martes, 12 de diciembre de 2006

FORGIVE AND FORGET

A los 9 años me depositaron en la puerta del club.

A mis lágrimas y protestas se opuso el incontestable argumento materno: “Las hijas de Angelita van todos los años y la pasan de maravillas”. El primer día, las hijas de Angelita me empujaron a la pileta y por poco me ahogan. Y por primera vez experimenté ser el patito feo del grupo. Mariana y Marité tenían ojos claros y eran tan pero tan lindas… El tipo de chicas con los que todos quieren jugar, invitarlas a sus casas, convidarles Coca-Cola..
 

Me llevó tiempo hacer amigos. Un día conocí a Anetta. Éramos parecidas, dos almas gemelas. Compartíamos la ansiedad por escapar de la colonia y pasábamos horas planeando huidas disparatadas. Me parece estar viéndola con su malla a lunares verdes y esos anteojos de sol demasiado grandes, dibujando con el dedo en la arena el mapa de la evasión.

Ese día nos escondimos en el baño mientras los chicos disfrutaban de la pileta. Nadie notó nuestra ausencia. El siguiente paso fue treparnos a un árbol elegido con sumo cuidado. Anetta subió primero. Llegamos lo bastante alto para encontrar una rama confortable y ahí nos aposentamos un largo rato a esperar. No recuerdo ni de qué hablábamos. Sólo sé que hacía calor y nos dio sueño y empezamos a cabecear. De repente se oyó un golpe seco y el llanto agudo de Anetta que yacía despatarrada en el suelo con los anteojos de sol colgando de una oreja. Sus gritos llamaron la atención de niños y adultos  y, en menos de un minuto, nos rodeó una multitud vociferante que intentaba socorrer a Anetta y me señalaba con el dedo como si fuera yo la culpable del desastre. Tan asustada estaba que no atiné a moverme del árbol. Sólo después de arduos intentos alguien logró bajarme de un manotazo. 

Anetta hipaba vergonzosamente y yo pugnaba por contener el llanto ante las miradas burlonas. Nuestros padres fueron notificados de inmediato. A Anetta la trasladaron al hospital más cercano y a mí me encerraron en la salita de revisación médica hasta que Madre acudiera a buscarme. Imposible transcribir el rosario de retos y castigos que ligué esa tarde. Pero preferí callar antes que traicionar a mi mejor amiga. Más tarde supe que Anetta (a quien la caída ocasionó sólo algunos rasguños) descargó su conciencia diciendo que todo había sido idea mía y que ella actuó obligada por la amistad y las circunstancias. Y ese fue el final de nuestra “amistad”. 

La colonia terminó con un gran festival que incluía exhibiciones deportivas, danza, juegos y sorteos. Me obligaron a bailar una coreografía vergonzosa enfundada en calzas brillosas color lila y polainas multicolores. Y nunca supe bien si era parte del castigo por el “asunto del árbol”. De Anetta no tuve más noticias.

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