viernes, 11 de mayo de 2007

Dos agujas

Un día a mamá se le ocurrió tomar clases de tejido. En realidad sabía tejer bastante bien pero no encontró mejor excusa para que yo la acompañara y aprendiera los secretitos de este arte milenario.
Compramos muchos ovillos de una lana color amarillo patito para tejer un pullover en punto inglés. Y entonces supe que la relación profesora-alumna sería una guerra declarada:

P: No, "punto inglés", no. Te voy a enseñar el "falso americano".
M: Pero yo quiero en "punto inglés".
P: No, porque consume mucha lana y se estira.
M: A-mí-me-gus-ta-el-pun-to-in-glés.
P: Anotá cómo es el "falso americano". Queda muy parecido.

Miré a mamá en busca de apoyo moral pero ella estaba tan embobada con la profesora que le dio la razón. Y chau punto inglés.
Las clases de tejido reunían a una multitud de ancianas decrépitas que, para matizar sus tardes de ocio, se congregaban en torno a la profesora, una vieja autoritaria y malhumorada, parloteando sobre cuestiones trascendentales como la dentadura postiza que se despega y la fiesta de la amistad en el centro de jubilados. Y en medio de las cacatúas, la que suscribe con mis entonces flamantes 12 años.
Yo seguía fiel a mi pullover ahora en “punto falso americano”, asentando cada nueva instrucción en mi cuaderno de espiral. Éramos como perro y gato con la profesora. La odiaba. Un día me obligó a deshacer una manga entera porque decía que no había aprendido las disminuciones y me enojé tanto que metí el tejido en la bolsa sin ver que se doblaban las agujas y me fui dando un portazo. (Siempre doy portazos). Creo que le dije “Vieja de mierda” y me escuchó.
Al cabo de unas semanas, mamá me llevó de prepo a la clase. Otra vez. Y tuve que pedirle disculpas a regañadientes. Pero la profesora estaba anonadada con mi aptitud para con el arte de tejer. “Tiene talento”, dijo delante del clan de viejas parlanchinas. Y entonces cambió de actitud y yo también. Discutíamos pero no le dije más “Vieja de mierda”. Y descubrí que podía aprender mucho de ella.
El pullover patito quedó realmente bien pero lo gracioso es que jamás lo usé y terminé donándolo al Cottolengo.
Más tarde me empeñé en hacer un sweater de hilo en punto “nido de abeja”.

P: No, "nido de abeja" no porque no van a dar bien los aumentos.
M: Me gusta como queda el “nido de abeja”.
P: Te voy a enseñar el punto “gotita”.
M: “Gotita” no, “ni-do-de-a-be-ja”.
P: Anotá cómo se hace el punto “gotita”.

Y así, pelea va, pelea viene, me convertí en una tejedora tan productiva que mamá, por miedo a endeudarse ante el desmedido consumo de lana, decidió poner fin a las clases. Increíblemente, lloré al despedirme de la profesora. Y, pese a su acostumbrado semblante avinagrado, vi que tenía la mirada brillosa cuando me besó por primera y única vez.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Muy buen post Menta. la verdad que el estilo que tiene para relatar el pasado es muy bueno...
Me gustaría tener uno similar

Luciano dijo...

Coincido. Me encanto el relato.
Asi se aprende, a las trompadas.

Anónimo dijo...

hola. linda historia.Soy Yanina de Corrientes, tengo 25 años. En mi caso le agradezco a mi maestra d labores, que tenía pinta de bruja, pero ahora la veo de otra manera, ya q me introdujo al tejido y a las manualidades. Para mi el tejido es relajante y a la vez le da salida a mi creatividad.