domingo, 7 de septiembre de 2008

El extraño de pelo largo

Me despertó el olor a pan tostado que siempre me hace delirar con desayunos campestres, café bien caliente, mermeladas del sur, frutas jugosas y Chocolinas. Por cierto, algo que no puede faltar en mi alacena ¡son las Chocolinas! Y si pudiera darme el gusto, diría que también las Okebón de animalitos con azúcar, pero ya es mucho pedir…
Me esperaba una jornada fatigosa, el tercer concierto al hilo en lo que va de la temporada y, sin embargo, hoy no sentí la felicidad de otras veces.
Claro que la gala del lunes en el CNBA es indudablemente difícil de superar. Lo intuí en cuanto pisé el primer peldaño de la gigantesca escalera de mármol que
conduce al aula magna, como una vibración en la espina dorsal. El maestro S estaba exultante, nunca lo vi disfrutar tan a pleno, sin batuta porque él dirige con las manos, con el cuerpo, con las teatrales expresiones de su cara… Es increíblemente capaz de transmitir cualquier orden y emoción con una simple mirada. Fue un auténtico orgasmo musical hasta para los desaliñados alumnos que observaban con asombro los golpes de arco de los violines y el rasgueo suave de las uñas del clave.
H anticipó que no me acompañaría. “Un concierto está bien… dos, puede ser… ¡pero tres! ¿Mirá si yo te llevara a la cancha a ver a Chicago tres domingos seguidos? No te enojes, la próxima capaz que voy…”
Era de esperar, sin embargo no me angustia ni me preocupa. Puedo sola, últimamente me sorprende gratamente descubrir que puedo mucho más de lo que imagino.
El viaje en combi fue rápido. A nadie extrañó mi atuendo completamente negro y elegante, nada apropiado para un domingo en el country. Y si me preguntan, diré que me ha invitado a almorzar el conde Drácula y, por si acaso, llevo en la cartera la famosa chalina plateada para ocultar las marcas de los colmillos en mi largo cuello.

Taconeé sobre la avenida tratando de decidir cómo malgastar el tiempo hasta la hora del ensayo.
Me senté en el bar de Córdoba y Uruguay y fue como si no existiera, ni la carta me trajeron. Cansada de esperar, me fui lanzando quejas que nadie escuchó, guardé el celular y enfilé hacia quién sabe dónde.
Fue entonces cuando escuché la voz a mis espaldas, sentí miedo y confusión, aceleré el paso pero no sirvió de nada. Se adelantó e insistió una vez más: “Sos lo más lindo que vi hoy. Te invito a comer, quiero conocerte…” Que no, que estoy apurada, tengo compromisos y bla bla bla…
No me detuve ni a mirarlo aunque él seguía caminando a la par. Al fin nos atrapó el semáforo. Seguí en mis trece, refunfuñando y negando con la cabeza. De pronto desapareció, crucé la calle a toda velocidad y, cuando creí haberlo perdido para siempre, me cortó el paso con brusquedad y puso un ramo de flores delante de mis narices haciendo una reverencia de lo más galante y ridícula. Muy a mi pesar, reí con ganas. No tenía pinta de violador…
Miré la hora, era temprano. No sé por qué acepté, quizá porque me convencieron sus ojos claros y risueños o porque hoy, precisamente hoy, necesitaba compañía. Comimos unas pastas de lo más sabrosas, con mucho queso y pancitos especiados. Escuché su historia pero no quise revelar la mía, aunque se moría por saber.
Me gustó su estilo, la forma de referirse a las cosas más sencillas, su pelo largo y esa sonrisa
cómplice. El café se extendió algo más de la cuenta, se hacía tarde y no quise decirle a dónde iba. Tampoco accedí cuando me pidió el teléfono ¡no, señor! Anotó su número en una servilleta… “Cuando me llames no será sólo para tomar un café”. Me causó gracia el exceso de seguridad pero, aún así, lo guardé en la cartera.
Nos despedimos en medio de la calle, quería acompañarme pero no lo permití. Quizá algún día volvamos a vernos, no lo sé, por ahora definitivamente NO…
Ah, me olvidaba… El concierto estuvo bien, nada espectacular, pero sonó aceptablemente bien.

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