viernes, 1 de agosto de 2008

El número mágico

A veces los hechos se encadenan, las crisis se desatan y las cosas suceden de forma tal que parecieran seguir el orden de un plan maquiavélico escrito por algún demente resentido.

Cuando cumplí 7 años mamá preguntó si ansiaba algo en particular.

-¡Un piano! ¡Quiero un piano!
-Hum… No, un piano es una cosa muy grande y muy cara, tal vez dentro de un tiempo…
-Ufa… ¡Pero yo quiero estudiar piano!
-Ahhh… ¡Ya sé! ¿No te gustaría una guitarra?
-Grrrrr….

Y no me quedó otra. Era la guitarra o nada, de modo que ese día fuimos juntas al taller de un luthier muy viejito y simpático que, en cuanto nos vio, sentenció sabiamente: “El instrumento elige al músico”. Y a mí “me" eligió una guitarra enorme de concierto, caoba, ébano y petiribí… Hermosa y sonora, sobre todo muy sonora. Mamá insistía en que era demasiado grande pero no hubo modo de arrancármela de las manos.
Esa guitarra fue mi objeto mimado, mi compañera de aventuras, mi hija, mi amor… Inseparables. La cuidé como a mi vida, estudiamos juntas muchos años, tanto que el diapasón ostentaba las marcas inconfundibles de mis dedos. Vaya si nos lucimos en exámenes y audiciones, aunque yo creo que la estrella era ella y yo no hacía más que interpretarla.
Como sea, los 7 años marcaron el inicio de mi vida musical.

Así como los 14 definieron el cambio más radical de mi adolescencia… Mi hasta entonces mejor amiga se cambió de colegio dejándome sola y desamparada, me enamoré locamente del cura que confesaba nuestros muchos pecados, me dieron el primer beso en la boca y un día descubrí que tenía unas piernas impresionantes que debían mostrarse más.

Los 21 fueron principio y final. Lo decidí mientras me balanceaba del pasamanos del colectivo, cargada hasta la peluca de apuntes y partituras… La Facultad o el Conservatorio, el deber o el deseo, profesión o vocación. Y ganó la lógica, la supervivencia, la razón. Ganó la Facultad y, con todo mi pesar, arremetí hacia el objetivo aunque San Expedito y sus secuaces se habrán apiadado de mi desesperación cuando cruzaron en mi camino al maestro S y su horda de haendelianos para devolverme la alegría.

Cuando cumplí 28 ya casi estaba atrapada en el country. Claro que entonces no podía prever lo que vendría después, tan sólo disfrutaba del verde, de la vida sana, de la casa nueva… El encierro me transformó por completo, dejé de ser quien era, cambié otra vez la música por cosas sin importancia que no lograban llenarme, tuve miedo, supe de soledad, de fracaso, de abandono. Elegí mal, sólo eso.

Pero lo que más temo es esta revolución que sobreviene a los 35, el quinto ciclo... Necesito recuperar el tiempo perdido, las cosas que dejé de hacer, cumplir sueños… ¡vivir! Es como si todo mi mundo se diera vuelta como una media sucia, sé lo que quiero y no sé cómo lograrlo, pero por sobre todas las cosas sé muy bien lo que no quiero más. Dios dirá si me quedo o me voy, pero si me voy es seguro que no volveré.

3 comentarios:

maga dijo...

No puede ser tan terrible!! VAs a ver como todo se arregla. Actua de acuerdo a tu conciencia, no es cuestion de apurarse. Pensa en tu felicidad...

Menta Ligera dijo...

Trato de pensar en todo, Mag.. As usual.

Sofi dijo...

Que haces Magocha!!! No se te ocurra llamarme a ver si te quedas pegada al telefono!!
Aguante Meri, te apoyamos en todo.