viernes, 12 de septiembre de 2008

En el country pasan cosas...

Me sobresaltó el aullido del perro a esa hora temprana de la mañana. Solté el plumero y corrí alocadamente, a riesgo de resbalar por la escalera y no contar el cuento.
Iba y venía por el fondo del jardín olfateando la alambrada, nervioso. Lo llamé y no respondía, seguía con la vista fija en el mundo exterior, más allá del cerco perimetral que lo separa de los perritos pandilleros envidiosos de su buen pasar. Sin embargo, no escuché otro ladrido, sólo el vozarrón de mi adorado hijito que vale por una jauría completa.

“¿Se puede saber qué pasa? ¡Vení para acá! ¡Vení te digo!”

Me miró y siguió ladrando sin perjuicio de remarcar territorio por enésima vez, por si acaso.
Con cautela me acerqué a la alambrada. No escuché ruidos ni vi nada anormal. Del otro lado del perímetro se extiende la ruta vieja, de tierra, y más allá las chacras de los lugareños, un criadero de pollos, el molino de viento y campo, mucho campo…

“¿Ves que no hay nada? No sé qué te pasa últimamente que ladrás por cualquier cosa.”

Puso su mejor cara de ofendido, gruñó y volvió a pegar el hocico contra el cerco.
Muy a mi pesar corrí las pesadas ramas de las lambertianas, dispuesta a dirimir la cuestión de una vez por todas.

“¡Ay! ¡Ayyyyyyyyy!”

Retiré la mano que me dolía como la gran siete y busqué a tientas, sin osar acercarme demasiado, el objeto contundente que me lastimara. Entonces el perro ladró con mucha fuerza y casi me caigo de traste cuando vi asomar entre el follaje esa cosa punzante, como la punta de una lanza o un… un… ¿PICO?
¡Jesús, María y Jose! No sé si reír o llorar o gritar o todo junto y en desorden. Lo que asomó detrás del pico se me quedó mirando con unos ojos grandes como de vidrio, tan curioso como yo asustada y de inmediato se enzarzó en lucha insensata contra la alambrada hasta que logró picotear un fruto anaranjado que no pude identificar pero que sin duda le pareció muy sabroso.
La cosa tenía una cabeza redondita y peluda de lo más cómica, el pico prominente y fuerte, un cuello muy largo y el cuerpo gordito lleno de plumas esponjosas. Caminaba en dos patas y me
observaba con mucho interés, casi tan alto como yo y tan gracioso…
¡Un ñandú! ¡Sí, señores, un ñandú de carne y hueso! ¡Yuuupiiiii!
Y pensar que había creído verlo todo… Qué va, la de cosas que pasan en el country, si lo cuento no me creen… Tengo un ñandú comiendo fruta en el fondo de casa, una familia de simpáticos benteveos especializada en hurtar el balanceado de mi perro, la comadreja que ahora anida en la casa vacía de la esquina y unos niñitos con cara de consternación han venido a ofrecerme cinco gatitos recién nacidos que adoptaría de buena gana, de no ser porque el próximo mes estaré mudando mi vida de vuelta a la gran ciudad.

1 comentario:

Luciano dijo...

No, buenísimo. No te lo hubiera adivinado jamais de los jamaises.