martes, 16 de diciembre de 2008

El Centenario - Parte I

Faltaba apenas un mes para el centenario de la fundación de la Capilla.
Las feligresas alborotaban la hora de la siesta con su parloteo histérico mientras plumereaban el confesionario y ensobraban invitaciones, previendo todo tipo de catástrofes que harían peligrar la llegada del obispo, amaban dramatizar lo que para ellas constituía un hito en la historia del barrio, se les caía la bombacha pensando que serían testigos, protagonistas, hacedoras de ese pedacito de historia, un día serían evocadas con respeto rayano en la admiración, las sentarían a los pies de algún santo mártir, víctima de una muerte especialmente dolorosa, y observarían el mundo terrenal desde muy arriba, con ojos lacrimosos desbordantes de una piedad patética.
Claro que tamaña obsesión por los festejos ponía a los más pequeños a salvo de cualquier
reprimenda, era la oportunidad servida en bandeja, inmunidad absoluta para las travesuras que se multiplicaban como los panes y los peces.
El párroco, trastornado por los vahos de la gloria eterna, se deshacía en bendiciones y perdonaba pecados ignorando la confesión. Cura de antaño, arrugado y amarillento como un pergamino, vozarrón contundente, gustaba de cantar pegado al micrófono aún después de aquel episodio del corto circuito, cuando se quedó pegado con la casulla de hilos de oro que por poco se prende fuego. Sobrevivió por obra y gracia del Espíritu Santo, sólo para ser partícipe de la gran celebración del Centenario ¡un milagro!
Mamá no se quedaba atrás. Noche tras noche tipeando en la Olivetti el discurso conmemorativo, también se ocupaba de las velas y del organista y llevaba la contabilidad de lo recaudado en las “canastitas”, antes y durante las misas. De ella heredé indudablemente esta poco redituable vocación de secretaria multipropósito.
María Elena regaba los crisantemos con pasión enfermiza, temiendo que no lucieran suficientemente esponjosos y rozagantes para el gran día. Crisantemos… no me gustan, son flores de muerto, pero “duran más” y eso bastó para dirimir la cuestión.
Otro tema importante, decisivo, era la comida. Porque en definitiva a la gente le importa un comino el Centenario, el obispo, los discursos de ocasión y la fotito en primera plana de la revista barrial… Todos vienen por el morfi, es un hecho comprobado.
No fue nada fácil organizar el banquete para los cientos de invitados que correrían a saciar la hambruna con el último Amén aún reverberando en la cúpula del altar mayor.
Y el obispo lamentando llegar siempre en último lugar…

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