domingo, 7 de octubre de 2007

La noche de los museos

Suena a velada tenebrosa caminando a tientas por los oscuros pasillos del museo de cera, atisbando a nuestras espaldas un ruido susurrante como de momia que despierta de su sueño milenario con ansias de cumplir el maleficio…
Pero no. Para los adeptos, cabe señalar que el Museo de Cera estaba cerrado. Sí, señor. Por eso arrancamos visitando el Del Títere que resultó una verdadera
cagada. Tampoco es que esperábamos el Teatro Negro de Praga ni mucho menos. Pero esto, señores, inspiraba compasión. Hasta se me ocurrió donarles los títeres de Disney que mi mamá me regaló cuando cumplí cinco años, con toda la ropita que juntas hicimos para ellos. Indignante y lamentable. Señores gobernantes, necesitamos presupuesto para títeres y titiriteros. ¡Que no decaiga!
El Museo del Traje despertó todo mi interés pese a lo deteriorado de las vestimentas y que me miraron raro cuando pregunté si el Dior violeta era original. Me impresionó el vestido de novia de fines de siglo XIX (una novia bajita como de metro y medio) y el de la madrina, ni hablar. Más bien deberían haberlo llamado “Traje de Suegra”. Sólo con ver el pesado terciopelo negro recargado de piedras, las mangas muy largas cruzadas sobre el abdomen y el severísimo cuello cerrado con ballenitas, hubiera yo cruzado a nado el Atlántico y a ver quién me encuentra. Los trajes orientales bordados con hilo de oro eran lo más. Y quiero ese vestido de baile con lentejuelas muy década del treinta con el que me vería más flaca que la novia de Popeye.
Abro un paréntesis para señalar que los museos de la madre patria dejaron bastante que desear. En la Casa de Cataluña había una preciosa muestra de tallas en madera inspiradas en el Martín Fierro, obra de un catalán, claro está. Y unos payadores recitaban estrofas de nuestro gaucho por excelencia, también en catalán, faltaba más. No sé si reír o llorar. Fuera de esto y unas copas de vino que repartían entre los visitantes… nada que agregar. Una pérdida de tiempo. Y eso que a los catalanes plata no les falta; si no, detengámonos simplemente en la majestuosa escalera de mármol, las puertas espejadas, las alfombras y los techos decorados. No sé para qué se adhieren a la muestra si no tienen nada qué mostrar.

El Museo de la Emigración Gallega fue otro chasco. Una hermosa gaita, una bicicleta oxidada perteneciente a un gallego desconocido, fotos familiares, el carrito del afilador, una máquina de coser no tan antigua y la curiosa historia del Fantasma. That’s all. Ah… y unas señoras provistas de agujas y maderitas tejiendo encajes preciosos, un arte prodigioso que intentan preservar y transmitir en plena era de tecnología digital. Ahora que recuerdo, en todos los museos había señoras tejiendo. Una especie de logia del bolillo.
Eran casi las diez de la noche y la pizarra anunciando empanada gallega, tortilla a la española y vino de la casa ciertamente tentaba al estómago más entrenado. Por lo menos nos dimos la gran comilona a un precio irrisorio. Sólo por esto diré que valió la pena.
Como reza el dicho “panza llena, corazón contento…” nos fuimos canturreando en dirección al río, cruzamos el Puente de la Mujer y salimos sin querer en la foto de una quinceañera coreana.
La Corbeta Uruguay nos cambió el humor. Un marinero que nunca en su vida navegó (así confesó públicamente, no voy a dar nombres) nos enseñó el “nudo de horca” y el “nudo de esposas”. Temí preguntar demasiado y que mi curiosidad despertara la de otros y todos supieran las ganas que me dieron de jugar con los nuditos y lo entretenido que podría llegar a ser si… En fin, habrá que practicar.

Subimos y bajamos las escaleras “al revés”, de espaldas como verdaderos marinos. Y me golpeé la cabeza repetidas veces pero no me importó porque desde la cubierta inferior llegaban, como oleadas, vestigios del bel canto. De pronto nada me importó, corrí entre brújulas y armeros, sin mirar los rostros de capitanes ilustres ni los sables ni el timón de repuesto… Yo quería escuchar en vivo y en directo las canzonettas que me enseñaba la abuela y tararear “Mamma” y “O sole mío” como cuando era una nena. Y de ahí tuvieron que arrancarme a tirones aunque desde lejos siguiera gritando “¡Otra! ¡Otra!”.
Como despedida, un sencillo show de tango sobre la cubierta principal. Ella con una pollerita demasiado corta y medias de red; él, un guapo del novecientos muy alto y muy flaco.
Fin de la noche de los museos, at least for us. Tal vez el año próximo nos tiente la ruta de la ciencia porque con la historia no vamos a ningún lado…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dragona: Lamento que no hayas tenido un mínimo de sensibilidad para observar en detalle que cada objeto que se exhibe en el Museo de la Emigración Gallega en la Argentina guarda una intensa historia, que no necesariamente debe ser de un "conocido".
Imagino que tu historia también es importante o por lo menos así debes considerarla, por eso has armado este blog para compartir tus sensaciones con muchos anónimos y conocidos, no?
En el Casal de Catalunya nos rompimos el lomo para armar una agwenda de actividades muy prolija, que marque nítidamente que las culturas catalana y argentina pueden convivir magníficamente y enriquecerse mutuamente. Espero que algún día lo puedas entender... tal vez no falte mucho.
Te esperamos en la Noche de los Museos 2008!!!

Condal

Menta Ligera dijo...

Lamento que el comentario sea anonimo y que mis apreciaciones hayan herido la susceptibilidad de quienes trabajaron en la muestra. Pero sinceramente creo que recitar el Martin Fierro en otro idioma no es una forma de amalgamar las culturas sino simplemente colgarse de nuestras boleadoras. Sostengo lo dicho, la muestra no me parecio interesante y mucho menos tratandose de la Noche de los Museos. Sin animo de ofender, solo como critica constructiva.
Muchas gracias.