domingo, 31 de agosto de 2008

Crónica de un día Concertante

09:45 AM
Hermoso día. No podía estar el cielo ser más azul, el sol más brillante, el aire más cálido… Gloriosa mañana de primavera (porque este invierno es una mentira galopante), las flores despliegan sus corolas multicolores y los pájaros cantan melodías etéreas de una belleza exquisita. Cantan a coro y yo quiero cantar con ellos, hoy sólo quiero cantar.

11:40 AM
Espero no haber desperdiciado los casi cuarenta minutos que dediqué al Picasso que es mi cara, y que el maquillaje a prueba “de todo” dure lo suficiente para no parecer un cadáver parlante en la grabación que pasará a integrar el archivo oficial de mi benemérito coro.
Los pinceles de Sephora -obsequio que mi querida hermanita trajo de su viajecito por los alrededores de la Quinta Avenida- valen su peso en oro, los miro con arrobamiento y respeto. Verdaderamente obran maravillas.
¡Pero basta de colorete! Se hace tarde y la combi no espera.

13:10 PM
Llegué temprano. El estómago pide a gritos un bocado y las piernas me llevan de memoria al coqueto restaurante de la esquina que hoy está casi vacío. Se llama Harmony, qué apropiado…
El mozo me observa con detenimiento, me tienta el especial de atún y queso que no tarda en llegar, la gente pasea despreocupada por la gran avenida, intento a último momento memorizar los pasajes del Anthem que me son hostiles y tecleo en el celular mensajes cariñosos para mi Elegido que aún no se levanta de la cama… todo al mismo tiempo.

14:00 PM
La orquesta en pleno afina sus instrumentos. “Un Mi al aire, por favor”, pide amablemente el contrabajo, y se toman su tiempo mientras sopranos y contraltos luchan cuerpo a cuerpo por los asientos de primera fila y los barítonos se arreglan el nudo de la corbata.
“Estamos con The Lord is my Light. ¡Da capo, capo!”, anuncia el maestro S y marca el levare de la obertura.
Suena bien, mejor de lo esperado. Lástima que la Iglesia es una heladera y el rayo de sol que se filtra por los vitrales no logra calentar el ambiente.

15:45 PM
Llegué primera al baño del fondo, ese que pocos conocen y que la portera me señaló en secreto cuando le supliqué y puse ojos tristes. Cambié las zapatillas por unos buenos tacos que elevaron mi autoestima unos diez centímetros, me ceñí la espectacular pollera de gasa que me hace ver tan sofisticada y salí revoleando mi chalina plateada ante las miradas exasperadas de quienes esperaban su turno para hacer pis.
Como era de esperar, abrí la puerta equivocada en el momento equivocado. El maestro S, semidesnudo, se cambiaba a la que te criaste en medio del pasillo. La camisa negra y arrugada colgaba a los pies de Cristo Crucificado, los pantalones en el piso. Me miró sin pestañear y siguió con lo suyo. Di media vuelta a toda velocidad pero no pude evitar observar las medias color salmón que asomaban bajo el dobladillo. Pudo haber sido peor, mucho peor.

18:10 PM
El primer acto nos dejó extasiados, el público embobado con el dúo de sopranos “While joys celestial…”, el cura aplaudiendo con sus manos regordetas y un revuelo de saludos, felicitaciones y fotos para el recuerdo.
El segundo acto fue una primorosa recreación de la Ode for Saint Cecilia’s Day con trompetas y redoblantes llamando a las armas y el dulcísimo dúo de cellos que se llevó todos los aplausos. Lástima nuestra eximia violinista, tan prolijita y precisa, esta vez le ganó la inseguridad y su tremendo pifie casi da al tacho con nuestras más brillantes expectativas. El maestro S, dominando sus impulsos asesinos, marcó el comienzo otra vez y siguió como si nada. Estuvo muy bien, realmente muy bien.

19:40 PM
Pizza de jamón y morrones en la casa de mi suegra, unas tostaditas saborizadas que no están nada pero nada mal y, como si fuera la cosa más natural del mundo, la hija menor de H me pide ayuda con los paralelepípedos “porque mañana tiene prueba”.
Algo tan prosaico como el trapecio con su par de ángulos congruentes logra por fin despegarme del aura mágica de este maravilloso día… “What passion cannot music raise and quell!"

22:50
Me quito el maquillaje que milagrosamente sigue intacto, me calzo las pantuflas y sigo tarareando
melodías mientras saboreo los deliciosos bombones Vizzio que H ha comprado para mí. Champán bien helado... porque sí, porque lo merezco y lo necesito.
Se me cierran los ojos, es hora de dormir.

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