viernes, 7 de mayo de 2010

¡Que llueva!

Pocas cosas me desagradan más que no encontrar a tiempo la excusa apropiada que me libere del compromiso que no espero ni deseo. Mucho peor si llueve a cántaros, la calle es un charco gigantesco donde navegan colectivos sin misericordia y paraguas desvencijados y a la vuelta de la esquina, esa de los zapatos tentadores, está ELLA toda cargada de bolsas y paquetitos, exhibiendo una sonrisa demasiado ancha para ser real, haciendo señas para que la vea sin percatarse de que, precisamente porque la he visto, busco en vano la forma de hacerme humo.

-¡Meri! ¡Meri! ¡Qué sorpresa! ¿Sabés que me caso?
-Yo bien ¿y vos? Tanto tiempo… Qué lindo día ¿no?
-¡Me caso! ¡Me caso!
-Bueno, que sea con salud ¿eh?
-Cuento con vos ¿vas a venir? ¡No me podés decir que no!
-Esteee…

¡Caí como un piscuí! Todavía no comprendo cómo fui incapaz de esquivarla, si no era tan difícil... Pero con la lluvia goteando sobre mis hombros y la impaciencia mordiéndome las entrañas, no pude negarme al obligado intercambio de email y celulares sabiendo que este engendro de la naturaleza no mentía cuando aseguraba que recibiría la invitación esa misma tarde. What an asshole…

Ahora no puedo parar de darle vueltas a la tarjeta adornada en demasía con lazos dorados y copitos de nieve (¡puajjjjj!) y a la primer idea que me vino a la cabeza desde que lo abrí: ¡NO TENGO QUÉ PONERME! Y sólo pensar en la lista de casamiento, me pone los nervios como alambres de púa. Si no me apuro, voy a tener que garpar la cristalería o la noche de bodas en Tumbuctú.

No sería tan grave si mi “amiga”, a la que recuerdo amorfa como una babosa dormida, desperdiciando todo el recreo mientras intentaba decidirse entre la mostaza y la mayonesa para el pancho, no hubiera sentido repentinamente el llamado divino para convertirse así, de la noche a la mañana, a la religión de Moisés. Y no es que tenga nada contra el judaísmo que me inspira un profundo respeto por sus tradiciones y la solidez de sus creencias, sino porque a la mosquita muerta no la mueven tanto las Tablas de la Ley como la cuenta bancaria del marido y un futuro de viajes, autos caros y una casa como las de las revistas. ¿Pero cómo puede ser? Años y años compadeciendo a la pobre idiota y resulta que no es tal, que me engañó cual mucama paraguaya y ahora se ríe en mis narices con esta invitación garabateada de pelotudeces brillosas.

Me arruinó el día. Y la semana. Y probablemente el mes entero pues ahora tendré que sudar para pagar el vestuario (elegante y “de largo”) y el bendito re-ga-li-to de la marmota. Podría obsequiarle un libro de chistes en hebreo o una reproducción de la bonita obra de Rembrandt que indudablemente no sabrá apreciar.

-Meri, ¿recibiste la invitación?
-Sí, pero…
-No me falles, mirá que ya te reservé mesa.
-¿Y si llueve?

¡Plim! Ya sé qué le voy a regalar y ahora mismo salgo corriendo, no sea que algún vivo se me adelante. ¡Ojito que el paragüero es mío! Ahí está, el regalo perfecto porque seguro ¡LLUEVE!

1 comentario:

♋ Mariposa dijo...

jajaja Menta!!! no vayas, no hay obligaciòn, te agarrò còlicos,te perdistes, cualquier excusa es buena... cuando me pasaba eso solo hiba al afinal para comer torta jajaja
besis!!!