miércoles, 21 de octubre de 2009

Ociosa y mundana

Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren…

Esto de tener el saloncito de fiestas justo enfrente tiene su lado positivo. No sólo por los superhéroes que de vez en cuando te sacan de apuros, también brinda la oportunidad de conocer gente nueva, deleitarse con el bullicio de los niños… Es una nota de color en una cuadra anónima de este barrio que es bien barrio, música, globos, risas… ¡y el Trencito de la Alegría!
Sí. Cuando abrí la puerta de calle, allí estaba echando humo por la chimenea (humo ficticio pues
ahora funcionan a batería, pero humo al fin). Un tren pintado de verde con el fileteado característico, música de circo y el traqueteo lento y pesado sobre la calzada… chucuchucu-chucuchucu…
Me quedé embobada observando cómo los niños (y las madres) trepaban a los estribos y corrían a sentarse en el único vagón, entre risas y grititos que denotaban excitación e impaciencia.

-¿Querés subir? Doblo en la esquina, voy hasta la plaza y vuelvo.

El maquinista era el clon de Paolo, con morral y pelo largo. Repitió la pregunta a voz en cuello y recién entonces me di cuenta que me había acercado inconscientemente al tren que ahora hacía rugir el motor, a punto ya de emprender la marcha.

-Y… bueno. Me bajo en la plaza.
-Dale, subí.

No me hice rogar demasiado. Constaté que no hubiera ningún Barney a bordo y me acomodé lo más rápido que pude en el primer asiento. A nadie sorprendió mi compañía y ahí estaba yo con mi sonrisa de oreja a oreja, contenta como perro con tres colas.
Al volver la esquina me envolvió el abrazo dorado del sol acariciando las ventanillas sin vidrios. ¡Era real! La magia de una especie en extinción que, desafiando la vorágine de este siglo celularizado, continúa divirtiendo y maravillando a grandes y chicos por igual. Si lo viera mi papá… ¡él, que muere por los trenes!
Bajé en la plaza que ahora luce bonitas fuentes de agua y arbustos floridos. Caminé un rato, tenía tiempo. En la vidriera que es mi perdición han expuesto un vestido vaporoso, deliciosamente femenino, el vestido soñado que, si no fuera tan rosa, sería perfecto. Y
las sandalias con strass… No sé si comprar las sandalias o el lemon pie que me mira desde la bandeja giratoria de la panadería de al lado. ¿Cómo van a poner una panadería justo acá? ¿Por qué me hacen esto…?
Mi tarde transcurrió en la peluquería, ociosa y mundana como no suelo ser, aunque a veces se torna necesario. Un service completo, sin apuro y con criterio, hojeando revistas chimenteras mientras se seca el esmalte.
Ahora estoy lista para ir a armar la valija. Au revoir!

2 comentarios:

Luciano dijo...

Acá no hay trencito de la alegría.
Por que nos gusta ese engendro?

Menta Ligera dijo...

Ta bueeeeeenoooo! Pero sin Barney ni Teletubbies ¿eh?