lunes, 25 de julio de 2011

Albóndigas por el piso

Humedad, frío y calor desconcertantes.

Tengo los bolsillos llenos de monedas y ni una miserable hebillita para sujetar ESTO que es casi la melena del Rey León. Un vaho hediondo me pega de lleno a la entrada del subte pero no queda más remedio… Lucho cuerpo a cuerpo por un asiento cerca de la ventanilla y pierdo la batalla contra “algo” que parece una orangutana con ojos de cuervo que, tras hundirme el codo en las costillas, me mira con instintos asesinos aún después de haberse sentado a presión donde no cabía ni la sombra de un niño escuálido. Me arrincono contra la puerta y leo, para distraerme, los mismos cartelitos de siempre que la gente pega en las paredes, el del profe de francés, un hostel para solos y solas, la vidente desatanudos…

En la siguiente estación suben dos chicas rubias. Hablan un inglés de película yanqui, están en su mundo, no miran a nadie. Se instalan cerca de la puerta, cada una trae una bolsita de la que emana un aroma que despierta al instante los estómagos dormidos.

- We have to do something huge.
- We could visit that place called… “Fuerte Apache”.

- I told we have to do something huge. Not something stupid.

- But don’t you want to see “INDIOS”…?

- Please! Just eat something!


Y ante la mirada incrédula del nutrido vagón, desplegaron tenedores de plástico que iban y venían enredados en la maraña de tallarines con tuco escondidos en las bolsitas. El subte no es ciertamente el lugar más adecuado para saborear el almuerzo pero a ellas no les importó, devoraban y hablaban con la boca llena como si tal cosa. Claro que, al fin, pasó lo que tenía que pasar… Al pegar la vuelta un tanto brusca, el consabido empujón en cadena, algún “perdonemé”, señoras que se arreglan la ropa, manotazo en bolsillo ajeno y… ¡una albóndiga que vuela por los aires salpicando gotitas de salsa encebollada a justos y pecadores! Pero será posible…

Me hice chiquita pegándome contra la puerta y contuve la respiración. La albóndiga me pasó por la nariz, dibujó una parábola perfecta antes de estrellarse de un golpe seco contra el piso y, en su inestable deambular, cuesta abajo en la rodada, se fue llenando de las pelusas que habitualmente danzan a lo largo y a lo ancho del vagón. Se hizo silencio, durante varios segundos hubiera podido escucharse el aleteo de las moscas, todos los ojos atentos al viaje sin fin de la albóndiga que nadie se atrevía a patear. Y entonces las muchachas estallaron en carcajadas con la boca roja de salsa y otra albóndiga de la misma familia pinchada en el tenedor de plástico. Reían despreocupadas, como si lanzar una albóndiga en medio del subte apretujado de viajeros fuera la cosa más inocente del mundo.

Muchos bajaron inmediatamente. Para desgracia, mi parada era recién la próxima. Esperé pacientemente observando la albóndiga sin ningún disimulo y casi me arrojé al andén apenas se abrieron las puertas. Las rubias, con sus bolsitas de comida y el tenedor en alto, bajaron detrás de mí. Seguían riendo.

- Can you see my nipples through this shirt?
- No. But don't worry, I'm sure they're still there.


2 comentarios:

Luciano dijo...

Es el blindaje del idioma.
Las cosas que decimos Angela y yo en Irlanda no te das ni idea.

Menta Ligera dijo...

Cosas como que? Me interesa! Me hubiera quedado un buen rato escuchando lo que decian de no haberse caido la albondiga..