Me fui sacudiendo las miguitas de tostada prendidas en la bufanda. Me fui derechito a la peluquería donde me atiende Mirta, la simpática y dulce Mirta. Me fui ilusionada, decidida y no sé por qué se me ocurrió balbucear que “tal vez más corto”, no sé por qué fui en realidad, sabiendo que mi pelo estaba divino y él, ellos, ellas, todos dijeron “¡no te lo cortes!”
Me corta y no la miro, estoy concentrada en la montaña de revistas chimenteras que me han puesto delante. Me gusta ponerme al día con las
cosas importantes, los bochornosos cuernos de Floricienta, la novia de Ricardito que repite por tercera vez consecutiva el mismo vestido en una fiesta, Alé lloriqueando, la Salazar mostrando su dentadura equina en la previa del Bailando y Zulma Lobato que primero se cae del pedestal y ahora de la escalera y termina enyesada en un hospital público pues “la obra social no se hace cargo”.
Mirta corta y lanza mechones a diestra y siniestra, de pronto siento la cabeza liviana y me pica la nariz. Mala señal. Cuando se me da por mirar, es demasiado tarde. Tremendo desastre me ha hecho, un corte de esos que te dan ganas de patalear y andar por la vida con la cabeza envuelta en una bolsa de Coto, quizá hasta degollarte con un cuchillo de carnicero.
-¿Te gusta?
Pero si estaba tan linda… ¡qué rabia! Tragué saliva, respiré despacio y, sin dejar de mirarme al espejo, repetí para mis adentros que la cosa no era tan grave, que ya crecerá otra vez y siempre está el recurso de la planchita o el rodete salvador.
Ahora deshago el camino de vuelta a casa, pobre de mí, y no quiero que me miren, menos que me hablen, lo único que quiero es un sombrero de ala ancha. ¿Cuántos vasos vacíos hasta que logre olvidar este día?
Me corta y no la miro, estoy concentrada en la montaña de revistas chimenteras que me han puesto delante. Me gusta ponerme al día con las

Mirta corta y lanza mechones a diestra y siniestra, de pronto siento la cabeza liviana y me pica la nariz. Mala señal. Cuando se me da por mirar, es demasiado tarde. Tremendo desastre me ha hecho, un corte de esos que te dan ganas de patalear y andar por la vida con la cabeza envuelta en una bolsa de Coto, quizá hasta degollarte con un cuchillo de carnicero.
-¿Te gusta?
Pero si estaba tan linda… ¡qué rabia! Tragué saliva, respiré despacio y, sin dejar de mirarme al espejo, repetí para mis adentros que la cosa no era tan grave, que ya crecerá otra vez y siempre está el recurso de la planchita o el rodete salvador.
Ahora deshago el camino de vuelta a casa, pobre de mí, y no quiero que me miren, menos que me hablen, lo único que quiero es un sombrero de ala ancha. ¿Cuántos vasos vacíos hasta que logre olvidar este día?