miércoles, 3 de septiembre de 2008

El olor de las especias

El increíble caso del tano Gaitán y la cajita de latón. (Una historia verídica)

Al tano Gaitán le mandaban encomiendas de Italia. Especias sobre todo, como si acá no existieran… Cada tanto llegaba un paquete bien abultado que la esposa se ocupaba de ventilar por el barrio, haciendo alarde de sus raíces piamontesas. Frascos y cajitas llenas de sabores hacían la
delicia del tano y sus nobles descendientes.
Era de dominio público el exquisito aroma del estofado dominguero que escapaba desde temprano por la ventana entreabierta del zaguán. La familia unita reunida en torno a la mesa grande, el bullicio ininterrumpido de conversaciones pintorescas, los niños correteando entre los maceteros, una copa que cae y derrama el vino rojo sobre el mantel a cuadros, manos solícitas llenando platos, alguna reprimenda en dialecto y un sopapo bien merecido, el abuelo dormitando sobre las miguitas de pan y, como telón de fondo, canciones de Nicola Paone que han hecho historia.
El tano Gaitán se pavoneaba con orgullo haciendo notar que sus estofados tenían el aroma único de especias traídas del otro lado del océano. Ciertamente exageraba, pero era feliz.

Cuentan las malas lenguas que un día, hace ya muchos años, llegó el aviso del correo y, como de
costumbre, el tano corrió a buscar su bendita encomienda. Volvió con el paquete bajo el brazo, sonriendo orgulloso, aprovechando el saludo ocasional para comentar -como quien no quiere la cosa- que acababa de recibir una nueva y jugosa provisión de sabores importados.
El tano y su mujer se abocaron inmediatamente a la tarea de clasificar los frascos, olfatear el contenido y disponerlos en estricto orden sobre el aparador de la cocina. Excepto la cajita de latón herméticamente sellada, sin identificación que delatara el contenido…
“Deve essere qualcosa di speciale” comentó Gaitán a su mujer. Y la abrieron con sumo cuidado, como si se tratara de un tesoro de las Mil y Una Noches.

-¿Ma’ che cos'è questo?
-¿Ha gusto?
-Mmm… E’ amaro… Può essere pepe…
- Se non siete sicuri…
-¡É pepe! ¡É pepe!

El tano, chocho de la vida, colocó la cajita en el lugar de honor e instó a la buena de su mujer a no escatimar el contenido. Pimienta por aquí, pimienta por allá, pimienta para todo y así se fue
vaciando de a poco la cajita. Los comensales bien alimentados se encargaban de pregonar a los cuatro vientos que no había en el mundo mejor estofado que el de Gaitán.
Poco tiempo después llegó la carta de Italia. Se había extraviado, el sobre arrugado hablaba a las claras de las idas y vueltas de un mensaje que debió haber llegado mucho antes.
Era una carta triste, había muerto el tío abuelo de Gaitán que era ya muy viejito y, respetando su última voluntad, se habían repartido sus cenizas entre los descendientes que se vieron obligados a aceptar el recuerdo sin rechistar. Y según los términos de la carta, la porción destinada a Gaitán viajaría en la consabida encomienda, “una scatola di latta assieme a la spezie…” Sólo que el paquete llegó meses antes que la carta…
A más de uno le hubiera gustado ver la cara del tano cuando descubrió que la famosa cajita que guardaba como un tesoro en lo alto del aparador encerraba ni más ni menos que las cenizas del finado. Y pensar la de estofados que habían sazonado con la exótica “pimienta”…
Pero eso no fue lo peor. Hasta el último día de su vida, Gaitán, otrora vanidoso de su buena estrella y de sus especias del viejo continente, debió soportar el escarnio público y los gritos airados de su mujer que no se cansaba de recordarle a toda hora, día tras día, como la gota que horada la piedra: "¡Ma’ qué pepe, mascalzone! ¡Abbiamo mangiato il morto!"

1 comentario:

maga dijo...

Jajajajaja!!!! Sabes que yo escuche un caso similar, pero el tano se tendria que haber dado cuenta cuando probo que no era pimienta. El orgullo siempre puede mas!!