domingo, 14 de diciembre de 2008

Economía primaria

Un sol que raja la tierra, el pasto mojado, una nube de jejenes se pasea al capricho del viento y la mina rebelde, contestataria, intelectualoide, ahora desgreñada y sudorosa, completamente anti-fashion, encaramada en la copa del ciruelo recolectando la fruta madura, luchando a manotazos limpios con las calandrias que insisten en picotear las existencias.
La mitad va a parar al balde que en pocos minutos rebalsa de ciruelas panzonas, en el punto justo para convertirse en dulce. Cada tanto me tiento con alguna escogida especialmente, y resulta excitante saborear la pulpa carnosa, intensamente roja, fresca, el jugo deslizándose por las comisuras de los labios, no importa demasiado si me mancho la ropa pues los placeres de la vida merecen ser vividos plenamente.
Y éste es uno de ellos, quizá porque me recuerda los veranos de la infancia en la quinta del abuelo que tenía especial obsesión por los frutales y gustaba de reunir a la familia en pleno, la cual -en parte obligada por las circunstancias y los compromisos hereditarios- pañuelo en la cabeza y balde en mano, sudaba la gota gorda recogiendo toneladas de ciruelas, damascos, peras y afines mientras el arcano mayor narraba las anécdotas de siempre, de cuando la nona vino de Italia con la ristra de ajos en el equipaje de mano por miedo a que acá no hubiera y cuando el tío Francesco –que Dios lo tenga en la gloria y no lo suelte- le regaló el reloj de oro para que, con el producto de la venta, comprara gallinas y conejos e instalara una granja y él no hizo nada de eso, guardó el reloj y trabajó hasta caer exhausto, juntó el dinero necesario para comprar tierras y plantar árboles y crió una gran familia, suficientemente numerosa como para no tener que pagar la mano de obra a la hora de la cosecha.
Las mermeladas caseras son patrimonio familiar, las recetas se han ido transmitiendo de generación en generación desde tiempo inmemorial respetando el secreto que impone la tradición oral.
Y, a juzgar por la cara de satisfacción y el “mmmmmm…” de los degustadores, es evidente que el dulce de ciruelas se me da bastante bien, “muy pero muy bien” han dicho por ahí… En fin, dentro de poco reclamaré mi lugar en las góndolas y temblarán las grandes marcas. ¡Cuidado con Menta!
Se levantan pedidos.

No hay comentarios.: