miércoles, 29 de junio de 2011

El niño en el ladrillo

A falta de emociones más violentas… PILATES.

Dos veces a la semana, cómodamente instalada en una camilla erizada de resortes y poleas, trato de poner la mente en blanco, me deslizo, inhalo y exhalo, cierro los ojos y hago t-o-d-o lo que me dicen. Mis compañeritas de clase son señoras de cierta edad, bastante mejor entrenadas de lo que uno puede suponer, que no temen pasearse por el barrio con sus calzas ajustadas.

Como nada es casual en esta vida, el destino se ocupó de depositarme en la cama número cuatro que no parece distinta a las demás pero ciertamente lo es. Sucede que cuando miro el techo de bovedilla descubro un ladrillo que es diferente a todos los otros. Está justo sobre mi cabeza, es de color amarillento y da la impresión de haber sido puesto para rellenar un hueco. Por si acaso observé los ladrillos cercanos y los de más allá, uno por uno. Los conté y los volví a contar mientras subía y bajaba las piernas con una enorme pelota aprisionada entre los tobillos. Todos iguales, todos menos ÉSE.

Ya van tres clases que lo miro. Me obsesiona. Es que el ladrillo tiene “cara”. Sí, cara de niño, no de angelito sino de niño malo. Parece que sonríe pero la boca se tuerce en una mueca maligna y me mira, todo el tiempo me mira y yo a él. Juraría que lo he visto cambiar de expresión y no mira a nadie más, me mira a mí.

Cosas como ésta obligan a pensar en crímenes monstruosos y espectros aprisionados que pugnan por manifestarse, comunicar un mensaje o simplemente asustar. El niño en el ladrillo ha de ser el protagonista de una historia particularmente aterradora, estoy segura. Y me mira… ¿qué querrá decirme?

-María... ¿Qué pasa? ¿Está muy pesada la correa?
-No… se trabó la cama, no sé qué hice…

Pero no hice nada. Fue él, el niñito. Estuve a punto de señalarlo para que todas vieran cómo ríe con esa risa perversa pero nadie lo ha visto ni lo verá, es a mí a quien quiere, me odia, hace que los resortes pesen toneladas para que me duelan los brazos, se ríe de mí, ¡quiere volverme loca!

La próxima voy a cambiar de cama. Cuidar niños ajenos es uno de mis más preciados talentos pero lidiar con este engendro malvado es más de lo que puedo soportar.

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