchando cervezas desde las seis de la tarde y para cuando llegó la trucha rellena veía renacuajos de colores volando sobre el plato.
El problema del alcohol no es tanto la pérdida de conciencia sino que desata la lengua al más parco de los mortales, y quieras o no termina cantando a viva voz un par de verdades que te ponen la piel de gallina. Claro que cuando estamos todos en la misma es como una hipnosis colectiva y a la mañana siguiente no quedan testigos. Amnesia general.
La fiestita en el barco fue lo más. Tenía ilusiones de ganar los pasajes a Cayo Coco, pero me los arrebató una gorda bobalicona a la que todos odiamos cuando saltó como un resorte con una sonrisa que le cortaba la cara a la mitad, y corrió al estrado a recibir “su” premio. Al menos ligué una bien provista canasta de Navidad en la que entreví con placer infinito un turrón de almendras de esos tan duros que te dejan la mandíbula toda desvencijada.
Mariano A. se tomó todo el tinto, que conste en actas. “Che, mozo, llename el pingüino”, fue la frase de la noche. Y reía de sus propias guasadas salivando a los cuatro vientos.
Clarita, con un martini a medio terminar y otro entero para dentro de un rato, pedía a gritos ayudar al mago en el truco de desaparición. “Dale, Clarita, desaparecé que nos hacés un favor”. Pero ya había entrado en la fase crítica donde nada ofende ni cautiva.
Ahhhh… hacía tiempo que no me divertía tanto. No hay nada como festejar con los amigos y si la noche es calurosa y la música suena fuerte, quiero bailar hasta caer exhausta y olvidar hasta mi nombre.
Y por un minuto, ese pensamiento irracional ronda en la cabeza… ¿y si levamos anclas y nos vamos por ahí a seguir la joda…como una fiesta sin fin? Pero lo descartás de plano. Por unas horas está muy bien, es divertido y relajante. Pero un “gran hermano” arriba del barco con esta banda de energúmenos que hoy bailan abrazados haciendo pogo en el centro de la pista y mañana son capaces de arrancarte las córneas si les tocás un cliente… no way. Mejor nos vemos el año que viene ¡y que siga la fiesta!

miércoles, 12 de diciembre de 2007

¡Hoy estamos de fiesta!


No lo noté hasta que, por esas casualidades de la vida, se me dio por revisar un post antiguo y entonces ¡zas! Me cayó la ficha como un adoquín arrojado del quinto piso y aquí estoy completamente anonadada, tomando conciencia de que hoy QUIEROMENTA cumple ¡un año de vida!
No sé bien qué hacer… No organicé nada especial. ¿Cómo se festeja el cumpleaños de un Blog? ¿Hago una torta? Imagino una muy grande de mousse de chocolate con nueces, crema y frutillas… ¿virtual? ¿una e-torta? Ma’ qué virtual… Ya mismo me voy a comprar la torta más contundente que encuentre y a festejar como corresponde.

Gracias a todos mis lectores y opinólogos por compartir cada momento, por bancarme, por reír conmigo, por enojarse y decirme lo que nadie se anima a decir… simplemente ¡gracias por estar siempre junto a mí!

Y como no podía ser de otra manera, mi agradecimiento infinito a Pablo, Angelina, Luciano, AC, Sofia, Maga y Mariposa.

martes, 11 de diciembre de 2007

La última curda

Costó decidirme por uno en particular. Un tango que encierre el característico dramatismo del género, una voz representativa que perdure generación tras generación, una música que llegue al fondo del alma y siga vibrando nostálgica y quejumbrosa.
Mi papá, sin titubear, hubiera dicho: ¡Gardel! Porque Gardel nació un 11 de diciembre y por eso hoy es el Día Nacional del Tango.
Mi primer pensamiento fue “Gardel” y tuve algo así como una regresión a la infancia cuando, minutos antes de partir rumbo al colegio, la inconfundible voz de Larrea anunciaba en Radio Rivadavia el tango del día en la voz del zorzal criollo. Y con el último acorde aún resonando en mis oídos, bajaba corriendo a esperar el micro.
Pero esta vez es otra mi elección.


Lastima, bandoneón,
mi corazon
tu ronca maldición maleva...

Tu lágrima de ron me lleva
hasta el hondo bajo fondo

donde el barro se subleva.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Da capo!!


Todo el año estudiando la fuga malparida del Dixit que, según dicen, Georg Friedrich escribió a la temprana edad de 21 años, probablemente en algún rato de ocio, sin siquiera imaginar que siglos más tarde caeríamos deshidratados bajo el ardiente sol del primer domingo de diciembre en Buenos Aires, con el sólo objeto de hacer sonar esta maravilla ante cientos de espectadores que ovacionaron de pie varios gloriosos minutos.
El maestro S estrenó camisa y se lo veía radiante recibiendo los elogios del público y la crítica. Fue un momento sublime, majestuoso… casi como tocar el cielo con las manos. O tocarlo a Haendel que allá debe estar, escuchando atentamente, no vaya a ser cosa que las sopranos calen el si bemol y se venga abajo toda la estantería.
Un concierto que va a dar que hablar… Sencillamente ¡maravilloso!

sábado, 1 de diciembre de 2007