domingo, 13 de junio de 2010

I thought it would be fun

Pasado el período de luto por no poder comprarme TODO, arremetí contra las grandes marcas en busca de EL VESTIDO. No para la gala del Colón, tampoco para festejar el debut contra Nigeria y mucho menos para almorzar con la reina madre.

-¿Pero si tenés un montón de vestidos?
-No tengo un montoooon… Y no puedo repetir, uno nunca sabe.
-Yo voy a llevar el mismo traje de…
-Los hombres no tienen problemas de vestuario, nosotras sí.
-Además, si es para ponértelo una sola vez…
-Ah, también necesito zapatos… ¡y una carterita!

Todo por el bendito casamiento de la chirusa que no dudó en pasarse a las huestes de los hijos de David a cambio de un porvenir asegurado y un marido que, cuando la conozca tan bien como yo, pedirá que lo arrojen a los leones del circo untado en pate-de-fuá.

No me gusta nada y lo que me gusta me hace odiarla un poco más. Además engordé, no mucho pero sí lo suficiente para sentir que no hago lo correcto si pido un talle más que después habrá que ajustar, porque s-e-g-u-r-o que hay que ajustarlo. Toda esta cosa de la falta de comunicación que amenaza con convertirme en una isla, decanta invariablemente hacia la heladera y se corporiza en especiales de salame y queso que me harán merecedora de todas las cosas malas que me pasan.

Compré un vestido del color del vino que más me gusta, un color difícil que increíblemente me sienta bien. Y confío en que algún alma piadosa me preste los zapatos pues mi chanchito no da para más. Pienso que ELLA jamás tendrá que enfrentarse a estos dilemas, llenará los placares de vestidos costosos y zapatos de envidia, vivirá una vida de princesa con perdices y viajes y será feliz… ¿Lo será?

Tengo una tarta de choclo dorándose a 180°. Cuando digo que me la bajaría entera es porque “me la bajaría entera”.

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