jueves, 18 de marzo de 2010

La próxima... no cuenten conmigo

Pues bien, no me dieron ganas de ir al cine y opté por la reunión de consorcio a la que me vengo negando desde hace… ya ni me acuerdo. Conozco gente que mataría por asistir a estos cónclaves obligados y, si hay sanguchitos, tanto mejor. No es mi caso, detesto las reuniones, los consorcios, los administradores y los administrados, mucho peor si el encuentro es a la hora de la cena y de dorapa en el palier de entrada.

El señor del 3° me invitó especialmente. Me emplazó. Y fui porque, si no voy, pierdo el derecho a quejarme y la invalorable oportunidad de escribir este post.

Ya estaban reunidos y silenciosos cuando llegué. El gordo del 1° deslizaba comentarios perdidos sobre Palermo y su record de goles, nadie lo escuchaba en realidad. Faltaba el presidente de la Comisión, el que lleva la voz cantante y cita números que pocos comprenden. A las cansadas llegó, munido de papeles e intenciones concretas de hacer pedazos al administrador. Y hasta aquí todos de acuerdo, pues es sabido que los administradores rara vez gozan de la confianza de los vecinos, especialmente cuando las expensas aumentan y se vuelve imprescindible hallar un culpable.

Al cabo de media hora, cuando ya empezaba a sofocarme -¿T.O.C.?- sonó el celular, casi como la campana al final de un round. Era mi doc. Aproveché para escapar un instante al fresco de la noche, envuelta en la voz que adoro que hoy suena triste y quizá por ello la quiero más. Me atrevo a decir que fue una llamada providencial, no tanto porque disipó todo malestar sino porque, a juzgar por el griterío que escapaba del edificio, algo fuera de lo común estaba ocurriendo.

Me asomé a hurtadillas para observar, incrédula, cómo volaban las trompadas y una que otra patada a traición. “¡Ladrón!” “¡No te lo voy a permitir!” “¡Pegá si sos macho, pegá!” “¡Te voy a romper la cara, hijo de %#&%@)()(=%!” Los que pegaban y los que intentaban separar, todos unidos en un masacote digno de la más burda historieta. Gente grande… es de no creer, qué vergüenza.

Lo cierto es que de buena me he salvado, un minuto más y terminaba en el dentista o fracturada o algo peor porque, en el fragor de la batalla, poco importa si una es señora o señorita y está visto que de ésta no escapaba ilesa.

Del resto de la reunión queda poco por decir, nada que valga la pena excepto los ojos morados y las broncas que decantarán más tarde en cartas documento y muñecos pinchados con alfileres. Lo único que sé es que tengo un Dios aparte o mi doc se compró la bola de cristal y no me dijo pero, de no ser por el llamado milagroso, hoy no la contaba.

Y ahora que se me pasó el tembleque, me voy a dormir.

2 comentarios:

Allek dijo...

hola!
te invito a que pases por mi casa
dejare la puerta entreabierta..
te dejo un fuerte abrazo!!!

Luciano dijo...

Qué desastre. La próxima vez dejá a mano unos cuantps bastones así se dan más fuerte.