miércoles, 3 de marzo de 2010

Post 666

¡Aquí está la sabiduría! El que tiene entendimiento, calcule el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis.
(Apocalipsis 13:18)

Un escenario aterrador. Un grupo de mujeres reunidas en la penumbra de una cocina sucia y grasienta, susurran una copla a la luz amarillenta del fuego sobre el que pende una olla de hierro. El líquido espeso, mezcla de olores irreconocibles y repugnantes, hierve a borbotones salpicando el aire viciado. Están vestidas de harapos, los brazos y las piernas ostentan llagas y costras, el cabello enmarañado, los ojos desorbitados y la expresión ausente. En su conjuro musitan el nombre de la Virgen María y algunos santos entremezclados con frases sacrílegas. Es noche de aquelarre, las brujas están llamando a su Señor.

De haber nacido en el siglo XVI me hubieran quemado en la hoguera o, con
suerte, perdía la cabeza como la Bolena o la Estuardo. ¡Bruja! Pero no bruja de brujerías sino bruja sedienta de conocimiento, bruja alquimista, bruja sanadora, bruja amante.
Hubiera resguardado de la quema todos los escritos que cayeran en mis manos, hubiera honrado la noche del Samhain con alimentos y regalos para los difuntos y me hubiera empeñado con tesón en la elaboración de remedios, pociones y venenos para los insectos. Algún incauto me contaría sus sueños y yo los interpretaría a mi gusto, no mostraría temor ante los eclipses y, a modo de amuleto, llevaría a todas partes mi diapasón y una botellita de alcanfor para ahuyentar la mala energía.

Me habrían condenado porque tengo, no una, sino tres marcas. Una en la espalda, otra en la nariz
y otra más en el dedo índice de la mano derecha. Suficiente para acelerar el proceso. Si acaso pronunciara alguna de mis frases célebres me llamarían “blasfema”, dirían que mis mates son filtros para el amor, me cortarían el pelo muy corto y me arrebatarían con violencia los objetos incriminatorios: la bola de cristal que permanece muda para mí pero es tan bella que me hipnotiza, una estrella de David y una cruz con brillantitos, mi bombacha de la suerte y el caleidoscopio que fabricamos con papá para la clase de Óptica.

Bruja buena, bruja mala. Bruja que grita descontrolada sus muchos y espectaculares orgasmos; bruja que canta, escribe, lee y pelea con insensata pasión; bruja que llora, que ríe, que pega cachetazos; bruja que ironiza y conforta, que ama y reclama. Bruja.

Este es mi post número 666. Dudaba entre escribir o jugar al Ouija… por ahora prefiero escribir aunque, de a ratos, revuelvo el caldero.