martes, 28 de junio de 2011

Temblores

La única noción que tengo de un terremoto real fue el famoso sismo del 77 que destruyó Caucete y aquí, en la Capital, nos despertó de madrugada pensando que se venía el fin del mundo.

La lámpara del dormitorio, esa toda pintada a mano con dibujitos de Disney, oscilaba como un péndulo desbocado. Me senté en la cama a mirarla, la cama se movía. Sin duda, soñaba. Mamá corría de un lado a otro en camisón; papá, también en paños menores, levantó en brazos a mis hermanitos y salió dando tumbos y gritando. Qué manera más rara de despertarse.

-Mami… alguien está moviendo la cama.

Recién entonces se acordó de mí pero no se detuvo en explicaciones, me arrancó de las sábanas y gritó que me fuera con papá. La vi llorar mientras juntaba las pocas cosas que podía llevar, dinero, abrigos, documentos… Si mamá lloraba, la cosa era muy seria así que no dije ni “mú”, agarré a mi monito Pepe, me puse el desabillé celeste y bajamos corriendo por las escaleras.

A medida que avanzábamos crecía el griterío y la confusión. Al rato estábamos todos los vecinos parados en la vereda de enfrente esperando ver derrumbarse el edificio de un momento a otro, algunos descalzos sobre el pasto húmedo de rocío, la mayoría en camisón, alguno todavía en calzoncillos, todos presa del pánico colectivo.

La fachada se rajó por completo en los pisos altos pero no hubo ningún derrumbe. Vinieron los bomberos, la policía, una ambulancia y los curas de la parroquia. El nuestro era el único edificio en varias cuadras a la redonda, de modo que esa vez fuimos noticia. Tardaron más de un día en dejarnos entrar, era peligroso, decían. Papá nos llevó a casa de la abuela y allí nos quedamos hasta que el suelo dejó de temblar.

Qué frágil es nuestra existencia… Admiro a los japoneses que sufren en silencio sus pérdidas irreparables, en cambio acá le hacemos piquete a las cenizas del volcán y cacerolazo a la ola de frío. No necesitamos tsunamis ni armagedones, nos bastamos para recrear nuestro propio apocalipsis a medida sin ayuda de nadie, contaminamos, talamos, inundamos y votamos equivocadamente. Y Dios nos sigue dando pan.

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