martes, 23 de octubre de 2007

Extracción

Ayer fue el día D.
Tres veces cambié el turno. Tres veces tuve miedo. Tres veces me negué. Número místico el tres… “La tercera es la vencida”, dicen. “No hay dos sin tres…” En fin, “cada cosa a su tiempo” y… se me ocurren tantas frases apropiadas que podría seguir divagando un largo rato.
Pero el hecho es que después de cargar tres décadas (otra vez tres… y esto recién lo noto) con esta dentadura sanísima y digna de envidia, de repente descubrí ¡una caries! La primera y única. Y no una caries cualquiera. Una caries en la muela de juicio, abajo al fondo, a la derecha. Bonito lugar te fuiste a buscar…
Tarde varios meses en decidir la consulta.

-¿Te duele?
-No.
-¿Pero no sentís nada?
-No.
-Entonces no vayas.

Este diálogo se volvió recurrente y reconozco que el consejo me convenía. Hasta que mi papá, con su sabiduría bien intencionada, sentenció: “Si no vas ahora, después va a ser peor”. Y la cagó. Me entró miedo y fui.
Yo creía que se podía arreglar o emparchar o limpiar o lo que fuera. Y hasta entonces todo venía bastante bien, hasta que el dentista me vio.

-Humm… ¡Qué bárbaro! Tenés una boca perfecta, lástima esa muela que no se puede arreglar y vamos a tener que sacarla…

“What???? De qué estás hablando, Willis??” Y encima dijo que él no podía, que me la tenía que sacar ¡un cirujano! Diossss, ¿qué hice para merecer esto? Aterrada, pedí más opiniones y sin rodeos escuché la misma respuesta: “Las muelas de juicio no se arreglan, se sacan”. A la marosca… Pero la manchita negra seguía igual, ninguna molestia, ningún dolor.
Me recomendaron una cirujana, según cuentan “muy experta”, que confirmó el diagnóstico sin vacilar. Y se la veía muy contenta con la idea de arrancar mi pobre muelita.
Tras muchas y extensas cavilaciones, tomé la decisión. Y ayer me senté temblando en la silla de torturas esperando que la anestesia me volviera insensible. Pero dolía y yo sentía como un hilito que me perforaba la mandíbula y entonces me pinchaba otra vez. “¡No grites! Si te duele, te pongo más anestesia. ¡Aguantá que ya sale!”. Horroroso. Pensar que me estaban arrancando un pedacito de esqueleto y yo, resignada e indefensa, esperando que todo pase lo más rápido posible, imaginando lo que vendrá después, más dolor, inflamación, antibióticos y la cara hinchada como pelota de básquet.
“Bueno, ya está”. Ahhh… qué alivio. Ese es sin dudas el mejor momento. Cuando uno adquiere la certeza de que nadie meterá más pinzas en su boca, ni habrá tirones, ni pinchazos ni “abrí más, la lengua floja... ¿duele? ¿duele?” Lo peor ya había pasado.
Y sí, estoy hinchada y dolorida y con un hueso menos. Pero ya está. Lo único que me consuela es que puedo tomar toneladas de helado sin culpa, aunque por ahora dejaré de lado mi adorado té de menta y los bombones de praliné que me regaló la vecina de enfrente.

2 comentarios:

maga dijo...

Pobre... Yo tengo mil implantes, deberia haberme acostumbrado pero no. Sigue doliendo como la primera vez y sufro horrores cada vez que voy al dentista. Que te sea leve...

Luciano dijo...

Si, se sacan y el cicatrizado lleva unos cuantos dias. Helado, si, que bueno.
Disfruta del dolor...jejeje.
Que envidia, mi dentadura no es mala pero iempre he tenido caries, aunque de lento desarrollo, si te importa saberlo :)
Ah, el dulce sonido del torno.