viernes, 8 de febrero de 2008

Chino explotador

No es mi costumbre utilizar este espacio para realizar denuncias públicas pero esto supera con creces el límite de la tolerancia.
Ayer, contra mi voluntad, venciendo toda resistencia, respiré hondo, fruncí la nariz y me adentré en el supermercado chino de la otra cuadra para comprar gaseosas y un limpiavidrios. Había poca gente, una chica rubia muy alta con aspecto de turista bobalicona, una señora mayor que se calzó los lentes para ver mejor los precios y una mujer de pelo negro largo, ojos de Cleopatra y un look muy “Viuda e Hijas”, que hablaba con la china de la caja.
Entre pilas de jabón en polvo y papel higiénico asomaba la cabeza de un chinito, fuertemente atado al andador, que manoteaba lo que tenía al alcance intentando procurarse un juguete improvisado. Cada tanto lloraba y, para calmar el berrinche, la china de la caja le daba una galletita.
Hechas las observaciones del caso proseguí mi camino rumbo al objetivo, rápido y preciso. Claro que no pude evitar echar un vistazo a los yogures para comprobar las fechas de vencimiento, pero todo parecía estar en orden.
Esperé mi turno en la caja. Cleopatra seguía con su perorata y la china escuchaba con paciencia, a veces negando con la cabeza.

-Decile que no podés trabajar así, tantas horas… ¡Es inhumano!
-Oh… io está bien. Poquito maleada…
-¡Pero si estás embarazada! ¡Decile!


La china tenía los ojos llorosos pero seguía embolsando CocaColas con la cabeza gacha y las manos temblorosas. Muy joven y, si no linda, era poseedora de encanto inusual, una delicadeza tan llamativa que daban ganas de besarla y acariciarla y sacarla de una vez por todas de ese supermercado inmundo.
La señora de los lentes se unió a la proclama con un elocuente “Qué barbaridad…”. Para ese entonces, las lágrimas de la china resbalaban sobre sus pálidas mejillas.
Y no pude más. Giré sobre mis talones, inflada como un gallo de riña, y empecé a gritarle barbaridades al zángano que pispeaba la escena desde la fiambrería, un infeliz flacucho y descolorido, las manos en los bolsillos de un pantalón deforme, el pelo grasiento y un cigarrillo colgando de la boca. ¡Chino de mierda, explotador! ¡Que ganas me dan de revolearte un mendicrim por la cabeza!
La china dejó de llorar cuando vio a las mujeres unidas luchando por su causa. Porque a mis gritos se unieron más fuertes los de Cleopatra y al rato vino la verdulera de al lado, una boliviana gordita y bonachona que, al conocer la causa de tanto alboroto, empezó a vociferar esgrimiendo los puños y amenazando con llamar al Cholo, su marido. El chino, como si nada. Nos miraba con esa cara de fantasma amarillento, la sonrisa ladeada, sobrándonos, riendo para sus adentros pero sin atreverse a hacernos frente.
Y de a poco fue cayendo gente al baile. Niños, ancianos, el mecánico de enfrente, un cartonero y la policía. Al chino se le borró la sonrisa de la cara. El bebé miraba la escena boquiabierto y la china iba recuperando de a poco el color.
Hubo insinuaciones de clausura e inspecciones sanitarias, aunque seguramente se trataba de maniobras intimidatorias. Sólo espero que el susto le sirva de escarmiento a este chino malvado que vende barato a costa de la pobre embarazada a la que obliga a trabajar de sol a sol por un sueldo insignificante. Una esclava, eso es lo que es. ¡Miserable! Pobre de vos, si la veo llorar otra vez. No imaginás de lo que soy capaz.

3 comentarios:

Luciano dijo...

Muy bien, es raro ver esas demostraciones públicas. Pero ahora no me la dejen sola a la chica che, a ver si es peor.
Cómo te animaste?

Menta Ligera dijo...

Pobre la chinita, me dio mucha pena ver como la hacen trabajar. Y el chino roñoso ese creyendose el rey leon porque maneja un supermercado de morondanga. ¿Por que no saca pasaje de vuelta si se cree tan capo?
Pienso volver una vez por semana para comprobar como van las cosas.
Aunque de ahora en mas tenga que mirar por sobre mi hombro cada vuelta de esquina.

maga dijo...

Son soretes los chinos. Tene cuidado.