miércoles, 5 de mayo de 2010

Melancolías de Mayo

Hay otoños grises, abrumadores… Esperar el colectivo cuando aún es de noche, el viento pérfido, traicionero, mil pulloveres que esperan el arrebato de quitárselos para rodar entre los brazos de un amante que no llega.

Hay otoños desteñidos, la lluvia desdibuja los cristales y uno ya no distingue entre sus anteojos y el mundo exterior, fantasmal y atemorizado.

Abril está en el rostro de la amada, Julio en sus ojos, Septiembre en su pecho y Diciembre, tal vez, en su corazón. ¿Pero Mayo…?

Hay otros otoños al alcance de quien no se circunscribe a la mera realidad y sueña, como sueñan las hojas doradas de los árboles a ser barriletes, mensajeros o galaxias.

Está el otoño melancólico en la quietud de Paris; el otoño orgulloso de Madrid, agreste, robusto, altanero y sin reparos. Está el otoño detectivesco de Londres que incita a dos desconocidos a emborracharse una noche en la misma taberna.

Y están los otoños corporales, más íntimos, envueltos en la ternura de las bufandas, la sopa reconfortante en un hotelito de provincia, la protección de las botas, la delicadeza prudente de los guantes. Pareciera que las manos calientan el doble…

Hay tantos otoños como los dobleces del alma.

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