viernes, 26 de marzo de 2010

El mediador

No sé si reír o llorar. No tanto porque soy la garante demandada, intimada, emplazada y bla-bla-bla… Ni siquiera porque mi amiga –la inquilina- incumplió los términos usurarios del contrato y me metió literalmente en la boca del lobo. Tampoco porque el propietario –que es abogado y yo DETESTO a los abogados- no es más que un mocoso petulante con ínfulas de erudito que se cree con derecho a mirarme por encima del marco de sus anteojos ultralivianos.

Fabiana, mi amiga, también es abogada. Y como abogada hay errores que no pueden perdonársele, errores gravísimos que hoy nos condenan a sentarnos a la mesa del MEDIADOR que, como no podría ser de otra forma, se llama nada más y nada menos que SALOMON.

Sí, el Dr. Salomón Nosecuanto que, negándose al conventillo de un pasado pisoteado, pugna por
alcanzar un acuerdo que lo libere del enojoso asunto a cambio de sus buenos estipendios.

Un juicio salomónico, lo que me faltaba… Mi amiga lleva las de perder pero, en los escasos segundos que duró el viaje en el ascensor, le prometí que daríamos pelea. Y allí estábamos, sacando los trapitos al sol sin reparar en los suspiros de fastidio del Dr. Salomón que miraba el reloj demasiado a menudo.

Pero cuando la querella subió de tono poniendo en peligro su reputación, se apresuró a separar a las partes… “Usted aquí, usted también. Señoras, las invito a cambiar de sala”. Y ahí entendí, si no la justicia, al menos la habilidad salomónica para concluir esta entreverada pelea de conventillo negociando, al amparo de la distancia, una solución que no perjudica ni satisface y no le quita más tiempo que el que nos llevó firmar el bendito contrato.

1 comentario:

Luciano dijo...

Justo se llama Salomón.
La paz mundial no es posible, porque no tenemos paz ni entre vecinos.