viernes, 2 de abril de 2010

Cosecharás tu siembra

Tenía que resucitar Jesucristo para retomar, al son de las campanas celestiales, mis viejos -mas nunca olvidados- hábitos jardineriles. Y es que estos días soleados, que combinan el ocio con el estudio interrumpido de las partes requetedifíciles del Requiem Alemán, se prestan para rastrillar la tierra y limpiarla de yuyos y, lo que es aún mejor, recolectar los frutos que uno no imagina tan sabrosos hasta que la tentación obliga a hincar el diente y el jugo delicioso y fresco resbala por las comisuras pidiendo otro mordisco y otro más.

No hay nada como los tomatitos maduros recién cosechados, basta con enjuagarlos bajo el chorro
de la manguera y el sabor inigualable y rojo de la pulpa se deshace contra el paladar en una mezcla de sensaciones que muchos ni siquiera conocen.

Ajíes de diversas formas y colores, radicheta, rúcula, albahaca, chauchas, romero, puerro, espinaca y pepinos. Nadie me advirtió acerca de la plaga de los pepinos que se reproducen como langostas
y alcanzan tamaños… aterradores. De las berenjenas ni noticia, hasta ahora es lo único que ha fallado pues hasta los alcauciles maduraron, dieron flor y finalmente se transformaron en una suerte de pompón áspero de tonalidad amarillenta que, según dicen, almacena las semillas para la próxima siembra.

Los frutales prometen kiwis, membrillos, peras y manzanas en cantidad. Los higos se doran bajo el sol de la tarde, pero hete aquí que los más panzones y dulces son atacados por unos insectos rojizos provistos de larguísimas antenas, peligrosamente parecidos a las cucarachas que tanto temo. Los invasores se deslizan de un lado a otro de la higuera y rápidamente consumen el fruto, manteniendo a raya a las abejas y a mí que este verano no podré preparar mi famoso dulce de higos.

Ahora entiendo cuán gratificante ha de resultar la cosecha para quien ha sembrado y cuidado su tierra. Apreciar el color, la textura y el sabor auténtico de los alimentos es ciertamente una novedad en los tiempos que corren, un poco como volver a la época de nuestros abuelos que criaban gallinas y plantaban escarola en macetas y dormían la siesta bajo la sombra del parral cargado de uva chinche.

Economía primaria… No envidio a las futuras generaciones, quién
sabe hacia qué evolucionarán con tanto transgénico dando vueltas por ahí. ¡Y después dicen que ser vegetariano es sano! Comer mi-la-ne-si-tas de soja no es más sano que engullirse un pollo inflado de hormonas, o ese bacalao impostor que algunos ofertan a precios insólitos y no es más que un pellejo acartonado con gusto a sal.

Por eso celebro la oportunidad cada vez más codiciada de hundir las manos en la tierra, regar los surcos y plantar con amor las semillas que mañana serán frutos y honrarán mi mesa. Aunque sólo fuera por esto, dejaré de quejarme por un rato y mostraré sincera gratitud mientras saboreo una de esas rechonchas y dulcísimas granadas.

1 comentario:

Luciano dijo...

Una sola palabra: pahhh!