viernes, 8 de agosto de 2008

Sensopercepción

-Tené cuidado con Rogelio, es un degenerado.
-¿Te parece?
-¡Sí! Sonia dice que la “tocó” dos veces y como se quejó, el tipo le hizo la vida imposible, casi la obliga a recursar.
-No sé… Sonia no es nada confiable.
-Es un secreto a voces, ya escuché muchos comentarios por el estilo.

No pude hacer valer mis polvorientos diplomas de ballet ni las clases de eutonía con la sueca esa que me estiraba los brazos como si fueran chicles… Sensopercepción era una mezcla de Expresión Corporal, Teatro, pérdida de tiempo y prácticas sexuales encubiertas. De cursada obligatoria, se sumaba a la decena de materias que arrastraba sobre mis espaldas ese primer año glorioso en el Conservatorio.
Al cabo de tres meses había adelgazado lo suficiente para vestir ropa de muñeca y enloquecía
paulatinamente intentando distinguir el contra punto del fagot en los cuartetos de Rossini. Dicen que me volví extremadamente malhumorada, en especial cuando se acercó la fecha de la audición de guitarra y debí plantarme ante mis pares demostrando que interpretaba la Guarania de Ayala mejor que ellos, o por lo menos recreando a la paraguaya vestida de blanco, chupando naranjas al costado del río, el cántaro, los pájaros, el azahar y los paraguayitos descalzos pasando bagayos al otro lado.
Pero el plato fuerte era Rogelio, un tipo alto y desgarbado, de rasgos prominentes, la versión caricaturesca y narigona de Caetano Veloso. Hablaba como arrastrando las palabras, a veces susurraba pero jamás un grito. De mirar penetrante, entrecerraba los ojos y sonreía con lascivia. Tremendo jeropa, el peor que vi en mi vida.
Al principio jugábamos. Una vez jugamos a la mancha cadena y “la mancha” era el chico más lindo del grupo, tanto así que cuando dio comienzo el juego me quedé dura como una estatua con la mano extendida a un costado que el bombonazo no tardó en agarrar. Me sentí la princesa del cuento mientras me arrastraba en una loca persecución que duró varios minutos.
Después de una hora de juegos tontos nos sentábamos en ronda alrededor de Rogelio a analizar cómo se sentía perseguir al otro, alcanzarlo, tocarlo, poseerlo… Y así podíamos continuar toda la tarde, discutiendo sobre la inmortalidad del cangrejo sin llegar a nada.
Pero no todo eran juegos inocentes. Sospecho que Rogelio disfrutaba enormemente desde su trono de voyeur cuando en penumbras, con los ojos cerrados, música suave y consignas susurradas con premeditación, palpábamos centímetro a centímetro el cuerpo del compañero, apenas un roce, sentir el calor de la piel, el aliento, los latidos…
A veces te tocaba alguien que no te gustaba y había que hacerlo igual. Al principio me resistía pero entonces era peor porque Rogelio ocupaba el lugar del compañero y era como si una serpiente gigantesca te abrazara y apretara impidiéndote respirar, con esos ojos depravados que te perforaban el cráneo.
Lo sorprendí muchas veces mirándome y no había nada que detestara más. Estoy segura que él gozaba espléndidamente, conciente de la tortura psicológica a que nos sometía. Fueron dos años seguidos, el segundo algo más soportable porque cambiamos la dichosa Sensopercepción por algo denominado Juegos Dramáticos que no era ni más ni menos que un mediocre entrenamiento escénico, aunque debo reconocer que a veces resultaba divertido.
Lo insólito de todo esto es que acabo de encontrarme cara a cara con Rogelio, el auténtico. Lo vi cruzando la calle apresuradamente con su típico andar de bailarín frustrado. Nos topamos a mitad de la avenida, me miró y se detuvo en seco. Fueron segundos nada más pero no pude evitar el abrazo, la caricia en la espalda y el beso ensalivado que me obligaron a ocultar el asco en una sonrisa esquiva... “¡Tanto tiempo, Rogelio!” “¡Pero qué liiiiiinda estás!” “¡Gracias! ¡Que sigas bien!” Y huí despavorida.
Después de quince años pensé que con suerte se lo habría comido un tiburón o que algún estudiante especialmente resentido lo estaría garchando como se merece y que no volveríamos a saber de él. Sin embargo ocurrió el fatal encuentro y lo peor es que a Rogelio se lo ve exactamente igual.

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