miércoles, 31 de octubre de 2007

Somewhere



Otra vez llueve y tal parece que la primavera viene y se va, pero no nos abandona del todo.
Inspiro con fuerza hasta llenar los pulmones de este aire húmedo y un poco denso. Me invade el aroma dulce de unos jazmines recién cortados. "¡Dos por cinco pesos!" Oculto mi sonrisa bajo el paraguas y logro avanzar sorteando pozos y baldosas flojas. Retazos de conversaciones se escapan por la ventana de un bar en penumbras pero no registro una palabra, mi cabeza está en otro lado… Dos tipos se dan vuelta para mirarme, tal vez porque voy cantando en voz alta melodías de otros tiempos que jamás han escuchado, o porque cataratas de endorfinas me desbordan y se me nota en la cara, en el cuerpo, en el pelo, en la forma de caminar y de mirar.
Venus atraviesa la constelación de Leo y aunque llueva, el sol brilla para mí… somewhere.

lunes, 29 de octubre de 2007

Nos

Es temprano y el calor agobia.
La dentista dijo que “está todo muy bien”. Nos sacamos el puntito que tanto molesta, caminamos, tomamos café en un coqueto bistró de Recoleta mientras esperamos en vano un encuentro que no se producirá. Trepamos al colectivo que está que revienta, nos empujan y estrujan y bajamos corriendo a tomar el de atrás que ¡está vacío! Nos miran con envidia y recelo.
Hablar en primera del plural y atravesar el centro de la ciudad un lunes a la hora pico en un colectivo vacío nos hace sentir muy Reina de Tréboles. Lástima que nuestro Rey se ha quedado dormido… y hoy no lo salvan sus imprevistos ni su nutrido arsenal de frases bonitas.

martes, 23 de octubre de 2007

Extracción

Ayer fue el día D.
Tres veces cambié el turno. Tres veces tuve miedo. Tres veces me negué. Número místico el tres… “La tercera es la vencida”, dicen. “No hay dos sin tres…” En fin, “cada cosa a su tiempo” y… se me ocurren tantas frases apropiadas que podría seguir divagando un largo rato.
Pero el hecho es que después de cargar tres décadas (otra vez tres… y esto recién lo noto) con esta dentadura sanísima y digna de envidia, de repente descubrí ¡una caries! La primera y única. Y no una caries cualquiera. Una caries en la muela de juicio, abajo al fondo, a la derecha. Bonito lugar te fuiste a buscar…
Tarde varios meses en decidir la consulta.

-¿Te duele?
-No.
-¿Pero no sentís nada?
-No.
-Entonces no vayas.

Este diálogo se volvió recurrente y reconozco que el consejo me convenía. Hasta que mi papá, con su sabiduría bien intencionada, sentenció: “Si no vas ahora, después va a ser peor”. Y la cagó. Me entró miedo y fui.
Yo creía que se podía arreglar o emparchar o limpiar o lo que fuera. Y hasta entonces todo venía bastante bien, hasta que el dentista me vio.

-Humm… ¡Qué bárbaro! Tenés una boca perfecta, lástima esa muela que no se puede arreglar y vamos a tener que sacarla…

“What???? De qué estás hablando, Willis??” Y encima dijo que él no podía, que me la tenía que sacar ¡un cirujano! Diossss, ¿qué hice para merecer esto? Aterrada, pedí más opiniones y sin rodeos escuché la misma respuesta: “Las muelas de juicio no se arreglan, se sacan”. A la marosca… Pero la manchita negra seguía igual, ninguna molestia, ningún dolor.
Me recomendaron una cirujana, según cuentan “muy experta”, que confirmó el diagnóstico sin vacilar. Y se la veía muy contenta con la idea de arrancar mi pobre muelita.
Tras muchas y extensas cavilaciones, tomé la decisión. Y ayer me senté temblando en la silla de torturas esperando que la anestesia me volviera insensible. Pero dolía y yo sentía como un hilito que me perforaba la mandíbula y entonces me pinchaba otra vez. “¡No grites! Si te duele, te pongo más anestesia. ¡Aguantá que ya sale!”. Horroroso. Pensar que me estaban arrancando un pedacito de esqueleto y yo, resignada e indefensa, esperando que todo pase lo más rápido posible, imaginando lo que vendrá después, más dolor, inflamación, antibióticos y la cara hinchada como pelota de básquet.
“Bueno, ya está”. Ahhh… qué alivio. Ese es sin dudas el mejor momento. Cuando uno adquiere la certeza de que nadie meterá más pinzas en su boca, ni habrá tirones, ni pinchazos ni “abrí más, la lengua floja... ¿duele? ¿duele?” Lo peor ya había pasado.
Y sí, estoy hinchada y dolorida y con un hueso menos. Pero ya está. Lo único que me consuela es que puedo tomar toneladas de helado sin culpa, aunque por ahora dejaré de lado mi adorado té de menta y los bombones de praliné que me regaló la vecina de enfrente.

domingo, 21 de octubre de 2007

Maternidad



Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,
Durante nueve lunas crecerá tu cintura;
Y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
Vestirás simplemente y andarás con fatiga.

El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido,
Y a vino derramado nuestro mantel tendido.
Si mi mano te toca,
Tu voz, sin vergüenza, se romperá en tu boca
Lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será un cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
Que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.

Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río…
Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
Para el hombre de pala y la mujer de cesta;
El día que las madres y los recién casados
Vienen por los caminos a las misas cantadas;
El día que la moza luce su cara fresca,
Y el cargador no carga, y el pescador no pesca…
-Tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
Tenga catorce noches y espolvoree plata
Sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
Llueva calladamente; quizá yo esté de viaje…-
Un día, un dulce día con manso sufrimiento
Te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
De besarte las manos y de hallar en el hijo
Tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
Y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…


José Pedroni

jueves, 18 de octubre de 2007

Be afraid, be very afraid

“If you look in the mirror and say his name five times, He'll appear behind you breathing down your neck”



Me mudé un domingo por la tarde.
Llevó casi un mes equipar el departamento con lo mínimo indispensable, incluyendo los platos de porcelana con florcitas rosas que mi tía insistió en regalarme, la tostadora que gané en el bingo de la parroquia y un cenicero con forma de águila de las estepas que al día siguiente fue a parar a la basura sin más miramientos.
Mi primer departamento… El sueño de vivir sola por fin se hacía realidad. Costó pero valió la pena. Hasta ese momento pensaba tan sólo en la felicidad de estrenar mi nueva vida, dormir a pata suelta en el flamante sommier que a mi papá le pareció sospechosamente grande, tomar mate en el balcón rodeada de plantas mirando el horizonte y organizar noches de brujas con mis amigas del alma sin horarios ni estorbos.
Pero cuando llegó el momento de la despedida, la última noche en familia, mi placard vacío y las valijas a reventar… entonces supe que no sería fácil. No quería llorar pero tenía un nudo en el estómago tan pero tan fuerte que me partía en dos.
Hice todo para prolongar el momento. Papá dijo “El domingo es el día más difícil cuando uno está solo” y casi sentí arrepentimiento. Pero no era cuestión de echarme atrás. Ya no.

-¿Te quedás un rato más? Alquilé una peli de terror.
-Y… bueno. Pero no me gustan mucho las de terror. Después tengo pesadillas…
-Quedate. Está buena.
-¿Cómo se llama…?
-Candyman.

No sé si mi hermanito adorado lo hizo adrede, quiero creer que no. Pero si me faltaba un regalito de despedida, éste vino con moño y todo. Por qué no me fui antes, Diosss… El tipo ese que se lo comen las abejas y después se le aparece a la gente que repite su nombre cinco veces delante del espejo y les clava el garfio en la garganta y… y… de pronto supe que esa noche no podría dormir… ¡Y que me expliquen para qué carajo puse un espejo justo delante de la cama! Tortura mental, insomnio y la tentación de hacer lo que no debo: Candyman, Candyman, Candym… y no puedo seguir, no quiero. Pasé toda la noche sin moverme de la cama, tapada hasta la nariz, atisbando con ojos agrandados de espanto la puerta del dormitorio que cerré con llave por si las moscas (o las abejas...) Y las horas que no pasan…
Me aterra la oscuridad. Siempre dejo la tele prendida para que me haga compañía, aunque sea bajita. Pero como todavía no había contratado el cable, esa noche escuché atentamente a Luisa Delfino hasta que dijo “Chau” y después quedó el piiiiip del final de transmisión y entonces el silencio. Y no pude dormir, simplemente no pude. Y tampoco pude la noche siguiente, ni la otra. A esa altura las ojeras me llegaban a las rodillas y hasta mi jefe empezó a preocuparse.
Felizmente Candyman nunca apareció y el cansancio ganó la partida. Al cabo de una semana logré sentirme “como en casa”, empezando a disfrutar aquellas cosas que conformaban mi pequeño universo de soltera sin apuro. Como desayunar en la cama, café bien calentito y una montaña interminable de tostadas con manteca, escuchando a Celeste, Fito y tal ve
z Serú con el volumen bien fuerte sin importar qué digan los vecinos… O comprar esa original lámpara psicodélica que todos miraban con mohín de disgusto pero que fue mi primer capricho y aquí está todavía, iluminando mis noches de tertulia frente al televisor. Y armar mi primer arbolito de Navidad… mío, para mí sola. Ah… cuántas cosas.
Hoy mi papá, que tiene un almanaque esculpido en la frente y más memoria que una manada de elefantes africanos, llamó para recordarme que la próxima semana se cumplen once años del día en que me fui de casa para vivir mi sueño. Me llenó de nostalgia… y juntos recordamos cada momento como si fuera ayer.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Estado de coma

Tengo un día cruzado. Hace tiempo no me sentía así y ni yo me soporto.
Pensar que me ilusioné con vivir una vida distinta, empezar de nuevo sabiendo que no es fácil pero dispuesta a intentarlo… y todo quedó en la nada. Otra vez estoy en punto muerto. Y de la vorágine a esta calma chicha que no conduce a nada.
Dicen que el ejercicio físico libera tensiones, de modo que opté por ir al gimnasio todos los días. Pero si sigo así, dentro de poco tendré los brazos de Rubén Peuchele y un cansancio que acabará con todas mis fantasías. No sirve. Así no se arreglan las cosas.
Me siento sola y sin ganas.
Mamá decía que en estos casos no hay nada mejor que la terapia del agua. El agua calma, relaja, energiza… El agua es vida. Así que me puse a baldear el patio y la cosa venía de maravillas hasta que me enrosqué sin querer con la manguera, tropecé y caí de culo estrepitosamente, y allí quedé sentada sobre mis penas, llorando. De bronca lloré. De bronca y de impotencia y de lástima por mí misma.
Se ve que hasta doña Menstruación me tiene lástima y viene a visitarme. ¡Cartón lleno!
Y todo ayuda a fomentar mi mal humor.
Ni siquiera él puede conmigo. Él, que siempre me mima, me hace reír, me cambia el humor… esta vez no entiende qué me pasa y yo no sé explicarle.

lunes, 15 de octubre de 2007

Barrio de tango

Música: Aníbal Troilo
Letra: Homero Manzi



Un pedazo de barrio, allá en Pompeya,
durmiéndose al costado del terraplén.
Un farol balanceando en la barrera
y el misterio de adiós que siembra el tren.
Un ladrido de perros a la luna.
El amor escondido en un portón.
Los sapos redoblando en la laguna
y a lo lejos la voz del bandoneón.

Barrio de tango, luna y misterio,
calles lejanas, ¡cómo estarán!
Viejos amigos que hoy ni recuerdo,
¡qué se habrán hecho, dónde estarán!
Barrio de tango, qué fue de aquella,
Juana, la rubia, que tanto amé.
¡Sabrá que sufro, pensando en ella,
desde la tarde que la dejé!

Barrio de tango, luna y misterio,
¡desde el recuerdo te vuelvo a ver!
Un coro de silbidos allá en la esquina.
El codillo llenando el almacén.
Y el dramón de la pálida vecina
que ya nunca salió a mirar el tren.
Así evoco tus noches, barrio 'e tango,
con las chatas entrando al corralón
y la luna chapaleando sobre el fango
y a lo lejos la voz del bandoneón.

domingo, 14 de octubre de 2007

Yo, tú, él

De nuevo en capilla… Y no puedo zafar.
Más de uno dirá que me lo merezco. Yo soy la primera en afirmar que hay que hacerse cargo de los actos y dar la cara siempre. No me gusta la mentira, mentir o que me mientan… pero pienso que a veces es la única manera de no hacer sufrir a las personas que tanto nos quieren. En especial cuando esas personas se niegan a ver la realidad apelando a una forma de auto protección, como si tal vez fuera mejor no enterarse…
Yo me angustio, tú te angustias, él se angustia… Todos nos angustiamos.
Ya no puedo dar marcha atrás (ni quiero). Me juré avanzar a cualquier precio y es lo que pienso hacer.
Mientras tanto podría ahogar las penas en un rico kilo de helado. Mmm… Nada mal.
¡Para mí, chocolate suizo!

sábado, 13 de octubre de 2007

¡Y se hizo la luz...!

Después de dar vueltas a la Filcar en todos los sentidos y sopesar los pro y los contra de mis escasos medios de locomoción, a punto de desistir de lo que me parecía la auténtica “excursión a los indios ranqueles” y quedarme encerrada en casa mirando por enésima vez alguna película pasada de moda mientras caía la tarde… decidí que bien podía hacer a un lado el mal humor, la tristeza y el aburrimiento y dar la vuelta al mundo para cantar, al menos por dos horas, con mi coro bienamado que esta vez decidió mudar el lugar de ensayo... ¡a una iglesia mormona!
Convengamos que el traslado resultó una gran molestia para todos, pero había una razón de peso: ¡no hay caso con el Dixit! No, señor. Y entonces el maestro S sugirió convocar a otro coro como forma de unir fuerzas ante la adversidad. El coro invitado resultó ser muy profesional pero están en el culo del mundo. Y nos tocó a nosotros encarar la gran travesía. Pero debo reconocer que valió la pena.
Al maestro S se lo veía entusiasmado, con la esperanza dibujada en el rostro. Y hubo abrazos y besos de bienvenida, aparte del café, tortas varias y sanguchitos que ya son ingredientes necesarios en los encuentros musicales de los sábados.
No del todo convencida, me senté al lado de una chica alta y grandota que ostentaba seguridad, o eso quise creer. Y no me equivoqué. Qué placer cantar al lado de alguien que tiene la partitura grabada a fuego en la garganta y canta hasta la última semicorchea con fuerza de huracán y sin pifiar la afinación… Glorious!
Y así fue que finalmente la luz del Spiritui Sancto brilló sobre mi cabeza y me injertó la fuga del Amén en el cerebro para que la recuerde por los siglos de los siglos
.


Dixit Dominus Domino meo:
Sede a dextris meis,
donec ponam inimicos tuos
scabellum pedum tuorum.

viernes, 12 de octubre de 2007

Premoniciones

Sigue lloviendo. Buenos Aires se ha convertido en una mancha gris acuosa.
Un peatón espera estoico el cambio de semáforo y no puede evitar la tremenda salpicadura de una 4x4 que intenta colarse por entre medio de decenas de autos, a toda velocidad, sin medir las consecuencias. Los días de lluvia son así. Y le cambian el humor a la gente.

-Hoy está espectacular para ir al cine. ¡Y podríamos comer fondue!
-¿Te parece? A este ritmo no salimos de acá en una semana…
-Sí… la verdad que sí. Y bueno, entonces alquilamos una peli y pedimos algo al delivery.
-Buena idea.


Por un buen rato, perdimos noción de tiempo y espacio. Y después de comer miramos la peli en la camita, abrazados, con mimos y esas caricias que nos hacen tanto bien.

-¿Qué harías si me muero?
-What??? No me gusta que hables así.
-¿Qué harías? ¿Te olvidarías de mí?
-Estás loco… ¿Cómo se te ocurre que me puedo olvidar?

Porque de eso se trata “Premoniciones”. Y nos dejó ese sabor a “algo malo va a suceder”, un sabor amargo que no lograron contrarrestar las bombitas de azúcar que acompañaban el mate de la tarde.
Un llamado, la mentira, la duda, la cancelación de último momento y… “¡Me tengo que ir ahora
mismo!” Corrimos a todo vapor pero otra vez quedamos atrapados en un caos de lluvia y tránsito, el auto que no avanza y mi conductor experto que quiere pisar el pedal y no lo dejan.
Dúo de amor de Madame Butterfly para calmar los ánimos… No hay caso. El tiempo es tirano y corremos contra el reloj. Cambio de planes...
¡Pero ya no quiero más mentiras! ¡Quiero vivir en paz y que nadie sufra por mi culpa!
Hacemos lo que creemos es mejor. Pero hoy los astros no están de nuestro lado y todo se complica. Premoniciones.

miércoles, 10 de octubre de 2007

El neozelandés, el diluvio y los tomates

Parece que a pocos metros de mi morada anduvo dando vueltas un neozelandés y yo sin saber. Fue la semana pasada. Ni una palabra de castellano pero dicen que era una delicia de muchachito de casi dos metros de altura. Se deshacía en agradecimientos pero no permitió que lo besaran, haciéndose eco de una costumbre ancestral según la cual está mal visto que la gente se toque y se bese. No hubo manera de hacerle entender que acá se besan hasta los perros.
Todo marchó bastante bien hasta que el viernes se desató la feroz tormenta con granizo incluido y el pobre neozelandés quedó atrapado en un auto camino a Lomas, el agua subiendo rápida y peligrosamente y el remisero haciendo maniobras insólitas para trepar a la vereda en medio de Pavón en hora pico. Dicen que a punto estuvo de desmayarse. Al final son todos iguales… Cuanto más grandes más pavotes.
Pero es cierto que últimamente las tormentas amedrentan al más aguerrido. Yo soy la primera en cazar el teléfono y llamar al primero que tenga ganas de hacerme el aguante, cuestión de no estar sola escuchando los truenos que me ponen la piel de pollo. A falta de excusas, soy capaz de hacer el pedido de Coto por teléfono con tal de escuchar una voz amiga del otro lado de la línea que no me abandonará al menos por un largo rato mientras repasa conmigo el precio de los aceites, los cereales y los tomates.
Los tomates… El boicot está dando resultado porque ayer constaté con mi verdulero amigo que el precio record bajó a la mitad y hay otros tomatitos más baratos, los brasileros creo, pero parece que son incomibles. Ahora que bajaron los tomates sube la calabaza y, según dice, sigue la papa. Es la guerra de la papa. Cuidado que esta lucha a brazo partido, encabezada por doña Rosa y sus secuaces, no nos tape los ojos y nos desvíe del fondo de la cuestión.
Dicho de otro modo, “que el árbol no nos impida ver el bosque”.

domingo, 7 de octubre de 2007

La noche de los museos

Suena a velada tenebrosa caminando a tientas por los oscuros pasillos del museo de cera, atisbando a nuestras espaldas un ruido susurrante como de momia que despierta de su sueño milenario con ansias de cumplir el maleficio…
Pero no. Para los adeptos, cabe señalar que el Museo de Cera estaba cerrado. Sí, señor. Por eso arrancamos visitando el Del Títere que resultó una verdadera
cagada. Tampoco es que esperábamos el Teatro Negro de Praga ni mucho menos. Pero esto, señores, inspiraba compasión. Hasta se me ocurrió donarles los títeres de Disney que mi mamá me regaló cuando cumplí cinco años, con toda la ropita que juntas hicimos para ellos. Indignante y lamentable. Señores gobernantes, necesitamos presupuesto para títeres y titiriteros. ¡Que no decaiga!
El Museo del Traje despertó todo mi interés pese a lo deteriorado de las vestimentas y que me miraron raro cuando pregunté si el Dior violeta era original. Me impresionó el vestido de novia de fines de siglo XIX (una novia bajita como de metro y medio) y el de la madrina, ni hablar. Más bien deberían haberlo llamado “Traje de Suegra”. Sólo con ver el pesado terciopelo negro recargado de piedras, las mangas muy largas cruzadas sobre el abdomen y el severísimo cuello cerrado con ballenitas, hubiera yo cruzado a nado el Atlántico y a ver quién me encuentra. Los trajes orientales bordados con hilo de oro eran lo más. Y quiero ese vestido de baile con lentejuelas muy década del treinta con el que me vería más flaca que la novia de Popeye.
Abro un paréntesis para señalar que los museos de la madre patria dejaron bastante que desear. En la Casa de Cataluña había una preciosa muestra de tallas en madera inspiradas en el Martín Fierro, obra de un catalán, claro está. Y unos payadores recitaban estrofas de nuestro gaucho por excelencia, también en catalán, faltaba más. No sé si reír o llorar. Fuera de esto y unas copas de vino que repartían entre los visitantes… nada que agregar. Una pérdida de tiempo. Y eso que a los catalanes plata no les falta; si no, detengámonos simplemente en la majestuosa escalera de mármol, las puertas espejadas, las alfombras y los techos decorados. No sé para qué se adhieren a la muestra si no tienen nada qué mostrar.

El Museo de la Emigración Gallega fue otro chasco. Una hermosa gaita, una bicicleta oxidada perteneciente a un gallego desconocido, fotos familiares, el carrito del afilador, una máquina de coser no tan antigua y la curiosa historia del Fantasma. That’s all. Ah… y unas señoras provistas de agujas y maderitas tejiendo encajes preciosos, un arte prodigioso que intentan preservar y transmitir en plena era de tecnología digital. Ahora que recuerdo, en todos los museos había señoras tejiendo. Una especie de logia del bolillo.
Eran casi las diez de la noche y la pizarra anunciando empanada gallega, tortilla a la española y vino de la casa ciertamente tentaba al estómago más entrenado. Por lo menos nos dimos la gran comilona a un precio irrisorio. Sólo por esto diré que valió la pena.
Como reza el dicho “panza llena, corazón contento…” nos fuimos canturreando en dirección al río, cruzamos el Puente de la Mujer y salimos sin querer en la foto de una quinceañera coreana.
La Corbeta Uruguay nos cambió el humor. Un marinero que nunca en su vida navegó (así confesó públicamente, no voy a dar nombres) nos enseñó el “nudo de horca” y el “nudo de esposas”. Temí preguntar demasiado y que mi curiosidad despertara la de otros y todos supieran las ganas que me dieron de jugar con los nuditos y lo entretenido que podría llegar a ser si… En fin, habrá que practicar.

Subimos y bajamos las escaleras “al revés”, de espaldas como verdaderos marinos. Y me golpeé la cabeza repetidas veces pero no me importó porque desde la cubierta inferior llegaban, como oleadas, vestigios del bel canto. De pronto nada me importó, corrí entre brújulas y armeros, sin mirar los rostros de capitanes ilustres ni los sables ni el timón de repuesto… Yo quería escuchar en vivo y en directo las canzonettas que me enseñaba la abuela y tararear “Mamma” y “O sole mío” como cuando era una nena. Y de ahí tuvieron que arrancarme a tirones aunque desde lejos siguiera gritando “¡Otra! ¡Otra!”.
Como despedida, un sencillo show de tango sobre la cubierta principal. Ella con una pollerita demasiado corta y medias de red; él, un guapo del novecientos muy alto y muy flaco.
Fin de la noche de los museos, at least for us. Tal vez el año próximo nos tiente la ruta de la ciencia porque con la historia no vamos a ningún lado…

martes, 2 de octubre de 2007

Tecnología cero

Hoy es un día de esos en que nada funciona bien.
Me duele la cintura. Hace días que me duele y esta humedad pegajosa empeora las cosas. Y no hay nada más feo que arrancar el día con amenaza de lluvia que no cesará hasta el fin de semana.
Los martes son insulsos. Porque el lunes da derecho a estar de capa caída, empezar la semana no es fácil, el humor está por el piso y las horas se estiran como chicle. Pero el martes no es nada, ni “fu” ni “fa”. Y encima llueve. O llovizna… No sé qué es peor.
Abrir el email y no encontrar respuesta acaba con mis escasas reservas de alegría.
Y para colmo de males hoy el Ipod dijo “¡Basta!”. Mi Ipod adorado, mi compañero de tiempo completo, el depositario de todos mis secretos… está como muerto. ¡Guaaaa….!
Eso me pasa por incumplir el onceavo mandamiento: “Harás backup al menos una vez por semana.” Y aquí estoy ahora desolada, completamente abatida sin saber qué hacer. Lo miro y no me responde. Ya probé todo, inclusive lo sacudí un poquito… y le hablé, le pedí “por favor” y después grité. Pero está más cerrado que una tumba. ¡Y yo quiero que me devuelva todos mis escritos y mis fotos y mis canciones!
Hay días, Sra. Tecnología, que merecería Ud una buena patada en el orto.

lunes, 1 de octubre de 2007

The crying game

Siempre me autoproclamé fuerte y valiente.
No suelo llorar. No me gusta la gente que llora por necedades. Aunque (inútil negarlo) todos alguna vez lloramos lágrimas de cocodrilo… Como cuando Papá Noel no cumplía a rajatabla los términos de la cartita que, a mis ojos de niña malcriada, adquiría legítima validez contractual. O cuando, a la hora de dormir, sonaba la canción del Mono Relojero y me entraba un pánico súbito e inexplicable y lloraba a moco tendido hasta que apagaban el televisor. O con todas esas pequeñas e injustificadas rabietas que le agarran a uno en los momentos menos esperados y por las cosas más tontas.
Llora
r es un buen recurso para aflojar la tensión. Pero es mentira que después de llorar ves todo más sereno, limpio y claro. Yo no veo un joraca. Me arden los ojos, se me corre el maquillaje y me siento fea, demacrada, ojerosa… y, por si fuera poco, esa tristeza que tarda en desprenderse.
Por eso el llanto verdadero lo reservo para las grandes ocasiones.
Me pregunto de dónde salen las lágrimas que no se acaban nunca… Tanto lloré cuando murió mamá que creí se agotaría la fuente. Lloré antes y después. Y seguí llorando mucho después, casi siempre en soledad porque uno se vuelve egoísta en el dolor y cree que nadie más merece compartirlo. No porque el espectáculo de las lágrimas resulte vergonzante sino porque se convierte en un acto privado, íntimo.
Llorar me hace sentir infinitamente frágil, desprotegida… No me gusta llorar. No quiero llorar. Aguanto la respiración, me sueno los dedos, aprieto los dientes y me contengo… hasta que no puedo más. Entonces todo el andamiaje erigido a fuerza de sufrimiento y resignación se desmorona en un abrir y cerrar de ojos y quedo desnuda, transparente, vulnerable.
Y hay momentos especialmente complicados para largarse a llorar, aunque a tu lado haya alguien que te entiende y te contiene y que, si te querés escapar, repite una y otra vez “No te vayas de mí. Nunca te alejes de mí”.
No. No quiero alejarme. Precisamente…

I know all there is to know about the crying game
I've had my share of the crying game
First there are kisses, then there are sighs
And then before you know where you are
You're sayin' goodbye