domingo, 31 de agosto de 2008

Crónica de un día Concertante

09:45 AM
Hermoso día. No podía estar el cielo ser más azul, el sol más brillante, el aire más cálido… Gloriosa mañana de primavera (porque este invierno es una mentira galopante), las flores despliegan sus corolas multicolores y los pájaros cantan melodías etéreas de una belleza exquisita. Cantan a coro y yo quiero cantar con ellos, hoy sólo quiero cantar.

11:40 AM
Espero no haber desperdiciado los casi cuarenta minutos que dediqué al Picasso que es mi cara, y que el maquillaje a prueba “de todo” dure lo suficiente para no parecer un cadáver parlante en la grabación que pasará a integrar el archivo oficial de mi benemérito coro.
Los pinceles de Sephora -obsequio que mi querida hermanita trajo de su viajecito por los alrededores de la Quinta Avenida- valen su peso en oro, los miro con arrobamiento y respeto. Verdaderamente obran maravillas.
¡Pero basta de colorete! Se hace tarde y la combi no espera.

13:10 PM
Llegué temprano. El estómago pide a gritos un bocado y las piernas me llevan de memoria al coqueto restaurante de la esquina que hoy está casi vacío. Se llama Harmony, qué apropiado…
El mozo me observa con detenimiento, me tienta el especial de atún y queso que no tarda en llegar, la gente pasea despreocupada por la gran avenida, intento a último momento memorizar los pasajes del Anthem que me son hostiles y tecleo en el celular mensajes cariñosos para mi Elegido que aún no se levanta de la cama… todo al mismo tiempo.

14:00 PM
La orquesta en pleno afina sus instrumentos. “Un Mi al aire, por favor”, pide amablemente el contrabajo, y se toman su tiempo mientras sopranos y contraltos luchan cuerpo a cuerpo por los asientos de primera fila y los barítonos se arreglan el nudo de la corbata.
“Estamos con The Lord is my Light. ¡Da capo, capo!”, anuncia el maestro S y marca el levare de la obertura.
Suena bien, mejor de lo esperado. Lástima que la Iglesia es una heladera y el rayo de sol que se filtra por los vitrales no logra calentar el ambiente.

15:45 PM
Llegué primera al baño del fondo, ese que pocos conocen y que la portera me señaló en secreto cuando le supliqué y puse ojos tristes. Cambié las zapatillas por unos buenos tacos que elevaron mi autoestima unos diez centímetros, me ceñí la espectacular pollera de gasa que me hace ver tan sofisticada y salí revoleando mi chalina plateada ante las miradas exasperadas de quienes esperaban su turno para hacer pis.
Como era de esperar, abrí la puerta equivocada en el momento equivocado. El maestro S, semidesnudo, se cambiaba a la que te criaste en medio del pasillo. La camisa negra y arrugada colgaba a los pies de Cristo Crucificado, los pantalones en el piso. Me miró sin pestañear y siguió con lo suyo. Di media vuelta a toda velocidad pero no pude evitar observar las medias color salmón que asomaban bajo el dobladillo. Pudo haber sido peor, mucho peor.

18:10 PM
El primer acto nos dejó extasiados, el público embobado con el dúo de sopranos “While joys celestial…”, el cura aplaudiendo con sus manos regordetas y un revuelo de saludos, felicitaciones y fotos para el recuerdo.
El segundo acto fue una primorosa recreación de la Ode for Saint Cecilia’s Day con trompetas y redoblantes llamando a las armas y el dulcísimo dúo de cellos que se llevó todos los aplausos. Lástima nuestra eximia violinista, tan prolijita y precisa, esta vez le ganó la inseguridad y su tremendo pifie casi da al tacho con nuestras más brillantes expectativas. El maestro S, dominando sus impulsos asesinos, marcó el comienzo otra vez y siguió como si nada. Estuvo muy bien, realmente muy bien.

19:40 PM
Pizza de jamón y morrones en la casa de mi suegra, unas tostaditas saborizadas que no están nada pero nada mal y, como si fuera la cosa más natural del mundo, la hija menor de H me pide ayuda con los paralelepípedos “porque mañana tiene prueba”.
Algo tan prosaico como el trapecio con su par de ángulos congruentes logra por fin despegarme del aura mágica de este maravilloso día… “What passion cannot music raise and quell!"

22:50
Me quito el maquillaje que milagrosamente sigue intacto, me calzo las pantuflas y sigo tarareando
melodías mientras saboreo los deliciosos bombones Vizzio que H ha comprado para mí. Champán bien helado... porque sí, porque lo merezco y lo necesito.
Se me cierran los ojos, es hora de dormir.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Acuarela

Si fuera hoy uno de esos días, de seguro me encontraría saltando del colectivo en plena avenida, el cielo oscuro amenazando tormenta, atenta al celular y a los voulavents de pastelera que me llevan de la nariz a mi panadería fetiche, alguna bomba de estruendo como música de fondo y esa angustia de haber olvidado algo y no saber qué.
Caminaría rápido con las primeras gotas de lluvia golpeando mi frente, fumaría un cigarrillo sin importar si se moja, pensaría en él, siempre
pienso en él, y hurgaría compulsivamente en las tiendas de antigüedades sólo para matar el ocio.
Si un desconocido me invita un café, aceptaría. Y conocería otra historia, una más. Y sería como liberarme de mí misma, por un rato nomás. Hasta sorprenderme otra vez contando los días de atrás para adelante y de adelante para atrás, obsesiva, alienada, contaría con los dedos haciendo marquitas en la mesa, dudando sin motivo…
Hasta que el dolor inconfundible me perfora y me tranquiliza y entonces todo vuelve a ser como antes, el ciclo se renueva y es más de lo mismo.
Pero quién sabe... podría haber sido Géminis.

domingo, 24 de agosto de 2008

It’s too late to retreat!

Hacía rato no se lo veía al maestro S tan dramáticamente alterado.
Se afeitó la barba estilo San Pedro que lo hacía parecer un ciruja y habrá peleado duro con el peluquero para que consienta en afear aún más su look con un impensable corte a lo Cristóbal Colón pero con onditas. Aún así, sigue firme en mi pedestal de genio indiscutido, obedezco sus órdenes sin titubear, callo cuando pide silencio, evito acentuar el tiempo débil y pronuncio t-o-d-a-s las consonantes escupiendo con método y convicción.
La sala de ensayo es un aborto de la acústica, sin mencionar que el espacio se ve notablemente reducido desde que la orquesta en pleno nos acompaña. Aquí debe radicar el verdadero motivo de su mal humor. Claro, es por eso que el dire no saluda y aumentó a dos la cuota de cigarrillos que fuma durante el intervalo.
Es un problema sin solución, al menos por el momento. Ahora es cuestión de apechugar y hacer el esfuerzo aunque se desgarren las cuerdas vocales con tanta repetición insensata que infelizmente Haendel dispuso en el último número de su horripilante Oda a Santa Cecilia. Horripilante para el coro porque la orquesta se luce maravillosamente, tanto así que da gusto escuchar el dúo de cellos y los violines y la tiorba… ¡Momento! La tiorba no estaba el ensayo pasado… ¿Por qué nadie dijo que el flaco era un bombonazo? Será de Dios… Claro que el tenor no se queda atrás, con su pelo largo y esa voz esplendorosa.
Están rompiendo corazones los muchachos… Aunque, por supuesto, yo sólo tengo ojos para mi maestro S.

The trumpet's loud clangor
Excites us to arms,
With shrill notes of anger,
And mortal alarms.
The double, double, double beat
Of the thund'ring drum
Cries: "Hark! the foes come;
Charge, charge! 'Tis too late to retreat."

domingo, 17 de agosto de 2008

El cedro azul

Mayo 2004
H: En el vivero tienen un árbol precioso, un cedro azul. Quedaría hermoso en el jardín y podemos decorarlo en Navidad.
M: ¿Cuánto?
H: Y… me hacen precio… $800.-
M: Olvidate.

Junio 2004
H: ¿Te acordás del cedro azul que te conté?
M: ¿Otra vez con lo mismo? Te dije que no… ¿Cómo vamos a gastar esa plata en un arbolito?
H: No es un arbolito ¡es un cedro azul! Bueno, me dijeron que me lo dejan a la mitad.
M: No, no y ¡NO!

Julio 2004
H: Vinieron del vivero, van a bajar unas cosas que compré.
M: Bueno… ¿Qué compraste?
H: Unas flores y dos arbustos para el fondo.
M: ¿Y eso tan grande…? ¿Qué es? ¿Un árbol?
H: Esteeee…
M: Pero si es… no, no puede ser…
H: Y sí… es el cedro azul. Al final me lo dejaron en $200 porque en la última tormenta un rayo lo partió al medio, pero va a crecer.
M: ¿Pagaste $200 por un árbol fallado? ¿Me estás cargando?

Hoy se me dio por mirar de cerca el cedro que cada año engalano con moños rojos y pequeñas bolas doradas. Creció, ahora es un señor árbol con piñas chiquititas en todas las ramas. No hay otro en todo el country, hermoso y elegante vestido de azul plateado.
Sólo que ya no forma parte de nuestro bello jardín. H lo transplantó a una maceta bastante grande a la espera del día de la mudanza. No dijo nada, simplemente lo hizo. No sé de qué me sorprendo si estaba cantado que no iba a dejar su cedrus atlantica abandonado a la buena de Dios.
No sé adónde irán a parar él y su cedro, pero de seguro estarán bien.

viernes, 15 de agosto de 2008

Besos brujos


¿Cómo serán tus besos? ¿Te gustaría besarme? ¿Me mirarías a los ojos? ¿Me verías bonita? ¿Te interesaría lo que digo? ¿Leerías lo que escribo, jugarías conmigo, me buscarías en sueños…? Si fuera posible... ¿te animarías?

jueves, 14 de agosto de 2008

Cosmopolitan life

(Circa 1996-2000)

Cuando empecé en esto, empecé bien de abajo. El jefe, caucásico original, rubio y malhumorado, lo dijo muy claro: “Aquí nadie tiene coronita”.
En esa época éramos un grupo pequeño y heterogéneo, sin más intrigas que las necesarias para condimentar la interminable jornada laboral. Buenos compañeros, solidarios, divertidos. Claro que siempre alguno daba la nota, pero nada grave, diría que todo era muy soportable.
Cada tanto aterrizaba algún forastero venido del otro lado del océano, como Kornelia S. que un día llegó a la oficina y sin siquiera saludarla, le pusieron el paquete en el bolsillo con instrucciones precisas de tomar el primer avión a Buenos Aires y entregarlo al ingeniero Tal de la empresa TalporCual. Y llegó con lo puesto, confundida, asustada, aunque gratamente sorprendida de nuestra desinteresada hospitalidad.
Hans D. era un tema aparte. Viajaba dos o tres veces al año y apenas llegaba se adueñaba de la oficina, los teléfonos y los empleados como si no existiera nadie más. Alemán con acento latino que adquirió durante una prolongada permanencia en Venezuela, era sumamente atractivo, con esos aires hollywoodenses muy Paul Newman, un dandy con zapatos charolados y relojes de platino. Tenía clase y, de no ser por esa insoportable pedantería, hubiera resultado absolutamente irresistible. Un día lo encontraron en el baño del jefe con una jeringa en la mano, la camisa arremangada y la mirada desencajada. Hubo que desmentir los rumores que casi tomaron estado público. Hans era insulino-dependiente, sólo eso.
Lars R. fue un grato descubrimiento. ¡Pa-pito…! Alto, fuerte, musculoso, la mirada diáfana y la sonrisa cautivante. Ay, Laaaarsss… (suspiro largo) El único merecedor de mi muy exclusiva atención, lástima no habernos conocido mejor.

Del que nunca me voy a olvidar es de Cord W. Nadie lo había visto hasta entonces, aunque por la voz hueca y desapasionada no cabía esperar maravillas. Alto, tan alto que debía agacharse para no pegar la frente contra el marco de la puerta. Rubio desteñido, el pelo ralo sin gracia, ojos acuosos y las manos más largas que cualquier mortal. Parecía incapaz de experimentar la más trivial emoción, hasta ese día en que compartíamos un almuerzo rápido de hamburguesas y papas fritas y un inesperado golpeteo resonó estrepitosamente a centímetros de su cabeza, tras la claraboya de la cocina. Fue cuestión de segundos, el cristal se rompió en pedazos y un murciélago de gran tamaño arremetió contra los comensales volando en círculos sobre las bolsas olorosas de McDonalds. Cord escupió el último bocado y corrió despavorido con esas piernas larguísimas, pálido y tembloroso. Lo vimos desaparecer por el hueco de la escalera. Al día siguiente llamó anunciando que habían adelantado su vuelo y nunca más volvimos a verlo.
La tormenta del siglo sorprendió a Rainer V. en medio de un griterío infernal, pedazos de cielo raso que se desprendían sobre los escritorios y el agua entrando a raudales por las aparentemente herméticas ventanas. Le pusieron un secador en la mano con la orden imperiosa de ayudar a sacar el agua y entendió sin necesidad de traducciones. Cada vez que volvía a Buenos Aires consultaba sistemáticamente las predicciones meteorológicas, por si las moscas.
Y esto es tan sólo un petit muestrario. Mis preferidos siempre fueron los italianos, en especial Bruno que me regalaba bombones Ferrero susurrándome al oído que quería conocer mi departamento. Los españoles, no. Brutos, prehistóricos, machistas… ¡puajjj! Los americanos tampoco, tan sosos e ininteligibles. Brasileros, tal vez… pero siempre es mejor en vacaciones.
Y si me dan a elegir diré, sin repetir y sin soplar, que me quedo hasta la muerte con el macho argentino, ejemplar de exportación.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Mi lugar

“Mirá, hay un problemita… El departamento del 7º que te iba a mostrar… bueno, el dueño no está hoy, pero podemos ver el del 5º que es casi igualito.”

Me pasan todas. Vengo de patear la calle viendo los sucuchos que anuncian pomposamente los portales inmobiliarios y resulta que todo es caro y feo, agrandan las fotos para que el living parezca el salón de los espejos de Versalles y te encontrás en un 2x2 con la pintura descascarada, el parquet levantado y vista panorámica al conventillo a medio desocupar desde donde espía un comando de niños revoltosos y mal educados.

Cansada, esa es la palabra. Porque no alcanza con la angustia que desatan las idas y vueltas con H que no logra convencerme de seguir atada a sus proyectos, todo este maremoto de discusiones y reconciliaciones frustradas… Por si fuera poco, falta el punto de apoyo, el nuevo hogar que es para mí sinónimo de echar raíces, el lugar donde sentirme protegida y a salvo, mi reducto, mi fortín.
Y no lo encuentro, pasan los días y crece la desilusión. Por momentos me siento atrapada y busco a tientas una luz en el fondo del túnel…
Pero no hay mal que por bien no venga. El sábado me debatía entre la necesidad de encontrar el depto de mis sueños y sufrir otra posible decepción que daría al tacho con mis ansias de emancipación cuando, contrariando las leyes de la naturaleza y las profecías del Apocalipsis, un rayo de esperanza cruzó mi cielo ensombrecido y por poco me quema los pies.
Porque la dueña del 5º piso, la que abrió la puerta y se quedó petrificada con el grito de asombro atascado en la garganta, viendo pasar los recuerdos como una película de cine mudo, disfrutando del reencuentro después de tantos años… ella es hija de una de las amigas más queridas de mi mamá, nos conocemos desde muy chiquititas, eternizamos una amistad que corre de generación en generación y tenemos tanto en común, el barrio, el colegio, los amigos...
Nos abrazamos con alegría, sin dar crédito a tamaña casualidad que nos pone otra vez frente a frente, como cuando éramos niñas y sólo jugábamos. Siguió la charla amenizada con un rico café en la cocina grande y luminosa del que será mi nuevo hogar, porque eso ya está decidido, lo encontré, tuve esa sensación inconfundible apenas pisé el umbral y me siento tan aliviada y contenta… Ahhhh…
Es tiempo de empezar de nuevo. Ahora lo entiendo bien.

lunes, 11 de agosto de 2008

Giros

“No se trata de olvidar sino de superar”

Esto y una irritante disertación sobre “amantes vs fatos” es el mejor recuerdo que conservo de él. Me enseñó otras cosas también, todo muy instructivo, pero esto quedó esculpido para siempre en mi mente retorcida. Y ahora que mi inminente separatione ha desatado increíbles reacciones en cadena, sus palabras adquieren la fortaleza de las aleyas del Corán.
Porque todo converge en un molesto círculo vicioso en el que la historia vuelve a repetirse, cambian los personajes, se reabren las heridas, nos sentimos atrapados en una vuelta de calesita sin música ni sortija, encerrados en nuestro propio dolor, incapaces de apreciar las diferencias, de hacer valer nuestra experiencia, de confiar y abrir el alma.
Así estamos… presos de este mar de confusiones donde por fin empiezo a ver claro mi futuro, asomando inseguro y tibio como un rayito de sol detrás de nubes tormentosas. Pero no entendí hasta hoy que esta decisión tan dolorosa como necesaria, que es crisis y cambio y que espero me hará crecer, golpea a mi amado con la fuerza de un alud, porque es su propia historia la que se repite, cobra vida en mí y despierta los fantasmas de un pasado cercano que creíamos haber enterrado.
Intento convencerme de que todo pasa, que las aguas al fin se aquietan y encuentran su cauce. Intento devolverle la paz y la esperanza, como tantas otras veces… Que sepa que esta vez la historia es otra y no hay por qué temer, crecimos, somos distintos, todo es distinto…
Aunque en el fondo él lo sabe.

sábado, 9 de agosto de 2008

Corpse

Esas contradicciones que tiene la vida… Será que soy de naturaleza tan pacífica que cuando se me desatan los cables ¡agarrate, Catalina! Antes no era así… Montaba en cólera por nimiedades y todos decían “Menta tiene mal carácter”. Hasta yo lo creía, pero me equivocaba. No existe el “mal carácter”, tan sólo el “carácter fuerte”, lo cual es considerado por muchos un gran don.
Con el tiempo aprendí a domesticarme. Ahora sólo lanzo objetos contundentes cuando la ocasión lo requiere, cuando la realidad me supera y corro desbocada por la vida sin riendas ni prejuicios ni límites ni remordimientos. Aunque afortunadamente no sucede a menudo.
Claro que suelo desdramatizar en sueños… “Descargar” sería la palabra adecuada.

Y entonces sueño que me rompo los puños contra la cara del degenerado-borracho-mujeriego-estafador que destruyó mis ínfulas de ejecutiva triunfadora y me siento tan poderosa que el mundo tiembla a mis pies. Pero es sólo un sueño, despierto fatigada y con la sensación de haber abrazado una nube de humo.
Ayer soñé con ella. Nadie especial, una chica del montón, muy del montón, que de pronto tiene pelo, ojos, piernas, manos… La imagen no se esfuma fácilmente, me recuerda a alguien, no sé a quién… Tal vez por esa razón no deja de resultarme inquietante. Ella es… o fue… no estoy segura.
La jungla oscura y húmeda como debe ser, chillidos, ruido de ramas rotas, un rugido a lo lejos y el batir de alas de aves que huyen asustadas. Me soñé corriendo decidida entre la espesa vegetación, el cuerpo empapado en sudor, la cara pintada con colores estridentes y en la mano el
arma letal… Cada vez más cerca el grito ahogado de la víctima, consciente del final, dispuesta a vender cara su piel pero, aún así, resignada. No dudé. El lazo y la puñalada certera, vi el miedo reflejado en sus ojos claros y aún así llegué hasta el final.
Desperté asustada, incrédula, sudorosa como si hubiera recorrido a pié medio Amazonas, mirándome las manos en busca del rastro de sangre, el olor, la culpa. Dios… tengo un cadáver en mi haber y ni siquiera sé bien quién es. Bueno… sí, sé quién es. O lo sospecho.
Me pregunto cuánto de real hay en los sueños. ¿Será que soñé lo que nunca jamás de los jamases podría llevar a la práctica? ¿O es tal vez una expresión de deseo, un preámbulo, el tenue bosquejo de lo que soy capaz?
Que me internen ahora mismo…

viernes, 8 de agosto de 2008

Sensopercepción

-Tené cuidado con Rogelio, es un degenerado.
-¿Te parece?
-¡Sí! Sonia dice que la “tocó” dos veces y como se quejó, el tipo le hizo la vida imposible, casi la obliga a recursar.
-No sé… Sonia no es nada confiable.
-Es un secreto a voces, ya escuché muchos comentarios por el estilo.

No pude hacer valer mis polvorientos diplomas de ballet ni las clases de eutonía con la sueca esa que me estiraba los brazos como si fueran chicles… Sensopercepción era una mezcla de Expresión Corporal, Teatro, pérdida de tiempo y prácticas sexuales encubiertas. De cursada obligatoria, se sumaba a la decena de materias que arrastraba sobre mis espaldas ese primer año glorioso en el Conservatorio.
Al cabo de tres meses había adelgazado lo suficiente para vestir ropa de muñeca y enloquecía
paulatinamente intentando distinguir el contra punto del fagot en los cuartetos de Rossini. Dicen que me volví extremadamente malhumorada, en especial cuando se acercó la fecha de la audición de guitarra y debí plantarme ante mis pares demostrando que interpretaba la Guarania de Ayala mejor que ellos, o por lo menos recreando a la paraguaya vestida de blanco, chupando naranjas al costado del río, el cántaro, los pájaros, el azahar y los paraguayitos descalzos pasando bagayos al otro lado.
Pero el plato fuerte era Rogelio, un tipo alto y desgarbado, de rasgos prominentes, la versión caricaturesca y narigona de Caetano Veloso. Hablaba como arrastrando las palabras, a veces susurraba pero jamás un grito. De mirar penetrante, entrecerraba los ojos y sonreía con lascivia. Tremendo jeropa, el peor que vi en mi vida.
Al principio jugábamos. Una vez jugamos a la mancha cadena y “la mancha” era el chico más lindo del grupo, tanto así que cuando dio comienzo el juego me quedé dura como una estatua con la mano extendida a un costado que el bombonazo no tardó en agarrar. Me sentí la princesa del cuento mientras me arrastraba en una loca persecución que duró varios minutos.
Después de una hora de juegos tontos nos sentábamos en ronda alrededor de Rogelio a analizar cómo se sentía perseguir al otro, alcanzarlo, tocarlo, poseerlo… Y así podíamos continuar toda la tarde, discutiendo sobre la inmortalidad del cangrejo sin llegar a nada.
Pero no todo eran juegos inocentes. Sospecho que Rogelio disfrutaba enormemente desde su trono de voyeur cuando en penumbras, con los ojos cerrados, música suave y consignas susurradas con premeditación, palpábamos centímetro a centímetro el cuerpo del compañero, apenas un roce, sentir el calor de la piel, el aliento, los latidos…
A veces te tocaba alguien que no te gustaba y había que hacerlo igual. Al principio me resistía pero entonces era peor porque Rogelio ocupaba el lugar del compañero y era como si una serpiente gigantesca te abrazara y apretara impidiéndote respirar, con esos ojos depravados que te perforaban el cráneo.
Lo sorprendí muchas veces mirándome y no había nada que detestara más. Estoy segura que él gozaba espléndidamente, conciente de la tortura psicológica a que nos sometía. Fueron dos años seguidos, el segundo algo más soportable porque cambiamos la dichosa Sensopercepción por algo denominado Juegos Dramáticos que no era ni más ni menos que un mediocre entrenamiento escénico, aunque debo reconocer que a veces resultaba divertido.
Lo insólito de todo esto es que acabo de encontrarme cara a cara con Rogelio, el auténtico. Lo vi cruzando la calle apresuradamente con su típico andar de bailarín frustrado. Nos topamos a mitad de la avenida, me miró y se detuvo en seco. Fueron segundos nada más pero no pude evitar el abrazo, la caricia en la espalda y el beso ensalivado que me obligaron a ocultar el asco en una sonrisa esquiva... “¡Tanto tiempo, Rogelio!” “¡Pero qué liiiiiinda estás!” “¡Gracias! ¡Que sigas bien!” Y huí despavorida.
Después de quince años pensé que con suerte se lo habría comido un tiburón o que algún estudiante especialmente resentido lo estaría garchando como se merece y que no volveríamos a saber de él. Sin embargo ocurrió el fatal encuentro y lo peor es que a Rogelio se lo ve exactamente igual.

lunes, 4 de agosto de 2008

Los tres deseos

-¡Te compré una bengala para la torta!
-Qué bien…
-Andá pensando “los tres deseos”.


La verdad, no sé… Durante años pedí uno solo, al parecer tan exigente que más que un deseo era un milagro. Por supuesto no se cumplió, pero no por eso dejé de insistir.
Más tarde opté por ser menos específica. “Salud, dinero y amor”, la trilogía perfecta. Y de algún modo las cosas se fueron acomodando, no todas juntas, claro está, pero tampoco me puedo quejar.
Esta vez como que no tengo ganas, me da igual y no precisamente porque tenga todo lo que quiero, sino porque pedir un deseo es en cierta medida un “compromiso”, como en los cuentos de hadas donde siempre hay un warning en letra chica que le termina cagando la vida al protagonista.
Para no pecar de ingrata cerraré los ojos, me concentraré como Tu-Sam cuando casi ahoga al hijo en la pecera con pelotitas de plástico, e intentaré elaborar el deseo más deseado que espero surja en algún rapto de inspiración.
Entonces brindaré con mi mejor cara de felicidad, agradeceré los obsequios y tomaré conciencia de que sigo sumando años y restando puntos.
¡Chin-Chin!

viernes, 1 de agosto de 2008

El número mágico

A veces los hechos se encadenan, las crisis se desatan y las cosas suceden de forma tal que parecieran seguir el orden de un plan maquiavélico escrito por algún demente resentido.

Cuando cumplí 7 años mamá preguntó si ansiaba algo en particular.

-¡Un piano! ¡Quiero un piano!
-Hum… No, un piano es una cosa muy grande y muy cara, tal vez dentro de un tiempo…
-Ufa… ¡Pero yo quiero estudiar piano!
-Ahhh… ¡Ya sé! ¿No te gustaría una guitarra?
-Grrrrr….

Y no me quedó otra. Era la guitarra o nada, de modo que ese día fuimos juntas al taller de un luthier muy viejito y simpático que, en cuanto nos vio, sentenció sabiamente: “El instrumento elige al músico”. Y a mí “me" eligió una guitarra enorme de concierto, caoba, ébano y petiribí… Hermosa y sonora, sobre todo muy sonora. Mamá insistía en que era demasiado grande pero no hubo modo de arrancármela de las manos.
Esa guitarra fue mi objeto mimado, mi compañera de aventuras, mi hija, mi amor… Inseparables. La cuidé como a mi vida, estudiamos juntas muchos años, tanto que el diapasón ostentaba las marcas inconfundibles de mis dedos. Vaya si nos lucimos en exámenes y audiciones, aunque yo creo que la estrella era ella y yo no hacía más que interpretarla.
Como sea, los 7 años marcaron el inicio de mi vida musical.

Así como los 14 definieron el cambio más radical de mi adolescencia… Mi hasta entonces mejor amiga se cambió de colegio dejándome sola y desamparada, me enamoré locamente del cura que confesaba nuestros muchos pecados, me dieron el primer beso en la boca y un día descubrí que tenía unas piernas impresionantes que debían mostrarse más.

Los 21 fueron principio y final. Lo decidí mientras me balanceaba del pasamanos del colectivo, cargada hasta la peluca de apuntes y partituras… La Facultad o el Conservatorio, el deber o el deseo, profesión o vocación. Y ganó la lógica, la supervivencia, la razón. Ganó la Facultad y, con todo mi pesar, arremetí hacia el objetivo aunque San Expedito y sus secuaces se habrán apiadado de mi desesperación cuando cruzaron en mi camino al maestro S y su horda de haendelianos para devolverme la alegría.

Cuando cumplí 28 ya casi estaba atrapada en el country. Claro que entonces no podía prever lo que vendría después, tan sólo disfrutaba del verde, de la vida sana, de la casa nueva… El encierro me transformó por completo, dejé de ser quien era, cambié otra vez la música por cosas sin importancia que no lograban llenarme, tuve miedo, supe de soledad, de fracaso, de abandono. Elegí mal, sólo eso.

Pero lo que más temo es esta revolución que sobreviene a los 35, el quinto ciclo... Necesito recuperar el tiempo perdido, las cosas que dejé de hacer, cumplir sueños… ¡vivir! Es como si todo mi mundo se diera vuelta como una media sucia, sé lo que quiero y no sé cómo lograrlo, pero por sobre todas las cosas sé muy bien lo que no quiero más. Dios dirá si me quedo o me voy, pero si me voy es seguro que no volveré.