domingo, 21 de septiembre de 2008

La primavera según Haydn - Parte II

Lía llegó sin aliento justo a tiempo para el “Komm, holder Lenz!”, el canto dulce y majestuoso que anuncia la primavera. Como solía hacer, me abrazó por detrás y me besó en el cuello, no sé de dónde había sacado esa costumbre.

L: ¿Por dónde van?
M: Número dos grande, compás setenta y cuatro… no ochenta y cuatro.
L: Cantá, yo te sigo.

Y cantamos a voz en cuello disfrutando cada instante de esa maravillosa mañana de noviembre, obedeciendo a ciegas los cortantes movimientos de batuta del maestro S que, como si alguien pusiera aún en tela de juicio su notable excentricidad, insistía en que el acto del “Juhe, juhe, der Wein ist da!” teníamos que interpretarlo como si de verdad estuviéramos al borde del coma alcohólico.
Lía aprovechó el intervalo para comprar galletitas en el kiosco de la esquina. Caminé para estirar las piernas y respirar aire puro en el balcón que da sobre la avenida, mirando de reojo los pelos encrespados del dire que fumaba un cigarrillo recostado sobre la balaustrada.

-Miren… ahí viene
-¿Quién es? ¿Cómo se llama?
-¡Shhhh! No sé, pero es la chica que sale con Lía.
-¿Estás segura?
-Y… si están todo el tiempo juntas.
-Sí, pero…

Giré 180 grados sólo para ver las tres caras más odiosas del mundo escrutándome con malicia, intentando determinar si verdaderamente era yo la “novia” de Lía. Se me llenaron los ojos de lágrimas, cerré los puños y juro por essssta que en cualquier otra circunstancia les dejaba los ojos en compota.
Alguien me habló o me preguntó algo, no recuerdo bien… Sólo sé que al rato las Gorgonas desaparecieron y escuché el inconfundible canto de la tuba, señal de que había terminado el recreo.

L: ¿Querés? Compré Chocolinas que a vos te gustan.
M: No, gracias.
L: ¿Qué pasa? ¿Te sentís mal?
M: No, nada…

Pero me tensé como la cuerda de un violín cuando me acarició la espalda con ese gesto suyo tan cariñoso. Sabía que las tres harpías observaban la escena, me pregunto si sólo ellas hilvanarían una historia que no tenía sentido para mí o si alguien más, quizá muchos más o todos… ¡todos! ¿Pero cómo es que no me di cuenta antes? Tuve el impulso de salir corriendo, rabiosa conmigo misma, con Lía, con el maestro S y con Haydn y sus Jahreszeiten.
Pero algo me mantuvo en mi lugar, algo, no sé bien qué. Quizá el llevar la contraria o el deseo de saber, de comprobar... El deseo. Sí, sospecho que en el fondo algo de eso había.
El concierto fue un éxito apabullante, el público continuaba aplaudiendo de pié luego del segundo
bis.
Salimos en manada rumbo a los camarines. Allí estaba el trío maquiavélico (últimamente me las cruzaba en todas partes) y sin saber bien por qué, en un arranque de rebeldía adolescente, detuve en seco a Lía, la abracé muy fuerte y le dije más fuerte aún: “¡Gracias! ¡Esto no hubiera sido lo mismo sin vos! ¡Me hiciste muy feliz!“ Y si no me besó en la boca es porque se quedó de piedra y aún hoy debe estar tratando de entender.
Volvimos a vernos otras veces en otros tantos conciertos, pero ninguno semejante a éste, ninguno igual de sinfónico y primaveral. Por las dudas, me encargué de hacerle saber que “mi novio“ adoraba escucharme cantar y sospecho que no lo tomó muy bien. Debe ser por eso que no volvió a besarme en el cuello nunca más.


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